Ad bene placitum, cuando
observamos las creaciones de Eduardo Segovia, un artífice de la
cerámica que tiene ya 91 años de edad en la capital de la morlaquía, es común que nos sorprendamos con su
inmensa capacidad imaginativa, pues cada uno de los elementos confeccionados por
sus manos es un ejemplo de la infinita posibilidad que la arcilla prodiga -en un
alfarero- para volverse, ab aeterno, un
ejemplar de colección.
Así, cada pieza creada encanta ad
súmmum ora por su diseño y estética, ora por su fuerza expresiva, ora por
la capacidad sorpresiva con la que conviértese a la arcilla en exquisitos objetos
de peculiar estética, pues este relevante ceramista cuencano trabaja
denodadamente cual vigoroso creador que «viene
del barro y al barro vuelve» como suele definirse cuando conceptúase per se como un alfarero in urbe nostra.
Así, ad multos annos, es siempre gratificante
encontrarse en nuestra ciudad con las obras de cerámica de Segovia, quien
cotidianamente demuéstranos que sus trabajos han alcanzado grandes niveles de
estilización ad contemplationem nostra/ para
nuestra contemplación. Inquieto y curioso, tanto como observador y
andariego por los caminos de la alfarería, el ceramista Segovia indaga
permanentemente, de momento ad momentum,
todas las posibilidades de la arcilla para modelarla en el torno y fijarla en
el horno.
De esta manera, Segovia obtiene sui generis
piezas que por lo armoniosas y creativas atraen nuestras miradas para descubrir
en ellas la belleza que puede conseguirse cuando la devota actividad de un
alfarero y su indómita perseverancia logran que el material térreo sea sometido
a un proceso de experimentación por el que, quid
pro quo, el barro deviene en objetos figulinos y decorativos de
sorprendente hermosura para la admiración de propios y extraños.
Por lo
tanto, ad experimentum, ese proceso
de indagación permanente consigue dominar el material haciendo que a Eduardo no
puédaselo concebir sin su «constante
búsqueda», por la que defíneselo como un curioso y polifacético explorador
de la tradición ceramista en Cuenca del Ecuador, donde ha logrado, secundum artem, rutilantes trabajos
artísticos y estéticos de renombre nacional e internacional.
Y esa
búsqueda constante ha llevádolo también a salirse de su actividad alfarera para
ingresar en el mundo de la pintura, donde Eduardo navega como un intenso
artista que refléjase, coram populo/ ante
el pueblo, con una habilidad preeminente para jugar con el trazo, desde el
dibujo, mediante sinuosas líneas perfiladas en el albo espacio pictórico,
logrando un contraste monocrómico donde el negro define el versátil dibujo que
conforma el universo compositivo de sus figuras.
Y los dibujos boceteados contrastan, vis a vis, en el blanco soporte en el
que créase una lúdica atmósfera donde, ad
libitum, las líneas vuélvense libres e intégranse juguetonas, mientras las
figuras que el artista consigue retrotraen nuestras miradas para pensar en las
epónimas obras de Miró, a quien quizás inconscientemente evoca, in memoriam, denotando que en su proceso
creador las influencias de los grandes maestros no le son esquivas como no lo
son tampoco en el ámbito alfarero, donde Segovia ha descollado con personalidad
propia.
Así
entonces, el salto que Eduardo, de 91 años de edad, ha conseguido desde la tridimensionalidad de la
cerámica a la bidimensionalidad de la pintura confírmanos, a fortiori, la capacidad exploradora del maestro y su inquieta
condición de curioso artista en búsqueda de nuevos lenguajes artísticos con los
que nos invita a degustar ad infinitum
las prodigiosas posibilidades que el arte alcanza para consignar la belleza en
el lienzo y en la arcilla admirabilis et
singularis in omnia terra.
Diego
Demetrio Orellana
In Concha, super
flumina Tomebamba, ad initium mensis Iulii, die I, in Anno Misericordiae MMXVI
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