Santa Ana de los Ríos de Cuenca, Octubre 13 del año 2008
In sollemnitate Diem Mundialem Americae
Dr. Nicanor Merchán Luco
Director de diario «El Mercurio»
Lcda. Dory Marina Merchán Luco
Gerente de diario «El Mercurio»
Ciudad
De mi consideración:
«Non possumus accipere quod fecerit cum Concha in diarium «El Mercurio»
Como escritor cuencano que defiende a nuestra bella lengua de Castilla y a la Historia , os escribo estas líneas, ex admirationem, para protestar por la publicación de un artículo aparecido en la edición dominical de ayer 12 de octubre en diario «El Mercurio», con el título «La flor del Amancay» e ilustrado con una fotografía grande en donde lo que se observan son las flores de agapanto.
El artículo de marras es de autoría de Teodoro Rodríguez Muñoz y es sorprendente, contra naturalis ordinis, que el mencionado articulista escriba terribles barbaridades que ofenden al Castellano, atentan contra la ciencia y desinforman a la ciudadanía que derecho tiene de encontrar en las páginas de «El Mercurio», investigaciones sólidas que contribuyan a ilustrar y educar sobre asuntos de cuencanerías que, en la pluma de Rodríguez, aparecen mal contados y pésimamente fundamentados.
Me permito, ex ungue leonis, reproducir, de verbo ad verbum/ palabra por palabra, algunas de las barbaridades escritas por Rodríguez en la deplorable investigación:
«La flor del Amancay tomó parte del parterre o jardín antiguo, en donde es emplazaba en inicios el monumento a José Peralta, tumbado el mismo luego en aras de la construcción dada en años pasados del paso deprimido o a desnivel del sector de Todos los Santos, y que al levantarle luego y nuevamente reponiéndose al monumento y el –nuevo parterre- ¡entonces se olvidaron o se desconoció al instante!: que estuvo sembrado en el antiguo y desaparecido jardín o parterre… “la emblemática flor del amancay”, con conocimiento, acierto, entusiasmo, sabia intuición y valoración a nuestros pueblos e identidad ¡Es así que en el extinto jardín se recuperaba y enraizaba la memoria y restauración de la planta el capullo o la flor del amancay! El desconocimiento como la primera o una forma más de extinción del patrimonio e identidad”….»
El texto transcrito, ad peddem litterae/ al pie de la letra, es abstruso por donde se lo mire y así, incomprensible, reúne todos los más graves atentados que se pueden realizar en contra de la lengua de Castilla: faltas de concordancia entre sujeto y predicado y entre género y número, mala utilización de los signos de puntuación, falta de tildes diacríticas en algunas palabras, confusión en el uso de las mayúsculas, errores de precisión sintáctica y semántica que, mutatis mutandis, convierten al texto, ad summum, en farragoso y absurdo en grado superlativo.
Pero lo más grave de todo es, al parecer, la ignorancia supina y tenebrosa del autor de esta investigación cuando no solo dice que el amancay es la flor del agapanto, sino desconoce que las plantas que estaban sembradas en el parterre del monumento a José Peralta, hace muchos años, antes del paso a desnivel, no eran «Amancay» sino ciertamente, ejemplares de «Agapanto», de la misma manera en que, como se dijo ut supra, las flores que se aprecian en la principal gráfica del artículo de marras son también de Agapanto y no de Amancay.
Vosotros mismos, Dr. Merchán y Lcda. Dory Marina, in corpore et in anima, pueden corroborar lo que afirmo, in honorem veritas, puesto que como propietarios de «El Mercurio», sois dueños también de un centro de recepciones llamado «Agapantos», en la parroquia de Baños y hasta en el logo de vuestra empresa se encuentra detallado una silueta del azulado Agapanto de las campiñas morlacas.
Más adelante y en el mismo artículo, el inefable Teodoro Rodríguez Muñoz describe al Amancay, de la siguiente manera, ahondando la confusión con el Agapanto y con una redacción terriblemente confusa, incomprensible y absurda: «Planta: Amancay; clasificación científica: amarilidáceas; sub – clasificación: pancracio; familias cercanas: hemerocallis valentina, narcisus odoru».
Las especies a las que se refiere están mal escritas en la terminología de la inmortal y culta lengua latina y nada tienen que ver con el «Amancay cuencano», cuyo nombre científico es «Amancae» y suele ser de color rojo carmesí (aquel ejemplar que así fue bautizado en la morlaquía); sin embargo, luego dice Rodríguez: «Espécimen autóctono ahora escaso en Cuenca, que contradice la recordadora habita de antaño y en los tentáculos del desconocimiento local que puede conllevar a un eminente peligro de extinción».
El texto cantinflesco inmediatamente precedente, como lo podemos ver con prístina claridad, es también incomprensible y está mal escrito, pero escuchemos enseguida a Rodríguez y veamos con más precisión la manera como confunde al Agapanto con el Amancay en rocambolesca redacción abstrusa: «El capullo de la planta del amancay extraordinariamente caprichosa, acostumbra romperse abrirse y reventarse repentina y bellamente para el advenimiento de la flor. En el presente tratado botánico, se determina que en Cuenca existen tres variedades de acuerdo al color (de lo que se conoce): -amarilla (más reconocida científicamente y también de habita de Lima – Perú); -blanca (existente también en Sabanillas, prov. de Loja); -azul, reconocida como la amancay cuencana, de color azul violeta intensa y de apariencia hermosa, que se rompe el capullo en ramilletes de hermosas e innumerables flores, aparentando en su metamorfosis… ¡En gran parecido a la vida!»
Esto ya es el colmo pues muy bien podríamos decir entonces: «Res ipsa loquitur, sed ¿quid in infernos dicit?... / La cosa habla por sí mismo, pero ¿qué infiernos dice?...» Esas flores azul violeta que Rodríguez describe con tanto detalle corresponden al Agapanto y aunque para comprender bien la descripción hay que hacer un ejercicio de prestidigitación con las palabras, podemos entender, sicut lumen coelo, que justamente aquellas «flores de color azul violeta intensa en inflorescencia» a las que él llama « la Amancay cuencana» son los Agapantos de las fotografías que ilustran esa mala investigación, mientras que las otras dos variedades de color blanco y amarillo a las que se refiere el curioso e inefable articulista y que también se ilustran con fotografías en su enteco y famélico trabajo, son dos ejemplares de amarilidáceas, familias de las azucenas y los nardos, pero nunca de aquella a la que se le llama Amancay ( «Amancae») en la morlaquía.
«Abyssus abyssum invocat/ El abismo llama al abismo» decían los inmortales filósofos de la Roma Imperial cuando, error tras error, las cosas se iban al abismo de las huestes infernales y por eso, el señor Rodríguez llega a decir inclusive que «el amancay es un especimen autóctono ahora escaso en Cuenca». Pero como en realidad está hablando de los Agapantos (Agaphantus africanus) y de las amarilidáceas parientes de la azucena y el nardo, ignora que estas especies no son autóctonas sino corresponden a plantas introducidas, a través del tiempo, en la flora de la morlaquía.
Exceptis excipiendis, las cosas no se quedan allí, pues en la última parte de esta insólita investigación Rodríguez habla de manera incomprensible como siempre, acerca de una broma por la cual las rimas de las palabras Yanuncay y Amancay habrían de trocar en Achachay, con lo que se consagra un desconocimiento absoluto de estas materias y, ante omnia, una falta de investigación sobre Lingüística para coger la pluma y escribir un artículo que pretende ser «educativo» pero que es en verdad, en verdad, atentatorio en contra del idioma Castellano, en contra de la sempiterna, inigualable y culta lengua latina, en contra de la Ciencia y en contra de la buena instrucción científica que, en materia de Botánica, nos merecemos los cuencanos por parte de diario «El Mercurio».
Finalmente, la investigación que me permito comentar tiene otro error garrafal que suena a tomadura de pelo, ya que ad initium, el artículo comienza con un texto incomprensible y pésimamente redactado que dice: «¿Se busca persona quien proporcione información o referencias que ayuden a descifrar o encontrar la existencia de la flor del Amancay, que inspiró cantos y odas en el antaño cuencano?... El desconocimiento de los elementos patrimoniales y de la identidad, resulta así ya la primera extinción en nuestras memorias y corazones… Entonces conozcamos, recuperemos o restablezcamos nuestras realidades, iniciando con el capullo del amancay: ¿Si éste se extinguió, está inadvertido o nunca existió?»
Al respecto nos habremos de preguntar, ignorando la horrible redacción del texto precedente: ¿cómo puede ser audaz, el autor de aquel trabajo, para decir que «conozcamos, recuperemos o restablezcamos nuestras realidades, iniciando con el capullo del amancay…» cuando toda la apócrifa investigación nada dice de esta planta y mas bien la confunde con los agapantos y las azucenas?
Deberíamos aconsejar a Teodoro Rodríguez Muñoz que recuerde o aprenda las inmortales palabras de Sófocles, puestas en boca del sabio Creonte, en la bella obra «Edipo Rey»: «De lo que no sé o no estoy seguro, callar prefiero», pues como escribir semejantes barbaridades más le hubiese valido quedarse en silencio y hacer mutis en el foro.
¿Cómo entonces vosotros permitís, en diario «El Mercurio», aceptar este tipo de investigaciones que, publicadas in extenso, como lo ha hecho vuestra empresa periodística, desinforman a la ciudadanía y se burlan de la inteligencia de vuestros lectores?
¿Quosque tandem abutere patientia nostra/ Hasta cuándo abusarán de nuestra paciencia? Lcda. Dory Marina Merchán y Dr. Nicanor Merchán, creo que ha llegado la hora de que se ponga punto final a este tipo de reportajes que avergüenzan a los escritores honestos y honrados y devienen en un insulto para los habitantes de la morlaquía. Estos artículos, en vez de contribuir para que diario «El Mercurio» oferte serios estudios o reportajes a sus lectores, atentan en contra del prestigio cultural de Santa Ana de los Ríos de Cuenca, contra veritas et cum negligentia et admirabilis contradictio, pero sobre todo, ofenden a nuestra bella lengua de Castilla y degradan a la ciencia, mientras se olvida todo el tiempo que la capital de la morlaquía es la «Atenas del Ecuador».
Está demás indicar que las publicaciones que aparecen en la prensa escrita de la capital azuaya deberían dignificar ese prestigio y no irse en contra para que el buen nombre de Cuenca baje al abismo más profundo y tenebroso in honorem invencibilis ignorantia et horribilis contradictionem…
His cum affectibus vobis et grata recordatio, pax Christi
Diego Demetrio Orellana
Datum Concha, apud flumina Tomebamba, mensis octobris, die decima ac tertia, currentis Anno Domini bismillesimo octavæ, in Sollemnitate Diem Mundialem America, Annus Mundialem Lingue
POST SCRIPTUM. Me permito adjuntar, ad effectum videndi, dos fotografías tomadas en la urbe, en las que se podrá observar la verdadera planta del «Amancay cuencano», también llamado por la gente sencilla de la morlaquía como la flor del «Tres de Noviembre» (Amancae)» y un ejemplar precioso de «Agapanto (Agaphantus africanus)», para que quede constancia, hic et nunc, de las barbaridades escritas por Teodoro Rodríguez Muñoz.
In sollemnitate Diem Mundialem Americae
Dr. Nicanor Merchán Luco
Director de diario «El Mercurio»
Lcda. Dory Marina Merchán Luco
Gerente de diario «El Mercurio»
Ciudad
De mi consideración:
«Non possumus accipere quod fecerit cum Concha in diarium «El Mercurio»
Como escritor cuencano que defiende a nuestra bella lengua de Castilla y a la Historia , os escribo estas líneas, ex admirationem, para protestar por la publicación de un artículo aparecido en la edición dominical de ayer 12 de octubre en diario «El Mercurio», con el título «La flor del Amancay» e ilustrado con una fotografía grande en donde lo que se observan son las flores de agapanto.
El artículo de marras es de autoría de Teodoro Rodríguez Muñoz y es sorprendente, contra naturalis ordinis, que el mencionado articulista escriba terribles barbaridades que ofenden al Castellano, atentan contra la ciencia y desinforman a la ciudadanía que derecho tiene de encontrar en las páginas de «El Mercurio», investigaciones sólidas que contribuyan a ilustrar y educar sobre asuntos de cuencanerías que, en la pluma de Rodríguez, aparecen mal contados y pésimamente fundamentados.
Me permito, ex ungue leonis, reproducir, de verbo ad verbum/ palabra por palabra, algunas de las barbaridades escritas por Rodríguez en la deplorable investigación:
«La flor del Amancay tomó parte del parterre o jardín antiguo, en donde es emplazaba en inicios el monumento a José Peralta, tumbado el mismo luego en aras de la construcción dada en años pasados del paso deprimido o a desnivel del sector de Todos los Santos, y que al levantarle luego y nuevamente reponiéndose al monumento y el –nuevo parterre- ¡entonces se olvidaron o se desconoció al instante!: que estuvo sembrado en el antiguo y desaparecido jardín o parterre… “la emblemática flor del amancay”, con conocimiento, acierto, entusiasmo, sabia intuición y valoración a nuestros pueblos e identidad ¡Es así que en el extinto jardín se recuperaba y enraizaba la memoria y restauración de la planta el capullo o la flor del amancay! El desconocimiento como la primera o una forma más de extinción del patrimonio e identidad”….»
El texto transcrito, ad peddem litterae/ al pie de la letra, es abstruso por donde se lo mire y así, incomprensible, reúne todos los más graves atentados que se pueden realizar en contra de la lengua de Castilla: faltas de concordancia entre sujeto y predicado y entre género y número, mala utilización de los signos de puntuación, falta de tildes diacríticas en algunas palabras, confusión en el uso de las mayúsculas, errores de precisión sintáctica y semántica que, mutatis mutandis, convierten al texto, ad summum, en farragoso y absurdo en grado superlativo.
Pero lo más grave de todo es, al parecer, la ignorancia supina y tenebrosa del autor de esta investigación cuando no solo dice que el amancay es la flor del agapanto, sino desconoce que las plantas que estaban sembradas en el parterre del monumento a José Peralta, hace muchos años, antes del paso a desnivel, no eran «Amancay» sino ciertamente, ejemplares de «Agapanto», de la misma manera en que, como se dijo ut supra, las flores que se aprecian en la principal gráfica del artículo de marras son también de Agapanto y no de Amancay.
Vosotros mismos, Dr. Merchán y Lcda. Dory Marina, in corpore et in anima, pueden corroborar lo que afirmo, in honorem veritas, puesto que como propietarios de «El Mercurio», sois dueños también de un centro de recepciones llamado «Agapantos», en la parroquia de Baños y hasta en el logo de vuestra empresa se encuentra detallado una silueta del azulado Agapanto de las campiñas morlacas.
Más adelante y en el mismo artículo, el inefable Teodoro Rodríguez Muñoz describe al Amancay, de la siguiente manera, ahondando la confusión con el Agapanto y con una redacción terriblemente confusa, incomprensible y absurda: «Planta: Amancay; clasificación científica: amarilidáceas; sub – clasificación: pancracio; familias cercanas: hemerocallis valentina, narcisus odoru».
Las especies a las que se refiere están mal escritas en la terminología de la inmortal y culta lengua latina y nada tienen que ver con el «Amancay cuencano», cuyo nombre científico es «Amancae» y suele ser de color rojo carmesí (aquel ejemplar que así fue bautizado en la morlaquía); sin embargo, luego dice Rodríguez: «Espécimen autóctono ahora escaso en Cuenca, que contradice la recordadora habita de antaño y en los tentáculos del desconocimiento local que puede conllevar a un eminente peligro de extinción».
El texto cantinflesco inmediatamente precedente, como lo podemos ver con prístina claridad, es también incomprensible y está mal escrito, pero escuchemos enseguida a Rodríguez y veamos con más precisión la manera como confunde al Agapanto con el Amancay en rocambolesca redacción abstrusa: «El capullo de la planta del amancay extraordinariamente caprichosa, acostumbra romperse abrirse y reventarse repentina y bellamente para el advenimiento de la flor. En el presente tratado botánico, se determina que en Cuenca existen tres variedades de acuerdo al color (de lo que se conoce): -amarilla (más reconocida científicamente y también de habita de Lima – Perú); -blanca (existente también en Sabanillas, prov. de Loja); -azul, reconocida como la amancay cuencana, de color azul violeta intensa y de apariencia hermosa, que se rompe el capullo en ramilletes de hermosas e innumerables flores, aparentando en su metamorfosis… ¡En gran parecido a la vida!»
Esto ya es el colmo pues muy bien podríamos decir entonces: «Res ipsa loquitur, sed ¿quid in infernos dicit?... / La cosa habla por sí mismo, pero ¿qué infiernos dice?...» Esas flores azul violeta que Rodríguez describe con tanto detalle corresponden al Agapanto y aunque para comprender bien la descripción hay que hacer un ejercicio de prestidigitación con las palabras, podemos entender, sicut lumen coelo, que justamente aquellas «flores de color azul violeta intensa en inflorescencia» a las que él llama « la Amancay cuencana» son los Agapantos de las fotografías que ilustran esa mala investigación, mientras que las otras dos variedades de color blanco y amarillo a las que se refiere el curioso e inefable articulista y que también se ilustran con fotografías en su enteco y famélico trabajo, son dos ejemplares de amarilidáceas, familias de las azucenas y los nardos, pero nunca de aquella a la que se le llama Amancay ( «Amancae») en la morlaquía.
«Abyssus abyssum invocat/ El abismo llama al abismo» decían los inmortales filósofos de la Roma Imperial cuando, error tras error, las cosas se iban al abismo de las huestes infernales y por eso, el señor Rodríguez llega a decir inclusive que «el amancay es un especimen autóctono ahora escaso en Cuenca». Pero como en realidad está hablando de los Agapantos (Agaphantus africanus) y de las amarilidáceas parientes de la azucena y el nardo, ignora que estas especies no son autóctonas sino corresponden a plantas introducidas, a través del tiempo, en la flora de la morlaquía.
Exceptis excipiendis, las cosas no se quedan allí, pues en la última parte de esta insólita investigación Rodríguez habla de manera incomprensible como siempre, acerca de una broma por la cual las rimas de las palabras Yanuncay y Amancay habrían de trocar en Achachay, con lo que se consagra un desconocimiento absoluto de estas materias y, ante omnia, una falta de investigación sobre Lingüística para coger la pluma y escribir un artículo que pretende ser «educativo» pero que es en verdad, en verdad, atentatorio en contra del idioma Castellano, en contra de la sempiterna, inigualable y culta lengua latina, en contra de la Ciencia y en contra de la buena instrucción científica que, en materia de Botánica, nos merecemos los cuencanos por parte de diario «El Mercurio».
Finalmente, la investigación que me permito comentar tiene otro error garrafal que suena a tomadura de pelo, ya que ad initium, el artículo comienza con un texto incomprensible y pésimamente redactado que dice: «¿Se busca persona quien proporcione información o referencias que ayuden a descifrar o encontrar la existencia de la flor del Amancay, que inspiró cantos y odas en el antaño cuencano?... El desconocimiento de los elementos patrimoniales y de la identidad, resulta así ya la primera extinción en nuestras memorias y corazones… Entonces conozcamos, recuperemos o restablezcamos nuestras realidades, iniciando con el capullo del amancay: ¿Si éste se extinguió, está inadvertido o nunca existió?»
Al respecto nos habremos de preguntar, ignorando la horrible redacción del texto precedente: ¿cómo puede ser audaz, el autor de aquel trabajo, para decir que «conozcamos, recuperemos o restablezcamos nuestras realidades, iniciando con el capullo del amancay…» cuando toda la apócrifa investigación nada dice de esta planta y mas bien la confunde con los agapantos y las azucenas?
Deberíamos aconsejar a Teodoro Rodríguez Muñoz que recuerde o aprenda las inmortales palabras de Sófocles, puestas en boca del sabio Creonte, en la bella obra «Edipo Rey»: «De lo que no sé o no estoy seguro, callar prefiero», pues como escribir semejantes barbaridades más le hubiese valido quedarse en silencio y hacer mutis en el foro.
¿Cómo entonces vosotros permitís, en diario «El Mercurio», aceptar este tipo de investigaciones que, publicadas in extenso, como lo ha hecho vuestra empresa periodística, desinforman a la ciudadanía y se burlan de la inteligencia de vuestros lectores?
¿Quosque tandem abutere patientia nostra/ Hasta cuándo abusarán de nuestra paciencia? Lcda. Dory Marina Merchán y Dr. Nicanor Merchán, creo que ha llegado la hora de que se ponga punto final a este tipo de reportajes que avergüenzan a los escritores honestos y honrados y devienen en un insulto para los habitantes de la morlaquía. Estos artículos, en vez de contribuir para que diario «El Mercurio» oferte serios estudios o reportajes a sus lectores, atentan en contra del prestigio cultural de Santa Ana de los Ríos de Cuenca, contra veritas et cum negligentia et admirabilis contradictio, pero sobre todo, ofenden a nuestra bella lengua de Castilla y degradan a la ciencia, mientras se olvida todo el tiempo que la capital de la morlaquía es la «Atenas del Ecuador».
Está demás indicar que las publicaciones que aparecen en la prensa escrita de la capital azuaya deberían dignificar ese prestigio y no irse en contra para que el buen nombre de Cuenca baje al abismo más profundo y tenebroso in honorem invencibilis ignorantia et horribilis contradictionem…
His cum affectibus vobis et grata recordatio, pax Christi
Diego Demetrio Orellana
Datum Concha, apud flumina Tomebamba, mensis octobris, die decima ac tertia, currentis Anno Domini bismillesimo octavæ, in Sollemnitate Diem Mundialem America, Annus Mundialem Lingue
POST SCRIPTUM. Me permito adjuntar, ad effectum videndi, dos fotografías tomadas en la urbe, en las que se podrá observar la verdadera planta del «Amancay cuencano», también llamado por la gente sencilla de la morlaquía como la flor del «Tres de Noviembre» (Amancae)» y un ejemplar precioso de «Agapanto (Agaphantus africanus)», para que quede constancia, hic et nunc, de las barbaridades escritas por Teodoro Rodríguez Muñoz.
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