El maestro Víctor Arévalo Vázquez con la insignia «Fray Vicente Solano»
Sesión Solemne del Cabildo de Cuenca/ Noviembre, 3, 2013
El arte es desde inmemoriales tiempos, in historia mundi, uno de los lenguajes de los que el género humano
ha hecho uso para expresar, in stricta
veritas, el pensamiento universal. Por ello, a través de él, puédense
vislumbrar, como en un caleidoscopio, las más importantes etapas históricas de todas
las civilizaciones de la Tierra, tanto como los más profundos sentimientos y
conceptos que el ser humano ha tenido en cualquier punto del planeta.
Ergo, el arte es particularmente un medio que nos permite calibrar, de momento ad momentum, los hitos más
trascendentes de la vida de las sociedades que han sido particularmente afectas
a las grandes manifestaciones espirituales. Y en este proceso son los artistas
trascendentes quienes ejercen un papel protagónico para expresar, urbi et orbi, las ideas de una comunidad
cualquiera.
Este es el caso de Cuenca, super
flumina Tomebamba, urbe tradicionalmente ligada con las diversas
expresiones artísticas que la han configurado como un sitio de auténtica
personalidad in aeternum, hasta
resurgir en el horizonte planetario como «Patrimonio Cultural de la Humanidad»
desde el 1 de diciembre del año del Señor de 1999.
Ya desde la época colonial los habitantes de esta región fueron
siempre buenos artífices de las artesanías y, de manera anónima, in honorem Artis, han dejado un legado y
una tradición que, generación tras generación, ha permitido que los cuencanos
posean habilidades innatas para las artes manuales.
El más valioso testimonio de esta realidad puédese hallar en la
pintura mural del refectorio del monasterio de El Carmen de la Asunción, así
como en el monasterio de las Conceptas, junto a los maravillosos bargueños o a
las delicadas obras manufacturadas en ebanistería, cerámica, hierro forjado,
bordados, tejidos y joyería. Ad exemplum,
las figuras para los nacimientos que se conservan dentro de los muros de estas
edificaciones patrimoniales de la urbe, tanto como en el Museo «Remigio Crespo
Toral», hoy considerado como un centro de interpretación histórica de Cuenca,
la «ciudad cargada de alma», dan
cuenta de la prodigiosa capacidad creadora de los cuencanos de todas las épocas.
Exceptis excipiendis, la segunda mitad del siglo XIX hubo de ser el período histórico
en el que Cuenca consolidóse como un centro esplendoroso de manifestaciones
culturales in crescendo, llegando a
desarrollar sorprendentes expresiones artísticas que han prodigado renombre a
la «Atenas del Ecuador», como un sitio de gran valor cultural.
Y es en esta esfera cuando surgen, ad gloriam aeternam, en el panorama histórico de la urbe, valiosos
personajes que, desde el mundo de las artes, crearon las condiciones para que
la crítica especializada pueda hablar, con propiedad, in veritas semper fidelis, de la Escuela Cuencana de las Artes, con
la presencia de preponderantes personajes como Gaspar Sangurima, quien ejerció
notable influencia desde las postrimerías de la Colonia, pasando luego por
Miguel Vélez, Ángel María Figueroa, Abraham Sarmiento Carrión, Abraham
Sarmiento Ruilova, Daniel Salvador Alvarado, Manuel Ayabaca, entre otros
valiosos artífices de las artes plásticas en la localidad.
Punto eminente de este contexto histórico hubo de ser la creación
de la Academia de Bellas Artes de la Universidad de Cuenca, en los años
finiseculares de la centuria decimonónica y los primeros momentos del siglo XX,
gracias a la iniciativa de Honorato Vázquez, rector del alma mater cuencana in diebus
illis. Ese hecho hizo posible la presencia en Cuenca del famoso pintor español
Tomás Povedano, mientras el ente fundado posibilitó la formación de destacados
artistas cuencanos que desplegaron una interesante actividad artística en la
capital de la morlaquía, que ya descollaba, extra
muros, como un polo de desarrollo cultural en el Ecuador de aquel entonces,
ad initium vicesimum saeculo.
Por ello, a fortiori, en
la historia del arte cuencano del último siglo existen personajes que
permanecen como referentes indispensables que han delineado los rasgos
esenciales del desarrollo artístico de la urbe. Así, débese colegir que desde
la creación de la Academia de Bellas Artes de la Universidad de Cuenca, in honorem artis, conspicuos artistas han
ido marcando el pulso del arte cuencano, como el propio maestro Tomás Povedano,
junto a los cuencanos Honorato Vázquez y Manuel Moreno Serrano, quienes, con
sus creaciones, secundum artem,
dejaron una estela luminosa, que luego otros la siguieron, consolidando un
interesante acervo que permite hoy, en retrospectiva, detectar a aquellos
personajes que son los ejes esenciales de la historia de las artes plásticas en
la capital azuaya.
Concomitantemente, en las primeras décadas de la vigésima
centuria, destacaríanse, asimismo, cum
clara lux et veritas, Nicolás y Rafael Vivar, Luis Toro Moreno, Emilio
Lozano y César Burbano, tanto como Luis Pablo Alvarado, para continuar después,
ya en la segunda mitad del siglo XX, con otras figuras luminosas que han sido egregios
actores culturales del mundo artístico, entre los que destácanse artistas como Carlos
y Alejandro Beltrán, junto a los cuales hállase esplendente Víctor Arévalo
Vázquez, un artista academicista que brilla con prístina luz desde la tercera
ciudad de la república.
Su actividad plástica es relevante y ha ejercido ab aeterno enorme influencia en varias
generaciones de artistas locales que desarrollan su trabajo profesional en el
campo artístico y que fueron sus alumnos, pues Arévalo ha sido profesor
universitario en la Academia de Bellas Artes «Remigio Crespo Toral» y luego en
la Facultad de Artes de la Universidad de Cuenca, espacio de cotidiano encuentro
con la docencia, en el dibujo y la pintura, donde pasó 37 años de su larga y
proficua existencia.
Todos quienes han pasado por las aulas universitarias reconocen
que el maestro les dejó una égida para su vida y les orientó, ex admirationem, desde la pintura, para
encontrar el campo de la plástica en el que desarrollan sus actividades
profesionales diem per diem. Y por
esta razón, Víctor Arévalo ha trascendido con derecho propio in saecula saeculorum, siendo hoy un
ícono de la historia del arte cuencano en la segunda mitad del siglo XX y las
dos primeras décadas del siglo XXI.
A la hora de historiar el arte local, ante omnia, el análisis de la actividad plástica del maestro Arévalo
es fundamental, sobre todo en el dibujo y la pintura, pues en sus creaciones
puédese descubrir una notable capacidad para el trazo artístico y la captación
de las formas, mientras en la técnica pictórica son dignas de admiración sus
particulares dotes para el manejo academicista y costumbrista, que definen al
artista en su más pura esencia.
A fortiori, sus paisajes, imbricados siempre en la naturaleza que nos circunda,
le han convertido en una especie de reportero gráfico del paisaje cuencano y
serrano, in puris naturalibus, con un
perfeccionismo y puntillismo que asciende a la gloria y llega, in excelsis, al hiperrealismo y su
refulgente forma de registrar la realidad, con una experticia pocas veces
lograda en quienes ejercen el oficio de pintores, ora en el medio local, ora en
cualquier lugar del planeta. Y esta es, sin lugar a dudas, la condición sine qua non que encuéntrase en cada una
de las creaciones de este magnánimo maestro de las artes plásticas cuencanas.
Mas Víctor Arévalo es, in
stricta iustitia, un artista completo, a
capite ad calcem/ de la cabeza a los pies, pues desde el retrato también se
han visto sus aportes, siendo este otro género en donde precisamente muévese como un pez en el agua, denotando sus notables capacidades
para pintar la figura humana.
El maestro es un personaje en constante proceso de evolución
artística, como lo confirman sus trabajos realizados dentro de las corrientes
abstractas, en donde percíbese, ex aequo/
de buen ánimo, su talento para buscar diversos lenguajes artísticos con un
sello personal que refléjase en un estilo propio que lo identifica per se, tanto como en algunas de sus
obras hechas en acuarela o tintas, en donde no pierde su gran capacidad
creadora y su perspicaz sentido de observación y contemplación para capturar la
realidad, ipso facto, con un especial
sentido estético que sublima al más imberbe ciudadano que observa sus obras cum accurata diligentia.
A la vez, su desbordante curiosidad intelectual lo ha llevado a
ser un constante experimentador de materiales, hallando siempre nuevas formas
de expresión plástica, como puédese ver en sus trabajos realizados con brea, en
donde este elemento se constituye en el medio a través del cual Arévalo tiene
mucho qué contar y bastante qué decir cuando trátase de un objeto artístico par excellence. Por estas polifacéticas
cualidades, Arévalo ha llegado a incursionar en la escultura y en la
elaboración de máscaras para la época de inocentes, denotando su gran sentido
del humor in corpore et in anima.
Estamos pues, ante un gran dibujante y un genial pintor y por
todas estas razones, el maestro Víctor Arévalo es cual sol luminoso que irradia
con fuerza, in excelsis, en todos los
63 años transcurridos desde los inicios de la segunda mitad del siglo XX hasta
los actuales días en que, a sus 90 años de edad, aún sigue en su tarea
silenciosa, creando y produciendo arte y belleza, en una ciudad particularmente
afecta a las altas manifestaciones espirituales, entre las que la pintura ha
ejercido presencia indiscutible para erigirla como un centro cultural de
relevancia en la patria ecuatoriana.
De esta forma, trátase de un personaje epónimo en el desarrollo histórico
de las artes cuencanas, pues en Arévalo conjúganse simultáneamente genialidad,
talento, gusto estético, sensibilidad a toda prueba y una humildad ejemplar,
que es propia de los grandes artistas que en el mundo han sido, a la vez que,
con una sorprendente naturalidad, el maestro manifiesta convencido que quienes
ejercen el oficio de pintores deben encontrar su propio estilo para expresarse,
ars gratia artis, con un lenguaje
plástico que los identifique con autenticidad, a la vez que defiende la genuina
postura o pose que es menester adquirir con la experticia del oficio, para
detectar, de momento ad momentum, una
propia visión contemplativa del objeto que conviértese en motivo de las
creaciones plásticas.
La presea en cuestión es entregada, anualmente, al ciudadano que
ha descollado por su labor intelectual, inter
nos, ya sea en el ámbito cultural, de las artes o de la investigación
científica y que haya contribuido al acrecentamiento del prestigio de la
ciudad, conforme lo dispone el art. 24 de la «Ordenanza para el discernimiento de preseas a ciudadanos y entidades
que se hayan destacado o que hubieren realizado aportes importantes a la
ciudad, las que se entregarán en las fiestas de fundación e independencia de
Cuenca».
Es pues significativo que este reconocimiento justiprecie, de Iure et super omnia in veritatis splendor,
la luminosa trayectoria de este artista plástico que, a sus 90 años de edad, es
validado como un notable hijo de Cuenca que ha prestigiado a la tercera ciudad
de la república, urbis semper amata et
intemerata, con una brillante actividad plástica que perdurará in aeternum para las presentes y futuras
generaciones de una urbe convertida en centro incomparable de arte y cultura, apud flumina Tomebamba et in universa Terra.
A Deo benedicaris in Annus Fidei
Diego Demetrio
Orellana
Datum Concha, ad initium mensis novembris, die III,
reparata salute Anno Dominicae Incarnationis MMXIII, in octava XXXI Dominica
per annum.