In grata memoria semper viva/ En grata memoria siempre viva lo más admirable que una ciudad debe precautelar es la gratitud para con sus celebérrimos hijos. Así, en las Bodas de Plata de la declaratoria de Cuenca como «Patrimonio Cultural de la Humanidad» es un imperdonable e injustificable crimen que la Municipalidad de Cuenca no háyale rendido un justiciero homenaje y pleitesía al arquitecto Hernán Crespo Toral, verdadero gestor de la declaratoria patrimonial de Cuenca en la UNESCO, en los finiseculares años de la vigésima centuria, cuando ocupaba el altísimo cargo de Agregado Cultural para el mundo, en París, siendo hoy, exactamente, 1 de diciembre del año 2024, que la urbe festeja jubilosa los 25 años de tal epónimo acontecimiento.
Desde 1995 Hernán Crespo Toral ejerció estas funciones en la UNESCO, en París, «La ville lumière» o «La ciudad Luz», desde donde refulgía con iridiscencia en el horizonte cultural del mundo para beneficio de la patria. Por eso, cuando en la primera alcaldía del Corcho Cordero (1996 – 2000) preparóse el expediente de la declaratoria de Cuenca como «Patrimonio Cultural de la Humanidad» fue Hernán Crespo Toral, quien incidió e influyó decisivamente en el Comité de Patrimonio Mundial de la UNESCO para que la ciudad alcanzara dicha nominación. Y en tal cometido, -contaba él mismo con fruición-, había trabajado entusiasta al tratarse de su ciudad amada, la capital de la morlaquía, de la que fue uno de sus más preclaros hijos, urbe que hoy muéstrale una imperdonable ingratitud empañando la mayestática y magnánima celebración de las Bodas de Plata de su declaratoria como «Patrimonio Cultural de la Humanidad».
Justo es pues que ante la egregia figura de Hernán Crespo Toral recuérdese que en los esclarecidos seres de inteligencia y espíritu superior sorprende ad summum su innata capacidad para calibrar a las personas en su real esencia, descubriendo -con alacridad mental- la vera effigies de todas las gentes, a la manera de un infalible termómetro que detecta la temperatura con mirífica precisión, ya en los febricitantes instantes de un sol canicular, ya en los gélidos y glaciales ambientes de un frío aniquilador. Así era Hernán Crespo Toral, un verdadero hombre de cultura, de vocación y convicción, esclarecido patriota y ejemplar ex alumno de los jesuitas, a quienes veneraba como sus sabios preceptores en su condición de caballero católico, apostólico y romano in nostra Sancta Mater Ecclesia.
Olvídase con frecuencia, in communitate nostra, que incluso Hernán Crespo Toral había sido el niño que salvóse de una enfermedad incurable con un milagro atribuido a Mariana de Jesús Paredes y Flores, MILAGRO que la Santa Sede validó para canonizar a la virgen quiteña en el año del Señor de 1950 (1).
Hernán Crespo Toral era de aquellos seres de quien muy bien podríase decir, a la manera de los filósofos de la Roma imperial: «vir bonus discendi peritus/ Hombre de bien, que sabe hablar», pues su elocuencia de florido verbo era digna de estupefacción ora como conferencista insigne, ora como conocedor de la historia y el patrimonio de la patria, ora como cuencano de alma, vida y corazón. Dichoso paisano dueño de una formidable intuición que afloraba, sub specie instantis, como primordial cualidad de su eclatante personalidad, donde la sensatez era el «quid divinum» de su nobleza in veritatis splendor. La experiencia nos confirma que el mundo de las percepciones rebasa la mundanal esfera en la que las personas interrelacionánse, diem per diem in societatis vita, siendo la perspicuidad y la perspicacia los instrumentos para no dejarse engañar de nadie en un mundo donde las engañifas pululan, urbi et orbi, mientras casi todos viven como actores de un pernicioso teatro de la falsía, en medio de maquillados semblantes de zascandiles sujetos nacidos para interactuar, adversum veritatis, en el imperio de la mendacidad y la mentira. Y Hernán Crespo era sensato, intuitivo y perceptivo a punto tal de que si resucitara volveríase impávido ante la ingratitud cuencana de haberlo olvidado cuando nuestra amada urbe celebra los 25 años de su declaratoria patrimonial in historia mundi siendo como era el verdadero gestor de tal declaratoria.
La fina intuición era pues una de las más sorprendentes cualidades de nuestro inolvidable amigo Hernán Crespo Toral in communitatis vita o en la vida de la comunidad. No bien contemplaba a un individuo ya predisponíase a saber con quién enfrentábase adelantándose a los hechos con turbadora habilidad predestigitadora. No había persona alguna que logró engañarlo porque su lumínica aura desplegábase tintineante para atisbar que iba a ser preso de un truculento engaño, mientras su bonhomía, esencial virtud de su carismática figura, era el anzuelo para que todos buscáranle con admiración y pleitesía.
Así, Hernán andaba siempre, ad cautelam, y generoso como era no escatimaba esfuerzo alguno para advertir a sus amigos de un inminente peligro volviéndose como una especie de «ángelus Domini» o «ángel del Señor» en la amistad siempre sincera que prodigaba a cada instante de su prolífica existencia. Así, su consejo era oportuno y fundamentalmente veraz para que sus amigos tengan claro el panorama de cualquier peligrosa circunstancia in communitate nostra. Y por ello, damos gracias al cielo por el don de haber sido partícipes de su leal amistad in vita nostra.
Hernán contaba que él fue, per se, la providencial palanca que Cuenca tuvo en la UNESCO para su declaratoria patrimonial, desde su bella oficina ubicada en París, en la rue Miollis, con una espléndida vista de la torre Eiffel. Contaba con fruición casi pueril que para adornar ese espacio había colocado una enorme foto del templo de Angkor en Camboya, un poster de la antigua Habana y unos afiches de la exposición «Tesoros del Ecuador» que el Museo del Banco Central había hecho en Italia en aquellos tiempos finiseculares de la vigésima centuria.
Su esposa, Esthercita Bermejo viuda de Crespo Toral, cuenta en sus memorias las siguientes cosas relacionadas con el altísimo cargo de Hernán Crespo Toral en París, palabras textuales que transcribímoslas ad peddem litterae: «Encargarse de la cultura en todo el mundo supuso un interesante desafío, muchos eran los proyectos y, si bien no podía vivirlos todos directamente en el terreno como a él solía gustarle, se involucraba en ellos. En la sede había siempre acontecimientos que requerían de su implicación: la creación de nuevos proyectos, la atención a los representantes de los países que venían con nuevos desafíos y a los jefes de las delegaciones, la preparación de sus intervenciones y discursos en los foros más diversos…» (2). Y es en este contexto que cuando llegó el proyecto de declaratoria de Cuenca como «Patrimonio Cultural de la Humanidad» Hernán trabajó incansablemente para incidir e influir en su aprobación ante el Comité de Patrimonio Mundial, como hémoslo dicho ut supra en párrafo precedente.
El Corcho Cordero sabe esto a plenitud y cállase con astuta truculencia, a los 25 años de la declaratoria de Cuenca como «Patrimonio Cultural de la Humanidad», usufructuando las glorias de tal acontecimiento como si él solo fuera el gestor de esta trascendente gesta. Infame actitud de un ingrato frente a un preclaro hombre de ciencia y de cultura ante quien represéntase per se como un pigmeo. Pero lo más grave no es el silencio del cuestionado ex alcalde sino el olvido de la Municipalidad de Cuenca a la memoria de Hernán Crespo Toral al momento de celebrar con inusual parafernalia los 25 años de la declaratoria patrimonial. No débese desconocer que fue en la primera alcaldía del cuestionado Corcho cuando preparóse el expediente para que Cuenca alcance esta universal distinción en la UNESCO, pero ella no habríase logrado de no estar Hernán en París ejerciendo un altísimo cargo que ningún otro ecuatoriano ha alcanzádolo hasta el presente. Y aunque el corcho diga en estos días que el proceso fue una minga es inadmisible que omítase el nombre del principal minguero: Hernán Crespo Toral apud flumina Sena in Galia semper aeterna.
Como al Municipio de Cuenca no habrá de interesarle reparar este olvido teniendo a Salomón Koupermann como director de Cultura, sin saber nada de cultura pero mucho de puñetes callejeros a los historiadores, vayan estas líneas de este histórico ensayo salido de nuestra pluma, siempre en ristre, para reivindicar a Hernán Crespo Toral como el auténtico adalid de la declaratoria de Cuenca como «Patrimonio Cultural de la Humanidad», hecho conseguido el 1 de diciembre de 1999 in via historiae.
Y en este homenaje a Hernán Crespo Toral dígase, ad concludendi, que estamos frente a un ser excepcional, de fina y exquisita sensibilidad, una ciclópea figura capaz de sublimarse de profundis ante las cosas más excelsas viviendo a plenitud cada instante de la vida, mientras su enciclopédico saber fue como la plataforma donde su sapiencia refulgía cual irradiante torrente de luz para enseñar con esplendencia, en una especie de «magisterium vitae» o «magisterio de vida».
Su casa era un cenáculo del pensamiento, cada vez que viajábamos a la capital de la patria, en exquisitas tertulias que podíase mantener con él, in quitense urbe, a fin de compartir sabias experiencias, interesantes vivencias, trepidantes ocurrencias y curiosas lecturas de textos, libros y poemas en un policrómico intercambio de conocimientos por el que su «veterum sapientia» o «vieja sabiduría» volvíase traslúcida de profundis para develarse in excelsis como un especial amigo capaz de introyectarse bondadosamente inter nos, guiado siempre de la «sapientia cordis» o «sabiduría del corazón» con la que catalizaba las más sublimes cosas de las que podíase conversar en interminables coloquios de inolvidable memoria in camera caritatis dentro de su hospitalario hogar en donde su esposa, hoy aún viva, Esthercita Bermejo, era como el «ángelus lucis» o «ángel de luz» para Hernán y sus amigos.
Nacido para descubrir la «lux veritatis» o «luz de la verdad» elevaba siempre los ojos del alma hacia sus incógnitos arcanos para detectar, ipso facto, en las profundidades del pensamiento, las apodícticas certezas con las cuales hablaba todo con acrimonia diseccionando con fina intuición y perspicuidad las cosas con las que los seres humanos engarbúllanse a causa de personajes que viven de la mendacidad y el tramposo ardid para confundir a Raimundo y todo el mundo in iniquitatis mysterium.
Sus ideas eran claras y sus conceptos precisos hasta el punto de definir taxativamente, con lógica precisión, cualquier cosa ante la cual la gente enrédase sin clarificar los pensamientos, mientras su capacidad observadora hacíale hablar solo de lo que era necesario, dejando al lado cualquier insulso devaneo con el que la gente edulcora su falta de frontalidad para no decir lo que se siente ni sentir lo que se dice.
Con la declaratoria de Cuenca como «PATRIMONIO CULTURAL DE LA HUMANIDAD», para la cual Hernán Crespo Toral fue un imprescindible gestor, la ciudad amada logró dar sentido a las palabras del salterio: «¡Gloriosa dicta sunt de te, civitas Dei! / ¡Qué glorioso pregón para ti, Ciudad de Dios!» (3).
Por todo ello, qué duda cabe, Hernán Crespo Toral era un maravilloso ser humano de altísimos quilates, de aquellos personajes predestinados a perdurar como excelsos sabios en los fastos de la historia comarcana, a quien habráselo de recordar, ad futuram rei memoriam, como el adalid de la Declaratoria de Cuenca como «PATRIMONIO CULTURAL DE LA HUMANIDAD», pero sobre todo como un ciudadano virtuoso, intachable, probo y honrado, un inolvidable amigo que permanece redivivo en los recónditos espacios de la memoria cual «ángelus lucis» o «ángel de luz» in vita nostra in fraternitatis via sicut amicus fidelis in grata recordationem semper viva, magno et venerabilis pro patria et Deo inter nos, in humanitatis via aut in civitatis historia, in aeternum et in saecula saeculorum.
Abogado Diego Demetrio Orellana
Datum Conchae, mensis decembris, die primus, currentis Anno Domini MMXXIV, octava I Dominica Adventus.
Post scriptum: Referencias bibliográficas del texto:
1. El Divino Niño, Historia de la parroquia Santa Marianita de Charasol, Diego Demetrio Orellana, 2019
2. Hernán Crespo Toral. FONSAL. Quito, 2008, pág. 138
3. Vulgata latina. Psalmi 83:3. Archivium Societatis Iesu in patria nostra, 1962