POR: BOLÍVAR SÁNCHEZ ORELLANA
Conocido es que la etapa de vida adolescente y juvenil por causas biológicas y de otra índole es la edad más difícil en cuanto a disciplina, estudio y obediencia. Es el caso de este joven en aquellos años tempranos cuando ingresó al colegio jesuita Rafael Borja.
El colegio era nombrado en la ciudad por su disciplina extrema; no había cómo retrasarse en el ingreso porque la asistencia, según los educadores, debía ser puntual y no segundos después. Una vez cerrado el portón no se abría sino terminada la jornada; también el colegio era conocido por su rigor en la enseñanza y conducta en el interior del plantel, que en ese entonces funcionaba en la calle Bolívar y Benigno Malo, en el viejo edificio del seminario San Luis.
La
inquietud le era connatural a este joven que no se contentaba casi con nada y
su curiosidad y deseo de ser integrante de las travesuras propias de la edad
con los amigos le hacían que esté en diferentes lugares en el mismo día
causando molestias y aprehensiones en los padres y demás familiares por no
llegar a sus obligaciones en el horario requerido.
El plantel docente lo integraban algunos sacerdotes jesuitas españoles, en menor número que al establecerse en la ciudad, nueve años antes de mi ingreso, entre los cuales menciono al padre Antonio Pagán, SJ; el padre Jesús Aliaga, SJ., el padre Cristóbal Sánchez, SJ. y al P. De Clippelier, SJ De los nacionales recuerdo a Alfonso Villalba, SJ; Efraín Rivadeneira, Alberto Carrasco, Flor, Oswaldo Romero, Alfonso López, Benigno Chiriboga, y como hermanos coadjutores a Egidio Fierro, SJ, hermano Arias, todos profesores del joven, ejerciendo el rectorado el padre Benigno Chiriboga, SJ.
De los nombrados ejercieron la prefectura los padres Jesús Aliaga y Alfonso López, quienes estaban a cargo de la disciplina y conducta de los alumnos, ejerciéndolo con mucha severidad, exagerando tal vez su obligación.
Hago hincapié en esto porque es fácil deducir que el adolescente sufría amonestaciones casi todos los días y una que otra penitencia que las cumplía luego de la jornada vespertina, las que consistían en permanecer de pie media hora o una hora, en absoluto silencio, con frente a la pared, sanción que se iniciaba a las 5 p.m, hora de salida. También, en esto recuerdo la rigidez del P. Efraín Rivadeneira, SJ.
En esta memoria quiero referirme, de manera especial, al padre Jesús Aliaga, que entiendo dialogó con mi padre al matricularme anticipándole que era una persona díscola y rebelde, lo que motivó ser requerido en la prefectura por tres ocasiones en presencia de mi progenitor; el propósito era recordar que estaban pendientes de mi comportamiento, actos que consideraba yo era una disciplina estilo germana que motivó en mi mente la idea de viajar a otra ciudad para liberarme de estas normas que eran verdaderas ataduras.
Cursaba el segundo año de colegio y faltando días para los exámenes finales que se realizaban en el mes de julio fui llamado a presencia del prefecto. Una vez ante él, el P. Jesús Aliaga me dijo que estaba suspendido en dos materias por conducta: Literatura Universal y Química y que debía rendir los exámenes, como los demás suspendidos y aplazados, por no haber acumulado los puntos reglamentarios en los tres trimestres sumados por aprovechamiento, en los primeros días de octubre. Pretendí reclamar pero fue imposible. No sé si me equivoque pero creo que fui el único alumno en toda su historia que sufrió la postergación del examen final, sanción -que me disculpen los padres- muy exagerada como medida disciplinaria.
Llegó el siguiente año y ya en tercer curso el joven siguió con su conducta de siempre; pasado algunos meses de iniciado el nuevo año, en presencia de todos los compañeros de curso, el padre Aliaga le dijo: «te estás ganando nuevamente la suspensión de materias como el año pasado. Parece que no te desagrada»; ante esta advertencia, el adolescente tuvo que hacer esfuerzos para comportarse debidamente. Finalizó el curso y no fue cumplida la amonestación mencionada.