Sicut opus magnum in honorem artis, en la iglesia matriz de la ciudad de Santiago de Gualaceo, sus vidrieras representan un valioso conjunto patrimonial que debe ser
preservado como parte del legado histórico que las precedentes generaciones han
dejado para los habitantes del Jardín Azuayo y en donde grafícase, sensu stricto, una interesante
enseñanza catequética e histórica sobre el apóstol Santiago, patrón de Gualaceo
e ícono de inmortal identificación para la urbe azuaya a lo largo de su
historia.
Ergo, una eclosión de vívidos colores producen
los vitrales del presbiterio de la iglesia matriz de Gualaceo para todos
quienes contémplanlos, ya que -ex aequo-
estas vidrieras llaman la atención desde el instante mismo en el que nos
asomamos al templo, a través de su entrada principal en la calle Manuel Dávila
Chica.
El patrón Santiago y la Virgen del Pilar de Zaragoza
A medida que nos acercamos
al presbiterio de la iglesia descubrimos que el vitral central representa al
Patrón Santiago con esenciales características que delinean su inmortal
presencia en Santiago de Gualaceo, urbe en donde venéraselo cum affectio originalis desde los
orígenes hispanos de esta bella región azuaya.
Así, en la vidriera, el
apóstol emerge en una composición de refulgentes rayos amarillos y rojos que
nacen desde una esplendente imagen de Nuestra Señora del Pilar de Zaragoza e irrádianse hacia la periferia. La Virgen Santísima, Mater Immaculata, tiene el rostro hacia abajo, contemplando al
apóstol Santiago desde su nívea y celestial postura, con tres estrellas sobre
su cabeza cubierta por un velo en continuo movimiento y sentada justamente en
un pilar, en cuyo borde inferior se halla una cruz de tono violeta que juega rítmicamente
con los colores celestes del manto y la túnica de la madre de Dios, alrededor
de la cual nótase aquella serie de rayos luminosos e incandescentes de color
amarillo que se despliegan hasta la periferia como si la Virgen María fuese el
mismo centro de un sol brillante y esplendoroso que brilla infinitamente por
toda la composición de la obra.
Cual palma exaltata, la Santísima Virgen aparece con los brazos
abiertos, en una revelación celestial a Santiago, El Mayor, protagonista de la
obra, quien encuéntrase de hinojos, en actitud reverente, con todos los
atuendos peculiares de un peregrino: las sandalias, la túnica parda, el cíngulo
o cordón, el cayado, los potos, la concha y un sombrero que despliégase en sus
espaldas, en señal de respeto, ante la majestuosa presencia de la Madre de
Dios, amabilis et intemerata,
realizada en tonos azules celestes, como díjose ut supra, irradiando espiritualidad a todas luces y contrastando
admirablemente con los colores amarillos de los rayos que la circundan y los
rojos incandescentes que obsérvanse entre cada uno de aquellos rayos para
graficar quizás las llamas ardientes del fuego del amor divino, que seguramente
el artista quiso representar con la fuerza expresiva que producen los colores
primarios, atenuados con las nubes blancas que circundan a la Virgen del Pilar
y que prodigan un inopinado movimiento cinético a la espectacular imagen que
grafica, in excelsis, al patrono de
la urbe con toda su simbología de espiritualidad y misticismo, retratado además
con una indumentaria en la que percíbense muchos elementos del vestuario de
nuestros campesinos, por lo que el personaje es así, teológicamente, más
cercano con nuestro contexto cultural tan rico en expresiones y manifestaciones
peculiarísimas.
La presencia de la Virgen
del Pilar de Zaragoza, a la que en España conócesela como «La Pilarica», no es
casual en la vidriera central del templo, puesto que, según la leyenda, esta
sacrosanta virgen fue la que apareciósele a Santiago, El Mayor, en Zaragoza,
mientras su fiesta emblemática es el 12 de octubre, día del Descubrimiento de
América, fecha epónima para el continente americano si se ha de considerar que
a partir de 1492 empezó el rico proceso de mestizaje del que heredamos, por una
parte, la evangelización cristiana que tanto nos identifica como un pueblo
católico, que ha reverenciado siempre a la Virgen Santísima, mientras -por otro
lado- en Gualaceo sus habitantes han llegado a querer con especial veneración
al Patrón Santiago, en cuyo honor jamás se han escatimado esfuerzos para
rendirle pleitesía ex toto corde.
En la parte inferior de la
vidriera la imagen de la Virgen del Pilar refléjase nítidamente sobre el agua
cristalina que permite, ciertamente, ese magnífico modo de reflejarse, lo cual
engrandece el efecto esplendoroso que todo el motivo del vitral produce a
quienes obsérvanlo con un sentido analítico. Esta circunstancia hácenos pensar, sub specie instantis, en que
el artista que hizo la vidriera seguramente debióse inspirar en el río Santa
Bárbara para que la Virgen María refléjese en aquellas aguas cristalinas del
principal afluente natural del Jardín Azuayo.
Ángeles adoradores
A los lados de la vidriera
central hállanse dos vitrales verticales que representan a dos ángeles adoradores de amplias y gigantescas alas que inclínanse reverentes ante el Santísimo Sacramento del Altar, cuyo sagrario encuéntrase debajo del vitral del Patrón Santiago y que, según puédese columbrar, sirvió
justamente para concebir la mayestática presencia de estos seres angelicales a
cada uno de los lados del tabernáculo, en donde permanece siempre Su Divina
Majestad, aunque en la actualidad el sagrario ha sido retirado al costado
derecho del presbiterio, haciendo que esa concepción teológica de la adoración
al Santísimo, por parte de estos seres celestiales, no se concrete sensu stricto.
El ángel de la izquierda inclínase reverente, ad exemplum, con
las dos manos juntas en señal de oración, mientras su capa verde de dorados
filos yérguese esplendente sobre la blanca túnica que tiene un luminoso cordón
azul que abraza al cuerpo en su cinto y equilibra el conjunto en perfecta
armonía con las alas desplegadas en verde y azul, confirmando la belleza
singular de estas maravillosas creaciones artísticas en un entorno cromático entre
los tonos azules y verdosos, lo que prodiga una especial sensación de
tranquilidad, quizás porque el color azul está asociado psicológicamente con la
espiritualidad tanto como el verde vincúlase per se con la esperanza, hecho que seguramente condiciona el ánimus del espectador para percibir un
fuerte efecto místico si se analizan las vidrieras con actitud contemplativa.
El entorno está pigmentado
de tonos rojos que combínanse con un intenso color amarillo hacia el horizonte
superior de la imagen, definiendo una perspectiva sobre la cual, desde arriba,
desciende una típica cruz del peregrino, alegoría esencial del Patrón Santiago,
que emerge como una sinopsis de su vida y su importante presencia celestial en
la Tierra. En cada uno de los vitrales de los ángeles adoradores, junto a la
cruz respectiva, púedense contemplar dos conchas de peregrino colocadas de
manera equidistante, las que representan símbolos paradigmáticos del apóstol
Santiago, quien –según la historia- recorrió amplios caminos desde Tierra Santa
para evangelizar el mundo y llegó hasta España, en Compostela, como un
peregrino convencido del mensaje cristiano que pretendía difundir en obediencia
al mandato de su maestro: «Id por
todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura/ Euntes in mundum
universum praedicate Evangelium omni creaturae».
En esos viajes
evangelizadores, los peregrinos solían llevar una concha para proveerse de agua
en el camino, igual que el cayado de pastor, con los tradicionales «potos» agregados
por nuestra imaginería popular, elementos que aparecen como alegorías
esenciales de tan singular escena santiaguina, los cuales ponen en evidencia
que estas vidrieras fueron realizadas con un concepto profundo que debió haber
ameritado un estudio previo y una investigación teológica que es posible
desentrañar, a calvo ad calvum, en
cada uno de los elementos de estos bellos vitrales que cautivan la atención de
todo aquel que visita el templo.
Admirabilis et aeterno, el segundo ángel
guarda similares características que el primero, mas hállase vuelto la cara
frente a su compañero y así, vis a vis,
entre la Santísima Virgen y el Patrón Santiago, a manera de un complemento
indispensable y armónico para el adorno del altar mayor de la iglesia, los
ángeles juntos adoran al Santísimo Sacramento, a la vez que ríndenles
veneración a la Purísima Virgen del Pilar y al apóstol Santiago, dentro de un
atractivo colorido que invítanos a la meditación y al encuentro espiritual consigo
mismo.
In stricta iustitia, consignamos aquí que la
idea de realizar estas vidrieras inspiradas en Santiago, El Mayor, y la Virgen
del Pilar con los ángeles adoradores del Santísimo le pertenece por completo al
R. P. Guillermo Andrade Moreno, quien pudo contar con el artista idóneo para
ejecutar su creativa imaginación: el vitralista vasco Guillermo Larrazábal
Arzubide en una admirable conjunción de dos singulares personajes que pensaron siempre realizar esta empresa ad maiorem Dei gloriam gracias a su especial condición de hombres con un original sentido estético in honorem artis ad perpetuam rei memoriam.
Diego Demetrio Orellana
In Concha, mensis maii, die XXIV, reparata salute Anno Dominicae Incarnationis MMXIX, in octava V Dominica Paschali.