Santa Ana de los Ríos de Cuenca, agosto 2 del año del Señor de 2009
In sollemnitate XVIII Dominica per annum
Dr. Paúl Granda López
ALCALDE ENTRANTE DE CUENCA
Ing. Marcelo Cabrera Palacios
ALCALDE SALIENTE DE CUENCA
Lcdo. Carlos Freire Soria
EX - DIRECTOR MUNICIPAL DE EDUCACIÓN Y CULTURA
Sr. Jorge Maldonado
UNIDAD EJECUTORA PROYECTO «NUEVE DE OCTUBRE»
Ciudad.
De mi consideración:
Hanc litteram visusus, salutem et respectum cum Historia in Concha et in mundi.
In honorem urbis et semper pro amoris veritatem, me dirijo a vosotros para exigir sanciones para los autores del libro «MERCADO, BARRIO Y CIUDAD: HISTORIA DE LA NUEVE» publicado por la I. Municipalidad de Cuenca con motivo de la reinauguración del Mercado «9 de Octubre», pues en dicha obra se han publicado varios datos históricos completamente errados con los que se desinforma a los lectores y, en particular, a los propios moradores de esa zona, quienes derecho tienen de no ser engañados a la hora de conocer su verdadera historia.
Ad initium et ex absurdum, los errores principian en el propio prólogo de la obra, en donde como ya es habitual, al alcalde le hacen decir barbaridades como el hecho que «el barrio 9 de Octubre era conocido en el pasado como barrio del Coco, barrio de la alcantarilla o el Usno» o que «el arroyo del Gallinazo bajaba por donde cruza la calle Sangurima». Adversas veritas, esto es terriblemente falso, ya que la Historia no ha comprobado que «barrio del coco» o «barrio de la alcantarilla» hayan sido nombres antiguos del sector del actual mercado «Nueve de Octubre», mientras existe certidumbre de que la ermita del Usno fue la primera iglesia de Cuenca en los iniciales años de su fundación castellana.
Se sabe que estaba localizada, in illo tempore, en donde es hoy la iglesia de Todos los Santos, junto a los molinos de Rodrigo Núñez de Bonilla, hecho que demuestra que la zona a la que los habitantes prehispánicos llamaban Usno estuvo en ese sector y nunca en la localidad en donde hoy se levanta el barrio «9 de Octubre», mientras que nunca existió el llamado arroyo del Gallinazo sino mas bien, la «quebrada del Gallinazo», la cual bajaba por la calle Sangurima y llegaba al cementerio de la ciudad, según se conoce con precisión histórica.
Pero, exceptis excipiendis, los errores de esta obra no se hallan tan solo en el prólogo que firma el ex - Alcalde Marcelo Cabrera Palacios y por ello, me permito señalar, a continuación, las graves equivocaciones en contra de la historia de Cuenca, las cuales son inaceptables en su fondo y forma y deberían ser corregidas al menos en una FE DE ERRATAS:
En el capítulo primero intitulado «MERCADO, BARRIO Y CIUDAD: HISTORIA DE LA NUEVE», el cual está firmado por Rodrigo Aguilar Orejuela, quien es el autor de estas inadmisibles equivocaciones, se dice ad pedem litterae: «El sector conocido hoy como la Nueve de Octubre era una tierra de nadie, con muy poca población. No será sino hasta 1860 cuando se da una reforma para recibir impuestos, que se involucre a este sector». El texto precedente se contradice con otro que se encuentra tres parágrafos más abajo y que lo copio de verbo ad verbum: «…Es decir, el sector de la Nueve de Octubre estuvo ocupado desde los inicios de la fundación de Cuenca con elementos importantes para el desarrollo y sustento de la ciudad».
Cum horribilis contradictionem, lo escrito causa hilaridad y es fruto palpable de la estulticia, pues ¿cómo puede decirse que el sector que hoy es conocido como la Nueve de Octubre era una tierra de nadie, y casi enseguida afirmar que desde los inicios de la fundación de la urbe estaba ocupado con elementos importantes para el desarrollo de la ciudad? Por otro lado, ex admirationem, llama la atención que no se especifique qué clase de reforma es esa que se ha expedido en 1860 para recibir impuestos y sorprende que no se diga quién la expidió. Los datos publicados entonces, quod erat demonstrandum, se vuelven imprecisos o absurdos y carecen de la acuciosidad histórica que era menester precisar cuando se está historiando a un barrio tradicional de la capital azuaya.
Más abajo, al hablar de la historia de Santa Ana de los Ríos de Cuenca, se dice otra gravísima información que adolece de absoluta falsedad in scriptis: «…De manera previa se habían ido conformando los barrios, a lo largo de los siglos XVII y XVIII, generalmente en torno a las iglesias: San Francisco, Santo Domingo, La Merced, las Conceptas, y del Hospital, donde se ubica la actual iglesia de San Alfonso». Sub specie instantis, esto no es verdad, pues -durante la época colonial- el Hospital de Cuenca estuvo ubicado en los predios en donde hoy se encuentra la antigua Escuela Central «La Inmaculada», en la esquina de las calles Gran Colombia y Benigno Malo. Esa casa de salud estuvo dirigida por la comunidad de padres betlemitas. En donde es hoy la iglesia de San Alfonso estuvo emplazada la antigua iglesia de San Agustín, de la comunidad de frailes agustinos.
Post factum, cabe indicar que tanto los religiosos betlemitas como los agustinos jamás retornaron a Cuenca después de que salieron de ella en el siglo XIX. Por lo tanto, lo que se escribió constituye un grave atentado a la historia de la capital azuaya y no se debe aceptar que se altere tan irresponsablemente su memoria histórica.
Ex absurdo, después de dos parágrafos encontramos otra equivocación histórica cuando se escribió: «El arroyo del Gallinazo, que cruzaba por donde baja hoy la calle Sangurima, nacía en Cullca, nombre con el que conocían los incas a las pléyades y a sus astrónomos. Había una laguna de donde nacía el arroyo, para luego descender por la Sangurima y el cementerio hasta desembocar en la confluencia del río Tomebamba y la quebrada de Milchichig» Ya hemos indicado que no era el arroyo del Gallinazo sino la «quebrada del Gallinazo», aquella que bajaba por la calle Gaspar Sangurima. Además, en la lengua de Castilla, arroyo no es lo mismo que quebrada; no obstante, en el texto transcrito existe algo más grave cuando se dice que: «Cullca era el nombre con el que los incas llamaban a las pléyades y a sus astrónomos», ya que esto constituye una mentira inaudita cuando los más grandes historiadores andinos han dicho, desde siempre, que el término Cullca equivale a granero o depósito de alimentos.
In via veritatem ad inquirendam, se sabe que cuando los conquistadores incas fundaron la ciudad de Tomebamba, se reprodujeron en la misma los cuatro puntos cardinales de la imperial urbe cuzqueña y por ello, debido a las diferencias fonéticas entre el Quecha y el Quichua, lo que allá se llamaba «Collca», aquí se bautizó como «Cullca» y de acuerdo con serios historiadores de la morlaquía como los Padres Jesús Arriaga o Alfonso Jerves, entre otros, in honorem veritas et Iustitia, debemos señalar que «Collca» en el Perú y «Cullca» en Tomebamba eran los graneros del incario.
Esto está más que comprobado por la verdad histórica como para aceptar, a estas alturas del siglo XXI, presunciones insólitas como eso de que Cullca era la constelación de las pléyades o que a los astrónomos del incario se les llamaba con este nombre. Estas peregrinas deducciones sólo contribuyen para confundir a los lectores de la infausta obra burlándose de su inteligencia et semper cum negligentia et innefabilis contradictionem.
En el capítulo intitulado «Los moradores del sector», el autor de la obra escribió varias imprecisiones como las siguientes: «El salón Tropical, del Sr. Nelson Bustos, con su especialidad de mariscos y pescado frito, parte del seminario de los Hermanos Cristianos…» Esto es un error, pues el edificio que hasta ahora existe detrás del monumento al Hermano Miguel, en la plazoleta del mismo nombre, no era el seminario sino el noviciado de los Hermanos Cristianos, que es muy diferente, ya que, en la lengua de Castilla, seminario es «la casa destinada para la educación de los jóvenes que se dedican al estado eclesiástico», mientras que, los Hermanos Cristianos, en tanto son legos que no alcanzan el Orden Sacerdotal, nunca estudian en un seminario sino en un noviciado, que es «el tiempo destinado para la probación en la orden lasallana, antes de la profesión de votos religiosos a los que los Hermanos Cristianos se someten, previo a su ministerio pastoral».
Dos parágrafos más abajo, se escribió otra equivocación que la transcribo ad peddem litterae: «El barrio contó a lo largo de su conformación con edificaciones importantes, como la casona municipal en la que funcionó la escuela de los Hermanos Cristianos, cuyos educadores de origen europeo formaron a personajes que luego contribuirían de manera decisiva a la ciudad y el país, como Gabriel Cevallos García. El Hermano Eudoro Pozo, quien solía siempre andar con sombrero, se recuerda entre aquellos educadores».
Ad exhibendum, esta información es digna de risa por las contradicciones y falsedades que lleva implícita, pues en el siglo XX, los Hermanos Cristianos de Cuenca no eran fundamentalmente de origen europeo. Muchos eran ecuatorianos y el tal Hermano Eudoro Pozo no se llamaba así, pues tenía como nombre Heliodoro Pozo, quien no fue de origen europeo sino que nació en Cuenca y ejerció su ministerio pastoral en nuestra ciudad durante la década de 1930. Por otro lado, no es verdad que el Hermano Heliodoro Pozo utilizaba habitualmente sombrero, ya que los Hermanos Cristianos, in vicesimum saeculo, en aquella época, estaban obligados a vestir su hábito talar, el cual incluía un solideo negro y no un sombrero. Que eventualmente, cuando salían al campo, se colocaban algún sombrero es diferente y todos los cuencanos que estudiaron en esa institución y que durante aquellos años eran niños en edad escolar y que ahora frisan casi los 80 años pueden confirmar la precisión inmediatamente precedente, por lo que ese texto es atentatorio en contra de la verdad histórica.
En el mismo capítulo que comentamos se publica una fotografía antigua de Cuenca desplegada en dos páginas, en cuyo pie de foto se escribió la siguiente equivocación inaudita: «Interior de la escuela de los Hnos. Cristianos. A la derecha, el Hno. Eudoro Pozo, que andaba siempre con su infaltable sombrero». Ignorare plus est quam errare/ Ignorar es mejor que errar, y por eso ya hemos dicho que no es el Hermano Eudoro sino Heliodoro Pozo, pero lo más grave del asunto es que, en esta fotografía, se ve claramente a un hermano cristiano que lleva un sombrero delante de un edificio que de ninguna manera es el interior de la antigua escuela de los Hermanos Cristianos de Cuenca, pues las paredes de esa edificación de dos plantas son completamente llanas y están pletóricas de ventanales; además, al lado izquierdo de la edificación se ve un camino de tierra que no podría ser jamás la actual calle Hermano Miguel, mientras a lo lejos se aprecia un paisaje campestre y nada urbano, en cuyo horizonte se halla una montaña que de ninguna manera pertenece al valle de la capital azuaya.
Ad contrario sensu, el interior de la antigua escuela «San José» de los religiosos lasallanos de Cuenca tiene varios arcos en la planta baja, los que sostienen a amplios corredores en la planta alta. Esto es fácil de comprobar por cualquier ciudadano que ingresa al local en donde actualmente funciona el colegio «Francisco Febres Cordero». En conclusión, fiat lux, la curiosa fotografía colocada en esta obra no es de Cuenca sino de Azogues y retrata a la antigua escuela de los Hermanos Cristianos de esa ciudad, lo cual deviene en un hecho que ofende a la historia de nuestra urbe y altera la verdad, a la vez que refleja la ausencia de seriedad investigativa en la preparación de esta malhadada publicación.
En otro capítulo de la obra, intitulado «Personajes y celebraciones» existen varias equivocaciones cuando confunden a varios ciudadanos y dicen, ad exemplum: «Personajes populares de la época fueron El Polanco, el Manco Medina, el Loco Aguirre…». Al respecto, hemos de decir que nunca existió, en ese tradicional barrio cuencano, ningún personaje llamado el Manco Medina sino mas bien, el Manco Molina. Cuenta la Historia, que se trataba de un ciudadano arquetípico del mercado que era un delincuente que robaba y se sabe con certidumbre que murió en Quito.
Dos parágrafos más abajo, Rodrigo Aguilar Orejuela escribió: «El Barbecho, un campesino que quería ser Presidente de la República, lanzaba discursos de corte revolucionario y ofrecía puestos a todos los que le escuchaban. Con el tiempo perdió todos sus clientes y decía «soy un cojudo, aquí hablando solito».
Mala fide, esta confusión es tamaña, pues ese personaje no era El Barbecho. Ciudadanos octogenarios y exalumnos lasallanos han contado, desde siempre, que este arquetípico personaje que soñaba en la presidencia de la República era un tipo al que los cuencanos lo llamaban «El Mendozita», apodo extraído de su apellido paterno que era Mendoza, por lo que es grave que se confunda a esta clase de personas que se volvieron legendarias pero deben ser recordadas con sus verdaderos nombres.
Casi enseguida se afirma otra confusión que la transcribo de verbo ad verbum: «El Cobitos, un caballero que se las ingeniaba para sobrevivir. Las colaciones y los helados de leche eran su especialidad, claro que también ponía inyecciones a domicilio y se inventaba juegos en enormes mesas pintadas a manera de un monopolio criollo». Cum gravissima culpa et negligentia, esto ya es el colmo, pues el famoso «Cobitos» era en verdad un caballero que se llamaba Carlos Cobos, pero nunca hizo nada de esas peripecias en su vida. Se trataba de un empleado que atendía como farmacéutico en la antigua Botica de la Salle, la cual estuvo localizada en la vieja edificación hasta hoy existente, en la esquina de las calles Luis Cordero y Lamar, frente al actual local de los Supermercados Unidos. Por supuesto que ponía inyecciones, pero porque esa era su natural función y se sabe que vendía helados en esa botica y, relata refero, quizás esta fue la particularidad que lo hacía singular de entre varios personajes de la barriada, por lo que esa historia está tan mal contada que de ninguna manera aporta para el debido conocimiento de la historia de ese viejo barrio cuencano.
Dos parágrafos más abajo se escribió otra imprecisión: «…En mayo se celebraba La Dolorosa de Jesús y el Corazón de Jesús, con castillos, globos, vacas locas, con orquesta a lo grande…» Post tenebras lux: Esa afirmación es inaudita y hasta por sentido común es fácil advertir cómo se confunden las cosas, pues en el interior del mercado «Nueve de Octubre» no se venera a ninguna Dolorosa de Jesús sino a la Dolorosa del Colegio San Gabriel, lo cual es muy diferente. Sus fiestas suelen ser en mayo, efectivamente, pero el mercado rinde culto también al Corazón de Jesús y su festividad no es nunca en mayo sino en junio, el viernes posterior a la octava de Corpus Christi.
En el capítulo intitulado «Billas, cantinas, trompones», Aguilar escribió una insólita contradicción con datos falsos sobre la historia del barrio. En efecto, comienza diciendo que hacia la década de 1960 aparecerían las cantinas de mayor importancia y un parágrafo más abajo escribe ad absurdum: «Una cantina peculiar fue La Escuelita, a la que llegaban intelectuales y bohemios como el mismísimo poeta César Dávila Andrade, el también poeta Efraín Jara Idrovo, Claudio Malo, Remigio Romero y Cordero, Cuto Díaz». Riddendo semper cum gaudium, la verdad histórica ha confirmado que después del año 1930 Remigio Romero y Cordero emigró de Cuenca para nunca más volver, habiendo muerto en Guayaquil en 1968, mientras que César Dávila Andrade, por su parte, salió de la capital azuaya en 1955 y nunca más regresó hasta que murió en Venezuela, en 1968. La pregunta que nos debemos hacer es la siguiente: ¿Si esa cantina llamada La Escuelita apareció en la década de 1960, cómo es que era frecuentada por Remigio Romero y Cordero y César Dávila Andrade si para esa época estos destacados poetas de la morlaquía no vivían en Cuenca? ¿No es evidente que el autor de la historia de la Nueve de Octubre ha escrito una vil mentira?
Pero allí no queda todo, pues enseguida se escribió: «Hasta se cree que una canción titulada La Churudita, aunque en realidad anónima, pudo haber sido escrita por Dávila Andrade en La Escuelita: ‘Yo tuve una churudita/ aunque era linda y me quería/ ven de día y ven de noche/ ella conmigo lloraba/ yo alegre la consolaba’». Si ya hemos dicho que Dávila Andrade emigró del país antes de la existencia de la Escuelita, ¿cómo pueden afirmarse este tipo de presunciones que además se plantean de manera ambigua cuando se dice que la canción es en realidad anónima pero pudo haber sido escrita por César Dávila? Ni siquiera en las obras completas del gran vate cuencano publicadas por el Banco Central del Ecuador se la ha registrado como de su autoría para ponerse a elucubrar sobre ello con bases infundadas y apócrifas. ¿No es evidente la falta de seriedad con las que se escribieron estas cosas?
Más abajo se dice otra barbaridad que la copiamos ad peddem litterae: «En la casa de la familia Cárdenas existió la Zona Militar, y luego pasó a ser una fábrica de chompas». Este dato es también falso, cum horribilis sensus, pues la casa en donde estaba ubicada la III Zona Militar es aquella que pertenece en la actualidad al presbítero José Castellví Queralt, en donde funciona la botica «Nueve de Octubre» y que fue de Mercedes Carrión Serrano
¿De dónde ha salido la información de la familia Cárdenas? Para más señas, et semper cum fidelitas in Historia, habremos de decir que antes de que la Zona Militar funcionara allí, en esa edificación existió la Escuela de Minas de Cuenca, que en aquel entonces estuvo dirigida por un conocido religioso de la Orden de Santo Domingo, el dominico Alberto Semanate, O.P. Ergo, nuevamente estamos frente a una información completamente mal investigada que altera la historia del barrio Nueve de Octubre.
Como veis, los errores históricos que se publican en el libro «MERCADO, BARRIO Y CIUDAD: HISTORIA DE LA NUEVE» son gravísimos y hacen de esta obra un pésimo aporte para el conocimiento de la historia de la ciudad. Esto es inadmisible y ahora que la publicación está circulando es conveniente que se realice una FE DE ERRATAS por respeto a los lectores y a los ciudadanos habitantes de este popular sector de la urbe, mientras se debería sancionar a los responsables directos de las equivocaciones, cuyos nombres constan en la página de créditos y son: Jorge Maldonado, Unidad Ejecutora Proyecto Nueve de Octubre; Carlos Freire Soria, Director de Educación y Cultura; Rodrigo Aguilar Orejuela, textos y edición; Fabiola Ochoa, Jaime Astudillo Lucero y Paúl Vanegas, investigadores y Ernesto Guevara, Coordinador.
La historia de una comunidad no debe ser alterada por investigaciones que adolecen de falta de rigor científico y acuciosidad para buscar la debida precisión histórica que era menester en este proyecto editorial. Por ello, esperando que la presente tenga de parte vuestra una acogida favorable, suscribo de ustedes con un cordial saludo, mientras os ratifico que los errores en contra de la historia comarcana, constantes en esta publicación, son imperdonables y deben registrarse con animus corrigendi, in honorem urbis et cum respectum per culturalis aspectibus.
Salutem dicit cum veritas semper fidelis et copiosa gratia in Christum Dominum Nostrum,
DIEGO DEMETRIO ORELLANA
Datum Concha, apud flumina Tomebamba, Anno Sacerdotalis in memoriam CL anniversaria Dies Natalis Sancte Ioannes Maria Vianney, ex aedibus FIDEH, districti meridionalis, ad initium mensis Augusti, die secundum, Anno Dominicae Incarnationis bismillesimus nonus, in sollemnitate XVIII Dominica per annum.