Ad solemnitatem in conchense urbe/ Con toda solemnidad en la urbe cuencana un colorido espectáculo vivifícase de gracia y esplendencia, cada 24 de diciembre, en un sui generis desfile por el que la capital de la morlaquía distínguese como una mirífica y portentosa ciudad patrimonial con el Pase del Niño Viajero, excelso símbolo de identidad cultural in nativitate Domini.
Y es que, dicha sea la verdad, inter gaudium et laetitia/ entre el gozo y la alegría, las copiosas muchedumbres que vuélvense partícipes de la descomunal pasada del Niño, -por la calle Bolívar-, eje primordial del fastuoso desfile, atibórranse de lumínicos destellos que tintinean febricitantes para constituirse, desde la metáfora, en el quinto río de Cuenca in veritatis splendor o en el esplendor de la verdad. Es desde los finiseculares tiempos de la vigésima centuria cuando apareció este metafórico nominativo, en alusión a que, tal como los cuatro ríos de Cuenca, la pasada del Niño Viajero es un río multicolor de gentes in splendore magno semper excelso.
Así es como puédese percibir, in claritatis aspectibus, en estas imágenes que hablan más que mil palabras para que contémplese estupefaciente la calle Simón Bolívar, desde la iglesia de San Sebastián hasta el parque Abdón Calderón, a la cual mírasela como un río torrentoso de gentes con policrómicos disfraces que resaltan lumíferos, in excelsis, cual río de agua viva in solemnitate Nativitatis Domini o en la solemnidad de la Natividad del Señor.
Desde la plaza central de la urbe el espectáculo no es menos excitante para contemplar estas extraordinarias imágenes, mientras desde el paisajístico prisma del parque Abdón Calderón el verdor de la fronda de sus patrimoniales árboles concede una innovadora atmósfera de naturaleza y vida plena que intégrase a los lumínicos y policrómicos puntos que despliéganse fluorescentes en la Bolívar con los participantes del anual cortejo in camera caritatis et in via fraternitatis in nomine Christi.
Con el inexorable pasar de los años las escenas de este fosforecente quinto río son sorprendentes hasta las fronteras de la magia y la fascinación, al observar a miles y miles de personas deambulando o desfilando por la calle Bolívar, con los multicoloridos disfraces de la pasada del Niño, siendo miradas -desde las fotos aéreas que consérvanse del magno evento- como centellantes puntos de un torrentoso río que ilumina a Cuenca, a la manera de un rutilante caleidoscopio donde cada color intégrase excitante, de profundis, refulgiendo en una radiante hilera que encanta y sublima ex tota fortitudine, para degustar un mayestático certamen que da gloria a Cristo Niño con las inmortales palabras de la liturgia católica en la Natividad del Señor: «Gloria in excelsis Deo et in terra pax hominibus bonae voluntatis/ Gloria a Dios en las alturas y en la Tierra paz a los hombres de buena voluntad».
Ex admirationem, la arquitectura republicana de Cuenca, con las icónicas edificaciones del afrancesamiento, prodiga un peculiar cariz al paisaje navideño del Pase del Niño, en el quinto río de Cuenca, pues las personas intégranse a la esplendorosa perspectiva arquitectónica, que nada sería sin que compleméntese con el paisaje y la gente, pues juntas conforman per se la trilogía que define, in claritatis via, la condición de la urbe como «Patrimonio Cultural de la Humanidad» in tertio millenio ineunte.
Ad interim, desde la
fotohistoria cuencana vuélvese interesante contemplar este fenómeno in
extenso, pues curioso resúltanos reconfirmar, inter nos, que la gente,
junto a la arquitectura patrimonial de la urbe, es como el ANIMA MUNDI de la pasada
del Niño Viajero al conformar una informe multitud que desfila por la calle
Bolívar desde donde, in excelsis o desde las alturas,
apréciase a cada personaje como un colorido y fúlgido punto en el metafórico
quinto río de Cuenca in historia nostra.
Qué duda cabe que el Pase del Niño Viajero es, sub specie aeternitatis, la inmortal característica de Cuenca como una ciudad de tradiciones intangibles, una ciudad de cultura, una «ciudad cargada de alma» pues más allá de los fenómenos descriptivos que permítennos ensalzarla desde una empinada mirada enriqueciendo su natural atractivo para el turismo, Cuenca sigue siendo una catolicísima urbe en donde su pueblo es creyente en el misterio de la Natividad del Señor, dentro de nuestra santa religión católica, y en donde el Pase del Niño Viajero es solo una de las exquisitas manifestaciones de dicha espiritualidad in via Dei, in solemnitate Incarnationis Domini, quosque omnes clamamus: «Christus est natus pro nobis, aleluya».
Diego Demetrio Orellana
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