viernes, 12 de junio de 2009

LA TRADICIÓN DEL CORPUS CHRISTI EN SANTA ANA DE LOS RÍOS DE CUENCA

«IN SOLLEMNITATE CORPUS CHRISTI»
ANNO DOMINICAE INCARNATIONIS BISMILLESIMUS NONUS

La festividad de la octava de Corpus Christi se ubica siempre, de forma anual, dos meses después de la Pascua Florida de Resurrección. Para el mundo cultural de la morlaquía, in aeternum, esta es una de las fiestas populares más emblemáticas de Cuenca, luego del Pase del Niño Viajero.

Corpus Christi viene de la inmortal lengua latina y significa Cuerpo de Cristo. Para la Santa Madre Iglesia Católica, Apostólica y Romana es la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, también llamada Corpus Domini o Cuerpo del Señor.

Se la conoce como octava de Corpus porque dura una semana, contada desde el jueves inmediatamente posterior al domingo de la Santísima Trinidad, el cual es ubicado, a la vez, luego de la dominica de Pentecostés, que es fijada inmediatamente posterior al tiempo pascual o «laetissimus tempus», que dura seis semanas.

Se lo conoce igualmente como el septenario eucarístico, debido a que es un período de siete días, durante los cuales los fieles católicos adoran a su Divina Majestad expuesto en la custodia, para el culto público, en las iglesias y templos de la cristiandad.

En otras palabras, Corpus Christi se lleva a cabo el siguiente jueves después del octavo domingo de Pascua. Formalmente, es el jueves que sigue al noveno domingo después del equinoccio de primavera del hemisferio norte.


Esta celebración católica romana conmemora a la Santa Eucaristía, a fin de brindarle pública y solemne adoración. Se la festeja en jueves puesto que, en la liturgia católica, este día de la semana está dedicado para rendir homenaje de amor al Santísimo Sacramento del altar, bajo las especies de pan y de vino.

Para la Iglesia es una de las tres fiestas más importantes del año en relación al misterio eucarístico. Las otras dos son el Jueves Santo, día de la institución de la Eucaristía por Nuestro Señor Jesucristo y el Jueves de la Ascensión de Jesús a los cielos y que se lo ubica una semana antes de la fiesta de Pentecostés.

El origen de la festividad es curioso y se remonta al siglo XIII. Un evento extraordinario contribuyó a su institución: las visiones de Santa Juliana de Mont Cornillon, nacida en Liège, Bélgica, en 1193. Cuando creció hizo su profesión religiosa y más tarde fue superiora de su comunidad de monjas agustinas. Por diferentes intrigas tuvo que irse del convento y murió el 5 de abril de 1258, en la casa de las monjas cistercienses en Fosses. Fue enterrada en Villiers.

Juliana, desde joven, tuvo una gran veneración al Santísimo Sacramento y siempre añoraba que se tuviera una fiesta especial en su honor. Este deseo fue intensificado por una visión que ella tuvo de la Iglesia bajo la apariencia de una luna llena con una mancha negra, que significaba la ausencia de esta solemnidad. Enseguida comunicó del hecho a Roberto de Thorete, entonces Obispo de Liège, también al docto dominico Hugo, más tarde cardenal legado de los Países Bajos, a Jacques Pantaleón, en ese tiempo archidiácono de Liège y después obispo de Verdun, Patriarca de Jerusalén y finalmente Papa, con el nombre de Urbano IV.

El obispo Roberto se impresionó favorablemente, convocó un sínodo en el año 1246 y ordenó que la celebración se tuviera el año entrante; también el Papa ordenó que un monje de nombre Juan debía escribir el oficio para esa ocasión. El decreto está preservado en Binterim. El obispo Roberto no vivió para ver la realización de su orden, ya que murió el 16 de octubre de 1246, pero la fiesta se celebró por primera vez con los cánones de San Martín en Liége.

Jacques Pantaleón llegó a ser Papa el 29 de agosto de 1261. La ermitaña Eva, con quien Juliana había pasado un tiempo le insistió a Enrique de Guelders, Obispo de Liège, que pidiera al Papa que extendiera la celebración al mundo entero.


Urbano IV, amante de la Eucaristía, publicó la bula «Transiturus» el 8 de septiembre de 1264, en la cual ordenó que se celebrara la solemnidad de Corpus Christi en el día jueves después del domingo de la Santísima Trinidad. El Papa otorgaba además, muchas indulgencias a todos los fieles que asistieran a la Santa Misa y al oficio compuesto por el doctor angélico, Santo Tomás de Aquino, pospetición del Papa y que es uno de los más hermosos en el breviario romano. Ha sido admirado aún por los protestantes. Tiene un himno famoso que todavía se canta y que se llama: «Adoro te devote latens deitas/ Yo te adoro divinidad oculta».

La muerte de Urbano IV, el 2 de octubre de 1264, un poco después de la publicación de la bula, obstaculizó que se difundiera la fiesta. No obstante, fue aceptada en Colonia en el año 1306. El Santo Padre Clemente V tomó el asunto en sus manos y en el Concilio General de Viena, acontecido en el año 1311, ordenó una vez más la adopción de esta fiesta. Publicó un nuevo decreto incorporando el de Urbano IV y el Sumo Pontífice Juan XXII, sucesor de Clemente V, instó su observancia planetaria.

El Concilio de Trento declaró que «muy piadosa y religiosamente fue introducida la fiesta en la Iglesia de Dios la costumbre, que todos los años se celebre este excelso y venerable sacramento con singular veneración y solemnidad, y reverente y honoríficamente sea llevado en procesión por las calles y lugares públicos. En esto los cristianos atestiguan su gratitud y recuerdo por tan inefable y verdaderamente divino beneficio, por el que se hace nuevamente presente la victoria y triunfo de la muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo».

El Santo Padre Juan Pablo, por la Divina Providencia Papa II, en su encíclica «Ecclessia de Eucharistia» exhortó a que se renueve la costumbre de honrar a Jesús en este día llevándolo en solemnes procesiones.

En tanto es una celebración mundial, en cada una de las diversas regiones del planeta adopta diferentes formas, constituyéndose en una fiesta popular de mucho arraigo y tradición. Los conquistadores españoles la trajeron a nuestra ciudad y en Santa Ana de los Ríos de Cuenca la fiesta de Corpus Christi adquirió, a lo largo de la historia, matices particulares por la condición de la urbe de haber sido siempre una ciudad en donde sus habitantes son religiosos en sumo grado. La fama de Ciudad Eucarística se debe justamente al culto a la Eucaristía que ha sido una tradición centenaria en la capital de la morlaquía. Se la festeja desde la Colonia y se dice que se realiza en Cuenca desde su fundación castellana, en 1557. Sin embargo, los registros históricos más antiguos dan cuenta que, al menos desde el siglo XVIII, cuando Santa Ana de los Ríos de Cuenca llegó a ser Obispado, se la viene fomentando y desarrollando.

Se la conoce como Pacto Eucarístico de Cuenca y debido a que dura siete días, los habitantes de la morlaquía la bautizaron como la fiesta del Septenario. Durante una semana serán los priostes designados, los encargados de rendir homenaje a Jesús Sacramentado mediante la organización de celebraciones y actos religiosos que van de la mano de varias actividades que se desarrollan en el Parque «Abdón Calderón Garaicoa».

Entre estas actividades está por ejemplo, la presencia de los juegos pirotécnicos y la fabricación de los llamados dulces de Corpus. Durante el Septenario, su Divina Majestad es expuesta en la Catedral de la Inmaculada Concepción.

Siempre fue una conmemoración de tipo religioso que congrega al pueblo en general, indistintamente de su clase social, en la que la repostería local, la habilidad de los artesanos para la pirotecnia, la generosidad de los priostes y la devoción de la gente al Santísimo visten por algunos días de fiesta a la ciudad.

La repostería de Corpus Christi es una tradición paradigmática en la urbe cuencana. Inicialmente, los dulces eran fabricados por las monjas de clausura y las mujeres de la nobleza. Luego, la realizaban hábiles mujeres de la morlaquía que han sabido transmitir los secretos de su elaboración a sus descendientes.

Se trata de varios manjares como arepas, turrones, alfajores, cocadas, huevitos de faltriquera, suspiros, roscas, panes de viento, orejas de burro, jaleas, quesadillas, nogadas y otros dulces menos elaborados. Hoy, se expenden además, productos de la industria moderna que están conspirando contra la fabricación artesanal de esta peculiar repostería cuencana.

Durante el Septenario hay un prioste por cada día para coordinar los actos religiosos y laicos que garantizan la distracción del público. Inicialmente fueron los agricultores, los artesanos, las amas de casa, los profesionales, los representantes de las clases altas, quienes se comprometían para el priostazgo. En la actualidad se han unido el clero arquidiocesano, ciertas empresas privadas, las esposas de los militares, los abogados, los médicos y la Universidad Católica de Cuenca.

La pirotecnia es otra de las características de esta fiesta popular, pues con ella la fiesta tiene más relevancia. De esta manera, lo que más esperan los asistentes al parque central de Cuenca es el lanzamiento de los globos y cohetes por las noches y la respectiva quema de castillos, los cuales son elaborados en armazones de carrizo que llevan en su interior diablillos, cohetes, ratones y más juegos de pólvora.



Existe una unificación de los ritos religioso y secular en la fiesta de Corpus Christi. El primero gira en torno a la custodia que aloja a Su Divina Majestad. La gente en la iglesia catedral glorifica y canta al Altísimo, mientras la custodia es incensada. Cabe indicar que el humo del incienso es un viejo símbolo judío de ofrenda a Yavéh. La custodia ocupa el lugar preeminente en el altar y parécese a un sol que, en la teología de la Santa Madre Iglesia, es el sol de la Eucaristía. De la hostia consagrada salen rayos y, además, suelen estar hecha de oro y piedras preciosas.



En el rito secular, el castillo es el elemento primordial. Su quema es precedida por el lanzamiento de cohetes y globos, en glorificación al Santísimo Sacramento. Los globos suelen representarse con figuras de animales exóticos y diversas formas como estrellas o figuras geométricas, ad exemplum, pero siempre existen aquellos que tienen formas de peces, los cuales son también símbolos clásicos de Cristo in nostra Sancta Mater Ecclesia.


Quizás, los globos y los cohetes son como ofrendas del pueblo a la divinidad. Se ha encontrado un paralelismo entre los cánticos religiosos y el ruido de los cohetes o el silencio de la ofrenda del incienso y el ascenso silencioso de los globos.


Los castillos están creados en tres flancos, generalmente, rematados por una corona pirotécnica a la que llámase paloma, siempre cuentan con banderas como adornos y varias ruedas pirotécnicas que son quemadas in crescendo, de manera progresiva, y representan rayos lumínicos asociados simbólicamente con la luz que arroja la custodia al interior de la catedral. De esta forma, el castillo representa idealmente a una custodia inmensa que domina el parque super flumina Tomebamba.



El mismo armazón del castillo, con sus carrizos entrecruzados se ha interpretado como una especie de cárcel, más burda que la custodia pero similar a ella, donde mora Dios, «Rey de reyes, Señor de señores/ prisionero infinito de amor/ por curar los humanos dolores/ vive oculto en la Tierra el Señor», como dice un himno eucarístico de la morlaquía intitulado «Gloria a Cristo en su gran Sacramento».




La quema del castillo, en el rito secular tiene parangón con la bendición con la custodia que, en el rito religioso, es la culminación de las ceremonias de adoración a su Divina Majestad in honorem Corpus Christi ad gloriam aeternam.


La quema del castillo congrega a los espectadores concentrados en la eclosión de luz que sube por los cuerpos del castillo. Se ha interpretado, desde siempre, que esta aglutinación de personas alrededor del castillo representa simbólicamente el sacrificio de Cristo en la cruz, el cual fue presenciado por múltiples ciudadanos judíos que miraban expectantes su inmolación.

Luego de consumirse los castillos y terminar el ruido que provocan, queda en los asistentes una especie de silencio casi religioso que ha sido interpretado como si hubieran presenciado una demostración del poder y la grandiosidad de Dios.

En la cúspide del castillo, a veces figuran unas banderas del Ecuador y de la Santa Sede, en simbología de la estrecha relación entre la Iglesia y el Estado, que ha imperado en la sociedad cuencana, a la manera de una relación de poder religioso – poder secular.

El Septenario fue un asunto del Cabildo cuencano en sus inicios, pues éste lo financiaba y lo organizaba, no tanto como un deber cuanto como un derecho de aportación a la fiesta. Cuenta la Historia que previamente se nombraba, cada año, a los ediles que debían adornar las calles por donde pasaría la procesión de Corpus Christi, así como a los ciudadanos que debían preparar altares y a los que debían llevar el palio durante la procesión, mientras existían alguaciles que vigilaban el cumplimiento de estas responsabilidades.

Con el tiempo, el Cabildo se desentendió del auspicio de esta celebración hasta que llegó a auspiciar solamente un día del Septenario Eucarístico. Pero desde 1914 dejó de participar en la organización de las festividades.

Muy acertadamente, el Padre Julio María Matovelle, al describir el Septenario de comienzos del siglo XX, manifestaba que «la población se precipita en ondas apiñadas a las calles de la festiva ciudad, que aparece convertida en un magnífico templo». Si se ha de considerar que la Eucaristía es el banquete pascual, muy bien se habría de decir que el Septenario Eucarístico de Santa Ana de los Ríos de Cuenca es como un escenario en donde la quema del castillo representa el sacrificio de la cruz, mientras el consumo de dulces de Corpus Christi es como el banquete eucarístico.
Así, ésta es una de las más célebres tradiciones religiosas y culturales de la capital de la morlaquía, la cual debe ser preservada et nunc et semper et in saecula saeculorum.

His cum affectibus vobis, salutem et benedictionem per Christum Dominum Nostrum,
DIEGO DEMETRIO ORELLANA
Datum Concha, apud flumina Tomebamba, mensis Iunii, die decima ac secunda, reparate salute Anno Dominicae Incarnationis bismillesimus nonus, in sollemnitate Corpus Christi.

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