IN HONOREM LIBERTATIS/ EN HONOR
DE LA LIBERTAD, hoy lunes 21 DE
FEBRERO DEL AÑO 2022 conmemórase el
BICENTENARIO de la definitiva INDEPENDENCIA DE CUENCA pues aunque nuestra
urbe alcanzó su libertad, el 3 DE
NOVIEMBRE DE 1820, un mes y medio después la perdió, el 20 DE DICIEMBRE DE 1820. En aquel día,
la corona española volvió al poder e instauró una monstruosa ÉPOCA DE TERROR durante el AÑO DEL SEÑOR DE 1821. Los ibéricos vengáronse
pues de los patriotas que consiguieron nuestra emancipación y este nefando período
duró un año y tres meses. Así, el 21 DE
FEBRERO DE 1822 el mariscal Antonio José de Sucre, con un ejército
libertario de más de 2.000 personas, ingresó a Cuenca para liberarla
definitivamente del yugo español. Las autoridades reales, al mirar semejante
ejército libertario, no opusieron más resistencia y patrinquearon ipso
facto para huir despavoridas. Ergo, desde aquella jornada
libertaria Cuenca ha mantenido su condición libérrima in America meridionalis.
Para comprender el intríngulis de
los hechos que acaecieron in illo tempore/ en aquel tiempo, es
pertinente inundarnos de civismo in excelsis para recordar brevemente
que luego de la independencia de Guayaquil, el 9 de Octubre, y después de la
liberación de Cuenca, el 3 de Noviembre
de 1820, los ejércitos reales de España organizáronse para reconquistar el
poder bajo la dirección de Francisco González pues la monarquía hispana,
engolosinada por las delicias del poder real, resistíase a aceptar que su «fatalis
hora» u «hora fatal» había llegado in via libertatis. De esta forma, cuenta la historia que el 22
de noviembre de 1820 tuvo lugar la famosa batalla de Huachi. Allí, nuestros
patriotas guayaquileños y cuencanos, al mando de Luis Urdaneta, perdieron la
guerra decidiendo los españoles encaminarse a Cuenca para castigar a los alzados
en armas de la capital de la morlaquía, en vez de dirigirse a la Perla del
Pacífico, en donde hubieran avasallado a la gloriosa revolución de Octubre in Guayaquilensis
urbe.
La estrategia hispana fue
perfecta como estratagema para alcanzar el sometimiento de los vencidos y
alzados en armas super flumina Tomebamba, pues un epónimo sitio de las campiñas
cañaris, Verdeloma, cerca de Biblián, fue el escenario donde una flamígera conflagración
tuvo lugar el 20 de diciembre de 1820. Según el gran historiador cuencano,
Alfonso María Borrero, los españoles constituían un militarizado bando de 600
combatientes, en tanto que, a contrario sensu, nuestros
patriotas, mayoritariamente venidos desde Cuenca, no tenían la experticia de
los regalistas y aunque eran numéricamente superiores no contaban con un buen
arsenal de armas y municiones. Estaban dirigidos por el coronel José María
Hidalgo de Cisneros, prócer novembrino que incitábalos in crescendo a resguardar
la libertad conseguida mas la desventura fue el sino y signo de la mala suerte
pues las posibilidades de ganar la batalla no vislumbrábanse afortunadas por cuanto
los ibéricos planificaron una truculenta zalagarda para desplegarse hacia las alturas
del cerro, a fin de vigilar y controlar todo, aplacando así a los patriotas y
triunfando sobre éstos que hallábanse desperdigados en los flancos del campo de
combate, para luego ingresar a Cuenca y retomar el poder monárquico. Vae
victis/ Ay de los vencidos, nuestros próceres vivieron con desasosiego
la tribulación de ver a centenares de muertos y caídos y así, quid
pro quo, calcúlase que los fallecidos y heridos en esta infame batalla
llegaron a cuatrocientos. El jefe de los españoles, por su parte, era Francisco
González, vencedor en Huachi, quien hizo su arribo a Cuenca con todo el
aparataje de un vesánico y atrabiliario mandatario que con vil venganza y
crueldad impuso un reino del terror. A punto tal esto era así que podríamos
decir, desde nuestro criterio histórico, que el año del Señor de 1821 fue para
Cuenca un «ANNUS HORRIBILIS» tanto por la tiranía con la que la corona
ibérica ejerció el poder cuanto por la sed de sangre y odio infernal contra todo
hombre o fémina libertaria que habitaba en aquellos tiempos en las campiñas
morlacas. Lo primero que hicieron estos ibéricos buitres y forajidos regalistas
fue imponer al Cabildo cuencano, por orden del presidente de la Audiencia
Melchor Aymerich, que entregárase una lista de los rebeldes del 3 de Noviembre
de 1820. Antonio Arteaga, cual si adoleciera de un delirio persecutorio,
afanábase en investigar la vida, obra y milagros de José María Vázquez de Noboa
para descubrir el «mal manejo y peor
conducta de José Noboa... en tiempo que fomentó como principal cabecilla la
insurrección en esta ciudad». Así cuéntalo Alfonso María Borrero en su
bello libro «Cuenca en Pichincha».
José María Vázquez de Noboa
Las medidas tomadas oscilaron
entre lo nefasto, lo nefando y lo nefario. Ad exemplum, establecieron una Junta
de Secuestros cuyo fin era decomisar los bienes de todos cuantos fueron
partícipes de la independencia cuencana y apenas iniciado el llamado «AÑO DEL TERROR DE 1821», en la Plaza de
San Francisco fusilaron a 28 patriotas de la más vesánica forma que podríase
esperar de un vengativo sanguinario. Ad interim, quienes lograron
salvarse de la muerte huyeron a Guayaquil, urbe que mantenía incólume su
independencia, mientras otros optaron por el ostracismo ocultándose en donde
mejor pudieron in via sanitatis. Una carta de José María Vázquez de Noboa, prócer
de nuestra independencia, así nos lo
confirma in honorem veritatis. La misiva está dirigida al presidente de
la Junta Superior de Guayaquil, pues Vázquez de Noboa, quien era Jefe Civil y
Militar de la entonces proclamada República de Cuenca, era uno de los patriotas
que tuvo que huir de la persecución monárquica desatada a partir del 20 de
diciembre de 1820. Leamos pues stricto sensu lo que el prócer decía
de los patriotas que huyeron a la capital huancavilca: «Desde que he llegado a esta ciudad he visto con dolor el estado en que
se hallan varios oficiales emigrados de Cuenca, cuya situación es capaz de
comprender a los mismos opresores de América, que, abusando de la superioridad
de fuerzas sobre aquella inerme provincia, causaron el desastroso suceso de que
se halla V.S. impuesto. Si mi estado no fuera igual y aún más doloroso,
tendría el placer de sacrificar lo mejor de mi subsistencia para alivio de
tales necesidades; pero no siéndome posible, me queda el partido de
manifestarlo a V.S. a efecto de que, haciéndolo presente a la Junta Superior,
se sirva dictar alguna providencia, por cuyo medio logren estos patriotas,
siquiera lo preciso para no padecer de necesidad en su país en que no tienen
humano auxilio. No se me ocultan las atenciones y estrecheces en estas cajas y
por esto es que, atendiendo a ellas, propongo a V.S. que dichos oficiales
estarían consultados con medio sueldo de los que gozaban en Cuenca, donde son
escasos comparativamente a los de esta plaza y para que este socorro sea menos
gravoso, podría aún hacerse en fuerza al servicio que presten, previa una
incorporación provisional en alguno de los batallones, si V.S. lo estimase
conveniente. Para tal solicitud no se necesita más recomendación que la de
ser uno el sistema y la causa que se sostiene, pero a esto debe agregarse que
el Gobierno de Cuenca, en circunstancias no menos estrechas, decretó igual
incorporación provisional y contribuyó sueldo íntegro a los oficiales de
Guayaquil y tropa derrotada en Guache (Huachi), desde el momento en que se
presentaban los que habían sufrido el revés de las armas, hecho que
comunicado por mí a V.S. causó que dicha Junta Superior de esta provincia, al
mismo tiempo de darme las gracias, se ofreciese en mutua correspondencia a
practicar lo mismo en su caso. Dios guarde a V.S. muchos años. Guayaquil y
enero 5 de 1821. José María Vázquez de Noboa».
No puede haber testimonio más
claro de la paupérrima situación de nuestros próceres in Guayaquilensis urbe,
mas las venganzas atroces de los monárquicos en Cuenca no tenían medida alguna
de rubor ni decencia pues en tanto eran seres impúdicos, vesánicos y
atrabiliarios actuaban con una especie de «mysterium iniquitatis» o «misterio
de la iniquidad» y así pues, Francisco González, aliado con el
sanguinario coronel Antonio Arteaga, fueron los regalistas que mandaban en la
urbe como miembros de la Junta Militar Real y tal como los osos hambrientos o las
hienas feroces inficionadas de inanición, en todo veían venganza y castigos
infamantes contra quienes valoraban los excelsos principios de la santa
libertad.
Melchor de Aymerich
En este escenario, la corona
española contó como ayudante al español Francisco Eugenio Tamariz Gordillo,
un hombre más sensato que justamente por serlo no duró en sus funciones y fue
cesado en julio de año del Señor de 1821. Prima facie, Melchor de Aymerich fue
electo como jefe político subalterno y comandante militar interino de la
provincia de Cuenca. Con este equipo de la infamia establecióse un régimen de
espanto, de crueldad despótica, de requisas y allanamientos atroces, forzosos empréstitos
y rabulescas extorsiones a todos los habitantes de la capital de la morlaquía
que veíanse compelidos a entregar, ora en dinero, ora en especies vituallas y
alimentos para sostener al ejército español.
Francisco González no gobernaba,
extorsionaba, asaltaba, mataba, imponíase con una inaudita autocracia y malsana
perversión, cual león ibérico hambriento y atragantado en la carne de las
inermes presas capturadas a merced de sus vesánicos instintos de muerte y
destrucción. El autocrático mandatario pasábase de la raya en su modus
operandi para hacerse entregar contribuciones que engorden las
faltriqueras de las tropas españolas, ora si antojábasele pedir que se le entreguen
camisas, ropa, frazadas, textiles, siempre en cantidades exorbitantes o numéricamente
superiores a las 2.000 unidades, ora cuando ocurríasele hacerse entregar
alimentos y peltrechos para la tropa, ora cuando apetecíale que le contribuyan
con pan, velas, aceite y hasta aguardiente con tal de contentar a una
alcohólica y engolosinada tropa española que hacía de las suyas en nuestro
territorio con tan perverso modo de gobernar in urbe nostra.
Pero para que el pecado sea mortal
las apetencias de González iban más allá de toda previsión y su ensañamiento
rayaba ya los límites de toda cordura, pues el odio envilece y enceguece ad
infinitum. Con la tristemente célebre Junta de Secuestros nuestros
patriotas perdieron sus bienes; particularmente Vázquez de Noboa, Tomás
Ordóñez, Francisco Chica, Pedro Guillén, José Cisneros, Pedro Rodríguez,
Miguel del Pino, Pedro Argudo y Pablo Heredia. A la vez, 380 hombres blancos
e indios solteros, macanudos y fornidos reclutáronse a la fuerza, en tanto ni
la clerecía escapó de los abusos, pues de las limosnas, in nostra Sancta Mater Ecclesia.
los clérigos tenían que destinar estipendios mensuales en pesos para la
manutención de los reales ejércitos hispanos super flumina Tomebamba. El
mismo Cabildo de la urbe vióse inmerso en atrabiliarios abusos cuando la
inasistencia de los ediles a sus sesiones fue multada con 300 pesos para la
tropa ibérica, mientras 34 camas equipadas para el hospital fue otra de las
malvadas exigencias de González al mismo cuerpo edilicio. Ciudadanos potentados
de la urbe eran objeto de extorsión para que entregaran contribuciones infames
cuyo incumplimiento interpretábase como alta traición al monarca borbón, a
quien llamábaselo «el Rey Nuestro Señor».
Las excesivas contribuciones eran
a tal punto inhumanas que, ad exemplum, el pueblo de Azogues
fue reacio a las aportaciones alegando extrema pobreza; así entonces, sus
autoridades solicitaron que se limiten los aportes exigidos. Los abusos no
pararon inclusive hasta los últimos días de despotismo hispano, el 21 de
febrero de 1822, cuando el mariscal Antonio José de Sucre, en coordinación y
complicidad con el libertador Simón Bolívar ingresó a Cuenca para defenestrar a
la monarquía española y concedernos la libertad perdida el 20 de diciembre de
1820 en la batalla de Verdeloma.
La Junta de Gobierno de Guayaquil
había pedido a Bolívar ayuda para mantener su libertad y llevar adelante la
independencia de la Real Audiencia de Quito. El 2 de enero de 1821 el
libertador envió los batallones Santander, Guías y Albión con sobre todo a
Antonio José de Sucre quien, el 15 de mayo de 1821, al suscribir el acuerdo
que declaró que Guayaquil era parte de la Gran Colombia dio un genial paso
para la liberación de la Audiencia de Quito de la monarquía española.
In historia nostra, la
estrategia del Mariscal Sucre para liberar a Cuenca tomó varios meses durante
el año del terror de 1821. Con la perspicuidad que caracterizábalo primero
estudió todos los movimientos de los regalistas y auscultó con sus lugartenientes
el número de las tropas ibéricas y su capacidad de municiones y subsistencia.
A fin de doblegarlas fue preparando un ejército que venía desde el sur y en
enero de 1822 anunciábase que llegaba a Cuenca una división peruana comandada
por el coronel Andrés de Santa Cruz. Frente a ello, el vesánico Francisco González
dispuso que ciudadanos entre 18 y 50 años enrólense en el ejército español y
exigió nuevas y forzosas entrega de víveres, ganado, armas y dinero a los
habitantes de la morlaquía. Aún dispuso
el 12 de enero la erección de un monumento como recuerdo de su reincorporación
a la corona española, mas los desmanes eran de tal calibre que pidió
festejarlo apabulladamente y con desaforada algarabía con luces, repiques de campanas y juegos
prirotécnicos de cohetes y bombardas.
Tomás de Heres
A inicios de febrero aún pensaba
que era fuerte en el poder y exigió reunir 200 reclutas, en tanto solicitó a
los artesanos unirse en bandos de combate para enfrentarse con Antonio José de
Sucre, quien avanzaba hacia Cuenca. Tomás de Heres, quien sería el primer
gobernador cuencano venía en las huestes libertarias del mariscal de Ayacucho.
Según González, el Cabildo tenía que entregar galletas, sal, arroz, velas,
mulas y raciones alimenticias diarias para la tropa. Todo era extorsión y
alevosa imposición, a la fuerza, per fas et per nefas, recurriendo al
asalto a mano armada con saqueos a las haciendas, las fincas, los comercios y
las viviendas de los ciudadanos de la morlaquía.
Sucre llegó a Girón el 9 de febrero
y cada vez avanzaba más hacia Cuenca, pero González no cansábase de continuar
con sus saqueos a la capital de la morlaquía. Cabe indicar que parte de los
acuerdos de Bolívar y San Martín en Guayaquil fue la contribución del segundo a
la liberación de la Audiencia de Quito y sus tropas llegadas desde el Perú unificáronse
para la liberaciónn definitiva de Cuenca en febrero de 1822.
Sucre salió de Guayaquil el 23 de
enero de 1822 despedido por los guayaquileños in camera caritatis/ al calor del
afecto. El 25 de enero llegaba a Naranjal con sus tropas. Desde allí,
Antonio José de Sucre envió una histórica proclama a Cuenca, la cual dice así
ad peddem litterae: «¡Cuencanos! Las armas americanas os conducen
a la suspirada libertad. Los hierros de la ignominia, que os oprimen, caerán
sobre la cerviz de los tiranos, cuyos intereses habéis servido violentamente. ¡Cuencanos!
Brilla ya la hora de la paz en el horizonte de Colombia. Preparaos a gozar de
ella y de las benéficas leyes con que un pueblo libre se constituye por sí
mismo glorioso y feliz. La sola expresión de vuestros deseos va a facilitaros
los bienes de la Independencia, que ha costado a otros pueblos doce años de
lucha, de desolación y de sangre. Llamados en los últimos momentos a labraros
vuestra dicha, justificad que sois dignos de poseerla por vuestra resolución y
vuestras virtudes. ¡Cuencanos! Volad a uniros con los defensores de la
Humanidad, de vuestra religión y de vuestros derechos».
La peripecia libertaria hízolos
avanzar hasta el Jubones. El 6 de febrero, según el historiador Alfonso María
Borrero, desde Yulug, Sucre dirigió una misiva a Custodio Veintimilla en
Cuenca. Sin mayores problemas avanzó hasta Yunguilla unificados con tropas
peruanas venidas desde el sur. En las huestes libertarias estaban destacados
próceres: Abdón Calderón, Alejandro Vargas Machuca, Tomás Ordóñez,
Joaquín Crespo, José Moscoso, Vicente Toledo, Zenón de San Martín, Manuel
Chica, José Sevilla.
El virrey general Juan de la Cruz
Murgueón dispuso a sus huestes cuencanas no ofrecer combate a menos que sea
para defender a la corona y en condiciones de triunfar. Eran aproximadamente
entre novecientos y mil doscientos soldados los integrantes de dicho ejército.
Al medirse o cotejarse con las fuerzas libertarias, que algunos historiadores
calcúlanlas en un ejército de aproximadamente 2.000 combatientes, prefirió huir hacia Riobamba. En
este estado de cosas el mariscal Sucre ordenó que los coroneles Federico Rash y
Luis Urdaneta fueran tras de él in honorem libertatis.
Antonio José de Sucre ingresó a
Cuenca con el entusiasmo de la población que por su pobreza no pudo ser
dispendiosa para homenajearlo como debíase en tanto era el «Redemptor hominis» o «Redentor
de los hombres» in conchense urbe, apud flumina Tomebamba. Calcúlase que
Sucre llegó con alrededor de dos mil doscientos soldados, quienes tuvieron que
ser mantenidos durante 45 días en Cuenca pues conformaban el ejército que iba
con destino a Quito para triunfar en la Batalla del Pichincha. Los cuencanos
tuvieron que hacer nuevas contribuciones humanas y pecuniarias, tanto como de
vituallas, acémilas y víveres pero bajo el aura de la libertad tan anhelada in
communitate nostra.
Sucre tomó interesantes medidas
al momento de su llegada a la urbe. Las armas españolas de la antigua papelería
sustituyéronse por las armas de la Gran Colombia. Desapareció la oprobiosa
frase «Cuenca del Rey» que suplantóse mas bien con aquella más
libérrima que dice in via dignitatis: «Cuenca Libre», para concluir
utilizando luego el apelativo: «en Cuenca, República de Colombia». La
permanencia de Antonio José de Sucre en Cuenca fue de 49 días, en los que
tomó valiosas disposiciones para el gobierno libertario de la urbe y su región,
la provincia de Cuenca. Por todo ello que hemos tratado de resumirlo en la
presente sinopsis libertaria dígase que desde el 21 de Febrero de 1822 Cuenca y
su región vive usufructuando los beneficios de la santa libertad, in
via pacis, in communio caritatis et in honorem dignitatis, sed in via
libertatis sicut lumen de lumine in patria aequatorianae et in America
meridionalis semper fidelis pro Patria et Deo.
Diego Demetrio Orellana
Datum Conchae, mensis februarii, die XXI, currentis Anno Domini
bismillesimus vicesimus ac secundum, octava Dominica in sexagesima.