El 21 de febrero de cada año se celebra el Día Mundial de la Lengua Materna. Para nosotros, en efecto, es por ello, el «DÍA MUNDIAL DEL CASTELLANO».
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Esta celebración fue proclamada por la Conferencia General de la UNESCO en noviembre de 1999. Anualmente, desde febrero de 2000, esta fecha es observada con el objetivo de promover el multilingüismo y la diversidad cultural.
Las lenguas son, de profundis, el instrumento de mayor alcance para la preservación y el desarrollo de nuestro patrimonio cultural tangible e intangible, dice la UNESCO. Toda iniciativa para promover la difusión de las lenguas maternas servirá no sólo para incentivar la diversidad lingüística y la educación multilingüe, sino también, a fortiori, para crear mayor conciencia sobre las tradiciones lingüísticas y culturales del mundo e inspirar a la solidaridad basada en el entendimiento, la tolerancia y el diálogo.
Al igual que las especies animales en vías de extinción, los idiomas están desapareciendo rápidamente y necesitan nuestra dedicación e interés para mantenerlos vivos. La UNESCO considera que antes había entre 7.000 y 8.000 idiomas diferentes. Hoy día muy pocas personas hablan la mayoría de los 6.000 idiomas conocidos en todo el mundo. La mitad de los idiomas actuales tienen menos de 10.000 hablantes por lo que corren el peligro de desaparecer, y la cuarta parte menos de 1.000. Los expertos sostienen que el 4% de la población habla el 96% de las lenguas existentes. Ex admirationem, un dato a tener en cuenta es que en la actualidad cada quince días se extingue una lengua.
Concordet historica veritas, su origen se pierde en las brumas del tiempo, pero se trata de un idioma que cuenta ya con más de 1.000 años de esplendente historia. In stricta veritas, para los lingüistas de todos los tiempos, ha sido un gran desafío ponerle fecha y lugar de nacimiento a nuestra hermosa lengua de Castilla.
Estos documentos, semper admirabilis, fueron guardados desde el siglo XI. In illo tempore, se escribieron en los monasterios de Santo Domingo de Silos y San Millán de la Cogolla. Aquellos manuscritos que se conservan en Silos se los llama «Glosas Silentes», mientras que los que se conservan en San Millán de la Cogolla son conocidos como «Glosas Emilianenses».
Post factum, existe hoy un nuevo estudio del Instituto de la Lengua de Castilla y León, dirigido por Gonzalo Santonja, el cual adelanta las primeras palabras del español más de un siglo atrás de las glosas emilianenses y silenses.
Los descubrimientos de Santonja señalan a los Cartularios de Valpuesta como la expresión escrita más antigua del Castellano, que dataría del siglo IX. Llámase cartulario a un documento escrito por dos o tres personas a lo largo del tiempo; sin embargo, cum altera significationem, en este caso concreto, el término ha sido utilizado para nombrar a un compendio de documentos.
La investigación demuestra que los escritos cartularios fueron realizados durante diversos momentos por más de una treintena de personas. Este hecho vuelve difícil determinar, cum accurata diligentia, la mano que elaboró cada uno de estos textos y el momento en el que se fueron modificando.
Quienes defienden que los cartularios serían los primigenios textos escritos en Castellano, se oponen a los «localismos» que vinculan el nacimiento del idioma a un monasterio concreto, pues las lenguas son del pueblo y todas nacen en la calle, por lo que se cuestiona que se diga que nuestro idioma nació en tal o cual monasterio. No obstante, lo que queda claro, sicut lumen in coelum, es que en los monasterios se hizo el primer registro de la lengua de Castilla.
Hasta la actualidad se apuntaba a las glosas como el texto fundacional del Castellano. Dichas glosas tenían una finalidad explicativa y buscaban aclarar el significado de algunos pasajes de textos latinos, como el llamado «Códice Aemilianensis», a través de los cuales los monjes pretendían acercar al pueblo llano la lengua que éste ya hablaba: el Castellano.
Las glosas emilianenses se guardaban en San Millán de la Cogolla, en La Rioja, por entonces parte del Reino de Navarra, lo que las convirtió en excepcionales, ya que contenían apuntes en Castellano, Euskera y Latín.
Hace mil años, entre los siglos X y XI, en el scriptorium de San Millán de la Cogolla, el amanuense Muño, que copiaba un códice latino, escribió al margen de una página la siguiente oración: «Cono aiutorio de nuestro dueno dueno Christo, dueno salbatore...».
Cuenta la Historia que esta jaculatoria debía de saberse de memoria por parte de los monjes y su traducción al Castellano moderno es: «Con la ayuda de nuestro Señor Don Cristo Don Salvador...».
Para escribirla, Muño empleó una lengua romance, seguramente «un dialecto riojano o altorriojano», el cual se derivaba ya de la inmortal lengua latina. Son estas inocentes anotaciones las que han llegado a ser consideradas como el primer testimonio escrito del que se tiene noticia acerca de un dialecto romance hispánico medieval; es decir, la lengua que ya no es Latín, hablada por el pueblo llano en la alta Edad Media.
El Códice 60, que contiene ésta y muchas otras glosas más, es uno de los setenta códices procedentes del monasterio de San Millán, custodiados hoy en Madrid por la Real Academia de la Historia (RAH), la cual los conserva, desde mediados del siglo XIX, como uno de los mayores tesoros de su biblioteca.
Es igualmente, a fortiori, un símbolo de La Rioja, orgullosa cuna de la lengua. Desde 1978, el Ayuntamiento de La Rioja viene reclamando la devolución de este códice, junto con los glosarios 31 y 46, que son también de gran trascendencia filológica. Mas la Academia se ha negado a devolverlos, sin atender a los cambios obrados en los últimos años, desde la declaración de San Millán como Patrimonio de la Humanidad en 1997 y la puesta en marcha de Cilengua (Centro Internacional de Investigación de la Lengua Española), que reúne las condiciones para la custodia, conservación y estudio de tales documentos.
Era la España del siglo XIX, con gobiernos inestables que se sucedían derogando lo dispuesto por el anterior. Mas esto no fue causa para que regresaran a San Millán los viejos manuscritos confiscados, per fas et per nefas, en los que los desamortizadores esperaban encontrar títulos de propiedad de la Iglesia, cuando en realidad escondían otro gran tesoro todavía por descubrir.
Efectivamente, uno de los aspectos de la desamortización de bienes eclesiásticos por el Estado español en el siglo XIX fue la incautación de gran cantidad de archivos monásticos, catedralicios, etcétera, de distinta procedencia a los que asignaron —como a otros muchos bienes muebles e inmuebles— destinos distintos. Entre las adjudicaciones se encontraba un largo corpus de documentos que dio origen al Archivo Histórico Nacional de España. A posteriori, una importante serie de libros y documentos antiguos fue entregada a la Biblioteca de la Real Academia de la Historia (RAH) en Madrid «como entidad cualificada para su custodia y aprovechamiento científico».
En este lote se hallaban documentos procedentes de los monasterios benedictinos de San Millán de la Cogolla y San Pedro de Cardeña. Casi setenta son los códices emilianenses que allí ingresaron (códices del 1 al 64 y del 118 al 120, según la numeración con que fueron registrados al ingresar).
Si no hubiese sido por esta circunstancia podrían haber desaparecido o incinerarse en la hoguera aquellos legajos que no tuvieron el valor que esperaban los políticos de la época.
Mas, fiat lux, fue allí donde aguardaron silenciosamente para que su verdadero valor fuera descubierto en 1911, cuando el académico Manuel Gómez Moreno transcribió alrededor de mil glosas interlineales y marginales del Códice 60 y se las envió a su colega, el gran lingüista Ramón Menéndez Pidal.
Ergo, al cabo de nueve siglos, las viejas palabras de Muño pudieron ser descifradas por este eminente filólogo que supo entender su significado y su singularísimo valor filológico, cultural e histórico. «En estas Glosas Emilianenses —sentenció el eminente medievalista— vemos el habla riojana del siglo X muy impregnada de los caracteres navarro- aragoneses». Era la clave del origen de aquella primera lengua romance que ya no era latín y que habría de convertirse en la hermosa e incomparable lengua de Castilla.
«El primer vagido de la lengua española es, pues, una oración», afirmaría, in illo tempore, el filólogo Dámaso Alonso. Por supuesto, la referencia era hacia la sencilla jaculatoria de Muño ya descrita ut supra.
Valiosos investigadores como Rafael Lapesa, Emilio Alarcos o Manuel Alvar hablaron de lo que hasta hoy se reconoce como el «acta de nacimiento de la lengua de Castilla». Lo cual fue un hecho prodigioso, gracias al estudio de los otros códices emilianenses, en los que subyacen glosas de otros copistas del scriptorium medieval: Albinus, Atiltus, Andreas Darmarios, Dominicus, Emilianus, Enneco Garseani, Eximino Archipresbiter, Moterrafe, Pedro, Petrus Abbas, Quisius, Juan Sánchez de Villoria, Trinitarius Presbiter... Los hermanos de Munnius, quienes, gratis et amore, se empeñaron en copiar manuscritos y, cuando tenían dificultades para la comprensión de un texto latino, lo glosaban en el habla del pueblo llano o redactaban auténticos diccionarios enciclopédicos, como el Códice 46.
En la famosa obra El escriba y el rey, del escritor riojano Demetrio Guinea, se lee un curioso relato escrito por un monje medieval: «Por voluntad del Todopoderoso devine monje calígrafo en el celebrado scriptorium de aquella abadía millanense (...) y dediqueme junto a mis hermanos en la caridad de Cristo, puestos en comunión bajo la regla monástica de San Benito de Nursia, a la reproducción de las obras vertidas por nuestros egregios predecesores en la religión cristiana, aquellos sobre cuyo piadoso numen infundió el Altísimo su inspirado soplo para el más elevado brillo de su verdad eterna e imperecedera».
Este testimonio habrían de sentir como propio, ad infinitum, aquellos primitivos notarios del alumbramiento idiomático de la lengua de Castilla in aeternum.
En1977, se celebró en San Millán el «Milenario de la Lengua de Castilla», Veinte años después, los monasterios de San Millán de la Cogolla fueron declarados Patrimonio Cultural de la Humanidad. A raíz de entonces se acometió una profunda restauración monumental de Yuso y Suso y, a partir de la Fundación San Millán de la Cogolla, su puso en marcha Cilengua (Centro Internacional de Investigación de la Lengua Española), heredero del esplendor cultural del scriptorium medieval.
La devolución de las Glosas Emilianenses, de aquel Códice 60 y de otros glosarios como el 31 y el 46, es un deseo muy sentido, ex tota fortitudine, para los habitantes de La Rioja, pues esos históricos documentos constituyen el más importante símbolo de la maravillosa lengua de Castilla, idioma del que los escritores castizos nos sentimos orgullosos cuando corroboramos su mundialización, sicut erat in principio et nunc et semper, en un momento de la historia en que es hablado ya por casi 500 millones de habitantes en todo el planeta. La RAH siempre se ha negado a devolver los códices argumentando que San Millán no reunía las condiciones necesarias de seguridad para custodiar unos documentos de tanta valía.
El pasado año 2009, el Gobierno de La Rioja volvió a pedir su «depósito temporal». Pero en vano; la Academia que tanto aprecia este tesoro, no lo cede. Y a ese lugar de la palabra que es San Millán le siguen faltando sus palabras primeras, aquéllas que escribiera un buen día de hace mil años el notario Muño, ex toto corde et singularis sinceritas, con una sorprendente veneración y amor por su noble oficio: «Cono aiutorio de nuestro dueno dueno Christo, dueno salbatore...».
Se puede columbrar entonces que la lengua de Castilla ha sobrevivido, haciéndose cada vez más fuerte in saecula saeculorum.
Cuenta la Historia, por ejemplo, que en tiempos de Carlos V, Emperador de Alemania y Rey de España, al mirar cómo la lengua de Castilla había cruzado los mares, con la conquista española, adquiriendo un puesto de preeminente valor cultural y político, se expresaba cum gratia copiosa et admirationem: «Habla a Dios en Castellano, a los hombres en Francés, a tu musa en Italiano, a tu lebrel en inglés y a tu caballo en germano», lo cual, in spiritus et veritas, denotaba que la lengua de Castilla era un idioma sumamente importante durante el siglo XVI, gracias a las expediciones hispanas por los mares del mundo.
Pero para llegar a esta época de gloria, habremos de decir que el Castellano, no obstante, empezó siendo un idioma muy pequeño en el centro de la península ibérica, en Castilla y León, para luego ser la lengua de toda España y, allende los mares, Deo gratias, devenir en el idioma de toda América, hasta que ahora, ad bismillesimus decimus annus, se está expandiendo copiosamente en los Estados Unidos.
La prodigiosa expansión de la inigualable lengua de Castilla se debe a varios factores, uno de ellos es, ipso facto, su estructura simple que hace muy fácil pasar del idioma hablado al escrito, a diferencia de otros idiomas como el Francés y el Inglés, cuya fonética y gramática varían mucho.