In America septemtrionalis, Donald Trump es la medida del orgullo yankee por sobre todas las cosas. En el discurso inaugural de su segundo mandato, en el gobierno de los Estados Unidos, profirió una atrevida y tintineante proclama en una explosiva retórica, ante omnia et super omnia, para imponer la supremacía de los Estados Unidos en América Latina y el planeta entero develándose como un mandatario prepotente, autoritario, racista y déspota.
Así, el presidente estadounidense profirió unas palabras que representan un terrorífico y aterrador grito de guerra super orbis terrarum: «A partir de hoy, nuestro país florecerá y volverá a ser respetado en todo el mundo. Seremos la envidia de todas las naciones, y no permitiremos que se sigan aprovechando de nosotros durante todos, y cada uno de los días de la Administración Trump, sencillamente pondré a Estados Unidos primero. Nuestra máxima prioridad será crear una nación orgullosa, próspera y libre. Estados Unidos pronto será más grande, más fuerte y mucho más excepcional que nunca. Nuestra máxima prioridad será crear una nación orgullosa, próspera y libre».
Horrendo y escalofriante, a maximis, dígase con propiedad para columbrar ipso facto que su grito de guerra va más allá de lo esperado pues no trátase de palabras dichas en el clímax de un calenturiento momento puesto que en ellas evidénciase que el mundo hállase en una guerra total, en poco tiempo, y no solo una guerra armamentista únicamente, sino sobre todo una guerra social donde la estupidización de la gente ha hecho su papel para allanar el camino para la definitiva instauración del fascismo y el control total del planeta. Y para que el pecado sea mortal, Trump proclamó una admonición propia de los grupos pro vida, al expresar, acriter et fideliter, las siguientes expresiones cargadas de tinte retrógrado y conservador a ultranza: «Esta semana también pondré fin a la política gubernamental de tratar de imponer socialmente la raza y el género en todos los aspectos de la vida pública y privada. Forjaremos una sociedad daltónica y basada en el mérito. A partir de hoy, la política oficial del Gobierno de Estados Unidos será que solo hay dos géneros, masculino y femenino». Estas expresiones han causado polémica en los grupos LGBTI tanto como febricitantes reacciones en los extremistas y fundamentalistas religiosos que miran al magnate como Redemptor Hominis para el establecimiento de un régimen que emite conceptos a fuer de sus caprichos, con el absolutismo de un monarca que impone su voluntad y su criterio avasallando a todos y arrasando contra todo in tertio millenio ineunte.
No obstante, es en este punto en donde Trump, más allá de sus afanes monárquicos y su conservadorismo a ultranza, actúa con coherencia ante el Derecho natural, en relación a los dos sexos, puesto que existe una aberración que desborda todo lo inimaginable en las expresiones del feminismo loco y desaforado y las acciones de los grupos LGBTI, a nivel planetario. Las personas, in historia mundi, han aprendido a convivir con solo dos sexos reconocidos legalmente in vita communitatis. Y la aberración es policrómica en un variopinto espectro por el que el arco iris quédase corto, siendo lo más grave las leyes que van creándose para justificar una diversidad que fue manipulada con otros fines. Inter nos, in patria nostra, lo que ha aprobádose en la Asamblea para permitir el cambio de sexo en niños es parte de este desaforado despelote para la destrucción de la humanidad, como ha advertídolo la Conferencia Episcopal Ecuatoriana.
Ad interim, a nivel continental, la visión de Trump frente a América Latina, considerada desde siempre como el patio trasero de los Estados Unidos, vuélvese colonizadora e imperialista per fas et per nefas. De esta manera, cual si fuera un rey omnipotente engolosinado en el munífico poder que engórdalo hasta los niveles paroxísticos de envilecerlo, ha expresado también que «América reclamará su legítimo lugar como la nación más grande, más poderosa y más respetada de la Tierra, inspirando el asombro y la admiración del mundo entero. Dentro de poco, cambiaremos el nombre del golfo de México por el de ‘golfo de América’». Es decir que, a fuer de sus antojos, el centenario Golfo de México que debe su nombre a que el accidente geográfico surge de las costas del país azteca hacia el Atlántico cambiará su denominación geográfica porque al magnate ocúrresele que son los Estados Unidos los que deben imponer su nominación como Golfo de América, al incluirse dentro de su vasta extensión los Estados de Texas, Louisiana, Alabama y la Florida, dentro de los cuales, justamente, perviven vastos territorios que en pasadas centurias fueron colonizados por la Corona Española y apropiados por el gran país del Norte en sus afanes expansionistas que han sido siempre el sino y signo de su condición imperialista in America latina semper afflicta.
Mas para fundamentar tan insólito desvarío, el presidente Trump espetó otras expresiones aún más insolentes y desfachatas, sin rubor ni pavor, agregando, de verbo ad verbum, en su altisonante y lenguaraz discurso: «Estados Unidos volverá a considerarse una nación en crecimiento, que aumenta su riqueza, expande su territorio, construye sus ciudades, eleva sus expectativas y lleva su bandera a nuevos y hermosos horizontes, y perseguiremos nuestro destino manifiesto hacia las estrellas, viendo a los astronautas estadounidenses plantar las barras y estrellas en el planeta Marte».
Rebus sic stantibus/ Estando así las cosas, Trump demuestra que sus intenciones van más allá de un dominio terrestre y a la manera de un «Rex universorum» o «Rey del universo» preanuncia la conquista del espacio imponiendo la bandera norteamericana en el planeta Marte, tal como los conquistadores europeos que llegaron a América a subyugar a los habitantes de las Indias Occidentales apropiándose de sus ancestrales territorios en nombre de los reyes absolutistas que impusieron la Colonia con todas sus secuelas de exterminio y codicia por el oro prehispánico y las feraces tierras aborígenes de un promisorio continente pletórico de encantos y bellezas in historia nostra.
El temerario discurso de Trump desbordó todo lo impredecible ante el cariz y matiz expansionista e imperialista de sus aviesas expresiones y así, tristis et afflictis in via dolorosa, concluyó su estertóreo lamento profiriendo unas expresiones en las que recógense las aspiraciones de un prepotente mandatario que sueña con hacer de su imperio una especie de «regnum tenebrarum» que revístese de gloria para recuperar la fama de un «imperator mundi» o «emperador del mundo» que engólfase para que su imperio sea de veras omnipotente, omnisapiente y todopoderoso «in gloria mundi» o «en la gloria del mundo». Escuchemos pues, ad concludendi, el grito de furor con el que Trump terminó su estupefaciente discurso de vehementi: «En los últimos años, nuestra nación ha sufrido mucho. Pero vamos a traerla de vuelta y hacerla grande de nuevo, más grande que nunca. Seremos una nación como ninguna otra, llena de compasión, coraje y excepcionalismo. Nuestro poder detendrá todas las guerras y traerá un nuevo espíritu de unidad a un mundo enfadado, violento y totalmente impredecible. América volverá a ser respetada y admirada, incluso por las personas de religión, fe y buena voluntad. Seremos prósperos. Estaremos orgullosos. Seremos fuertes y ganaremos como nunca antes. No nos conquistarán. No nos intimidarán. No nos doblegarán y no fracasaremos. A partir de hoy, los Estados Unidos de América serán una nación libre, soberana e independiente. Nos levantaremos con valentía. Viviremos con orgullo. Soñaremos con audacia y nada se interpondrá en nuestro camino porque somos estadounidenses. El futuro es nuestro y nuestra edad de oro acaba de empezar. Gracias. Dios bendiga a América». Y tal como dice el escritor sagrado, in sacra scriptura, Trump devélase como un oso hambriento o león rugiente que gobierna impío sobre un pueblo pobre a merced de sus antojos y caprichos, in via calamitatis et contra dignitatis.
Lo acaecido en el discurso de posesión de su segundo mandato no fue letra muerta ni augurio de un arúspice febricitante, pues horas después, en el salón oval de la Casa Blanca, sub specie instantis, dio rienda suelta a sus primeros decretos para consolidar la intención de subordinar a Latinoamérica a los intereses estadounidenses tras mencionar el «destino manifiesto» de su país expresando, con una vanidad exacerbada y una oprobiosa arrogancia, vanitas vanitatum, en referencia a los pueblos latinoamericanos, que: «Ellos nos necesitan mucho más que nosotros a ellos. Nosotros no los necesitamos a ellos». Así entonces, todo parece indicar, in tertio millenio ineunte, o durante el tercer milenio que la famosa Doctrina Monroe ha resucitado con aires triunfalistas de omnipotente dominancia, mientras la explícita doctrina expansionista del «destino manifiesto» ha quedádose establecida como patente de corso para ser aplicada al espacio exterior urbi et orbi con la voluntad omnímoda de Su Majestad Trump para llegar a plantar bandera en Marte, bajo la égida conquistadora de Elon Musk.
Los decretos firmados para expulsar a los migrantes latinos indocumentados y evitar el ingreso de nuevos inmigrantes a territorio americano dan cuenta de la aplicación de su plan de gobierno para subyugar al subcontinente, en medio de una batahola racista, xenofóbica, discriminatoria y elitista, mientras en su alocución, el presidente Trump insistió con su intención de recuperar el control del Canal de Panamá, advirtiendo, además, que enviará el ejército a la frontera sur para repeler la inmigración ilegal, en tanto aseguró que declarará a los cárteles como «organizaciones terroristas extranjeras», mientras frenó la exclusión de Cuba de la lista negra de Estados patrocinadores del terrorismo. Así da cuenta diario El País sobre las omnipotentes intenciones del magnate ante omnia et super omnia in orbis terrarum et in caelis. Sic transit gloria mundi omnes clamamus, ad cautelam, in America septemtrionalis, quosque habemus rex universorum in partibus infidelium ad gloriam aeternam et sub specie aeternitatis.
Abogado Diego Demetrio Orellana
Datum Conchae, mensis Ianuarii, die secundus supra vigesimus, reparate salute Anno Dominicae Incarnationis MMXXV, octava Dominica in septuagesima.