domingo, 14 de febrero de 2010

«DE VERA AMICITIA»

«SOBRE LA AMISTAD VERDADERA»
Por: Diego Demetrio Orellana
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«In amicitia nihil fictum est, nihil simulatum et quidquid est id est verum et voluntarium/ En la amistad nada hay ficticio, nada simulado y lo que hay es verdadero y voluntario». / Marco Tulio Cicerón
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EXPOSITIO INTRODUCTIVA
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¡Quam admirationem in cordibus nostris concitare debet vera amicitia!
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¡Qué admiración ha de suscitar en nuestro corazón la verdadera amistad!
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No podemos imaginarnos al género humano sin amistad; hacerlo constituiría conceptualizar algo que resulta contra natura para la especie humana, pues el hombre es, ad nativitatem, un ser social y está siempre en permanente necesidad de experimentar la amistad verdadera. Y es que, en todo ser humano, el instinto de sociabilidad que es inherente a su condición natural exige la relación estrecha con algunas personas a las que se las llama amigos.

Por eso, cuando la alegría habita en nuestro corazón hay un impulso imperioso para compartirla copiosamente, a fin de que se multiplique urbi et orbi, mientras que si la tristeza nos hace presa fácil, es sólo una buena amistad aquella que es capaz de dividir a nuestra alma tristis et afflictis.

«La verdadera amistad comienza con una sonrisa, crece con una ilusión, se fortalece con la esperanza y se queda en el corazón» sentencia un anónimo proverbio de dimensiones planetarias y cuando se la descubre en nuestras vidas es el resultado del maravilloso encuentro de afinidades profundas entre los seres humanos que sienten la necesidad de establecer una convivencia fraterna, gracias a determinadas peculiaridades que son mutuas para quienes intervienen en una relación y que permiten una apropiada comprensión y desarrollan el especial «affectio originalis» que desde sempiternas épocas define a la sui generis consideración que surge entre dos o más personas que experimentan este profundo sentimiento de la vida.

Son múltiples las definiciones de la AMISTAD que se han dado a lo largo de la historia del género humano. Sin embargo, de todos los conceptos que eminentes hombres y mujeres de la Historia han escrito ex admirabilis sensus et purissima veritas, ninguno es absoluto, pues la amistad es inefable y quizás es de aquellas cosas que no se pueden explicar con las palabras.




En consecuencia, nadie puede desconocer que este sentimiento humano se lo vive a plenitud, in corpore et in anima, y al no existir expresiones para definirlo con exactitud, es menester que lo descubramos en nuestras acciones y lo sintamos en nuestras vidas con especial y particular cuidado.

Por eso, hay un inmortal apotegma de los filósofos romanos que cobra sentido ante la amistad: «FACTA ET NON VERBA/ HECHOS Y NO PALABRAS». Y es que la amistad no puede ser definida tan solo con expresiones sino esencialmente con las acciones; de allí que, dilectissime amici in communio caritatis: «Un amigo es aquel que en cada una de sus actuaciones nos expresa cuánto nos ama y cómo nos valora».


Un amigo se mantiene, cum affectio originalis et semper fidelis, cerca de nuestro corazón y nos lo demuestra haciéndose presente en cualquier tiempo, ora con un mensaje, ora con un presente, ora con su sonrisa. Ese amigo, si es que lo tenemos, nos acepta tal como somos y nos ama por lo que representamos haciendo una diferencia en nuestras vidas; nunca nos juzga y mas bien nos ofrece su apoyo, nos ayuda a levantarnos si nos ve caídos, nos impulsa a calmar nuestros temores y a elevar nuestro espíritu.

Estas cualidades son usuales en esas personas a las que llamamos amigos, mas son características esenciales de los verdaderos amigos, de aquellos que nunca están interesados por nada, que son serviciales y solidarios, que se dan sin esperar nada a cambio y que, como dice la Biblia, «son amigos fieles y constituyen una protección segura, por lo que quien los encuentra halla un tesoro».

En efecto, el maravilloso texto bíblico del libro de Sirácide dice, en la Vulgata, con la admirable precisión y contundencia de la inmortal lengua latina: «Amicus fidelis protectio fortis; qui autem invenit illum, invenit thesaurum. Amico fideli nulla est comparatio, et non est ponderatio contra bonitatem illius - El amigo fiel es una defensa poderosa, quien lo halla ha hallado un tesoro. Nada es comparable al amigo fiel, y no hay nada equiparable a su bondad»

Jacinto Benavente, dramaturgo español que inició su actividad teatral con la comedia y que tenía a su haber un agradable sentido del humor y agilidad de pensamiento, solía decir: «El amigo que sabe llegar al fondo de nuestro corazón; ése, como tú, ni aconseja ni recrimina; ama y calla».

Así, los verdaderos amigos son como la sangre, acuden a la herida sin que se los llame, adivinan siempre cuándo es que se tiene necesidad de ellos. Están junto a nosotros, a veces sin necesidad de cruzar palabras y sólo con su silencio y su presencia nos reconfortan y demuestran que viven en nuestros corazones y saben de nuestra manera de pensar y de sentir. Son a la vez personas que, como las estrellas, no siempre las vemos pero sabemos que están allí. Nos hacen así dichosos y felices y nos animan a creer en el ser humano.


Los amigos verdaderos nos dicen cosas lindas acerca de nosotros y todo el tiempo se nos dirigen con la verdad cuando necesitamos aceptarla. Jamás nos mienten ni nos ocultan nada, sea lo que fuere, pues, veritas ante omnia, siempre nos hablan cum sapientiae et in honorem veritatis splendor, y si tienen que decirnos cosas duras o difíciles de aceptar nos las dicen con esa necesaria firmeza y franqueza que les atribuye calidad moral ante nosotros.

Esos amigos luchan por la verdad, aunque por ello se deba llegar, usque ad sanguinis effusionem/ hasta el derramamiento de sangre. Jamás podemos esperar de ellos que nos oculten algo por cualquier motivo. Y aunque algo que nos deban decir sea doloroso, nos lo manifiestan con toda sinceridad y nos comprenden, nos valoran, caminan a nuestro lado, nos explican las cosas que no entendemos; nos gritan si es necesario cuando no queremos escuchar o sufren en silencio por nuestra necedad y cuando pueden, oportunamente nos bajan a la realidad.

El amigo verdadero es aquel que llega cuando todos se van y se queda cuando los demás se han marchado y es también aquel que se enciende, sicut lumen in coelum/ como la luz en el cielo, cuando todo se apaga. Así es el amigo verdadero que nunca falla.


Seguramente por esto, el filósofo y matemático griego Pitágoras, dueño de un incomparable pensamiento lógico, que fundó en la ciudad helena de Crotona una escuela de filosofía donde enseñaba la inmortalidad y la transmigración de las almas, un buen día escribió que «Son nuestros amigos los que nos señalan nuestras faltas, no los que nos adulan».

«La verdadera amistad es correr la aventura de explorar el corazón del amigo y, descalzo, entrar en él» dice un sabio pensamiento de autor anónimo que grafica de manera clara y precisa que una de las características de una buena amistad es el conocimiento mutuo de las personas que abren las puertas de su corazón sin reserva alguna, en un excepcional ejercicio de solidaridad y fraternidad.

La verdadera amistad exige definiciones a las personas, pues o somos amigos o no lo somos y no puede aceptarse una postura diletante. Esto guarda coherencia con el principio fundamental de identidad de la Lógica aristotélica, que prescribe que «entre la nada y el ser no existe término medio».

Guiado de esta convicción, seguramente, el filósofo alemán Friedrich Nietzsche escribía, con su típico lenguaje cáustico, la siguiente idea: «Si se quiere tener un amigo, hay que querer también hacer la guerra por él; y para hacer la guerra hay que poder ser enemigo». La postura definida ante la amistad es así un requisito esencial de la «vera amicitia» y lamentablemente esta cualidad no es algo común en muchas personas que se cruzan en nuestras vidas.

Para Cicerón, no obstante, la valoración de la verdadera amistad fue excepcional desde todo punto de vista y tan convencido estaba de su importancia para el género humano que, en su bella obra «De amicitia», escribió: «Sine amicitia, vita esse nullam/ La vida es nada sin amistad».
El verdadero amigo es el «alter ego o el otro yo», cree en nosotros; nos respeta, nos llama sólo para decirnos «Hola» y no se rinde nunca, admirando todas las cosas nuestras, incluso aquellas que están inacabadas o imperfectas. Asimismo, perdona nuestros errores y se entrega incondicionalmente; nos ayuda en todo lo que le es posible y a veces, hasta en lo imposible. Ese amigo nos comprende en toda circunstancia, en la felicidad o en la desgracia y cuando vivimos un fracaso que nos trastorna porque no pudimos alcanzar el éxito, nos invita a reintentarlo, ex tota fortitudine/ con todas las fuerzas, pues simplemente está con nosotros, en la gloria y en la desesperanza.

Shakespeare, con su particular comprensión de la naturaleza humana, había descubierto que la amistad verdadera hace que las personas se entreguen de manera generosa en el diario ejercicio de la fraternidad que surge, ad nativitatem, en dos amigos que se aprecian de verdad. Las conclusiones del ilustre representante de la literatura inglesa están llenas de sabiduría: «Quien de veras sea tu amigo, te socorrerá en la necesidad, llorará si te entristeces, no podrá dormir si tu velas y compartirá contigo las penas del corazón. Estos son signos seguros para distinguir al fiel amigo del adulador enemigo».


Un amigo verdadero es alguien digno de confianza, sabe de nuestros más íntimos secretos y nunca los revela a nadie y por nada, antes bien, comparte con nosotros nuestras ideas y pensamientos y nos hace también partícipes de sus secretos y confidencias. A veces, no es necesario que crucen palabra alguna, pues con sólo su presencia nos reconfortan y demuestran que están junto a nosotros.

El silencio que a veces se produce entre las personas que son partícipes de una verdadera amistad es más importante que cualquier diálogo. Esta cualidad de las grandes amistades ha sido siempre justipreciada por preeminentes pensadores de la Historia. Por ejemplo, Erasmo de Rotterdam, inmortal autor del «Elogio de la Locura» o también llamado «Elogio de la Moría», humanista holandés que escribió innumerables obras que lo encumbraron como un referente del Renacimiento, escribió en sus «Adagios», publicados en el año 1500, que: «La verdadera amistad llega cuando el silencio entre dos parece ameno».


Por todo esto, como ya se dijo, ut supra, al presentar esta obra, desde inmemoriales tiempos se ha manifestado: «Vera amicitia sempiterna est/ La verdadera amistad es eterna». En efecto, la perdurabilidad de una amistad hace a este bello sentimiento sempiterno e inmortal.

Si hemos descubierto estas cualidades en nuestros amigos, cultivemos la amistad porque seguramente hemos encontrado un tesoro. Cicerón decía sabiamente: «In amicitia nihil fictum est, nihil simulatum et quidquid est id est verum et voluntarium/ En la amistad nada hay ficticio, nada simulado y lo que hay es verdadero y voluntario».


Sabias palabras las del gran orador latino, pues en la amistad nada puede simularse, todo es auténtico y la ficción es imposible, nada es falso y lo verdadero y voluntario es lo común en las acciones de los amigos. Por eso, la prueba real de una verdadera amistad está en los hechos y bien haríamos en recordar siempre, como se ha dicho ya en este trabajo: «FACTA ET NON VERBA/ HECHOS Y NO PALABRAS», pues éste es el universal apotegma que define, in strictu sensu, este hermoso sentimiento que hace más felices a las personas, a quienes la naturaleza les brinda el singular privilegio de experimentarlo.

Mas, las amistades con estas características son escasas y deben ser muy ávidamente cultivadas y tratadas con esmero, puesto que tienen un gran valor. Cuando se las encuentra se suele decir que se trata de amistades de altos quilates y se revelan inclusive en las desgracias, cuando generalmente el abandono y la soledad suelen ser comunes a los seres humanos.

Es allí cuando la vida nos enseña que siempre se puede contar con los amigos tanto en la felicidad como en el infortunio, en donde es, sobre todo, cuando se manifiestan como hermanos, con todo esplendor y verdad. Solo allí descubrimos a sus almas generosas, pues no guardan para nosotros sentimiento alguno de envidia o de celos bajo ninguna circunstancia. Percibiendo esta realidad de la vida, dicen que Sócrates repetía constantemente a sus discípulos el siguiente aforismo: «Preferid, entre los amigos, no sólo a aquellos que se entristecen con la noticia de cualquier desventura vuestra, sino más aún a los que en vuestra prosperidad no os envidian».

Estas definiciones constituyen verdades inmarcesibles que aprendemos en la vida con mucha profundidad y nos enseñan la importancia de contar con un amigo a la hora de la desgracia, instante fatídico en el que muchos nos dejan a la vera del camino. Se dice, desde inmemoriales tiempos, que ya desde la época clásica se solía decir: «Si amicus meus adesset auxilio non egerem/ Si mi amigo estuviera aquí, no necesitaría yo ayuda», porque, en efecto, la presencia de una amistad verdadera en el infortunio hace que llevemos de mejor manera las vicisitudes de la vida.

Así, no hay cosa más grata que comprobar que, en los momentos más desgraciados de la vida, se descubren a los amigos que lo han sido por vocación y convicción. Seguramente por esto, el gran Cicerón decía: «Amicus certus in re incerta cernitur/ Al amigo cierto se lo descubre en la suerte incierta».
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Mas, otro eminente filósofo de la Roma Imperial, Ovidio, con un acucioso conocimiento de la naturaleza humana, al comprobar la fragilidad de muchas personas que dicen ser amigas sin serlo de veras, escribió: «Donec eris felix, multos numerabis amicos: Tempora si fuerint nubila, solus eris/ Mientras eres feliz tienes muchos amigos, pero cuando los tiempos se nublan estás solo». Y por ello, la gran importancia de contar con una amistad verdadera.

Esos momentos difíciles en los que todo parece venirse encima, cuando las desolaciones cuentan más que las consolaciones, son los instantes en los cuales apreciamos a quienes se muestran como los amigos infallables. El mismo Cicerón, quien había descubierto al verdadero amigo en la suerte incierta, concluía con indudable certeza: «Veram amicitiam in adversa fortuna videbamus/Veremos la verdadera amistad en los momentos de mala suerte».

Un amigo, cuando es sincero, no necesariamente debe estar con su presencia física junto a nosotros, pues la amistad verdadera no requiere fundamentalmente del contacto físico, ya que su alma siempre está presente en nuestras vidas. No obstante, a veces es menester que lo busquemos y es allí, en esas circunstancias, cuando descubrimos que no importan las distancias que hayamos de recorrer para encontrarlo, pues «nunca es largo el camino que conduce a la casa de un amigo».

Aunque pudiere parecer una paradoja, esa clase de amistades suelen ser más valiosas que la misma hermandad de sangre cuando estamos compungidos y por eso, la Biblia dice en el Libro de los Proverbios: «No vayas a casa de tu hermano cuando estés afligido, pues más vale un amigo cerca que un hermano lejos».


Y es que, aunque pudiere parecer una contradicción, la vida nos enseña que son múltiples las circunstancias en que las personas viven graves crisis o problemas y no cuentan con el apoyo de su familia, no así de sus amigos verdaderos. Un amigo es, en esos instantes, quien se convierte en el único refugio y fortaleza. Así, sólo un amigo verdadero suele tener los hombros húmedos a causa de nuestras lágrimas y está siempre presto para ayudarnos en nuestros problemas.

Ya en la antigua Roma, en el mundo de la latinidad, que sigue siendo hoy un verdadero soporte para la cultura de Occidente -aunque muchos vivan enceguecidos ante la importancia de la cultura latina- encontramos pensamientos que perviven con fuerza y que nos enseñan que generalmente, en los momentos de dolor, un amigo es más cercano que un hermano de sangre: «Benevolus amicus maxima est cognatio/ Más vale un amigo que pariente ni primo».

Y la inigualable y sempiterna lengua latina, pletórica de riqueza semántica para definir esencialmente a muchas palabras que constituyen el tronco primigenio de nuestra bella lengua de Castilla, encontró algunas expresiones hermosas con las que se ha llamado desde antaño a los grandes amigos. Así, entre otras, los ciudadanos de la antigua Roma utilizaban los siguientes vocativos para sus valiosas amistades: «Suavis amicus/amigo tierno, caro…», «Inter amicos/ entre amigos» y «Summus amicus/ amigo del alma».


No obstante, las verdaderas amistades son escasas en la vida y aunque podemos tener muchos amigos, siempre hay uno en especial que merece una particular consideración y aprecio y se erige como atalaya esplendente que alumbra nuestras vidas y alegra los corazones dando razón al escritor sagrado del libro de Sirácides cuando decía con entrañable sabiduría: «Multi pacifici sint tibi, et consiliarius sit tibi unus de mille / Que sean muchos los que te saludan, pero el que te aconseja, sea uno entre mil».


No obstante, los verdaderos amigos nunca nos dan consejos, a menos que se los pidamos. Su buen ejemplo representa más que mil consejos en nuestras vidas y cuando es menester que nos aconsejen, de sus labios sólo saldrán cosas buenas. En la antigua Roma, los ciudadanos romanos solían decir de esta clase de amigos: «Veri amici non prava exempla, sed bona consilia dant/ Los buenos amigos no dan mal ejemplo, sino buenos consejos».
Por otra parte, hay ocasiones en que la vida nos enseña que si los consejos son bienvenidos en la amistad, en la verdadera amistad no sólo se los recibe sino además se los prodiga en un maravilloso intercambio recíproco que fortalece más la relación. Cicerón lo advirtió con la siguiente sentencia: «Et monere et moneri proprium est verae amicitiae/ Es propio de la verdadera amistad dar por una parte consejos; por otra, recibirlos».


Finalmente, habremos de decir que «Vera amicitia pulchra est/ La verdadera amistad es pulcra». Esta es una inmortal frase de la Historia que refleja que toda buena amistad es traslúcida, limpia, cristalina y diáfana desde todo punto de vista, in communio caritatis et semper fidelis in saecula saeculorum.
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DIEGO DEMETRIO ORELLANA
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Datum Concha, apud flumina Tomebamba, in Annus Sacerdotalis in memoriam CL anniversaria Dies Natalis Sancte Ioannes Maria Vianney, ex aedibus FIDEH, districti meridionalis, mensis Februaris, die quartus supra decimum, Anno Dominicae Incarnationis bismillesimus decimus, in sollemnitate celebratione Sancte Valentinus, Diem Mundialem Amicitia.
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