domingo, 21 de febrero de 2010

DIEM MUNDIALEM LINGUA NOSTRA

«DIA MUNDIAL DE LA LENGUA MATERNA»
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FULGET HISPANICA LINGUA MYSTERIUM IN MUNDI
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Por: Diego Demetrio Orellana

El 21 de febrero de cada año se celebra el Día Mundial de la Lengua Materna. Para nosotros, en efecto, es por ello, el «DÍA MUNDIAL DEL CASTELLANO».

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Esta celebración fue proclamada por la Conferencia General de la UNESCO en noviembre de 1999. Anualmente, desde febrero de 2000, esta fecha es observada con el objetivo de promover el multilingüismo y la diversidad cultural.


Las lenguas son, de profundis, el instrumento de mayor alcance para la preservación y el desarrollo de nuestro patrimonio cultural tangible e intangible, dice la UNESCO. Toda iniciativa para promover la difusión de las lenguas maternas servirá no sólo para incentivar la diversidad lingüística y la educación multilingüe, sino también, a fortiori, para crear mayor conciencia sobre las tradiciones lingüísticas y culturales del mundo e inspirar a la solidaridad basada en el entendimiento, la tolerancia y el diálogo.


Al igual que las especies animales en vías de extinción, los idiomas están desapareciendo rápidamente y necesitan nuestra dedicación e interés para mantenerlos vivos. La UNESCO considera que antes había entre 7.000 y 8.000 idiomas diferentes. Hoy día muy pocas personas hablan la mayoría de los 6.000 idiomas conocidos en todo el mundo. La mitad de los idiomas actuales tienen menos de 10.000 hablantes por lo que corren el peligro de desaparecer, y la cuarta parte menos de 1.000. Los expertos sostienen que el 4% de la población habla el 96% de las lenguas existentes. Ex admirationem, un dato a tener en cuenta es que en la actualidad cada quince días se extingue una lengua.

La presente reflexión se ha escrito, in honorem Hispanica lingua, y rinde homenaje al Castellano, considerado hoy como el tercer idioma más hablado del mundo, después del Chino y el Inglés.

Bandera del Ecuador, país que consagra al Castellano, en su Carta Magna, como idioma oficial de los ecuatorianos
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La incomparable lengua de Castilla es uno de los idiomas más versátiles que existen sobre la faz de la Tierra. De vehementi, debemos resaltar algunas de sus preeminentes cualidades a la hora de justipreciar su valía. Sus admirables cadencias, su voluptuosidad, su elegancia aristocrática, su esplendoroso vocabulario, su gran capacidad comunicativa, su riqueza semántica, su glorioso pasado, su adaptabilidad a diversos contextos culturales, su rica herencia greco latina, sus múltiples matices e infinidad de registros y la todopoderosa profundidad con sus miles de vocablos que prodigan una extraordinaria expresión son varias de las características por las que nuestra lengua maternal tiene personalidad propia en el mundo contemporáneo.


La Torre de Babel, de Pieter Brueghel el Viejo, (c. 1525 - 9 de septiembre de 1569)
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Concordet historica veritas, su origen se pierde en las brumas del tiempo, pero se trata de un idioma que cuenta ya con más de 1.000 años de esplendente historia. In stricta veritas, para los lingüistas de todos los tiempos, ha sido un gran desafío ponerle fecha y lugar de nacimiento a nuestra hermosa lengua de Castilla.

Mapamundi de los idiomas del planeta. El azul de Prusia corresponde a los idiomas romances y, entre ellos, a la lengua de Castilla
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Las teorías más aceptadas sitúan el origen del Castellano en las llamadas «Glosas Silenses o Emilianenses», que no son sino unos textos manuscritos escritos en los márgenes de algunas obras redactadas en la inmortal lengua latina, madre nutricia de la lengua de Castilla, aunque muchos zapateen hasta el cielo en contra de la lengua madre, el venerable y prodigioso Latín.

Estos documentos, semper admirabilis, fueron guardados desde el siglo XI. In illo tempore, se escribieron en los monasterios de Santo Domingo de Silos y San Millán de la Cogolla. Aquellos manuscritos que se conservan en Silos se los llama «Glosas Silentes», mientras que los que se conservan en San Millán de la Cogolla son conocidos como «Glosas Emilianenses».


Glosas, porque se trata de anotaciones escritas al margen de unos códices latinos de la época, las cuales contienen expresiones que ya no pertenecen al Latín, sino a los primeros dialectos hispánicos, pero que se derivan exclusivamente de la lengua latina.

Post factum, existe hoy un nuevo estudio del Instituto de la Lengua de Castilla y León, dirigido por Gonzalo Santonja, el cual adelanta las primeras palabras del español más de un siglo atrás de las glosas emilianenses y silenses.

Los descubrimientos de Santonja señalan a los Cartularios de Valpuesta como la expresión escrita más antigua del Castellano, que dataría del siglo IX. Llámase cartulario a un documento escrito por dos o tres personas a lo largo del tiempo; sin embargo, cum altera significationem, en este caso concreto, el término ha sido utilizado para nombrar a un compendio de documentos.

La lengua de Castilla en el mundo
Estos escritos fueron agrupados por un clérigo del santuario de Valpuesta, con todos los textos que iba encontrando y que se guardaban desde dos siglos antes, en el norte de la provincia de Burgos.

La investigación demuestra que los escritos cartularios fueron realizados durante diversos momentos por más de una treintena de personas. Este hecho vuelve difícil determinar, cum accurata diligentia, la mano que elaboró cada uno de estos textos y el momento en el que se fueron modificando.
Vincent Van Goh; 1885
Los cartularios serían entonces, ad initium tertio millenium, el registro escrito más antiguo de la lengua de Castilla que se conoce hasta ahora, pues debemos recordar –in honorem veritas- que el Castellano nació en la calle, no en un monasterio ni debajo de ninguna piedra, pues como toda lengua, cobra vida con la gente que lo habla con naturalidad y autenticidad.

Quienes defienden que los cartularios serían los primigenios textos escritos en Castellano, se oponen a los «localismos» que vinculan el nacimiento del idioma a un monasterio concreto, pues las lenguas son del pueblo y todas nacen en la calle, por lo que se cuestiona que se diga que nuestro idioma nació en tal o cual monasterio. No obstante, lo que queda claro, sicut lumen in coelum, es que en los monasterios se hizo el primer registro de la lengua de Castilla.

El estudio realizado sobre los cartularios ha dado también pistas sobre el surgimiento de las lenguas romances, pues en las llamadas «pizarras visigóticas», que datan de la misma época, se puede columbrar la disolución del Latín y la formación de las nuevas estructuras prerromances.

La memoria de las glosas

Hasta la actualidad se apuntaba a las glosas como el texto fundacional del Castellano. Dichas glosas tenían una finalidad explicativa y buscaban aclarar el significado de algunos pasajes de textos latinos, como el llamado «Códice Aemilianensis», a través de los cuales los monjes pretendían acercar al pueblo llano la lengua que éste ya hablaba: el Castellano.

Las glosas emilianenses se guardaban en San Millán de la Cogolla, en La Rioja, por entonces parte del Reino de Navarra, lo que las convirtió en excepcionales, ya que contenían apuntes en Castellano, Euskera y Latín.

Hace mil años, entre los siglos X y XI, en el scriptorium de San Millán de la Cogolla, el amanuense Muño, que copiaba un códice latino, escribió al margen de una página la siguiente oración: «Cono aiutorio de nuestro dueno dueno Christo, dueno salbatore...».

Cuenta la Historia que esta jaculatoria debía de saberse de memoria por parte de los monjes y su traducción al Castellano moderno es: «Con la ayuda de nuestro Señor Don Cristo Don Salvador...».

Para escribirla, Muño empleó una lengua romance, seguramente «un dialecto riojano o altorriojano», el cual se derivaba ya de la inmortal lengua latina. Son estas inocentes anotaciones las que han llegado a ser consideradas como el primer testimonio escrito del que se tiene noticia acerca de un dialecto romance hispánico medieval; es decir, la lengua que ya no es Latín, hablada por el pueblo llano en la alta Edad Media.


El origen del Castellano

El Códice 60, que contiene ésta y muchas otras glosas más, es uno de los setenta códices procedentes del monasterio de San Millán, custodiados hoy en Madrid por la Real Academia de la Historia (RAH), la cual los conserva, desde mediados del siglo XIX, como uno de los mayores tesoros de su biblioteca.

Es igualmente, a fortiori, un símbolo de La Rioja, orgullosa cuna de la lengua. Desde 1978, el Ayuntamiento de La Rioja viene reclamando la devolución de este códice, junto con los glosarios 31 y 46, que son también de gran trascendencia filológica. Mas la Academia se ha negado a devolverlos, sin atender a los cambios obrados en los últimos años, desde la declaración de San Millán como Patrimonio de la Humanidad en 1997 y la puesta en marcha de Cilengua (Centro Internacional de Investigación de la Lengua Española), que reúne las condiciones para la custodia, conservación y estudio de tales documentos.

Sin embargo, La Rioja no se resigna ab imo pectore; muchos insisten en que San Millán es su lugar. Fue en los primeros días de marzo de 1821, cuando los monjes benedictinos vieron partir de su querido monasterio de Yuso los «códices antiquísimos» de su biblioteca. Marchaban a la fuerza rumbo a Burgos, reclamados por el «Jefe Político» durante la desamortización ordenada por el Gobierno liberal.

Era la España del siglo XIX, con gobiernos inestables que se sucedían derogando lo dispuesto por el anterior. Mas esto no fue causa para que regresaran a San Millán los viejos manuscritos confiscados, per fas et per nefas, en los que los desamortizadores esperaban encontrar títulos de propiedad de la Iglesia, cuando en realidad escondían otro gran tesoro todavía por descubrir.

El destino de los códices, una vez salidos de San Millán de la Cogolla es curioso. Hasta 1851 pasaron en Burgos, pues en ese año fueron reclamados desde Madrid por la Dirección de Fincas del Estado, en virtud de la aplicación de la legislación relativa a la desamortización.

Efectivamente, uno de los aspectos de la desamortización de bienes eclesiásticos por el Estado español en el siglo XIX fue la incautación de gran cantidad de archivos monásticos, catedralicios, etcétera, de distinta procedencia a los que asignaron —como a otros muchos bienes muebles e inmuebles— destinos distintos. Entre las adjudicaciones se encontraba un largo corpus de documentos que dio origen al Archivo Histórico Nacional de España. A posteriori, una importante serie de libros y documentos antiguos fue entregada a la Biblioteca de la Real Academia de la Historia (RAH) en Madrid «como entidad cualificada para su custodia y aprovechamiento científico».

En este lote se hallaban documentos procedentes de los monasterios benedictinos de San Millán de la Cogolla y San Pedro de Cardeña. Casi setenta son los códices emilianenses que allí ingresaron (códices del 1 al 64 y del 118 al 120, según la numeración con que fueron registrados al ingresar).

Si no hubiese sido por esta circunstancia podrían haber desaparecido o incinerarse en la hoguera aquellos legajos que no tuvieron el valor que esperaban los políticos de la época.


Mas, fiat lux, fue allí donde aguardaron silenciosamente para que su verdadero valor fuera descubierto en 1911, cuando el académico Manuel Gómez Moreno transcribió alrededor de mil glosas interlineales y marginales del Códice 60 y se las envió a su colega, el gran lingüista Ramón Menéndez Pidal.
Miguel de Cervantes Saavedra, eminente y prodigioso escritor, gloria inmortal de nuestra hermosa lengua de Castilla
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La clave

Ergo, al cabo de nueve siglos, las viejas palabras de Muño pudieron ser descifradas por este eminente filólogo que supo entender su significado y su singularísimo valor filológico, cultural e histórico. «En estas Glosas Emilianenses —sentenció el eminente medievalista— vemos el habla riojana del siglo X muy impregnada de los caracteres navarro- aragoneses». Era la clave del origen de aquella primera lengua romance que ya no era latín y que habría de convertirse en la hermosa e incomparable lengua de Castilla.

«El primer vagido de la lengua española es, pues, una oración», afirmaría, in illo tempore, el filólogo Dámaso Alonso. Por supuesto, la referencia era hacia la sencilla jaculatoria de Muño ya descrita ut supra.

Valiosos investigadores como Rafael Lapesa, Emilio Alarcos o Manuel Alvar hablaron de lo que hasta hoy se reconoce como el «acta de nacimiento de la lengua de Castilla». Lo cual fue un hecho prodigioso, gracias al estudio de los otros códices emilianenses, en los que subyacen glosas de otros copistas del scriptorium medieval: Albinus, Atiltus, Andreas Darmarios, Dominicus, Emilianus, Enneco Garseani, Eximino Archipresbiter, Moterrafe, Pedro, Petrus Abbas, Quisius, Juan Sánchez de Villoria, Trinitarius Presbiter... Los hermanos de Munnius, quienes, gratis et amore, se empeñaron en copiar manuscritos y, cuando tenían dificultades para la comprensión de un texto latino, lo glosaban en el habla del pueblo llano o redactaban auténticos diccionarios enciclopédicos, como el Códice 46.

En la famosa obra El escriba y el rey, del escritor riojano Demetrio Guinea, se lee un curioso relato escrito por un monje medieval: «Por voluntad del Todopoderoso devine monje calígrafo en el celebrado scriptorium de aquella abadía millanense (...) y dediqueme junto a mis hermanos en la caridad de Cristo, puestos en comunión bajo la regla monástica de San Benito de Nursia, a la reproducción de las obras vertidas por nuestros egregios predecesores en la religión cristiana, aquellos sobre cuyo piadoso numen infundió el Altísimo su inspirado soplo para el más elevado brillo de su verdad eterna e imperecedera».

Este testimonio habrían de sentir como propio, ad infinitum, aquellos primitivos notarios del alumbramiento idiomático de la lengua de Castilla in aeternum.

En1977, se celebró en San Millán el «Milenario de la Lengua de Castilla», Veinte años después, los monasterios de San Millán de la Cogolla fueron declarados Patrimonio Cultural de la Humanidad. A raíz de entonces se acometió una profunda restauración monumental de Yuso y Suso y, a partir de la Fundación San Millán de la Cogolla, su puso en marcha Cilengua (Centro Internacional de Investigación de la Lengua Española), heredero del esplendor cultural del scriptorium medieval.
La devolución de las Glosas Emilianenses, de aquel Códice 60 y de otros glosarios como el 31 y el 46, es un deseo muy sentido, ex tota fortitudine, para los habitantes de La Rioja, pues esos históricos documentos constituyen el más importante símbolo de la maravillosa lengua de Castilla, idioma del que los escritores castizos nos sentimos orgullosos cuando corroboramos su mundialización, sicut erat in principio et nunc et semper, en un momento de la historia en que es hablado ya por casi 500 millones de habitantes en todo el planeta. La RAH siempre se ha negado a devolver los códices argumentando que San Millán no reunía las condiciones necesarias de seguridad para custodiar unos documentos de tanta valía.

El pasado año 2009, el Gobierno de La Rioja volvió a pedir su «depósito temporal». Pero en vano; la Academia que tanto aprecia este tesoro, no lo cede. Y a ese lugar de la palabra que es San Millán le siguen faltando sus palabras primeras, aquéllas que escribiera un buen día de hace mil años el notario Muño, ex toto corde et singularis sinceritas, con una sorprendente veneración y amor por su noble oficio: «Cono aiutorio de nuestro dueno dueno Christo, dueno salbatore...».


Se puede columbrar entonces que la lengua de Castilla ha sobrevivido, haciéndose cada vez más fuerte in saecula saeculorum.

Cuenta la Historia, por ejemplo, que en tiempos de Carlos V, Emperador de Alemania y Rey de España, al mirar cómo la lengua de Castilla había cruzado los mares, con la conquista española, adquiriendo un puesto de preeminente valor cultural y político, se expresaba cum gratia copiosa et admirationem: «Habla a Dios en Castellano, a los hombres en Francés, a tu musa en Italiano, a tu lebrel en inglés y a tu caballo en germano», lo cual, in spiritus et veritas, denotaba que la lengua de Castilla era un idioma sumamente importante durante el siglo XVI, gracias a las expediciones hispanas por los mares del mundo.

Pero para llegar a esta época de gloria, habremos de decir que el Castellano, no obstante, empezó siendo un idioma muy pequeño en el centro de la península ibérica, en Castilla y León, para luego ser la lengua de toda España y, allende los mares, Deo gratias, devenir en el idioma de toda América, hasta que ahora, ad bismillesimus decimus annus, se está expandiendo copiosamente en los Estados Unidos.

La prodigiosa expansión de la inigualable lengua de Castilla se debe a varios factores, uno de ellos es, ipso facto, su estructura simple que hace muy fácil pasar del idioma hablado al escrito, a diferencia de otros idiomas como el Francés y el Inglés, cuya fonética y gramática varían mucho.

Además, la lengua de Castilla ha sido decisivamente enriquecida por las gentes que deciden, motu proprio, por su propia voluntad, sentir, amar, gozar, tener angustias, ser feliz en esta maravillosa lengua de tanta precisión semántica y sinonimia para decir aquello que el corazón nos impele ex toto corde, ex tota anima nostra et ex tota fortitudine.

Otra característica esencial del Castellano es su gran facilidad para adoptar modalidades y ser flexible. En lugar de rechazar y quedarse estática, la lengua española ha garantizado su crecimiento y extensión porque sus hablantes son capaces de adoptar cambios. Por esta razón, en ciertas comunidades de los Estados Unidos, con enormes flujos migratorios hispanos, como Los Ángeles o Nueva York, la lengua de Castilla se siente viva et semper amabilis, admirabilis, prudentissima et singularis.

Inclusive, más allá de la barbaridad que implica en contra de la esencia del idioma castellano el denominado spanglish, que mezcla Inglés y español, se puede afirmar, Ars gratia artis, que más que una deformación de la lengua es una muestra de la fuerte ligazón de los hispanos a sus raíces: la gente, en lugar de adoptar por completo el idioma del lugar en que viven mantienen vivo el español en sus casas y en la cotidianidad con sus allegados.

Sin embargo, hay que seguir trabajando escrupulosamente por la glorificación del Castellano. He allí una gran tarea para los hombres de pluma, los escritores castizos, quienes son los artífices del bien decir y quienes obligados están a orientar a los hispanohablantes para que esos mil años de historia no se pierdan y la lengua de Castilla permanezca pura, auténtica y soberana urbi et orbi.

Y lo primero que se debería hacer por parte de los Estados y los gobiernos es resolver la pobreza y afianzar la democracia para que la gente pueda canalizar sus energías no en cómo sobrevivir dignamente, sino en cultivar su cultura, leer y preocuparse por hablar y pensar bien en su idioma. Un pueblo que tiene resuelto su modus vivendi puede dedicarse a cultivar las manifestaciones espirituales, en donde está la cultura y, ab intra, la lengua, la cual es cultivada mientras más se procura la instrucción individual a través de la lectura.

Así, dilectissime amici, viris et mulieribus qui locutus Hispanica lingua in Concha et in mundi, podríamos decir finalmente que el futuro de nuestra bella lengua de Castilla está sólidamente trazado, pero hay que resolver la situación de injusticia social en la que están sumidos muchos hablantes del idioma castellano, pro mundi beneficio, por bien de todos y de todo ad maiorem Dei gloriam.

Datum Concha, super flumina Tomebamba, in Annus Sacerdotalis in memoriam CL anniversaria Dies Natalis Sancte Ioannes Maria Vianney, ex aedibus FIDEH, districti meridionalis, mensis februaris, die primus supra vicesimum, reparate salute Anno Dominicae Incarnationis bismillesimus decimus, in sollemnitate Diem Mundialem Hispanica Lingua, vesperas celebratione Cathedra Petri apostoli.

domingo, 14 de febrero de 2010

«DE VERA AMICITIA»

«SOBRE LA AMISTAD VERDADERA»
Por: Diego Demetrio Orellana
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«In amicitia nihil fictum est, nihil simulatum et quidquid est id est verum et voluntarium/ En la amistad nada hay ficticio, nada simulado y lo que hay es verdadero y voluntario». / Marco Tulio Cicerón
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EXPOSITIO INTRODUCTIVA
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¡Quam admirationem in cordibus nostris concitare debet vera amicitia!
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¡Qué admiración ha de suscitar en nuestro corazón la verdadera amistad!
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No podemos imaginarnos al género humano sin amistad; hacerlo constituiría conceptualizar algo que resulta contra natura para la especie humana, pues el hombre es, ad nativitatem, un ser social y está siempre en permanente necesidad de experimentar la amistad verdadera. Y es que, en todo ser humano, el instinto de sociabilidad que es inherente a su condición natural exige la relación estrecha con algunas personas a las que se las llama amigos.

Por eso, cuando la alegría habita en nuestro corazón hay un impulso imperioso para compartirla copiosamente, a fin de que se multiplique urbi et orbi, mientras que si la tristeza nos hace presa fácil, es sólo una buena amistad aquella que es capaz de dividir a nuestra alma tristis et afflictis.

«La verdadera amistad comienza con una sonrisa, crece con una ilusión, se fortalece con la esperanza y se queda en el corazón» sentencia un anónimo proverbio de dimensiones planetarias y cuando se la descubre en nuestras vidas es el resultado del maravilloso encuentro de afinidades profundas entre los seres humanos que sienten la necesidad de establecer una convivencia fraterna, gracias a determinadas peculiaridades que son mutuas para quienes intervienen en una relación y que permiten una apropiada comprensión y desarrollan el especial «affectio originalis» que desde sempiternas épocas define a la sui generis consideración que surge entre dos o más personas que experimentan este profundo sentimiento de la vida.

Son múltiples las definiciones de la AMISTAD que se han dado a lo largo de la historia del género humano. Sin embargo, de todos los conceptos que eminentes hombres y mujeres de la Historia han escrito ex admirabilis sensus et purissima veritas, ninguno es absoluto, pues la amistad es inefable y quizás es de aquellas cosas que no se pueden explicar con las palabras.




En consecuencia, nadie puede desconocer que este sentimiento humano se lo vive a plenitud, in corpore et in anima, y al no existir expresiones para definirlo con exactitud, es menester que lo descubramos en nuestras acciones y lo sintamos en nuestras vidas con especial y particular cuidado.

Por eso, hay un inmortal apotegma de los filósofos romanos que cobra sentido ante la amistad: «FACTA ET NON VERBA/ HECHOS Y NO PALABRAS». Y es que la amistad no puede ser definida tan solo con expresiones sino esencialmente con las acciones; de allí que, dilectissime amici in communio caritatis: «Un amigo es aquel que en cada una de sus actuaciones nos expresa cuánto nos ama y cómo nos valora».


Un amigo se mantiene, cum affectio originalis et semper fidelis, cerca de nuestro corazón y nos lo demuestra haciéndose presente en cualquier tiempo, ora con un mensaje, ora con un presente, ora con su sonrisa. Ese amigo, si es que lo tenemos, nos acepta tal como somos y nos ama por lo que representamos haciendo una diferencia en nuestras vidas; nunca nos juzga y mas bien nos ofrece su apoyo, nos ayuda a levantarnos si nos ve caídos, nos impulsa a calmar nuestros temores y a elevar nuestro espíritu.

Estas cualidades son usuales en esas personas a las que llamamos amigos, mas son características esenciales de los verdaderos amigos, de aquellos que nunca están interesados por nada, que son serviciales y solidarios, que se dan sin esperar nada a cambio y que, como dice la Biblia, «son amigos fieles y constituyen una protección segura, por lo que quien los encuentra halla un tesoro».

En efecto, el maravilloso texto bíblico del libro de Sirácide dice, en la Vulgata, con la admirable precisión y contundencia de la inmortal lengua latina: «Amicus fidelis protectio fortis; qui autem invenit illum, invenit thesaurum. Amico fideli nulla est comparatio, et non est ponderatio contra bonitatem illius - El amigo fiel es una defensa poderosa, quien lo halla ha hallado un tesoro. Nada es comparable al amigo fiel, y no hay nada equiparable a su bondad»

Jacinto Benavente, dramaturgo español que inició su actividad teatral con la comedia y que tenía a su haber un agradable sentido del humor y agilidad de pensamiento, solía decir: «El amigo que sabe llegar al fondo de nuestro corazón; ése, como tú, ni aconseja ni recrimina; ama y calla».

Así, los verdaderos amigos son como la sangre, acuden a la herida sin que se los llame, adivinan siempre cuándo es que se tiene necesidad de ellos. Están junto a nosotros, a veces sin necesidad de cruzar palabras y sólo con su silencio y su presencia nos reconfortan y demuestran que viven en nuestros corazones y saben de nuestra manera de pensar y de sentir. Son a la vez personas que, como las estrellas, no siempre las vemos pero sabemos que están allí. Nos hacen así dichosos y felices y nos animan a creer en el ser humano.


Los amigos verdaderos nos dicen cosas lindas acerca de nosotros y todo el tiempo se nos dirigen con la verdad cuando necesitamos aceptarla. Jamás nos mienten ni nos ocultan nada, sea lo que fuere, pues, veritas ante omnia, siempre nos hablan cum sapientiae et in honorem veritatis splendor, y si tienen que decirnos cosas duras o difíciles de aceptar nos las dicen con esa necesaria firmeza y franqueza que les atribuye calidad moral ante nosotros.

Esos amigos luchan por la verdad, aunque por ello se deba llegar, usque ad sanguinis effusionem/ hasta el derramamiento de sangre. Jamás podemos esperar de ellos que nos oculten algo por cualquier motivo. Y aunque algo que nos deban decir sea doloroso, nos lo manifiestan con toda sinceridad y nos comprenden, nos valoran, caminan a nuestro lado, nos explican las cosas que no entendemos; nos gritan si es necesario cuando no queremos escuchar o sufren en silencio por nuestra necedad y cuando pueden, oportunamente nos bajan a la realidad.

El amigo verdadero es aquel que llega cuando todos se van y se queda cuando los demás se han marchado y es también aquel que se enciende, sicut lumen in coelum/ como la luz en el cielo, cuando todo se apaga. Así es el amigo verdadero que nunca falla.


Seguramente por esto, el filósofo y matemático griego Pitágoras, dueño de un incomparable pensamiento lógico, que fundó en la ciudad helena de Crotona una escuela de filosofía donde enseñaba la inmortalidad y la transmigración de las almas, un buen día escribió que «Son nuestros amigos los que nos señalan nuestras faltas, no los que nos adulan».

«La verdadera amistad es correr la aventura de explorar el corazón del amigo y, descalzo, entrar en él» dice un sabio pensamiento de autor anónimo que grafica de manera clara y precisa que una de las características de una buena amistad es el conocimiento mutuo de las personas que abren las puertas de su corazón sin reserva alguna, en un excepcional ejercicio de solidaridad y fraternidad.

La verdadera amistad exige definiciones a las personas, pues o somos amigos o no lo somos y no puede aceptarse una postura diletante. Esto guarda coherencia con el principio fundamental de identidad de la Lógica aristotélica, que prescribe que «entre la nada y el ser no existe término medio».

Guiado de esta convicción, seguramente, el filósofo alemán Friedrich Nietzsche escribía, con su típico lenguaje cáustico, la siguiente idea: «Si se quiere tener un amigo, hay que querer también hacer la guerra por él; y para hacer la guerra hay que poder ser enemigo». La postura definida ante la amistad es así un requisito esencial de la «vera amicitia» y lamentablemente esta cualidad no es algo común en muchas personas que se cruzan en nuestras vidas.

Para Cicerón, no obstante, la valoración de la verdadera amistad fue excepcional desde todo punto de vista y tan convencido estaba de su importancia para el género humano que, en su bella obra «De amicitia», escribió: «Sine amicitia, vita esse nullam/ La vida es nada sin amistad».
El verdadero amigo es el «alter ego o el otro yo», cree en nosotros; nos respeta, nos llama sólo para decirnos «Hola» y no se rinde nunca, admirando todas las cosas nuestras, incluso aquellas que están inacabadas o imperfectas. Asimismo, perdona nuestros errores y se entrega incondicionalmente; nos ayuda en todo lo que le es posible y a veces, hasta en lo imposible. Ese amigo nos comprende en toda circunstancia, en la felicidad o en la desgracia y cuando vivimos un fracaso que nos trastorna porque no pudimos alcanzar el éxito, nos invita a reintentarlo, ex tota fortitudine/ con todas las fuerzas, pues simplemente está con nosotros, en la gloria y en la desesperanza.

Shakespeare, con su particular comprensión de la naturaleza humana, había descubierto que la amistad verdadera hace que las personas se entreguen de manera generosa en el diario ejercicio de la fraternidad que surge, ad nativitatem, en dos amigos que se aprecian de verdad. Las conclusiones del ilustre representante de la literatura inglesa están llenas de sabiduría: «Quien de veras sea tu amigo, te socorrerá en la necesidad, llorará si te entristeces, no podrá dormir si tu velas y compartirá contigo las penas del corazón. Estos son signos seguros para distinguir al fiel amigo del adulador enemigo».


Un amigo verdadero es alguien digno de confianza, sabe de nuestros más íntimos secretos y nunca los revela a nadie y por nada, antes bien, comparte con nosotros nuestras ideas y pensamientos y nos hace también partícipes de sus secretos y confidencias. A veces, no es necesario que crucen palabra alguna, pues con sólo su presencia nos reconfortan y demuestran que están junto a nosotros.

El silencio que a veces se produce entre las personas que son partícipes de una verdadera amistad es más importante que cualquier diálogo. Esta cualidad de las grandes amistades ha sido siempre justipreciada por preeminentes pensadores de la Historia. Por ejemplo, Erasmo de Rotterdam, inmortal autor del «Elogio de la Locura» o también llamado «Elogio de la Moría», humanista holandés que escribió innumerables obras que lo encumbraron como un referente del Renacimiento, escribió en sus «Adagios», publicados en el año 1500, que: «La verdadera amistad llega cuando el silencio entre dos parece ameno».


Por todo esto, como ya se dijo, ut supra, al presentar esta obra, desde inmemoriales tiempos se ha manifestado: «Vera amicitia sempiterna est/ La verdadera amistad es eterna». En efecto, la perdurabilidad de una amistad hace a este bello sentimiento sempiterno e inmortal.

Si hemos descubierto estas cualidades en nuestros amigos, cultivemos la amistad porque seguramente hemos encontrado un tesoro. Cicerón decía sabiamente: «In amicitia nihil fictum est, nihil simulatum et quidquid est id est verum et voluntarium/ En la amistad nada hay ficticio, nada simulado y lo que hay es verdadero y voluntario».


Sabias palabras las del gran orador latino, pues en la amistad nada puede simularse, todo es auténtico y la ficción es imposible, nada es falso y lo verdadero y voluntario es lo común en las acciones de los amigos. Por eso, la prueba real de una verdadera amistad está en los hechos y bien haríamos en recordar siempre, como se ha dicho ya en este trabajo: «FACTA ET NON VERBA/ HECHOS Y NO PALABRAS», pues éste es el universal apotegma que define, in strictu sensu, este hermoso sentimiento que hace más felices a las personas, a quienes la naturaleza les brinda el singular privilegio de experimentarlo.

Mas, las amistades con estas características son escasas y deben ser muy ávidamente cultivadas y tratadas con esmero, puesto que tienen un gran valor. Cuando se las encuentra se suele decir que se trata de amistades de altos quilates y se revelan inclusive en las desgracias, cuando generalmente el abandono y la soledad suelen ser comunes a los seres humanos.

Es allí cuando la vida nos enseña que siempre se puede contar con los amigos tanto en la felicidad como en el infortunio, en donde es, sobre todo, cuando se manifiestan como hermanos, con todo esplendor y verdad. Solo allí descubrimos a sus almas generosas, pues no guardan para nosotros sentimiento alguno de envidia o de celos bajo ninguna circunstancia. Percibiendo esta realidad de la vida, dicen que Sócrates repetía constantemente a sus discípulos el siguiente aforismo: «Preferid, entre los amigos, no sólo a aquellos que se entristecen con la noticia de cualquier desventura vuestra, sino más aún a los que en vuestra prosperidad no os envidian».

Estas definiciones constituyen verdades inmarcesibles que aprendemos en la vida con mucha profundidad y nos enseñan la importancia de contar con un amigo a la hora de la desgracia, instante fatídico en el que muchos nos dejan a la vera del camino. Se dice, desde inmemoriales tiempos, que ya desde la época clásica se solía decir: «Si amicus meus adesset auxilio non egerem/ Si mi amigo estuviera aquí, no necesitaría yo ayuda», porque, en efecto, la presencia de una amistad verdadera en el infortunio hace que llevemos de mejor manera las vicisitudes de la vida.

Así, no hay cosa más grata que comprobar que, en los momentos más desgraciados de la vida, se descubren a los amigos que lo han sido por vocación y convicción. Seguramente por esto, el gran Cicerón decía: «Amicus certus in re incerta cernitur/ Al amigo cierto se lo descubre en la suerte incierta».
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Mas, otro eminente filósofo de la Roma Imperial, Ovidio, con un acucioso conocimiento de la naturaleza humana, al comprobar la fragilidad de muchas personas que dicen ser amigas sin serlo de veras, escribió: «Donec eris felix, multos numerabis amicos: Tempora si fuerint nubila, solus eris/ Mientras eres feliz tienes muchos amigos, pero cuando los tiempos se nublan estás solo». Y por ello, la gran importancia de contar con una amistad verdadera.

Esos momentos difíciles en los que todo parece venirse encima, cuando las desolaciones cuentan más que las consolaciones, son los instantes en los cuales apreciamos a quienes se muestran como los amigos infallables. El mismo Cicerón, quien había descubierto al verdadero amigo en la suerte incierta, concluía con indudable certeza: «Veram amicitiam in adversa fortuna videbamus/Veremos la verdadera amistad en los momentos de mala suerte».

Un amigo, cuando es sincero, no necesariamente debe estar con su presencia física junto a nosotros, pues la amistad verdadera no requiere fundamentalmente del contacto físico, ya que su alma siempre está presente en nuestras vidas. No obstante, a veces es menester que lo busquemos y es allí, en esas circunstancias, cuando descubrimos que no importan las distancias que hayamos de recorrer para encontrarlo, pues «nunca es largo el camino que conduce a la casa de un amigo».

Aunque pudiere parecer una paradoja, esa clase de amistades suelen ser más valiosas que la misma hermandad de sangre cuando estamos compungidos y por eso, la Biblia dice en el Libro de los Proverbios: «No vayas a casa de tu hermano cuando estés afligido, pues más vale un amigo cerca que un hermano lejos».


Y es que, aunque pudiere parecer una contradicción, la vida nos enseña que son múltiples las circunstancias en que las personas viven graves crisis o problemas y no cuentan con el apoyo de su familia, no así de sus amigos verdaderos. Un amigo es, en esos instantes, quien se convierte en el único refugio y fortaleza. Así, sólo un amigo verdadero suele tener los hombros húmedos a causa de nuestras lágrimas y está siempre presto para ayudarnos en nuestros problemas.

Ya en la antigua Roma, en el mundo de la latinidad, que sigue siendo hoy un verdadero soporte para la cultura de Occidente -aunque muchos vivan enceguecidos ante la importancia de la cultura latina- encontramos pensamientos que perviven con fuerza y que nos enseñan que generalmente, en los momentos de dolor, un amigo es más cercano que un hermano de sangre: «Benevolus amicus maxima est cognatio/ Más vale un amigo que pariente ni primo».

Y la inigualable y sempiterna lengua latina, pletórica de riqueza semántica para definir esencialmente a muchas palabras que constituyen el tronco primigenio de nuestra bella lengua de Castilla, encontró algunas expresiones hermosas con las que se ha llamado desde antaño a los grandes amigos. Así, entre otras, los ciudadanos de la antigua Roma utilizaban los siguientes vocativos para sus valiosas amistades: «Suavis amicus/amigo tierno, caro…», «Inter amicos/ entre amigos» y «Summus amicus/ amigo del alma».


No obstante, las verdaderas amistades son escasas en la vida y aunque podemos tener muchos amigos, siempre hay uno en especial que merece una particular consideración y aprecio y se erige como atalaya esplendente que alumbra nuestras vidas y alegra los corazones dando razón al escritor sagrado del libro de Sirácides cuando decía con entrañable sabiduría: «Multi pacifici sint tibi, et consiliarius sit tibi unus de mille / Que sean muchos los que te saludan, pero el que te aconseja, sea uno entre mil».


No obstante, los verdaderos amigos nunca nos dan consejos, a menos que se los pidamos. Su buen ejemplo representa más que mil consejos en nuestras vidas y cuando es menester que nos aconsejen, de sus labios sólo saldrán cosas buenas. En la antigua Roma, los ciudadanos romanos solían decir de esta clase de amigos: «Veri amici non prava exempla, sed bona consilia dant/ Los buenos amigos no dan mal ejemplo, sino buenos consejos».
Por otra parte, hay ocasiones en que la vida nos enseña que si los consejos son bienvenidos en la amistad, en la verdadera amistad no sólo se los recibe sino además se los prodiga en un maravilloso intercambio recíproco que fortalece más la relación. Cicerón lo advirtió con la siguiente sentencia: «Et monere et moneri proprium est verae amicitiae/ Es propio de la verdadera amistad dar por una parte consejos; por otra, recibirlos».


Finalmente, habremos de decir que «Vera amicitia pulchra est/ La verdadera amistad es pulcra». Esta es una inmortal frase de la Historia que refleja que toda buena amistad es traslúcida, limpia, cristalina y diáfana desde todo punto de vista, in communio caritatis et semper fidelis in saecula saeculorum.
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DIEGO DEMETRIO ORELLANA
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Datum Concha, apud flumina Tomebamba, in Annus Sacerdotalis in memoriam CL anniversaria Dies Natalis Sancte Ioannes Maria Vianney, ex aedibus FIDEH, districti meridionalis, mensis Februaris, die quartus supra decimum, Anno Dominicae Incarnationis bismillesimus decimus, in sollemnitate celebratione Sancte Valentinus, Diem Mundialem Amicitia.
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