sábado, 12 de marzo de 2022

CUENCA APOCALÍPTICA EN PANDEMIA

Sicut mysterium noctis in vita civitatis/ Como un misterio de la noche en la vida de la ciudad, el fantasmagórico ambiente de esta noctámbula imagen refléjanos, a ojos vista, el telúrico espectro de la Cuenca pandémica en las letárgicas noches de cuarentena, durante la emergencia sanitaria del Corona virus decretada desde el 14 de marzo del año 2020. El toque de queda que impúsose, en el estado de excepción, hacía de la urbe un sórdido y desolado campo pareciendo que los habitantes de la morlaquía patrinquearon adversum libertatis. Con espasmo y estupor mírase cómo el silencio, la soledad y el dolor envolvían el entorno de la Plaza Cívica 9 de Octubre -usualmente atestada de vertiginoso movimiento, ora en el día, ora en la noche- en un tétrico y pavoroso instante que fue posible captarlo, sub specie aeternitatis, a las 20:00, violando la prohibición de salir de casa, a causa del mefistofélico Corona virus in universa Terra.

 

Mas la aventura de transgredir el inconstitucional toque de queda era arrebatadora para un libérrimo espíritu de genio levantisco que rebélase ab irato en contra de la dictadura sanitaria y la opresión de cualquier género. Y así, ad experimentum, deambular por la tenebrosa urbe en espacios de suyo considerados como peligrosos era trepidante, a costa de sentirse el único habitante de la morlaquía, pues ni siquiera los hampones cruzábanse por el camino in via curiositatis o en el camino de la curiosidad, en tanto la singular experiencia hacíanos recordar los inmortales versos de san Juan de la Cruz, en su genial poema «La noche oscura del alma», magistral pieza poética del parnaso de la lengua de Castilla, cuyos conceptuosos y metafísicos versos cantan así: «…En la noche dichosa,/ en secreto, que nadie me veía,/ ni yo miraba cosa,/ sin otra luz y guía/ sino la que en el corazón ardía…».


A contrario sensu, en esta instantánea, desde el lado opuesto a la Plaza Cívica, la exploratoria travesía engólfanos hacia un espectáculo que no podría ser menos aterrador y deprimente como corrobórase en esta imagen que parece extraída de las memorias visuales de una ciudad bombardeada que vive a merced del más cruel abandono, tristis et afflicta in via dolorosa, desde el sector de la Chola Cuencana, siendo las rieles del tranvía, miradas hacia el poniente, saetillas que transpórtanos ad infinitum al reino del silencio, la soledad o la perpetua calma en una desamparada urbe que pedía en unívoco grito: LIBERTAD in honorem dignitatis…

Y como adviértese en el propio núcleo central de la urbe, a la calle Bolívar contémplasela extraña, yerma y solariega desde toda perspectiva, junto al parque «Abdón Calderón», citadino espacio en donde, de momento ad momentum, el ruido y la algarabía citadina jamás desaparecen, aunque sea con los autos que recórrenla por las madrugadas dando cuenta de la vivífica atmósfera que el sector posee per se pero que perdióse en la emergencia sanitaria del maléfico virus.

 



Era paroxísticamente turbador hasta el hastío ver que en las noches de pandemia ni un solo vehículo y menos un transeúnte podíanse ver por las calzadas y los alrededores de la magnificente catedral cuencana, a causa del imperativo toque de queda por el que Cuenca volvióse un desértico campo de angustiosa congoja y melancolía in perpetuum.

 





La sensación era estremecedora y revelábase inefable ciertamente por el sobresalto y la conmoción que evocan las precedentes imágenes que por estupefacientes son ríspidas y reluctantes, mientras el leucofeo color que en ellas percíbese vuélvenos clarividente el lóbrego ambiente del centro patrimonial, con la zozobra y la angustia que parecen anidar con el quebranto que cáusanos el imperturbable silencio en tan solariegas y desastradas aceras y calzadas in via calamitatis o en el camino de la calamidad, mientras parafraseábamos en nuestra mente los inmortales versos de San Juan de la Cruz, gloria cimera de nuestra paradigmática lengua de Castilla, quien inquieto y turbado, por los ignotos caminos del alma, cantaba así: «En una noche oscura/ con ansias y en amores inflamado/ ¡oh dichosa ventura!/ salí sin ser notado/ estando ya mi casa sosegada…!».

Mas en ciertas noches de cuarentena fue mucho más intrigante y aventurero violar el toque de queda en las lluviosas noches marzales o abrileñas que prodigaban en las calles un sui generis aspecto con los húmedos adoquines que reflejan la luz del alumbrado público cual si fuesen pistas de patinaje que como espejuelos excitaban más la triste sensación de orfandad que la urbe vivía, sin paseantes, ni viandantes, ni circunstantes ni vehículos, mientras la límpida calle reluce libre de toda impureza en los peculiares barrios del Padrón y San Francisco o en las inmediaciones del mercado 10 de Agosto.

Ni qué decir tiene de la Calle Larga, luego de subir la jadeante escalinata del puente del Centenario, que mírase acicalada con el agua luego de un pertinaz aguacero nocturno, en tanto las luminarias públicas, con sus cálidas luces amarillas, refléjanla como una «via aurea» o «calle de oro» en precipitado vuelo ad orientem, cual callejón sin fin hacia el lejano barrio de Todos los Santos que mírase como vértice de la Cuenca pandémica en tan espeluznante visión fantasmagórica.

Misterio, espanto y estupefacción cáusanos el ambiente de la calle Juan Jaramillo, en su cruce con la Padre Aguirre, en donde la vieja solera del edificio del Orfanatorio Valdivieso da cuenta de la centenaria historia de tal espacio público que parece un sórdido callejón abrillantado por el agua de la lluvia en una dorada atmósfera que evoca a la colonial Calle de las Secretas que cruzaba la zona para configurarse in historia nostra como la vía de los fantasmas de Cuenca.

Y en el viejo barrio de El Chorro, en la antigua Calle Real del Vecino, hoy Rafael María Arízaga, la oscuridad era de veras enigmática. La septentrional callejuela de la ciudad amada parece una escarpada vía que transpórtanos umbrosa hacia una mustia penumbra en la que apenas refléjase la claridad de las luminarias que relucen sin perder el aire de incógnito misterio…

Por la misma zona, la pequeña calle Salazar Lozano parecía un triste trayecto que solitario mostrábase cual espantadizo escondrijo donde permanecer impertérritos ateridos de frío, sin más horizonte que el prieto cielo que invita al luto y la aflicción.

Desde el extremo meridional del centro histórico, en la plazoleta de El Vado, el abatimiento no era para nada diverso, aún a pesar de la iridiscencia que el alumbrado público prodiga a la histórica plazuela en cuyo vértice la solitaria cruz de mármol, ícono de tal histórico humilladero, refulge como una insignia patrimonial de lumínica presencia super flumina Tomebamba.

No lejos de allí, en los alrededores del Santo Cenáculo, un túnel oscuro ábrese en incómoda distonía con el lumínico reflejo de la luz del alumbrado público en un tétrico tramo de la vía. La solariega calle seguía siendo solitaria al no existir viandantes ni circunstantes mientras la dolorosa ausencia de gente sentíase in crescendo en la orfandad de tal secreta callejuela.

Pero al mirar esta foto puédese columbrar que es en la esquina de La Merced donde una conmocionante sensación de soledad parapétase en el ambiente, mientras el contrastante efecto cromático de las frías luces blancas conjúgase perfectamente con una helada noche abrileña en la agobiante cuarentena que sólo provocaba, ciertamente, una especie de «tedium vitae» o «tedio de la vida».

Y en Todos Santos, las noches de pandemia eran aún más aterradoras, siendo la Calle Larga una langarota vía de la soledad y el dolor ad perpetuam rei memoriam en tanto el lumínico letrero municipal recomendaba: «QUÉDATE EN CASA», como si al circunstante hubiéranselo pillado por transgredir el oprobioso toque de queda in honorem libertatis.

Ad orientem, en el antiquísimo barrio de San Blas, el espectáculo es de veras enigmático pues la umbrosa calle Bolívar, en dirección a la iglesia, configúrase en un espectral callejón donde las cálidas luces de la vía pública refléjanse en el húmedo adoquín, luego de un pertinaz aguacero, para convertir también a la vía en una especie de «calle de oro» o «via áurea» donde la expectación incítanos a continuar la caminata, aún a pesar del pánico y la angustia que la insólita calleja despierta in via curiositatis.

Arribando a la meta, las imágenes que percíbense son ejemplificadoras del fatídico y taciturno ambiente que envolvía al tradicional y legendario parque «Hurtado de Mendoza» o de San Blas, desde cuya iglesia, convertida en vértice de la lúgubre panorámica, el espectáculo es lastimero a más no poder por el sombrío y compasivo espectro de tal funesta atmósfera.

In extremis, en contrapuesto sentido, la calle Bolívar, mirada al occidente, desde el sector de la Mutualista Azuay, reluce más vívida por el juego de luces del alumbrado público en una sui generis vista donde no piérdese la penumbra como tétrico escenario para una jadeante caminata ad infinitum in via calamitatis o en el camino de la calamidad.

Las horripilantes vistas del sector en algunos puntos de la travesía adquieren particularidades propias, ora por la presencia de largas casonas que muéstranse como inexpugnables muros en las elongadas paredes del edificio del colegio de las Salesianas, puesto que al ocupar el espacio de una cuadra entera crean una especie de contrafuerte por donde el melancólico recoveco es de veras telúrico y espantable in via iniquitatis. Ad interim, las panorámicas vistas del centro patrimonial son escalofriantes, a capite ad calcem/ de la cabeza a los pies, como podémoslo ver en el siguiente mostrario de imágenes para la antología de la Cuenca terrorífica inter Corona virus:












La gélida frialdad de las noches pandémicas de la Cuenca patrimonial y los oscuros contrastes de vívida intermitencia entre las tinieblas y las luces del alumbrado público, tal como ilústrase con el compendio de las precedentes fotografías, incitan a transgredir el inconstitucional toque de queda a fin de contemplar una insólita efigie de la ciudad amada, in regnum tenebrarum o en el reino de las tinieblas, mientras los versos de Juan de la Cruz tintillaban luminiscentes en nuestras mentes: «…A oscuras y segura/ por la secreta escala, disfrazada/ ¡oh dichosa ventura! / a oscuras y en celada, / estando ya mi casa sosegada…».

Pero nada es más intrépido, en esta apasionante aventura, que salir a hurtadillas en medio de las escalofriantes escenas de la Cuenca nocturnal en tiempos del Corona virus, recibiendo un abrileño aguacero que vuélvese providencialmente como la condición sine qua non para obtener aterradoras imágenes de la urbe patrimonial. Así pruébalo esta instantánea en la iglesia de Santo Domingo, la cual invita a ser mirada con ánimo contemplativo para descubrir la glacial frialdad y el ignoto misterio de ciertos rincones cuencanos in veritatis splendor.


Las pandémicas escenas que puédense contemplar en el parque de María Auxiliadora no son menos tristes y afligidas, a causa de la soledad que amplifícase en tan inmenso espacio donde normalmente el ruido parece nunca desaparecer in urbe nostra. A la iglesia salesiana obsérvasela lumífera, cual dorado hito desde el que desciende la tímida languidez que acreciéntase hacia la calle Carlos Crespi convertida en una fusca caminera que parece aterrizar en las más recónditas tinieblas «in mysterium noctis» o «en el misterio de la noche».




Y como dícelo el dicho popular de nuestra cadenciosa lengua de Castilla: «Abril, las aguas mil». Qué duda cabe que la frase parece como la ley natural de Santa Ana de las aguas en el cuarto mes del año, donde las lluviosas noches abrileñas en cuarentena producen interesantes juegos de colores entre las luces del alumbrado público y aquellas de los solitarios semáforos, a la manera de un caleidoscopio por el que puédese contemplar la centellante e iridiscendente fluorescencia de verdes y rojas luminiscencias que refulgen esplendorosamente sobre los acuíferos adoquines de las calles cuencanas provocando un espectáculo que deviene estremecedor por la vibrante atmósfera de un espectral y sobrecogedor rictus en una noche de veras tenebrosa.

Extra muros, en el sector meridional de la urbe, la vieja avenida Loja es aún más espectacular en una lluviosa noche abrileña de pandemia. Sin habitantes ni viandantes parécenos una pista de patinaje que, mirada en perspectiva hacia el horizonte, llévanos ad infinitum al reino de la sempiterna oscuridad y el incógnito misterio aguardando el nuevo día, como bien dijéralo, desde su lírica inspiración, el grácil bardo Tomás Segovia in hispanica lingua: «…Y a través de la noche/ desde el oscuro fondo de su entraña/ nos guía y acompaña/ heridos de esperanza al nuevo día/ nuevamente a cumplir bajo el sol nuevo/ su plenitud igual y suficiente/ de prometida nuestra sin fin/ siempre la misma».





Las doradas escenas meridionales de la Avenida Loja son vivificantes por la espectacularidad que encierra esta calle de fuerte personalidad histórica, al haber representado, in historia nostra, la vieja salida y entrada de Cuenca desde el sur, que en las lluviosas noches de pandemia es como un campo de aterrizaje de la soledad que sigue siendo solariega hasta el infinito, en mística ensoñación, a causa de las cálidas luces del alumbrado público, que al contrastar con los grises adoquines o el ceniciento pavimento parece como si en tal peculiar trayecto encontráranse incandescentes fuegos que despliéganse de profundis, como dorados instantes del camino de la vida, tanto más tristes cuanto más queridos… Mas el bruñido ambiente de la avenida Loja, ícono de la «ciudad cargada de alma», crea un providencial momento de inspiración apacible para pensar en ese fuego abrazador nocturno, como quizás habríalo definido un anónimo poeta de exquisito numen in historia mundi: «… el fuego es esa llama amenazante/ envuelta en las tinieblas de la noche/ que turba hasta el más cuerdo en el reflejo…».


Pero una de las más apocalípticas imágenes que pudiéronse obtener en las noctámbulas travesías de cuarentena, dentro de la ciudad amada, ubícase en la antigua calle de El Batán que per se es tenebrosa condicionando más el tétrico escenario donde vivíase un lúgubre aislamiento en una pandémica noche. La callejuela, que no tiene adecuado alumbrado público, volvíase más umbrosa y reflejaba tenebrosa la penumbra en la que apenas ingresa la claridad de una esquinera luminaria que reluce iridiscente… Triste trayecto que solitario mostrábase cual telúrico escondrijo donde las cosas más fantasmagóricas pueden acaecer. Los oscuros portales de las viviendas albergan la oscuridad en luctuosos pasillos mientras las viejas casas de la zona confórmanse como inexpugnables muros para acoger a las tinieblas en intermitencia con ciertos espacios que, ad orientem, poseen cálidas luces doradas… La verdad sea dicha, la peculiar calle parece un callejón de la muerte donde la soledad pervive mientras el pánico y el miedo que invoca la tétrica escena elévanse in crescendo en tanto más avánzase hacia el tradicional barrio de San Roque. Tristis recordationem in veritatis splendor.


Ex admirationem, en los septentrionales sectores de la Atenas del Ecuador, vía al aeropuerto, coloristas escenas en nostálgicos y aniquilados ambientes muéstrannos una desértica faz de la Cuenca de los Andes en la avenida España, otrora epicentro de jolgorio, de bullicio y citadina algazara ora en el día, ora en la noche, donde la morriña parece haber llegado con nostálgicos efluvios de monstruosa tristeza hacia la tierra natalicia inter corona virus.

En el periplo transgresor del inconstitucional toque de queda toda esquina, todo rincón y cada recodo de la urbe patrimonial era objeto de ignotas vistas de la ciudad amada, como apréciase en esta imagen del sector de la Chola Cuencana que extráñaselo contemplar despoblado, devastado y desierto sin más nota alegre que las blancas luminarias que vivifican a los verdes pastos del parterre in naturalis ordinis ad omnes gentes.


In excelsis o desde las alturas, las vistas de la urbe eran espectaculares. Bastaba subir a los balcones de altas viviendas para mirar a una desconocida Cuenca sumida en el desamparo, a merced del nefandario virus que espantó a todos los habitantes de la capital de la morlaquía. Desde tan privilegiados miradores, y gracias al toque de queda, las céntricas calles de la capital azuaya percibíanse atiborradas de luz simulando lumínicos ríos entre los tejados de las casas de antaño que míranse negros como si las tinieblas hubiéranselos atrapado en escalofriante soledad y dolor.


Pero no sólo la noche, con sus enigmáticas facetas de pandemia, aterrorízannos inter Corona virus para sentir a nuestra dilectissima urbe como una ciudad apocalíptica, pues también las fotos capturadas a la hora del crepúsculo son horripilantes y turbadoras a máxima ad minima. Exempli gratia, aquí puédese contemplar a la calle Sucre, entre General Torres y Padre Aguirre, convertida en un impenetrable callejón sombrío que parécenos insondable in extremis por el pánico que exulta el patético ambiente.

 























Igual cosa diríase, in stricta veritas, de otros rincones cuencanos del centro histórico que, en una lluviosa tarde de cuarentena, con negros nubarrones, dan cuenta de que «la ciudad cargada de alma» perdió su alma en la emergencia sanitaria para volverse apocalíptica, terrorífica y monstruosa como una especie de «lacrymarum valle super flumina Tomebamba» o «valle de lágrimas sobre el río Tomebamba», como muy bien hemos de aseverar en nuestra perínclita lengua de Castilla.

    







Ad concludendi, huelga decir entonces -con ataraxia y firmeza- que sólo las aventureras e inquietas almas de los andariegos habitantes de la morlaquía pudieron quizás descubrir esta apocalíptica faceta de una encantadora urbe que extravió su espíritu en las noches de cuarentena, en una de las épocas más turbulentas de su historia. Ergo, estas escalofriantes y silentes imágenes citadinas que en pandemia evidenciaron el terrorífico espectro de la Cuenca avasallada por el Corona virus no son más que el registro gráfico de una triste atmósfera donde el místico silencio ha sido el denominador común de los rincones cuencanos que han sido motivo de este ensayo. Silencio que no ha representádose como soledad y dolor sino como «mysterium vitae» o «misterio de la vida» en las profundas simas del apocalíptico abismo de cuarentena para escribir el punto final de un trepidante capítulo de nuestra historia en el que Santa Ana de los Ríos de Cuenca dejó de ser el antiguo imán de encantos atractivo sicut mysterium noctis in via historiae ad perpetuam rei memoriam in patria aequatorianae.

 

Diego Demetrio Orellana

Datum Conchae, apud flumina Tomebamba, mensis martii, die XII, currentis Anno Domini MMXXII, reparate salute Anno Dominicae Incarnationis, in vesperas II Dominica in quadragesima.


OPINIONES CIUDADANAS


Jon Blake

Le cose sembrano migliorare. E speriamo che tutto finisca completamente, e molto presto. 🙏

Diego Demetrio Orellana

ASPETIAMO CERTAMENTE CHE TUTTO FINIRÒ PRESTO MIO CARO AMICO Jon Blake. MI HA PIACIUTO MOLTISSIMO LEGGERE IL TUO MESSAGIO. CREDO CHE IL MIO ARTICOLO SULLA MIA CITTÀ APOCALÍPTICA NEL TEMPO DI CORONA VIRUS FORSE HAI CAPITO UN PÒ PER LA VICINANZA CON LA TUA BELLA LINGUA ITALIANA. UN CARO SALUTO PER TE IN AMICITIA SEMPER SINGULARIS INTER NOS.
DIEGO DEMETRIO
OCTAVA II DOMINICA IN QUADRAGESIMA IN ANNO SALUTIS NOSTRAE MMXXII.

Jon Blake

Sí, Diego, las imágenes fueron inolvidables, tu artículo fue maravilloso y me hizo recordar cómo se veía Nueva York en ese momento también. Y aunque había palabras que no conocía, pude entender la esencia de la misma.
(Necesito practicar mi español de vez en cuando. Lo estudié durante tres años en la escuela secundaria.)
Todos los mejores deseos para ti.
JON

Diego Demetrio Orellana

QUÉ MARAVILLA QUE TE HA GUSTADO MUCHO ESTE ENSAYO SOBRE LA CUENCA APOCALÍPTICA. Y QUÉ INTERESANTE PENSAR QUE TAMBIÉN NUEVA YORK FUE APOCALÍPTICA INTER CORONA VIRUS, MIO CARO AMICO Jon Blake. MI HA PIACIUTO MOLTISSIMO CON TUTTO IL MIO CUORE LEGGERE CHE MI HAI SCRITTO NELLA MIA LINGUA SPAGNOLA. UN CARO SALUTO PER TE IN AMICITIA SEMPER FIDELIS INTER NOS.
DIEGO DEMETRIO
OCTAVA II DOMINICA IN QUADRAGESIMA IN ANNO SALUTIS NOSTRAE MMXXII.

Mario Morri

Brutta ricorrenza, sembrava scomparso ma nuovamente riappare, speriamo non ci danneggi tanto! Un caro saluto, Diego! 🤗

Diego Demetrio Orellana

MIO CARO AMICO Mario Morri: ANCH'IO DICO LO STESSO PER TE IN AMICITIA SEMPER FIDELIS INTER NOS: UN CARO SALUTO PER TE. RICAMBIO IL TUO DESIDERIO DI CHE TUTTO FINIRÒ CON UN ABBRACCIO FORTE TRA NOI. PAX CHRISTI MANEAT SUPER NOS.
DIEGO DEMETRIO
OCTAVA II DOMINICA IN QUADRAGESIMA IN ANNO SALUTIS NOSTRAE MMXXII

Sonia Pavón Stavland

Qué tiempos tan tristes fueron...

Robert Charcopa Celi

Época fatídica como sacada de una película...



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