Sicut mysterium noctis in vita civitatis/ Como un misterio de la noche en
la vida de la ciudad, el fantasmagórico ambiente de esta noctámbula imagen refléjanos, a ojos
vista, el telúrico espectro de la Cuenca pandémica en las letárgicas noches de
cuarentena, durante la emergencia sanitaria del Corona virus decretada desde el
14 de marzo del año 2020. El toque de queda que impúsose, en el estado de
excepción, hacía de la urbe un sórdido y desolado campo pareciendo que los
habitantes de la morlaquía patrinquearon adversum libertatis. Con espasmo y
estupor mírase cómo el silencio, la soledad y el dolor envolvían el entorno de
la Plaza Cívica 9 de Octubre -usualmente atestada
de vertiginoso movimiento, ora en el día, ora en la noche- en un tétrico y
pavoroso instante que fue posible captarlo, sub specie aeternitatis, a
las 20:00, violando la prohibición de salir de casa, a causa del mefistofélico Corona
virus in universa Terra.
Mas la aventura de transgredir el inconstitucional toque de queda era
arrebatadora para un libérrimo espíritu de genio levantisco que rebélase ab
irato en contra de la dictadura sanitaria y la opresión de cualquier
género. Y así, ad experimentum, deambular por la tenebrosa urbe en espacios de
suyo considerados como peligrosos era trepidante, a costa de sentirse el único
habitante de la morlaquía, pues ni siquiera los hampones cruzábanse por el
camino in via curiositatis o en el camino de la curiosidad, en
tanto la singular experiencia hacíanos recordar los inmortales versos de san
Juan de la Cruz, en su genial poema «La noche oscura del alma», magistral pieza poética del parnaso de la lengua
de Castilla, cuyos conceptuosos y metafísicos versos cantan así: «…En la noche dichosa,/ en secreto, que
nadie me veía,/ ni yo miraba cosa,/ sin otra luz y guía/ sino la que en el
corazón ardía…».
A contrario sensu, en esta instantánea, desde el lado opuesto
a la Plaza Cívica, la exploratoria travesía engólfanos hacia un espectáculo que
no podría ser menos aterrador y deprimente como corrobórase en esta imagen que
parece extraída de las memorias visuales de una ciudad bombardeada que vive a
merced del más cruel abandono, tristis et afflicta in via dolorosa,
desde el sector de la Chola Cuencana, siendo las rieles del tranvía, miradas
hacia el poniente, saetillas que transpórtanos ad infinitum al reino del
silencio, la soledad o la perpetua calma en una desamparada urbe que pedía en
unívoco grito: LIBERTAD in honorem dignitatis…
Y como adviértese en el propio núcleo central de la urbe, a la calle
Bolívar contémplasela extraña, yerma y solariega desde toda perspectiva, junto
al parque «Abdón
Calderón», citadino espacio en
donde, de momento ad momentum, el ruido y la algarabía citadina jamás desaparecen,
aunque sea con los autos que recórrenla por las madrugadas dando cuenta de la
vivífica atmósfera que el sector posee per se pero que perdióse en la
emergencia sanitaria del maléfico virus.
Era paroxísticamente turbador hasta el hastío ver que en las noches de pandemia
ni un solo vehículo y menos un transeúnte podíanse ver por las calzadas y los
alrededores de la magnificente catedral cuencana, a causa del imperativo toque
de queda por el que Cuenca volvióse un desértico campo de angustiosa congoja y
melancolía in perpetuum.
La sensación era estremecedora y revelábase inefable ciertamente por el
sobresalto y la conmoción que evocan las precedentes imágenes que por
estupefacientes son ríspidas y reluctantes, mientras el leucofeo color que en
ellas percíbese vuélvenos clarividente el lóbrego ambiente del centro
patrimonial, con la zozobra y la angustia que parecen anidar con el quebranto
que cáusanos el imperturbable silencio en tan solariegas y desastradas aceras y
calzadas in via calamitatis o en el camino de la calamidad, mientras
parafraseábamos en nuestra mente los inmortales versos de San Juan de la Cruz,
gloria cimera de nuestra paradigmática lengua de Castilla, quien inquieto y
turbado, por los ignotos caminos del alma, cantaba así: «En
una noche oscura/ con ansias y en amores inflamado/ ¡oh dichosa ventura!/ salí
sin ser notado/ estando ya mi casa sosegada…!».
Mas en ciertas noches de cuarentena fue mucho más intrigante y aventurero
violar el toque de queda en las lluviosas noches marzales o abrileñas que prodigaban
en las calles un sui generis aspecto con los húmedos adoquines que reflejan la
luz del alumbrado público cual si fuesen pistas de patinaje que como espejuelos
excitaban más la triste sensación de orfandad que la urbe vivía, sin paseantes,
ni viandantes, ni circunstantes ni vehículos, mientras la límpida calle reluce
libre de toda impureza en los peculiares barrios del Padrón y San Francisco o
en las inmediaciones del mercado 10 de Agosto.
Ni qué decir tiene de la Calle Larga, luego de subir la jadeante escalinata
del puente del Centenario, que mírase acicalada con el agua luego de un
pertinaz aguacero nocturno, en tanto las luminarias públicas, con sus cálidas luces
amarillas, refléjanla como una «via aurea» o «calle de oro» en precipitado vuelo ad orientem, cual
callejón sin fin hacia el lejano barrio de Todos los Santos que mírase como
vértice de la Cuenca pandémica en tan espeluznante visión fantasmagórica.
Misterio, espanto y estupefacción cáusanos el ambiente de la calle Juan
Jaramillo, en su cruce con la Padre Aguirre, en donde la vieja solera del
edificio del Orfanatorio Valdivieso da cuenta de la centenaria historia de tal
espacio público que parece un sórdido callejón abrillantado por el agua de la
lluvia en una dorada atmósfera que evoca a la colonial Calle de las Secretas
que cruzaba la zona para configurarse in historia nostra como la vía de
los fantasmas de Cuenca.
Y en el viejo barrio de El Chorro, en la antigua Calle Real del Vecino, hoy
Rafael María Arízaga, la oscuridad era de veras enigmática. La septentrional callejuela
de la ciudad amada parece una escarpada vía que transpórtanos umbrosa hacia una
mustia penumbra en la que apenas refléjase la claridad de las luminarias que
relucen sin perder el aire de incógnito misterio…
Por la misma zona, la pequeña calle Salazar Lozano parecía un triste
trayecto que solitario mostrábase cual espantadizo escondrijo donde permanecer
impertérritos ateridos de frío, sin más horizonte que el prieto cielo que invita
al luto y la aflicción.
Desde el extremo meridional del centro histórico, en la plazoleta de El
Vado, el abatimiento no era para nada diverso, aún a pesar de la iridiscencia
que el alumbrado público prodiga a la histórica plazuela en cuyo vértice la
solitaria cruz de mármol, ícono de tal histórico humilladero, refulge como una
insignia patrimonial de lumínica presencia super flumina Tomebamba.
No lejos de allí, en los alrededores del Santo Cenáculo, un túnel oscuro
ábrese en incómoda distonía con el lumínico reflejo de la luz del alumbrado
público en un tétrico tramo de la vía. La solariega calle seguía siendo
solitaria al no existir viandantes ni circunstantes mientras la dolorosa
ausencia de gente sentíase in crescendo en la orfandad de tal
secreta callejuela.
Pero al mirar esta foto puédese columbrar que es en la esquina de La Merced
donde una conmocionante sensación de soledad parapétase en el ambiente, mientras
el contrastante efecto cromático de las frías luces blancas conjúgase perfectamente
con una helada noche abrileña en la agobiante cuarentena que sólo provocaba,
ciertamente, una especie de «tedium vitae» o «tedio de la vida».
Y en Todos Santos, las noches de pandemia eran aún más aterradoras, siendo
la Calle Larga una langarota vía de la soledad y el dolor ad perpetuam rei memoriam
en tanto el lumínico letrero municipal recomendaba: «QUÉDATE EN CASA», como si al circunstante hubiéranselo pillado por transgredir el oprobioso
toque de queda in honorem libertatis.
Ad orientem, en
el antiquísimo barrio de San Blas, el espectáculo es de veras enigmático pues la
umbrosa calle Bolívar, en dirección a la iglesia, configúrase en un espectral callejón
donde las cálidas luces de la vía pública refléjanse en el húmedo adoquín,
luego de un pertinaz aguacero, para convertir también a la vía en una especie
de «calle de oro» o «via áurea» donde la expectación incítanos a continuar la caminata, aún a pesar del
pánico y la angustia que la insólita calleja despierta in via curiositatis.
Arribando a la meta, las imágenes que percíbense son ejemplificadoras del fatídico
y taciturno ambiente que envolvía al tradicional y legendario parque «Hurtado de Mendoza» o de San Blas, desde cuya iglesia, convertida en
vértice de la lúgubre panorámica, el espectáculo es lastimero a más no poder
por el sombrío y compasivo espectro de tal funesta atmósfera.
In extremis, en
contrapuesto sentido, la calle Bolívar, mirada al occidente, desde el sector de
la Mutualista Azuay, reluce más vívida por el juego de luces del alumbrado
público en una sui generis vista
donde no piérdese la penumbra como tétrico escenario para una jadeante caminata
ad
infinitum in via calamitatis o en el camino de la calamidad.
Las horripilantes vistas del sector en algunos puntos de la travesía
adquieren particularidades propias, ora por la presencia de largas casonas que
muéstranse como inexpugnables muros en las elongadas paredes del edificio del
colegio de las Salesianas, puesto que al ocupar el espacio de una cuadra entera
crean una especie de contrafuerte por donde el melancólico recoveco es de veras
telúrico y espantable in via iniquitatis. Ad
interim, las panorámicas vistas del centro patrimonial son
escalofriantes, a capite ad calcem/ de la cabeza a los pies, como podémoslo ver
en el siguiente mostrario de imágenes para la antología de la Cuenca
terrorífica inter Corona virus:
La gélida frialdad de las noches pandémicas de la Cuenca patrimonial y los
oscuros contrastes de vívida intermitencia entre las tinieblas y las luces del
alumbrado público, tal como ilústrase con el compendio de las precedentes fotografías,
incitan a transgredir el inconstitucional toque de queda a fin de contemplar
una insólita efigie de la ciudad amada, in regnum tenebrarum o en el
reino de las tinieblas, mientras los versos de Juan de la Cruz
tintillaban luminiscentes en nuestras mentes: «…A oscuras y segura/ por la secreta escala,
disfrazada/ ¡oh dichosa ventura! / a oscuras y en celada, / estando ya mi casa
sosegada…».
Pero nada es más intrépido, en esta apasionante aventura, que salir a
hurtadillas en medio de las escalofriantes escenas de la Cuenca nocturnal en
tiempos del Corona virus, recibiendo un abrileño aguacero que vuélvese providencialmente
como la condición sine qua non para obtener aterradoras imágenes de la urbe
patrimonial. Así pruébalo esta instantánea en la iglesia de Santo Domingo, la
cual invita a ser mirada con ánimo contemplativo para descubrir la glacial
frialdad y el ignoto misterio de ciertos rincones cuencanos in
veritatis splendor.
Las pandémicas escenas que puédense contemplar en el parque de María
Auxiliadora no son menos tristes y afligidas, a causa de la soledad que amplifícase
en tan inmenso espacio donde normalmente el ruido parece nunca desaparecer in
urbe nostra. A la iglesia salesiana obsérvasela lumífera, cual dorado
hito desde el que desciende la tímida languidez que acreciéntase hacia la calle
Carlos Crespi convertida en una fusca caminera que parece aterrizar en las más
recónditas tinieblas «in mysterium noctis» o «en el misterio de la noche».
Y como dícelo el dicho popular de nuestra cadenciosa lengua de Castilla: «Abril, las aguas mil». Qué duda cabe que la
frase parece como la ley natural de Santa Ana de las aguas en el cuarto mes del
año, donde las lluviosas noches abrileñas en cuarentena producen interesantes
juegos de colores entre las luces del alumbrado público y aquellas de los
solitarios semáforos, a la manera de un caleidoscopio por el que puédese
contemplar la centellante e iridiscendente fluorescencia de verdes y rojas
luminiscencias que refulgen esplendorosamente sobre los acuíferos adoquines de
las calles cuencanas provocando un espectáculo que deviene estremecedor por la
vibrante atmósfera de un espectral y sobrecogedor rictus en una noche de veras
tenebrosa.
Extra muros, en
el sector meridional de la urbe, la vieja avenida Loja es aún más espectacular
en una lluviosa noche abrileña de pandemia. Sin habitantes ni viandantes
parécenos una pista de patinaje que, mirada en perspectiva hacia el horizonte,
llévanos ad infinitum al reino de la sempiterna oscuridad y el incógnito
misterio aguardando el nuevo día, como bien dijéralo, desde su lírica
inspiración, el grácil bardo Tomás Segovia in hispanica lingua: «…Y
a través de la noche/ desde el oscuro fondo de su entraña/ nos guía y acompaña/
heridos de esperanza al nuevo día/ nuevamente a cumplir bajo el sol nuevo/ su
plenitud igual y suficiente/ de prometida nuestra sin fin/ siempre la misma».
Las doradas escenas meridionales de la Avenida Loja son vivificantes por la
espectacularidad que encierra esta calle de fuerte personalidad histórica, al
haber representado, in historia nostra, la vieja salida y entrada de Cuenca desde
el sur, que en las lluviosas noches de pandemia es como un campo de aterrizaje de
la soledad que sigue siendo solariega hasta el infinito, en mística ensoñación,
a causa de las cálidas luces del alumbrado público, que al contrastar con los grises
adoquines o el ceniciento pavimento parece como si en tal peculiar trayecto
encontráranse incandescentes fuegos que despliéganse de profundis, como
dorados instantes del camino de la vida, tanto más tristes cuanto más queridos…
Mas el bruñido ambiente de la avenida Loja, ícono de la «ciudad
cargada de alma», crea un providencial
momento de inspiración apacible para pensar en ese fuego abrazador nocturno,
como quizás habríalo definido un anónimo poeta de exquisito numen in
historia mundi: «… el fuego es esa llama amenazante/
envuelta en las tinieblas de la noche/ que turba hasta el más cuerdo en el
reflejo…».
Pero una de las más apocalípticas imágenes que pudiéronse obtener en las
noctámbulas travesías de cuarentena, dentro de la ciudad amada, ubícase en la
antigua calle de El Batán que per se es tenebrosa condicionando
más el tétrico escenario donde vivíase un lúgubre aislamiento en una pandémica
noche. La callejuela, que no tiene adecuado alumbrado público, volvíase más umbrosa
y reflejaba tenebrosa la penumbra en la que apenas ingresa la claridad de una
esquinera luminaria que reluce iridiscente… Triste trayecto que solitario
mostrábase cual telúrico escondrijo donde las cosas más fantasmagóricas pueden
acaecer. Los oscuros portales de las viviendas albergan la oscuridad en luctuosos
pasillos mientras las viejas casas de la zona confórmanse como inexpugnables
muros para acoger a las tinieblas en intermitencia con ciertos espacios que, ad
orientem, poseen cálidas luces doradas… La verdad sea dicha, la
peculiar calle parece un callejón de la muerte donde la soledad pervive
mientras el pánico y el miedo que invoca la tétrica escena elévanse in
crescendo en tanto más avánzase hacia el tradicional barrio de San
Roque. Tristis recordationem in veritatis splendor.
Ex admirationem, en los septentrionales sectores de la Atenas del Ecuador, vía al
aeropuerto, coloristas escenas en nostálgicos y aniquilados ambientes
muéstrannos una desértica faz de la Cuenca de los Andes en la avenida España,
otrora epicentro de jolgorio, de bullicio y citadina algazara ora en el día,
ora en la noche, donde la morriña parece haber llegado con nostálgicos efluvios
de monstruosa tristeza hacia la tierra natalicia inter corona virus.
En el periplo transgresor del inconstitucional toque de queda toda esquina,
todo rincón y cada recodo de la urbe patrimonial era objeto de ignotas vistas
de la ciudad amada, como apréciase en esta imagen del sector de la Chola
Cuencana que extráñaselo contemplar despoblado, devastado y desierto sin más
nota alegre que las blancas luminarias que vivifican a los verdes pastos del
parterre in naturalis ordinis ad omnes gentes.
In excelsis o
desde las alturas, las vistas de la urbe eran espectaculares. Bastaba
subir a los balcones de altas viviendas para mirar a una desconocida Cuenca
sumida en el desamparo, a merced del nefandario virus que espantó a todos los
habitantes de la capital de la morlaquía. Desde tan privilegiados miradores, y
gracias al toque de queda, las céntricas calles de la capital azuaya
percibíanse atiborradas de luz simulando lumínicos ríos entre los tejados de
las casas de antaño que míranse negros como si las tinieblas hubiéranselos
atrapado en escalofriante soledad y dolor.
Pero no sólo la noche, con sus enigmáticas facetas de pandemia,
aterrorízannos inter Corona virus para sentir a nuestra dilectissima urbe como
una ciudad apocalíptica, pues también las fotos capturadas a la hora del
crepúsculo son horripilantes y turbadoras a máxima ad minima. Exempli
gratia, aquí puédese contemplar a la calle Sucre, entre General Torres
y Padre Aguirre, convertida en un impenetrable callejón sombrío que parécenos
insondable in extremis por el pánico que exulta el patético ambiente.
Igual cosa diríase, in stricta veritas, de otros
rincones cuencanos del centro histórico que, en una lluviosa tarde de
cuarentena, con negros nubarrones, dan cuenta de que «la
ciudad cargada de alma» perdió su alma en la emergencia
sanitaria para volverse apocalíptica, terrorífica y monstruosa como una especie
de
«lacrymarum valle super flumina Tomebamba» o «valle de lágrimas sobre el río
Tomebamba», como muy bien hemos de aseverar en nuestra perínclita
lengua de Castilla.
Ad concludendi, huelga
decir entonces -con ataraxia y firmeza-
que sólo las aventureras e inquietas almas de los andariegos habitantes de la
morlaquía pudieron quizás descubrir esta apocalíptica faceta de una encantadora
urbe que extravió su espíritu en las noches de cuarentena, en una de las épocas
más turbulentas de su historia. Ergo, estas escalofriantes y
silentes imágenes citadinas que en pandemia evidenciaron el terrorífico
espectro de la Cuenca avasallada por el Corona virus no son más que el registro
gráfico de una triste atmósfera donde el místico silencio ha sido el denominador
común de los rincones cuencanos que han sido motivo de este ensayo. Silencio
que no ha representádose como soledad y dolor sino como «mysterium
vitae» o «misterio
de la vida» en las profundas simas
del apocalíptico abismo de cuarentena para escribir el punto final de un trepidante
capítulo de nuestra historia en el que Santa Ana de los Ríos de Cuenca dejó de
ser el antiguo imán de encantos atractivo sicut mysterium noctis in via historiae ad perpetuam
rei memoriam in patria aequatorianae.
Diego Demetrio Orellana
Datum Conchae, apud flumina Tomebamba, mensis martii, die XII, currentis
Anno Domini MMXXII, reparate salute Anno Dominicae Incarnationis, in vesperas
II Dominica in quadragesima.
OPINIONES CIUDADANAS
Jon Blake
Le cose sembrano migliorare. E speriamo che tutto finisca completamente, e molto presto.
Diego Demetrio Orellana
ASPETIAMO CERTAMENTE CHE TUTTO FINIRÒ PRESTO MIO CARO AMICO
Jon Blake. MI HA PIACIUTO MOLTISSIMO LEGGERE IL TUO MESSAGIO. CREDO CHE IL MIO ARTICOLO SULLA MIA CITTÀ APOCALÍPTICA NEL TEMPO DI CORONA VIRUS FORSE HAI CAPITO UN PÒ PER LA VICINANZA CON LA TUA BELLA LINGUA ITALIANA. UN CARO SALUTO PER TE IN AMICITIA SEMPER SINGULARIS INTER NOS.
DIEGO DEMETRIO
OCTAVA II DOMINICA IN QUADRAGESIMA IN ANNO SALUTIS NOSTRAE MMXXII.
Jon Blake
Sí, Diego, las imágenes fueron inolvidables, tu artículo fue maravilloso y me hizo recordar cómo se veía Nueva York en ese momento también. Y aunque había palabras que no conocía, pude entender la esencia de la misma.
(Necesito practicar mi español de vez en cuando. Lo estudié durante tres años en la escuela secundaria.)
Todos los mejores deseos para ti.
JON
Diego Demetrio Orellana
QUÉ MARAVILLA QUE TE HA GUSTADO MUCHO ESTE ENSAYO SOBRE LA CUENCA APOCALÍPTICA. Y QUÉ INTERESANTE PENSAR QUE TAMBIÉN NUEVA YORK FUE APOCALÍPTICA INTER CORONA VIRUS, MIO CARO AMICO
Jon Blake. MI HA PIACIUTO MOLTISSIMO CON TUTTO IL MIO CUORE LEGGERE CHE MI HAI SCRITTO NELLA MIA LINGUA SPAGNOLA. UN CARO SALUTO PER TE IN AMICITIA SEMPER FIDELIS INTER NOS.
DIEGO DEMETRIO
OCTAVA II DOMINICA IN QUADRAGESIMA IN ANNO SALUTIS NOSTRAE MMXXII.
Mario Morri
Brutta ricorrenza, sembrava scomparso ma nuovamente riappare, speriamo non ci danneggi tanto! Un caro saluto, Diego!
Diego Demetrio Orellana
MIO CARO AMICO
Mario Morri: ANCH'IO DICO LO STESSO PER TE IN AMICITIA SEMPER FIDELIS INTER NOS: UN CARO SALUTO PER TE. RICAMBIO IL TUO DESIDERIO DI CHE TUTTO FINIRÒ CON UN ABBRACCIO FORTE TRA NOI. PAX CHRISTI MANEAT SUPER NOS.
DIEGO DEMETRIO
OCTAVA II DOMINICA IN QUADRAGESIMA IN ANNO SALUTIS NOSTRAE MMXXII
Sonia Pavón Stavland
Qué tiempos tan tristes fueron...
Robert Charcopa Celi
Época fatídica como sacada de una película...