Admirabilis et æterna, Santa Ana de los Ríos de Cuenca es una urbe que devélase atractiva
hasta en sus más recónditos rincones, pues todo sitio es per se un lugar en donde quienquiera extasíase in excelsis ante la innata belleza de una ciudad que sorprende y
encanta a todos cuantos la observan con ánimo contemplativo. Y más allá de las
imágenes típicamente difundidas de la ciudad amada, bellos rincones que
resultan desconocidos o simplemente ignorados por los propios habitantes de la
urbe patrimonial atrapan las acuciosas miradas por las que estos insólitos
lugares confírmannos, in veritas semper
fidelis, que Cuenca es hermosa a
nativitate en los ignotos espacios de su maravilloso campus urbano.
Foto del R.P. Iván Lucero, S.J.
PRIMA. El
primero de estos rincones es, ad exemplum,
el jardín posterior del antiguo seminario «San Luis», hoy restaurado con una fuente
de agua central y simétricos espacios verdes con blancos cenesios y rojas begonias
que entremézclanse con pequeños cipreses verde claro, mientras el césped
complementa la natural cromática de las plantas para cautivar la mirada ipso facto, teniendo en el horizonte la
mayestática presencia de la Catedral de la Inmaculada Concepción que, con sus cúpulas
azuladas, yérguese sobre los techos del claustro en un ángulo poco conocido
para la mayoría de ciudadanos y turistas que circulan por la zona.
El sitio está
cargado de historia. Ab initio, era
el segundo patio del seminario «San Luis» y desde 1939 a 1956 el local fue la
sede del colegio «Rafael Borja», de la Compañía de Jesús, orden religiosa de los
padres jesuitas, quienes ocuparon este local por un comodato con la curia
diocesana de Cuenca. Ad interim,
desde 1946, aquí fundóse el Pensionado «San Francisco de Borja», la escuela
primaria de los sacerdotes jesuitas. En octubre de 1956 el colegio trasladóse a
su propio local de Pumapungo, donde hoy encuéntranse el Banco Central del
Ecuador y el Ministerio de Cultura, y el Pensionado Borja siguió funcionando en
este patio hasta 1957, cuando mudóse por dos años a la casa «San Miguel», en el
lugar en que hoy levántase el hotel «El Dorado», para luego establecerse detrás
de la iglesia del Santo Cenáculo desde 1959, en donde hubo de permanecer 26
años hasta 1985, en que radicóse en su actual campus de Baños. Entre la década
de 1960 y los primeros años del siglo XXI este patio fue parte de las instituciones
educativas de la Universidad Católica de Cuenca y en la actualidad aquí
funcionan varias dependencias de la curia arquidiocesana, exempli gratia la Radio Católica, que desarrolla una amplia labor in communitate nostra.
SECUNDA.
Otro ignoto sitio de Cuenca es la torre de la iglesia del asilo «Cristo Rey» y
para contemplarla a máxima ad minima
ingrésase al interior del ancianato. Trátase de un elemento arquitectónico y espectacular,
de estilo ecléctico y características románicas y renacentistas, todo de
ladrillo visto, mármol y cerámica cual si fuese un templo europeo que apréciase
extraño y sorpresivo para todos, siendo un tesoro arquitectónico que débese conservar
in aeternum. Una joven Araucaria excelsa mírase elegante en el
espacio verde contiguo a un sui generis
torreón circular de ladrillo visto, que hállase adosado a la torre principal. Una
escultura de San José, en mármol, apréciase en la base de la edificación que
yérguese esbelta hasta mostrar en la torre, entre la cerámica lacre de la parte
superior, un mural de Christus, Regem
Universorum con el que indícase taxativamente que el templo está dedicado a
Cristo, Rey del Universo, desde la
década de 1940 cuando concluyóse la edificación religiosa de esta tradicional
casa de ancianos fundada por el P. Miguel Castro y Florencia Astudillo
Valdivieso secundum historica veritas.
TERTIA. El
jardín interior de la Mansión Alcázar, la antigua casa Cordero, en el barrio
del Santo Cenáculo, nos recuerda ipso
facto al típico huerto de antaño de las viejas casas en Cuenca, urbis semper amata.
Allí creció un trío
de cocos negros de los Andes, las palmeras icónicas de la «Atenas del Ecuador»,
que en la Botánica son de la especie Parajubea
cocoides, las cuales comparten una de las esquinas del huerto con un legendario
tocte o nogal cuencano, especie que para los cañaris fue un árbol totémico par excellence. Hoy, el huerto es la
cafetería del hotel y, por la preciosa naturaleza que la exorna, resulta
acogedora para todos los circunstantes que llegan hasta el local para descansar
o departir in amicitia semper singularis/
en amistad siempre singular.
El antiguo
huerto tiene vistas únicas y desde cualquier ángulo nos remite a las
entrañables imágenes que los cuencanos guardamos en nuestra memoria sobre las
casas solariegas de patio, traspatio y huerto, las que han sido emblemáticas ab aeterno en el casco histórico de la
urbe, que declaróse por la UNESCO, en 1999, como «Patrimonio Cultural de la Humanidad».
QUARTA. El jardín interior del claustro
principal del convento de San Francisco es otro rarísimo espacio urbano que no
todos los habitantes de la morlaquía conócenlo y presenta una especial
atmósfera en un lugar en que respírase mucha historia, pues en este antiguo
convento franciscano vivió Fray Vicente Solano, figura epónima del periodismo y
el mundo intelectual cuencano en el siglo XIX.
El ambiente
espiritual que invita al recato permítenos imaginar in situ el auténtico lugar en el que el sabio franciscano
desarrolló su vida intelectual y religiosa hasta volverse un pozo de sabiduría apud flumina Tomebamba.
QUINTA. Por
su parte, el claustro del convento de San José de El Vecino, de la comunidad
mercedaria de Cuenca, representa un rincón morlaco pletórico de originalidad y
rareza. La edificación erigióse en la década de 1940 como una réplica del
convento máximo de la Merced de Quito, gracias a la sensibilidad de fray
Alfonso María Argoti, OM, un benemérito mercedario que pensó, para el claustro,
en una mística atmósfera que tiene como fondo a la vieja torre de la iglesia de
San José.
Así, el claustro
configura, ad sollemnitatem, un
escenario armónico con un patio en medio de un convento de dos plantas, con
arcos simétricamente dispuestos para exornar de belleza y encanto a este
insólito ambiente in conchensis urbe,
mientras las especies vegetales allí cultivadas vuélvenlo un sitio atractivo en
una ciudad que revela su hermosura hasta en los íntimos recovecos de sus edificaciones
patrimoniales in veritatis splendor.
SEXTA. Un
campanario poco conocido ab intra, en
la capital azuaya, es aquel de la Catedral Vieja, desde donde puédese
contemplar el parque «Abdón Calderón» en un precioso ángulo que sublima el alma
de quien llega a este bello lugar que aloja la campana más antigua de Cuenca,
bautizada con el nombre de Santa Ana y en cuya inscripción epigráfica léese grabado
el año «1681», como puédese ver ut supra
en la fotografía, por lo que trátase de un histórico elemento de 334 años de
antigüedad.
Pero también,
este campanario posee otra vieja campana del año 1711, la cual tiene hoy 304
años y es la segunda más antigua de Cuenca. Trátase de una campana jesuitica de
la iglesia de la Compañía de Jesús que, en la época colonial, encontrábase, ad gloriam Dei, en la actual calle Padre
Aguirre, entre las también actuales arterias Simón Bolívar y Mariscal Sucre. En
esta iglesia hoy desaparecida localizábase este objeto que seguramente fue
llevado a la vieja catedral cuando derribóse la antigua iglesia de la Compañía
de Jesús para erigir la catedral de la Inmaculada Concepción o Catedral Nueva
en el año del Señor de 1885.
Vista de la Catedral de la Inmaculada desde el campanario de la Catedral Vieja
Justamente, la
primera piedra del nuevo templo catedralicio de Cuenca colocóse un año después,
el 12 de diciembre de 1886, por lo que infiérese que desde esta época la
campana habráse colocado en el campanario de la Catedral Vieja. El obispo de
Cuenca reinante en dicho año era Monseñor Miguel León y Garrido y debió ser él
quien decidió llevar a la antigua catedral este elemento que tiene una leyenda
que léese de verbo ad verbum: «SAN
IGNACIO. ORA PRO NOBIS». Como sábese, san Ignacio de Loyola es el fundador de
los jesuitas y tal inscripción indica el nombre de la campana, que no tenía por
qué bautizarse así si no fuese porque perteneció a la iglesia ignaciana de la
que hemos hablado ut supra. En otra
de sus caras hállase grabado el anagrama de la Compañía de Jesús, la orden
religiosa de los jesuitas, conformado por las siglas: «IHS» que, en la
sempiterna y culta lengua latina, significa: «Iesus, Hominum Salvator» y en nuestra maravillosa lengua de
Castilla tradúcese como: «Jesús, Salvador
de los hombres». El identitario distintivo de la Compañía de Jesús no tuvo
por qué haber sido grabado si no fuese porque la campana era de pertenencia de
los beneméritos padres jesuitas en la Cuenca colonial.
SEPTIMA. De
los monasterios de vida contemplativa existentes en la Cuenca patrimonial
distínguese admirabilis et originalis
el Carmen Alto o Carmen de la Asunción, cuyo jardín principal es magnificente a capite ad calcem, pues desde el mismo
obsérvase una de las más hermosas vistas de la catedral de la Inmaculada, en un
aire recoleto que invita a la meditación perpetua, con grandes plantas y
preciosas flores circundantes a una centenaria fuente de alabastro que asómase
elegante en este sui generis rincón carmelitano
ad gloriam Dei.
OCTAVA. A similis, del mismo modo, el monasterio
de las Conceptas posee en su interior un original jardín, más sencillo que aquel
del Carmelo pero no menos esplendente, con plantas y flores delicadamente
cuidadas ab aeterno por las monjas
franciscanas de la Inmaculada Concepción fundadas por Santa Beatriz de Silva y
conocidas in universa Terra como «conceptas»
o «concepcionistas». El verde excelso del espacio contemplativo confróntase con
la espadaña de la iglesia, amabilis et
singularis in Concha, urbis semper veneranda.
NONA. Y
en el local adyacente al claustro, que desde 1986 conforma el Museo de las
Conceptas, tenemos un típico fogón de antaño, particular de las antiguas casas
de la capital de la morlaquía, en un simpático escenario que caracterízase por
su originalidad y autenticidad in
simplicitas et grata contemplationem.
DECIMA. Inmediatamente,
junto al curioso fogón, el museo exhibe un misterioso jardín en donde, in excelsis, obsérvase un clásico nogal
de la especie Juglans Neotropica Nils
de majestuoso porte, rodeado de unas plantas de chamburo, unas achiras y un
arbusto no reconocido por el autor de estas líneas, mientras en el suelo confúndense,
con las piedrecillas del jardín, los frutos del gigantesco árbol caídos por
todo el espacio y aún con sus drupas carnosas que poseen un tinte que percútese
in aeternum al manchar la ropa, sin
que exista remedio alguno para desaparecer tales manchas. Una puertecilla abierta
de par y par deja ver en perspectiva otro precioso huerto dentro del mágico
escenario.
DECIMA AC PRIMA. Y justamente, quid
pro quo, como si todo esto fuera poco, este museo exhibe otro rincón único,
con un apacible ambiente, en donde las piedrecillas del suelo parecen integrar
una plataforma para que las plantas prodiguen un toque especial al distinguido
y solariego rincón cuencano.
DECIMA AC SECUNDA. Una vieja campana de 1882, con 133 años de antigüedad, es
el sorprendente detalle de un rincón cuencano quizás nunca descrito y de veras
poco conocido en el claustro de la iglesia de Santo Domingo.
El centenario
elemento hállase en una pequeña glorieta del centro del jardín de cuatro
pilares blancos que sostienen unas viejas vigas y un llamativo techo de tejas,
desde cuyo interior y hacia los cuatro puntos cardinales tiénense curiosas
vistas siempre atractivas gracias a las plantas del jardín, mientras en
perspectiva, al fondo, los corredores del claustro exhiben en sus paredes interesantes
murales con personajes vinculados a la Orden de Predicadores, que así llámase a
la comunidad de padres dominicos in
nostra Sancta Mater Ecclesia. Hasta hace poco a la glorieta rodeábanla 4
preciosos cipreses centenarios, de la especie Cupresus macrocarpa, que lamentablemente han sido derribados por la
poca conciencia patrimonial de los padres dominicos de los actuales tiempos,
quienes sin ninguna razón válida han taládolos dejando huérfano de especies
arbóreas a este bello jardín dominicano de la ciudad amada. Pero más allá del
atropello, la referida glorieta guarda esta vieja campana que es un precioso
detalle de tan peculiar espacio urbano que deberíase preservar in aeternum et pro mundi beneficio.
DECIMA AC TERTIA. Ni qué decir tiene de los jardines del convento de Todos
los Santos, abiertos al público dentro de un complejo que por fatua novelería eliminó
el artículo demostrativo en la expresión «Todos los Santos», dizqué para
distinguirse comercialmente provocando un atentado en contra de nuestra
prodigiosa lengua de Castilla y haciendo el ridículo in communitate nostra. En vez de alterar el idioma con excéntricas
vanidades deberíanse corregir los errores históricos sobre la historia de Todos
los Santos que hállanse en las pancartas que los cuencanos y los turistas
leemos dentro del templo y que las guías repiten ad infinitum, como letanías lauretianas, enseñando los hechos
históricos de este espacio con infamias y mentiras diem per diem.
Mas los jardines
cuidados por la comunidad oblata son ensoñadores y albergan desde centenarios
árboles patrimoniales hasta delicadas plantas sembradas en terrazas en donde
nunca faltan los muros de piedra de río, en camineras que es grato recorrer
cuando se tiene espíritu sensible ante las cosas más sencillas de la vida,
mientras las flores alegran el espacio, Deo
gratias, siendo muchas de ellas medicinales y propias de la ciudad que ha
sido, in saecula saeculorum, el mejor
territorio para el cultivo de especies vegetales ad gloriam Domini.
DECIMA AC QUARTA. En uno de los extremos de la llamada plaza del Farol los
cuencanos tenemos un curioso portón de antaño, que representa el típico
elemento arquitectónico que colocábase desde siempre al ingreso de las quintas
y fincas de la capital de la morlaquía. En ese sitio encontrábase la «Quinta Elsita» y ese singular portón dejóse en el espacio verde como un elemento
icónico de la vieja ciudad, rodeado de árboles de capulíes, también auténticos
de las tierras morlacas y dentro de una atmósfera especialísima de tal rincón cuencano
que casi es imperceptible para el común de los viandantes que circulan por la
zona y que, debido a la falta de capacidad observadora, no reparan en la rara
belleza de este precioso sitio in urbe
nostra.
DECIMA AC QUINTA. Una caminera de adoquines de
piedra andesita escóndese por uno de los vértices laterales de la Virgen de
Bronce, en la Av. Solano. Caminar por el sendero, ad contemplationem, es una grata experiencia si tiénese espíritu
aventurero. Ergo, la caminera tiene
una especial condición natural y un raro atractivo que invita a recorrerla ex integro a cualquier visitante que
circula por la zona con ánimo contemplativo para sentir in situ una curiosa sensación de lo que implica caminar por un
histórico y olvidado sitio en una urbe de fuerte personalidad histórica in patria aequatorianae.
La Virgen de Bronce/ Foto de la Municipalidad de Cuenca
Desde esta
subida accédese a la paradigmática colina que exhibe majestuosa el monumento
conocido como la Virgen de Bronce importado de Alemania en 1904, de la casa Mayer,
cuando celebrábanse las bodas de oro de la proclamación del dogma de la
Inmaculada Concepción por el Santo Padre Pío IX, el papa garciano.
DECIMA AC SEXTA. El jardín posterior del Museo Municipal de Arte Moderno
«Luis Crespo Ordóñez» es un rincón escondido de Cuenca, en donde han crecido maravillosos
árboles autóctonos de la tercera ciudad de la república, entre los que
encuéntranse el Huaillug y el Capulí, junto al Eucaliptus aromático, el Urapán y
unas llamativas palmeras que en conjunto hacen de este lugar un raro rincón
citadino para la contemplación de propios y extraños.
DECIMA AC SEPTIMA. Pero el mismo Museo Municipal de Arte Moderno cuenta con un
pequeño patio escondido en el fondo de la antigua Casa de la Temperancia, en
cuyo centro descúbrese admirabilis et
originalis un canal de piedra que evoca el viejo molino de San Sebastián,
que hallábase cerca de la epónima quebrada conocida in historia nostra con el nombre de Hispanohuaico en donde hoy
encuéntrase la calle Presidente Córdova como límite meridional del predio del
hermoso museo, sede de la Bienal Internacional de Pintura.
DECIMA AC OCTAVA. Un solitario cedro de la especie Cedrella montana, que es un árbol patrimonial, apréciase
esplendente en la Av. Eduardo Malo, como punto referencial de un original
espacio urbano de la ciudad amada.
El hermoso árbol emplázase en compañía de un pequeño nogal y caminar por las
escalinatas que los circundan es deleitarse con la verde naturaleza de un mágico sitio, por lo que trátase de una grata experiencia
que vale la pena vivirla para un caminante que busca descubrir la vera essentia de una urbe que exhibe su
natural hermosura en los sencillos rincones de su campus urbano, que desgraciadamente
parecen ignorarse por quienes niéganse a sentir in corpore presente, en carne propia, los encantos de una añeja
urbe que invita a sublimarse ante su inherente belleza.
DECIMA AC NONA. Para cualquier desprevenido ciudadano los muros exteriores
de la Quinta Bolívar probablemente no signifiquen nada in urbe nostra. Sin embargo, no son casuales pues rememoran los
típicos cercos de piedra y pencas que eran fundamentales de las quintas de
antaño en la capital de la morlaquía. Así puédese corroborar en este sitio, en
donde nótase la encantadora atmósfera de tan espectacular rincón cuencano, que
vuélvese aún más atractivo por la presencia de un rosáceo arupo que para verlo
florido débese esperar la llegada del verano cuencano, por los meses de julio y
agosto, en uno de los centros culturales más importantes con que cuenta la
ciudad «Patrimonio Cultural de la
Humanidad».
VICESIMA. Y,
ex admirationem, en la parte
septentrional de Cuenca, la quebrada de Milchichig ofrece insólitas vistas en
la Ciudadela Católica, como esta sorprendente cascada que produce un
espectáculo maravilloso ad bene plácitum,
con el agua cristalina y cantarina que cae empinada sobre las piedras y
muéstrase espumosa, en un escenario que quienquiera que lo observe no podríase
imaginar que hállase ab intra tan
cerca de la urbe. El verde llano y las florecillas anaranjadas de la planta vulgarmente
conocida como «Ojitos de Susana» u «Ojos de poeta» constituyen, desde el borde,
el sutil detalle de tan esplendoroso e ignoto paisaje para muchos habitantes de
la capital de la morlaquía y para los mismísimos naturales de la zona y los
circunstantes que caminan por tales lares. No obstante, es uno de los rincones
naturales más originales que la esplendorosa Cuenca exhibe urbi et orbi in patria aequatorianae.
VICESIMA AC PRIMA. El sauce llorón es el nombre cuencano del árbol que, in mundum universum, es conocido como Salix babilónica o Sauce de Babilonia. En nuestra historia fue un árbol paradigmático
de una ciudad que erígese sobre el agua y aunque hoy son escasos los sitios en
donde puédese hallarlo copioso, es en el campus del alma mater cuencana, junto a la Facultad de Jurisprudencia, donde
existe un rincón citadino definido por una especial imagen, gracias a unos
elegantes sauces llorones que recuerdan a la Cuenca eterna, donde esta especie
arbórea era el elemento icónico de las campiñas morlacas, especialmente junto a
los ríos cuencanos. Pocos son capaces de apreciar este esplendente espacio
verde pletórico de belleza a causa de estos saucedales que evocan a la vieja
urbe morlaca en su más prístina hermosura.
VICESIMA AC SECUNDA. En una urbe que defínese por el agua debido a
sus cuatro ríos emblemáticos: Tomebamba, Yanuncay, Tarqui y Machángara, las
uniones de estos afluentes son rincones paradisíacos que encantan a quienes
contémplanlas in puris naturalibus/ en puro estado natural. Pero quizás, la
unión de los ríos Tomebamba y Yanuncay, en el Parque del Paraíso, es la más
espectacular de todas en un paisaje en el que resaltan los sauces reales
también conocidos como sauces blancos, de la especie Salix albis o Salix
Humboldtiana.
Sauces piramidales únicos en Cuenca.
Esperemos que no se les ocurra talarlos,
pues desaparecería esta especie arbórea ad vitam aeternam.
VICESIMA AC TERTIA. Y un escondido e ignoto rincón natural de especiales
características en la cuatricentenaria urbe morlaca hállase cerca del parque «Guataná»,
en la calle Yaruquí, entre el Paseo de Guataná y la calle Hucuguiña. El espacio
verde exhibe un singular paisaje porque dentro de él fueron sembrados unos raros
sauces que, la verdad sea dicha, no son profusos in nostra amata urbe. En el Parque del Paraíso también existen
estos árboles en muy contados ejemplares. Por lo tanto, casi están ya
extinguidos ad initium tertio millenio.
Trátanse de unos especímenes arbóreos que, en la Botánica, son de la especie Salix Piramidalis y crecen verticales
sin ser nunca coposos como los sauces reales de la especie Salix Albis o Salix
Humboldtiana, que forman los propios y exuberantes saucedales de los ríos
cuencanos, a los que nos hemos referido en la precedente imagen de la unión de
los ríos Tomebamba y Yanuncay.
Las autoridades
municipales deberían tomar en cuenta que los sauces piramidales de este
atractivo espacio verde, casi colindante con el parque «Guataná», por ningún
motivo deberíanse talar. Es imperioso protegerlos y podríanse constituir en elementos
especialísimos de un original parque cuencano, a la vez que deberíase reproducirlos
para que esta rarísima especie de sauce no desaparezca in communitate nostra. Esta es una llamada de alerta para la
Municipalidad de Cuenca, entidad idónea para preservar las cosas más
identitarias de la capital azuaya, urbis
semper amata et intemerata.
VICESIMA AC QUARTA. Y ciertos lugares bucólicos, mágicos y particularmente
morlacos que aún perviven in urbe nostra,
en amplias zonas completamente urbanizadas, son como oasis que invitan a contemplarse in puris naturalibus/ en puro estado natural. Los tenemos en
nuestras narices y ni cuenta nos damos de su exquisita hermosura. Verbi gratia, junto al puente de la
quebrada de Milchichig, en la parte posterior de la ciudadela Calderón,
apréciase un rincón morlaco en donde yérguense sobre la quebrada profusos
zigzales de la especie Cortaderia sp.
Los preciosos zigzales son como plumas al viento sobre el intenso color verde del llano e invítannos
a pensar que representan, in historia
nostra, algunas de las flores más comunes de la morlaquía ad gloriam Domini, mientras nadie
interésase, al parecer, en caminar por este parque lineal de la quebrada donde
el zigzal aún permanece como una reminiscencia de los típicos paisajes
cuencanos en los que junto con la retama y las rosas de cerco han conformado, ex admirationem, espléndidos escenarios que
hacen de Cuenca una ciudad de auténtica naturaleza.
VICESIMA AC QUINTA. La iglesia de Todos los Santos, que en la actualidad luce
restaurada coram populo, es otro
espacio quizás ignoto para muchos ciudadanos y turistas que no han tenido la
oportunidad de contemplarla en su verdadero esplendor. Una visión interna y
global del templo permite apreciar, cum
accurata diligentia, una esplendorosa pintura mural y tabular, simétricamente
dispuesta con íconos religiosos como el escudo del papa León XIII y símbolos
relativos a la Santa Eucaristía, a escenas bíblicas y motivos florales y vegetales
que producen una grata sensación a la vista en un sitio espiritual par excellence, donde podemos
reencontrarnos con esa esencia espiritual que ha sido como el sino y signo de
la identidad de los cuencanos en una urbe siempre afecta a las grandes manifestaciones
del espíritu.
Contemplare et contemplata allis tradere/ Contemplar y dar a
otros lo contemplado es
lo que hemos querido en estas líneas, cuando Santa Ana de los Ríos de Cuenca
celebra el 458 aniversario de su fundación castellana rindiéndole homenaje
desde este espacio de crítica y opinión cultural, cum respectum et reverentia, haciendo una reseña de los rincones
más insólitos en los que podemos descubrir y amar a la bella urbe castiza de
triple origen cañari, inca y castellano, que muéstrase, diem per diem et admirabilis in aeternum, como un relicario de
hermosura sin par super flumina Tomebamba
in patria nostra.
DIEGO
DEMETRIO ORELLANA
Datum Concha, apud flumina Tomebamba,
mensis aprilis, die XII, Dominica in albis, Anno Dominicae Incarnationis MMXV.