«SEDES SAPIENTIÆ, CONSOLATRIX AFFLICTORUM ET REFUGIUM PECCATORUM»
Diego Demetrio Orellana
La devoción mariana a la Santísima Virgen es profunda en Santa Ana de los Ríos de Cuenca. Siempre ha sido así y debido a la fuerte veneración que los ciudadanos y ciudadanas de la capital azuaya han profesado a María, la urbe fue bautizada como «ciudad mariana» par excellence. De este modo, no existe lugar en la «Atenas del Ecuador» en donde no se venere a Nuestra Señora con afecto filial y vehemente sentimiento de amor y cariño.
Por tal razón, los homenajes a María son comunes en el mes de mayo, el cual ha sido conocido, in aeternum, como el «Mes de María». La producción literaria surgida al amparo de estas celebraciones es abundante en la morlaquía a través del tiempo. Ya en el siglo XIX, por ejemplo, los poetas castizos Miguel Moreno y Honorato Vázquez fueron fervientes promotores de la veneración a la virgen y escribieron inclusive el libro «Sábados de Mayo» para honrar a la reina del cielo.
En el Ecuador del siglo XIX y de principios del XX se escribieron asimismo, varias versiones del «Mes de María», algunas de las cuales calaron profundamente en el alma de los cuencanos, como el «Mes de María» de Juan León Mera, el «Mes de María» de Federico González Suárez y el «Mes de María» de Belisario Peña. Éste último comenzaba diciendo, por ejemplo, en sus primeras coplas: «Un pecho que gime y una alma que llora/ te traigo Señora lo mismo que ayer…/ El aura de mayo perfuma tu aliento/ y en dulce consenso de dicha y solaz/ murmura en los bosques un ángel del cielo/ se llama «el consuelo» y trae la paz…». Las abuelas de la morlaquía se sabían estas poesías de memoria y durante el siglo pasado eran transmitidas, por tradición oral, a muchas familias cuencanas que aún las recuerdan con especial fruición y sentimiento.
El ex - presidente ecuatoriano Luis Cordero Crespo, poeta coronado del parnaso cuencano y autor de la letra del Himno a Cuenca en 1904, compondría luego otra bella poesía dedicada a la Santísima Virgen, para hacer hablar a Cuenca, jugando con los versos del estribillo de su propio himno: «Pues que Reina de fuentes y flores/ me ha llamado la azuaya poesía/ mi corona de regios primores/ hoy la pongo a tus pies, Madre mía/ y me postro, y en gozo me inundo/ y mi altiva cerviz rindo al suelo;/ pues debemos las reinas del mundo/ siervas ser de la reina del cielo/ Este inmenso vergel, estos ríos/ esta luz que la escena abrillanta/ y este plácido ambiente ayer míos/ ya son tuyos desde hoy Virgen Santa…».
La anécdota histórica y literaria inmediatamente precedente grafica, in spiritus et veritas/ en espíritu y verdad, la centenaria devoción a María que ha existido en la tercera ciudad de la República y pone de manifiesto el fuerte afecto filial de los cuencanos y cuencanas para con la Madre de Dios.
Esa vocación mariana de Cuenca vino prefigurada, ad nativitatem, desde el instante mismo de su fundación castellana, pues cuando el 20 de noviembre de 1557 el Marqués de Cañete y Tercer Virrey del Perú, Don Andrés Hurtado de Mendoza, emitió la provisión para dotar a la castiza ciudad con Escudo de Armas, inscribió en él un lema que estaba ya dedicado, ab urbe condita, a la madre santísima: «Primero Dios y después Vos».
En efecto, la inscripción que reza sobre la parte superior del Escudo de Armas de Cuenca fue extraída del lema de la familia del Marqués de Santillana, pariente de Hurtado de Mendoza, quien tenía en sus blasones la divisa: «Dios e vos» en Castellano antiguo, que equivale a decir: «Dios y vos, Virgen Santísima». Cuenta la Historia, magistra vitæ/ maestra de la vida, que el Virrey del Perú trastocó esta leyenda, al otorgar el blasón cuencano, para que la misma fuera, como ya se dijo ut supra: «Primero Dios y después Vos».
Así entonces, desde el mismo origen castizo de Cuenca, los ciudadanos que han habitado en la «Atenas del Ecuador» aprendieron a amar a la dulce Virgen María con un fervor peculiar que se ha consolidado, per se, en una de las características esenciales de los cuencanos, quienes amamos a María bajo diversas advocaciones marianas que han trascendido al tiempo y perviven en la memoria colectiva de la comunidad azuaya.
Una de las imágenes tradicionales a la que los habitantes de la morlaquía han rendido pleitesía, desde inicios del siglo XX, es la llamada «Madonna de la Sabiduría» o «Virgen de la Sabiduría» de la Universidad de Cuenca, bautizada así por el eminente intelectual cuencano Honorato Vázquez Ochoa, quien se inspiró en las letanías lauretianas de la Bienaventurada Virgen María, para así nombrarla desde el año 1904, en que empezó el culto a esta singular imagen del alma mater cuencana.
En efecto, en las milenarias letanías de la Virgen Santísima, entre tantos atributos con los que se nombra a la madre del cielo, uno de los más ricos en precisión semántica ha sido el de «Sedes Sapientiæ» o «Trono de la Sabiduría».
Ergo, de esta manera, la advocación de «Virgen de la Sabiduría» fue la más idónea para nombrar a una imagen que habría de convertirse en ícono paradigmático de identidad para el principal centro de estudios superiores de la capital azuaya, la Universidad de Cuenca, institución que, ciertamente, por inspiración del mismo Honorato Vázquez Ochoa, lleva como lema, en su escudo, una frase que ha sido como el sino y signo del centro universitario: «Fons vitæ eruditio possidentis», que en nuestra bella lengua de Castilla significa: «Tiene una fuente de vida en la instrucción quien la posee».Otra traducción castellana de la culta, versatil y sempiterna lengua latina dice, en esencia, lo mismo: «La instrucción es fuente de vida para el que lo posee».
Esta es la frase simbólica que corona el escudo de la Universidad de Cuenca, la cual se relaciona con la sabiduría, in stricta veritas, y fue tomada del Libro de los Proverbios, capítulo XVI, versículo 22. Ese mensaje ha servido de guía a la valiosa acción de formar profesionales y por espacio de 141 años ha configurado un valioso servicio educativo a la comunidad cuencana.
Por su vocación, la «Universitas magistrorum et scholarium» o «Universidad de maestros y escolares» se consagra desde la Edad Media a la investigación, a la enseñanza y a la formación de los estudiantes, libremente reunidos con sus maestros y animados todos por el mismo amor del saber, pues es natural al hombre aspirar al conocimiento de la verdad.
Esa aspiración humana para el descubrimiento de la verdad produce en las personas una especial atmósfera en la que se experimenta el llamado «gaudium de veritate» o «gozo de buscar la verdad». Mas, en la posesión de la verdad se encuentra la razón para amar a la sabiduría, lo cual hace que la busquemos con especial dedicación y expectativa. Hasta la Biblia confirma esta gran verdad cuando afirma: «Beatus vir, qui in sapientia morabitur et qui in iustitia sua meditabitur et in sensu cogitabit circumspectionem Dei; qui excogitat vias illius in corde suo et in absconditis suis intellegens, vadens post illam quasi investigator et in viis illius consistens; qui respicit per fenestras illius et in ianuis illius audiens./ Feliz el hombre que se ejercita en la sabiduría, y que en su inteligencia reflexiona, que medita sus caminos en su corazón, y sus secretos considera. Sale en su busca como el que sigue su rastro, y en sus caminos se pone al acecho. Se asoma a sus ventanas y a sus puertas escucha».
Para Honorato Vázquez Ochoa, seguramente debido a que era un hombre de fe a carta cabal, debió haber sido de fundamental importancia considerar a la Santísima Virgen como un camino para llegar a la sabiduría y allí se habrán de encontrar entonces, los fundamentos para que la escultura de María universitaria fuera bautizada como la «Madonna de la Sabiduría».
Conviene indicar, hic et nunc, que la Virgen de la Sabiduría de la Universidad de Cuenca es la única imagen de la capital de la morlaquía a la que, desde entonces, los cuencanos han llamado como «Madonna», término italiano que significa «Señora» y que ha sido atribuido, por antonomasia, para nombrar a la madre de Dios en aquel país lejano, desde donde se ha difundido ampliamente el culto a la Santísima Virgen y su tratamiento de «Señora». Esta es la razón por la cual se dice también: «Nuestra Señora de la Sabiduría».
La «Madonna de la Sabiduría» de la Universidad de Cuenca se yergue esplendorosa en una mayestática postura en la que se define claramente su función de «Mater Dei et Mater nostra» o «Madre de Dios y Madre Nuestra».
Abraza al niño Dios de manera particular mientras lo cubre con su manto divino, en una beatífica posición vertical en la que mira de frente, con dirección hacia el espectador, en perfecta euritmia y armonía para sostener a su divino hijo, en un abrazo que permite la contemplación del celestial infante, quien muestra una mirada al cielo y un gesto suave y lleno de soberanía, recordándonos así que la Santísima Virgen es también la «medianera de todas las gracias» ante el Altísimo y la celestial intercesora ante Dios y su Divina Providencia para alcanzarnos favores en su condición de «Refugium peccatorum» o «Refugio de los pecadores» y en confirmación de que se trata de una madre que no se cansa de esperar, pues María Santísima ha sido a la vez, ab aeternum, desde siempre, la «consolatrix afflictorum o consuelo de los afligidos».
Se dice que la taumaturga imagen fue mandada a fabricar por los beneméritos padres de la Compañía de Jesús, en el siglo XVIII, bajo la advocación de la Virgen de Loreto, para el viejo templo colonial y el colegio de la Compañía de Jesús en Cuenca, antes de la expulsión que decretara el rey borbón Carlos III para todos los jesuitas de las colonias españolas en el año de 1767. Post factum, in illo tempore, la imagen pasó a la portería de la iglesia de San Francisco y cuando Fray Vicente Solano fallece y se extingue la comunidad franciscana de la urbe, la escultura fue trasladada a la iglesia de Santo Domingo, en donde era venerada por los padres dominicos.
Cuando en 1869 regresan los jesuitas a Santa Ana de los Ríos de Cuenca, la recuperan para llevarla consigo como una virgen de los Colegios Seminario y Nacional que funcionaban unidos y estaban a su cargo. Los estudiantes cuencanos empezaron a llamarla, cum sinceritas et grata recordationem, como la «Virgen de la Esperanza», pero cuando nuevamente los jesuitas abandonan la ciudad, a fines de la década de 1870, la llamada Virgen de la Esperanza emigró a la parroquia del Sagrario.
En 1904, por petición de Honorato Vázquez al canónigo Nicanor Aguilar Maldonado, la imagen fue llevada a los predios universitarios y desde ese año se la empezó a llamar como la «Madonna de la Sabiduría». El pintor José Rafael Peñaherrera, quien había fabricado un pedestal de mármol para la escultura, por pedido de Honorato Vázquez, había inscrito en aquel la siguiente leyenda: «Sedes Sapientiæ» o «Trono de la Sabiduría».
De este modo, la Virgen de la Sabiduría tiene tras de sí una centenaria historia que ha permitido una grande veneración mariana en Cuenca y en particular, en el alma mater cuencana.
En este año 2009, cuando se cumplen 105 años de las festividades universitarias a la «Madonna de la Sabiduría», la inmortal presencia de María sigue iluminando las mentes de las personas que conforman la comunidad académica de la Universidad de Cuenca y tal como una atalaya de luz esplendente, la Santísima Virgen refulge con luz propia en el firmamento de la morlaquía invitando, desde siempre, a la veneración de todos quienes ven en ella la adecuada guía para aspirar a la sabiduría, meta superlativa del hombre en la Tierra, que busca en lo más recóndito de su ser la verdad esencial que nos libera, como hubo de decir el Padre de la Patrística y filósofo platónico y latino de inmortal memoria, San Agustín de Hipona: «Noli foras ire, in teipsum reddi, in interiore hominem, habitat veritas/ No vayas fuera, entra en ti mismo, en el hombre interior habita la verdad». Y a esa verdad profunda que lleva a todos a la sapiencia, nos conduce desde siempre la Madonna de la Sabiduría, «Mater Dei et Mater Nostra/ Madre de Dios y Madre Nuestra».
Datum Concha, super flumina Tomebamba, ex aedibus FIDEH, districti meridionalis, mensis maii, die octavo, reparate salute Anno Dominicae Incarnationis bismillesimus nonus, in sollemnitate octava IV Dominica Paschali
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