martes, 31 de marzo de 2020

CUENCA: CIUDAD FANTASMAL EN TIEMPOS DEL CORONA VIRUS





Sicut mysterium magnum/ Como un gran misterio, la «ciudad cargada de alma» justamente ha extraviado su alma en tiempos del Corona virus desde el 15 de marzo del año del Señor de 2020, en el día de los idus de marzo, cuando dispúsose un obligatorio confinamiento de los ecuatorianos cual preventiva medida sanitaria para evitar la virulenta propagación del nefando virus. Así pues, los cuencanos, siempre noveleros, andariegos y sandungueros, recluyéronse en sus casas y desaparecieron ipso facto de las calles de la urbe volviéndose ésta una fantasmagórica ciudad que parece haber sobrevivido a los estragos de un cruento flagelo o un flamígero bombardeo de escalofriantes y fatídicas consecuencias. La foto ilustra, per se, el desolado panorama, en pleno centro histórico, en la esquina de la Gobernación del Azuay, un sitio que tanto antaño como hogaño fluye con viandantes y circunstantes pero que en la emergencia sanitaria del exterminador Corona virus míraselo, in via claritatis/ en el camino de la claridad, cual si fuese parte de una fantasmal urbe con el efecto post traumático de una horripilante guerra.



Durante la cuarentena impuesta por el Gobierno Nacional los sobrecogedores paisajes urbanos de la «Atenas del Ecuador» han sido fuente de pavorosas imágenes como la que contémplase, tristis et afflicta, en la esquina del Orfanatorio Valdivieso, cuya calle Juan Jaramillo apréciase sórdida desde el oriental extremo de la Padre Aguirre, en pleno medio día, taciturna o silente, dando razón a su prístino nombre histórico de «Calle de las Secretas» pues al contemplársela desértica danos la impresión de que los cuencanos patrinquearon abandonando a su querida urbe y dejándola a merced de los caprichos de un mefistofélico visitante: el Corona virus super flumina Tomebamba.



Con ataraxia y certeza dígase que un citadino espacio que diariamente míraselo atestado de vehículos, como es el trayecto de la calle Simón Bolívar, junto al templo de San Blas, parece ahora una especie de tétrica y misteriosa callejuela donde la ausencia de sus caminantes y peregrinos y el nulo tráfico de la misma crean una especial atmósfera, sicut mysterium iniquitatis/ como misterio de la iniquidad, para mirar a Cuenca como una diezmada capital de la morlaquía a la acechanza de un inicuo y microscópico visitante llamado Corona virus en la vida del siglo.



Las jacarandaes que revístense de violeta en la época novembrina, en el parque de María Auxiliadora, hoy relucen verdes y vivificantes frente al angurriento espacio público donde no es posible encontrar un solo ser humano en tiempos del vesánico Corona virus. Los cuencanos, recluidos en sus casas, aisláronse de este bello parque que al contemplárselo deshabitado devela una insólita imagen de abandono, ostracismo y soledad in veritatis splendor. Mas el verde de su fronda que en cendales derrámase compélenos para decir poéticamente, siguiendo a García Lorca: «Verde que te quiero verde/ verde viento verdes ramas…».



Ni qué decir tiene de una calle tan concurrida como la Presidente Borrero, en pleno centro histórico de Cuenca, que mirada hacia el ángulo meridional de la vieja urbe parece un solitario callejón donde solo la congoja anida de profundis in anima nostra.



Y desde la parte septentrional de la referida calle confírmase aún más el espectro fantasmagórico de Cuenca en la singular cuarentena del protervo Corona virus in vita communitatis.



En la calle Hermano Miguel el panorama no es menos estremecedor cuando obsérvase, a máxima ad minima, que hacia el mismo punto meridional del casco histórico todo es un solariego y nostálgico paisaje que invita al recogimiento junto a las enormes y albas paredes del museo de las Conceptas.



Mas en el propio corazón de Cuenca siéntese -en los tiempos del insano Corona virus- que la urbe perdió las copiosas aglomeraciones de turistas y visitantes propios y extraños que circundan, diem per diem, a la Catedral de la Inmaculada Concepción. La calle Benigno Malo, frente al catedralicio templo cuencano, contémplase en perpetua desolación en una soleada mañana cuaresmal cuyo lumínico aspecto no logra reemplazar a la vigorosa presencia de la gente, que a fin de cuentas es la que hace de este rincón de la urbe un centro de acogida y vida plena in perpetuum.



Allí, justamente en el corazón de la urbe, el impacto por el confinamiento causado por el abominable Corona virus es mayor cuando el parque Calderón es ahora un espacio completamente aterrador y la calle Mariscal Sucre parécenos, prima facie, una verdadera «vía de la soledad» donde prorrumpir un acerbo llanto vuélvese posible ante el escampado panorama que acoge a la decepción, el desencanto y la angustia en su adecuado orden de prelación. In honorem veritatis, dígase pues que mirar a Cuenca bajo estas condiciones es deprimente y terrorífico hasta las paroxísticas fronteras de la más espeluznante orfandad. Y todo esto a causa de la visita del dantesco Corona virus in urbe nostra.




Ad orientem, el parque Hurtado de Mendoza, también conocido como parque de San Blas, aparece igualmente despoblado auspiciando para que su verde naturaleza resáltese ex integro como el adlátere aditamento que exorna de urbana hermosura al paradigmático sitio morlaco in splendore magno.


La antigua Calle Larga, en el meridional límite que evoca a la desaparecida ermita del Uzno, sitio primigenio del castizo natalicio de Cuenca, luce esplendorosa y magna, galante y mayestática durante la cuarentena, pero solitaria y luminosa cual callejón que guíanos ad orientem para observar a la capital azuaya oronda y soberana hacia el levante en peregrinante caminata que viola el confinamiento.


La propia iglesia de Todos los Santos que prodíganos, diem per diem, cotidianamente, una de las vistas más espectaculares de la ciudad amada, mírase más esplendorosa cuando a sus lados no hay paseante alguno ni tráfico vehicular que obstaculicen el apreciarla como un inusitado punto focal de una sui generis postal sólo obtenible en un tenaz confinamiento como el que ha impuéstose, inter nos, por la visita del diabólico Corona virus.


En el contrapuesto extremo de este singular sitio urbano de Cuenca, mirando hacia el poniente, la Calle Larga no deja de mostrar su insólita faz de vía solariega, a plena luz del día in via tranquilitatis.



Y sin perder su solanera condición sorprende y encanta ad summum la inusual atmósfera de solitaria vía con la que despliégase -a ojos vista- como una calle que configúranos un peculiar aspecto arquitectónico y patrimonial que denótase refulgente al observarlo cual callejón en lontananza donde los seres humanos desaparecieron, sub specie instantis, como por arte de magia super flumina Tomebamba.



Y no es menos expresiva de la orfandad en que ha caído la urbe la calle Presidente Córdova mirada hacia el poniente con la espadaña de Las Conceptas que, cual virgo intacta in albis, vuélvese como el punto focal de la imagen en donde ningún ser humano aparece haciendo de la foto un angustioso paisaje de la tomebambina urbe in patria nostra.




«…Silencio, soledad, completa calma…» es lo que apréciase de profundis en la antigua plaza «Gil Ramírez Dávalos» o plaza de San Francisco, siempre atiborrada de gente, cuando hoy resurge como un enorme y pavoroso desierto de cemento sin una solitaria alma que transítela, a capite ad calcem/ de la cabeza a los pies, mientras el grisáceo color del suelo encementado compleméntase con los tristes nubarrones que parecen preanunciar una tremebunda tormenta de centellantes rayos en los tiempos del nefando Corona virus.



En la iglesia de San Francisco cuya neoclásica torre yérguese ad infinitum cual si fuese una verdadera «Turris Davidica» o «Torre de David» obsérvase una estrafalaria escena que llámanos la atención cuando el templo acoge a sus plantas a un estrambótico ciudadano que, de hinojos, con su mascarilla anti virus y sus guantes protectores, muestra su quebranto y reza compungido ante la Casa de Dios mientras penitente y mortificante profiere una plegaria que en la sabiduría latina y castiza consolídase de vehementi cual jaculatoria de peculiar significación orante: «Sancta Barbara ac dominicella liberanos ab scintilla/ Santa Bárbara y doncella, líbranos de esta centella». ¿Y cómo no de otra forma el ingenuo y cándido peregrino puede reclamar al cielo la aparición del pestilente Corona virus?


No lejos de allí el panorama vuélvese terrorífico in extremis cuando la misma calle Padre Aguirre presenta un espeluznante escenario donde la soledad y el aislamiento son evidentes en una fantasmal y esperpéntica imagen nunca antes vista ni siquiera en las postales de la urbe con las que ab aeterno hemos constatado la singular fisonomía urbana de la capital azuaya, siempre atractiva para propios y extraños desde inmemoriales tiempos apud flumina Tomebamba.


Telúrica angustia de ansiolítico aspecto siéntese al transitar por este conocido rincón cuencano de la calle Sucre que a la hora del crepúsculo no es más que un lúgubre túnel de doliente soledad con trepidantes emociones donde el miedo y el suspenso sobrecógennos y cautívannos sub specie aeternitatis para infundirnos tristeza e inficionarnos de asombrosa pesadumbre ante la sensación de abandono de Cuenca ad perpetuam rei memoriam.


Mas en la parte septentrional de la urbe, junto a la III Zona Militar, la tradicional calle Rafael María Arízaga, antiguamente conocida como Calle Real del Vecino, ofrece también -para nuestra contemplación- tenebrosos ambientes por los que ningún morador deambula toda vez que en perspectiva la vía figúrase cual si tratárase de un aterrador pasadizo hacia ignotos horizontes.


Desde el mismo vértice pero más aún hacia el norte la calle Borrero parece una  desolada pista de inclinación ascendente en una especie de «mysterium noctis» o «misterio de la noche» hacia la avenida Héroes de Verdeloma. La vía enmárcase dentro de un misterioso ambiente que invita al susto, al pánico y la desolación.

Umbrío panorama de apacible rictus evócanos por su parte la imagen precedente por la que descúbrese a la calle Benigno Malo en los tiempos del impío Corona virus  desde el septentrional sector de la Muñoz Vernaza mientras en perspectiva mírasela completamente solitaria, lúgubre y tétrica hasta los paroxísticos límites del hastío teniendo como vértice, a la distancia, las mutiladas torres del magno templo catedralicio de la «ciudad cargada de alma», que en esta imagen ciertamente parece haber perdido su alma tristis et afflicta in via lacrimosa.


Quid pro quo, desde el mismo sector septentrional de la calle Muñoz Vernaza, junto al conservatorio de música, en el nacimiento de la Padre Aguirre, contémplase con espasmo y estupefacción a una desfigurada Cuenca en cuyas vías parécenos hallar tristeza, piedad y llanto ante el dolor sublime por una debacle de tremebundos efectos debido a la visita del maléfico Corona virus.


Ni qué decir tiene de la calle Tarqui mirada desde el septentrional punto de su cruce con la Muñoz Vernaza cual si fuese un silente callejón de oquedad profunda por el que en sus postrimerías relucen esplendentes las ortogonales torres y la cúpula de la iglesia del Santo Cenáculo, elemento arquitectónico por el que la calle Tarqui devélase inconfundible para contemplarse como un sui generis rincón citadino de identidad propia in Sancta Romana Ecclesia.



A similis, igual sensación prodúcenos la tenebrosa calle Coronel Tálbot en su lindero norte con la Rafael María Arízaga, pues la soledad y el confinamiento a la que parece haber sido sometida, en la emergencia sanitaria del perverso Corona virus, es de pánico y tremebunda estupefacción.



Y con las pertinaces lluvias de la temporada el ambiente pandémico es aterrador in urbe nostra. Misterio, desolación y llanto prodúcennos estas imágenes del centro histórico donde Cuenca parece una ciudad fantasma abandonada de Dios y de los hombres, tristis et afflicta in via dolorosa, cual reino de las tinieblas donde la zozobra, la angustia y la aflicción hacen de las suyas frente a la paranoia colectiva de la gente que, aterida de pavor ante el virus, no sale de sus casas creyendo encontrar la muerte a la vuelta de la esquina.


El sector de la iglesia de San Sebastián, límite occidental del centro histórico, insúflase también in extremis de la deprimente sensación de ostracismo y soledad que ha provocado la apocalíptica visita del maléfico Corona virus mientras la colonial torre libertaria de la tomebambina urbe reluce con refulgencia bajo una cálida y soleada mañana del cuarto domingo de Cuaresma o Dominica de Laetare in nostra Sancta Mater Ecclesia.


Alere flamam veritatis/ Alentando la llama de la verdad, algunas calles de la urbe adquieren una inusitada faz cuando míraselas sin habitantes ni vehículos a punto tal que infiérese que es como si los moradores de la urbe hubiesen claudicado mientras cada una de las históricas vías del centro de Cuenca poseen personalidad propia o una aura particular que encandila el alma de quienes obsérvanlas con ánimo contemplativo. Exempli gratia, la calle Estévez de Toral, a la altura de la Bolívar, tiene per se una mistérica sensación que vuélvela inconfundible de entre todas cuantas podémoslas describir con acrimonia in via veritatis.


Semper ídem, la calle Gran Colombia, en focal mirada hacia el templo del Corazón de Jesús, rumbo al poniente, luce cual si hubiere sido objeto de una galopante devastación ante la cual atónitos o absortos mirámosla como una via dolorosa en donde una terribilis diáspora hubiere expulsado a sus habitantes a un deprimente exilio.


Ni qué decir tiene de la calle Presidente Córdova que, sin vehículos y personas, reluce luminiscente bajo el sol canicular de marzo que alumbra con sus fulgurantes rayos la piedra andesita de la peculiar vía para mostrarla sorprendente y cálida sin que por ello la calle pierda su timorata condición a causa del confinamiento.






En todo el centro histórico sus viejas calles de piedra lucen deshabitadas a cualquier hora del día debido a la campaña «Quédate en casa», en el obligatorio confinamiento que el estado de excepción impuso en el Ecuador para enfrentar la emergencia sanitaria de combate al nefasto Corona virus. Quid pro quo, esta singular medida ha permitido que descúbrase una nueva imagen de la urbe, la «Cuenca fantasmagórica», pues, qué duda cabe, su histórico centro parece en estos días un espeluznante sitio en donde solo los fantasmas tienen cabida en el infernal mundo de los espíritus malignos.



Y a la altura del antiguo teatro Cuenca, en la calle Padre Aguirre, sector de la iglesia de Santo Domingo, el escenario de desolación es el mismo. No obstante, la ausencia de gente permite mirar la ruta cual minúsculo jardín florido in urbe nostra ora por la presencia de los fresnos cuyas doradas flores relucen esplendorosas en el singular paisaje verde que percíbese, ora por la mayestática presencia de uno de los más grandes ejemplares de álamos, de la especie Populus nigra, que existen en la urbe.


Ad finem, al concluir este jardín, en la esquina de la plazoleta de Santo Domingo, contémplase la calle Gran Colombia en una estrafalaria faz cual si fuese un elongado pasadizo que expavécenos de profundis por su condición de infame abandono y ostracismo.


Anima nostra meminisce horret/ Nuestra alma horrorízase al recordarlo es lo que puédese decir cuando dos cuadras más al oriente el panorama es aún más estremecedor pues es a la altura de la antigua Escuela Central donde la calle Gran Colombia muéstrase, ex integro, cómo fue herida in aeternum con las rieles del tranvía, las cuales son los únicos elementos que resaltan en la imagen que deja ver, ex tota claritas/ con toda claridad, la audaz vileza de este invento con el que Cuenca está siendo atropellada gracias a las rabulescas manipulaciones de sus últimos alcaldes pues debajo de tales rieles ha corrido la más nefaria corrupción de zafios y zascandiles personajes que háyanse visto in historia civitatis/ en la historia de la ciudad.


Y la misma sensación de desencanto -ante la extraña como incómoda presencia de las rieles del tranvía- siéntese en la calle Mariscal Lamar que, en su intersección con la presidente Borrero, mírasela también como un callejón sin salida hacia el poniente mientras la ausencia de transeúntes y vehículos permítenos contemplar, in via veritatis, la atrocidad que implicó el proyecto «Tranvía de los Cuatro Ríos» para herir a la Cuenca patrimonial dentro de su casco histórico in patria aequatorianae.


A contrario sensu, en contrapuesto sentido, la calle Lamar parece una vía a las puertas del cielo cual enigmático túnel que hállase herido, ad orientem, con las rieles del tranvía toda vez que la aflicción, la desidia o la decepción son los extraños sentimientos que provócanos la singular vía cuando contémplasela hoy sin transeúntes ni paseantes e incluso sin vehículos y sin el propio tranvía que había empezado ya a realizar sus pruebas de funcionamiento antes del advenimiento de la mortífera pandemia del devastador Corona virus.



In via tranquilitatis/ En el camino de la tranquilidad, esta plaza artesanal en la esquina de la avenida Huayna Cápac y La República denota con toda lucidez la condición de expolio a la que la urbe parece haber sido sometida en la emergencia sanitaria del infernal Corona virus ora por la ausencia de mercaderes que hacen de ese espacio un rincón de vivificante comercio, ora por la ausencia de visitantes que diariamente transitan por la zona haciéndola un punto referencial de la actividad mercantil cuencana tan venida a menos en este tedioso y angustiante confinamiento.



La Chola Cuencana es todo el tiempo el citadino epicentro donde el tráfico fluye más intensamente y los viandantes circulan en todas las direcciones a los cuatro puntos cardinales de la Atenas del Ecuador, pero qué raro resúltanos contemplar ahora este lugar como un inactivo sitio donde el silencio anida la pesadumbre enquístase y la quietud aflora in via calamitatis/ en el camino de la calamidad.



La avenida Huayna Cápac, por su parte, bulliciosa in extremis todo el tiempo, perdió su condición de nervio motriz para la diaria circulación de vehículos y personas y hoy obsérvasela cual si fuese un tranquilo malecón donde el «tedium vitae» ha héchola presa del desencanto y la aflicción.


El Parque de la Paz, contiguo al cementerio patrimonial de Cuenca, es otro ejemplo de artificiosa quietud en la aventura del maligno Corona virus viéndoselo como un extraño e ignoto punto de la urbe donde el desaliento y la desidia parecen agostar toda esperanza in hora mortis nostrae/ en la hora de nuestra muerte cuando el maleficio del Corona virus ronda nuestras vidas y horroriza a nuestras almas adversum tranquilitatis.






El aislamiento de Cuenca cobra intensidad profunda en el obligatorio confinamiento del estado de excepción en que vivimos cuando tanto el terminal terrestre cuanto el terminal aéreo perdieron su bullicioso ajetreo y febricitante actividad para ser mirados como lugares en desolación plena y fatídico abandono con la amarillez y el quebranto que solo puede producir el dolor. Las sensaciones que prodígannos estos dos sitios neurálgicos de la vida cuencana fulguran estrepitosas en un estado de desesperante ansiedad por el que las imágenes que regístranlos ni siquiera como postales turísticas provocan atracción y encanto in vita communitatis/ en la vida de la comunidad.



La avenida España, que diariamente es una arteria donde el tráfico nunca desfallece, hoy no es más que una larguísima vía que configúrase ad infinitum cual si fuese un triste deambulatorio que llévanos a ignotos rumbos donde el desencanto hácenos  víctimas del tedio y estupor.



Igual acontece, in via tristitiae/ en la vía de la tristeza, con las callejuelas que por tales sitios septentrionales y orientales de Cuenca son como las rutas de acceso o salida para las  avenidas España o Gil Ramírez Dávalos otrora vivificantes hasta los exacerbados límites de la febril circulación vehicular.


Un entrañable rincón citadino hacia la calle Vargas Machuca y Héroes de Verdeloma, en la zona septentrional de Cuenca, devélase aislado y marginal en una soleada tarde marcial a causa de la maliciosa visita del Corona virus pues ni el tráfico vehicular hácese presente ni los usuales caminantes del sector transitan por la avenida que muéstrase, no obstante, colorida como «causa nostrae laetitiae» o «causa de nuestra alegría».






Huelga decir también que en El Ejido, otro de los neurálgicos sitios de la Cuenca moderna, las vistas de la ciudad amada son extremadamente aflictivas por la ausencia de personas y vehículos. Ad exemplum, en la avenida Solano, mirada desde la colina de la Virgen de Bronce, el panorama es de suplicio y soledad extrema pues, como nunca, la amplia avenida reluce desolada a máxima ad minima sin un viandante ni un solo vehículo, lo cual permite contemplar al menos la lindeza del verdor de sus árboles de la especie Schinus molle, mayoritariamente poblados en la zona, junto a los álamos de la especie Populus nigra, los cuales hacen de la vía una auténtica alameda por la que cualquier caminata es encantadora ad súmmum.





In tertio millenio adveniente, la Cuenca fantasmagórica ha podídose descubrir gracias a la visita del apocalíptico Corona virus y el confinamiento al que los cuencanos hémonos visto obligados por la cuarentena y el estado de excepción impuestos en la patria por el gobierno nacional. Si no fuera por estas excepcionales circunstancias jamás habríamos tenido oportunidad alguna para mirar cómo la «ciudad cargada de alma» extravió su alma desde el día de los idus de marzo del año del Señor de 2020 pues la reclusión forzada de los cuencanos y los habitantes de la capital de la morlaquía en sus casas produjo que como nunca antes in historia nostra la amada urbe perdiera ipso facto el intenso tráfico vehicular que diariamente conflictúase en verdaderos atolladeros, mientras las calles, parques y plazas de la capital azuaya han podídose contemplar sin  viandantes, paseantes ni circunstantes que hacen de la urbe, diem per diem, un sitio singular de naturaleza y vida plena, apud flumina Tomebamba et in patria aequatorianae sicut erat in principio et nunc et semper et in saecula saeculorum.

Diego Demetrio Orellana
Datum Conchae, mensis martii, die XXX, currentis Anno Domini MMXX, in octava Dominica de Passione Domini.

OPINIONES CIUDADANAS

  • Excelente documental y boletín de la fantasmal y desolada Cuenca de los ríos en tiempos de la plandemia.

  • Dario Cervantes Analysis Después de leer esta extraordinaria descripción de la Atenas del Ecuador en tiempos de virus no puedo sino recomendar su lectura indicando justamente que es una excelente forma de soportar el encierro alimentando nuestro conocimiento y desarrollando imágenes de un realismo descriptivo y mágico enredo con facetas de tinte político, turístico y filosófico... Felicitaciones a Diego Demetrio por la producción de este ensayo que ayuda a comprender nuestra relación con la urbe ... También debemos sentarnos a mirar su soledad, nosotros sin ella, ella sin nosotros, saborearla y respetarla, conservarla porque en realidad somos parte de ella. Ayudar a corregir sus defectos, entender también sus virtudes. En fin, una lectura que nos hace conocer las vías de la soledad de todas las urbes del planeta y las particularidades de Cuenca como el fatídico tranvía que atraviesa los cuatro ríos... Gracias Diego por deleitarnos con la magia de tu descripción, lenguaje e ilustraciones visuales Ha sido un lindo viaje leer tu ensayo.
  • Ivan Patricio Alvarez Chacon Felicitaciones Diego por ese trabajo increíble; el mismo que quedará en la memoria de los cuencanos.


  • Eddie Jumbo Chévere; me enorgullece tener panas así, con esa sapiencia y elocuencia intelectual...Un abrazo en tiempo de corona...
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