Por: Diego Demetrio Orellana
ÁLAMO EN EL PARQUE ABDÓN CALDERÓN GARAICOA
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«Hæc est dies quam facit Concha: exultemus et lætemur in ea/ Este es el día en que se hizo Cuenca: alegrémonos y regocijémonos en ella».
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La frase precedente grafica, en espíritu y verdad, que el nacimiento castellano de Santa Ana de los Ríos de Cuenca fue memorable, ab aeternum, para recordarnos con vehemencia algunos de los aspectos más originales de la naciente urbe, los cuales han contribuido para prodigarle identidad a través del tiempo, hasta convertirla en relicario natural y cultural de acendrada belleza.
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Una de las especiales cosas por las que nos regocijamos con el origen hispano de la urbe es la existencia del Álamo, árbol arquetípico de la «ciudad cargada de alma», el cual está vinculado con las tempranas épocas de su nacimiento castizo, pues siendo un especimen europeo fue introducido, cum ineffabilis admirationem, en la flora de la antigua ciudad de Tomebamba para recordarnos que sus hojas acorazonadas sirvieron de inspiración al conquense fundador de nuestra ciudad, el Marqués de Cañete y Tercer Virrey del Perú, Don Andrés Hurtado de Mendoza, para crear el escudo de armas de la ciudad de Santa Ana de los Ríos de Cuenca.
El presente trabajo pretende entonces, concordet veritas et iustitia, realizar una expedición histórica en busca de las huellas de uno de los más hermosos y frondosos árboles que se encuentran en los campos y rincones de la morlaquía y que dan fiel testimonio del glorioso pasado de la ciudad «Atenas del Ecuador» y «Patrimonio Cultural de la Humanidad».
Y es que en una ciudad en donde la naturaleza se desborda hasta los límites de lo paroxístico, hay que correr, in puris naturalibus, tras los aromas de sus plantas, árboles y flores, por todo rincón y espacio de sus amplias campiñas, a fin de entender mejor muchas de sus naturales cualidades y admirar cómo han influido positivamente en la historia.
Entre los árboles más simbólicos de Santa Ana de los Ríos de Cuenca el Álamo ocupa un puesto preeminente. Su nombre científico es «Populus Alba» y pertenece a la familia Salicaceae. Sus flores unisexuales y agrupadas en inflorescencias en amentos llaman siempre la atención de los cuencanos, debido a que producen frutos capsulares que se abren en dos valvas que encierran una multitud de semillas algodonosas que vuelan con el viento cuando llega la hora de su madurez.
Y es que este árbol es centenario en las campiñas de la morlaquía y sus hojas acorazonadas de color verde intenso sirvieron, en la Heráldica, como se dijo ut supra, para ser colocadas en el Escudo de Armas de la ciudad de Santa Ana de los Ríos de Cuenca.
En efecto, cuenta la Historia, Magistra vitae/ maestra de vida, que el fundador de Cuenca, don Andrés Hurtado de Mendoza; a la sazón, Marqués de Cañete, Tercer virrey del Perú y Guarda Mayor de la ciudad de Cuenca de España, dictó una providencia -el día 20 de noviembre de 1557- para conceder Escudo de Armas a la naciente urbe castiza, a la que su comisionado, el Capitán Gil Ramírez Dávalos, había bautizado con el nombre de Santa Ana de los Ríos de Cuenca.
La providencia del Marqués dice así: «...en nombre de Su Majestad e por virtud de lo real... tengo, que por su notoriedad aquí... de dar e señalar e por la presente doy e señalo a la dicha ciudad de Cuenca, Cabildo Justicia e Regidores della, por armas e insignias de la dicha ciudad, desde agora para siempre jamás, un escudo partido de esquina a esquina, con unos eslabones verdes, y en medio una argolla grande, y dentro en el circuito della, una corona en campo colorado, y en el cuartel de arriba sobre la corona, una ciudad sobre agua y el campo della de oro,...y en el de abajo, unos árboles sobre agua y el campo de oro..., y a uno de los lados y otros, sendos leones pardos, vueltos la cara uno a otro, y en las manos, sendas panelas de plata en campo blanco y por orla catorce panelas de plata en campo colorado, y encima del escudo una bandera con cinco panelas de plata en fondo colorado, con una orla de oro a la redonda, y el fierro de la lanza, de plata, y un rótulo por encima de fondo trabado en la lanza, con una letra que diga, Primero Dios e después Vos...».
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Y es que en la Heráldica, que es la ciencia que trata de los blasones, la hoja de álamo colocada como mueble en un escudo servía como adorno de las armas en las que se utilizaba y adquiría el nombre de «panela». Podían ser panelas de plata, como en el caso del Escudo de Armas de nuestra ciudad o también, en algunos casos, panelas de oro. En el caso de los blasones de Santa Ana de los Ríos de Cuenca, las panelas de plata representan a las hojas de álamo, in stemmatibus scutulum.
Por otro lado, la razón por la que fueron colocadas en el símbolo patrio de los cuencanos se debe a que, in illo tempore, el árbol motivo del presente estudio era muy copioso en Cuenca de España, de donde era originario el Marqués de Cañete. No olvidemos que Andrés Hurtado de Mendoza, al fundar Cuenca del Ecuador quizo que la naciente urbe sea homónima de su nativa Cuenca de España y es lógico pensar que para el cometido de su empresa trasladó al nuevo blasón algunos íconos particulares de su querida ciudad castellana, aunque, exceptis excipiendis, el Padre Julio María Matovelle, en su bello estudio llamado «Cuenca del Tomebamba» dice que fueron los propios moradores primigenios de Santa Ana de los Ríos de Cuenca los que idearon per se, por sí y ante sí, el Escudo de Armas cuencano y solicitaron al Virrey su aprobación. De todos modos, sea como hubiere sido, se puede columbrar que quienes crearon el blasón cuencano sabían de la profusa existencia de los álamos en Cuenca de España y conocían que, en la Heráldica, sus hojas eran llamadas «panelas» y servían como apropiados adornos de los escudos nobiliarios y citadinos.
Así entonces, alere flamam veritatis/ alentando la llama de la verdad, si observamos con detenimiento la provisión del Virrey para dotar de Escudo de Armas a Cuenca del Ecuador, podremos notar que en la descripción del blasón hay 23 panelas de plata u hojas de álamo distribuidas de la siguiente manera: cuatro en las manos de los dos leones rampantes que se miran vis a vis en señal de protección, catorce en el borde colorado del blasón exornando los flancos interiores y cinco en el interior del estandarte.
Se presume entonces que debido a esta razón, los álamos fueron introducidos en el paisaje de la morlaquía desde aquellos tiempos primigenios del nacimiento castellano de Santa Ana de los Ríos de Cuenca.
La ocasión resultó providencial para que el Álamo, que es un árbol exótico que puede llegar hasta los 30 metros, de tronco alto y generalmente recto, con hojas espesas verde claro, caedizas, simples y alternas, de crecimiento rápido, que requiere de un ambiente de pleno sol para su desarrollo viniera a Cuenca y se convirtiera en un nuevo habitante natural de sus campiñas in partibus infidelium. La madera de este árbol es blanca, ligera y ha sido también empleada en la carpintería. La especie se adaptó muy bien a la paradisíaca región de la antigua ciudad de Tomebamba y pronto se multiplicó por todo su inmenso valle. Inclusive hoy, como se puede constatar, in honorem veritatis splendor, los álamos son árboles que se encuentran localizados en toda la urbe y son típicos de los parques, las avenidas, las plazas, las campiñas y hasta las calles de Cuenca, en donde permanecen como silentes garantes de la historia de la morlaquía, invitándonos todo el tiempo a amarlos, respetarlos y reconocerlos en el blasón cuencano, en donde sus hojas están ubicadas en prestigioso puesto.
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En la historia comarcana, quod erat demonstrandum/ como queda demostrado, el Álamo ocupa un lugar de honor, pues el nombre de la especie devino inclusive en un hecho particular cuando los cuencanos bautizaron a un emblemático sector de Santa Ana de los Ríos de Cuenca con el nombre de «La Alameda», el mismo que estaba localizado en donde hoy es la Avenida Solano y toda la parte que actualmente es la Avenida 12 de abril, entre el puente del Centenario y el puente del Vado, en donde se emplazaban varias fincas con arboledas en las que sobresalían diversos frutales, sauces, capulíes, flores y álamos, entre otras especies, hecho que hizo que los cuencanos lo bautizaran con tal nombre.
Aunque con el pasar de los años los viejos álamos de esta zona fueron desapareciendo a favor del sauce, el aliso, el cáñaro, el guabo, los arupos o los urapanes, el nombre de «La Alameda» se apropió de los habitantes de la morlaquía y aún pervive, in aeternum, en la memoria colectiva de los cuencanos, por lo que en los procesos de recuperación de «El Barranco» se ha rescatado la presencia de este singular árbol arquetípico de Cuenca.
El Álamo nos enseña además, cum singularis veritas et fidelitas, a los cuencanos y cuencanas de todas las épocas, que los árboles juegan un papel muy importante en el desarrollo de la ciudad y en la calidad de vida que ésta ofrece a sus ciudadanos, pues, a fortiori, sirven para estructurar el diseño urbano, delimitan sus espacios, enmarcan edificios y conmemoran lugares. Nadie puede negarles sus atributos de ser, sicut anima in corpore, la parte viva del paisaje urbano. El medio ambiente mejora debido, ciertamente, a la frondosidad de los árboles porque la calidad del aire se perfecciona cuando aquellos aportan oxígeno a la atmósfera, protegen del sol directo, regulan la temperatura, el ruido y retienen grandes cantidades de polvo.
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