martes, 8 de agosto de 2023

EPIGRAFÍA QUE DESAPARECE DEJANDO UNA ESTELA AD GLORIAM AETERNAM

 

 

Sicut speculum veritatis o Como espejo de la verdad, la fotografía que capitula este texto habla más que mil palabras cuando contémplase -en el pináculo del frontispicio lateral del convento cuencano de San Francisco- una inscripción epigráfica que señala el año 1920 como la fecha conclusiva de la construcción del claustro. Dicho año del Señor de 1920, en la vigésima centuria, no fue un año cualquiera para «la ciudad cargada de alma» pues el número volvióse epónimo debido a que celebrábase el PRIMER CENTENARIO DE LA INDEPENDENCIA DE CUENCA y la urbe engalanábase con un nuevo y esplendoroso edificio construido bajo parámetros neoclasicistas, a fuer del exquisito gusto estético de los hermanos Peña Jaramillo, José Ignacio e Isaac de María, quienes eran canónigos y párrocos de San Francisco in diebus illis/ en aquellos días.

Hoy, lamentablemente, una centuria después, el dígito 0 del epónimo año 1920 ha desaparecido… Desprendióse de la pared del tímpano que corona el frontispicio del convento franciscano en donde sujetábase como las hojas de la espesa fronda de un vigoroso y centenario árbol que agóstase, tristis et aflictis, en una veraniega tarde agostiza del canicular estío. Y así, tempus fugit, las huellas históricas y epigráficas de la Cuenca patrimonial desaparecen a causa de la incuria diem per diem, in mysterium aeternitatis super flumina Tomebamba. Bien haría la Municipalidad de Cuenca, con el alcalde Zamora, que tanto amor a Cuenca proclama, mandar a restaurar la celebérrima inscripción epigráfica de San Francisco para que el año 1920 reluzca siempre in excelsis como un punto de llegada y de partida en la vigorosa historia de la capital de la morlaquía in patria nostra dilectissima.

In historia nostra, la construcción del claustro de San Francisco por los hermanos Peña Jaramillo fue uno de los más importantes aportes a la arquitectura cuencana en el centenario de la Independencia de la capital azuaya pues hasta hoy, luego del bicentenario, la inconfundible faz arquitectónica de la manzana franciscana es motivo de grata complacencia cuando contémplasela in excelsis et super flumina Tomebamba.

Post factum, después de 13 años de la última restauración de San Francisco, nótase que las obras estuvieron mal hechas para durar tan poco, a cargo de la arquitecta Lourdes Abad que, al parecer, habría actuado imprevisiva y nada circunspecta ni esmerada al momento de ejecutar esta restauración. Cosa parecida acaece en varias edificaciones históricas de nuestra amada urbe cuando hácense las cosas con irresponsabilidad suprema. Y decímoslo en ejercicio de nuestros derechos consagrados en el artículo 66 de la Carta Magna, que derecho tenemos de obedecer para cuestionar a lo que hácese mal cuando trátase de fondos públicos in honorem veritatis et pro populo beneficio.

LOURDES ABAD RODAS

TERRIBLE ATENTADO A LA EPIGRAFÍA DE CUENCA 
EN LA RESTAURACIÓN DE SAN FRANCISCO

En la mentada restauración, al parecer, a causa de la negligencia de Lourdes Abad, ocurrió también un atropello infame cuando los albañiles a cargo de los trabajos rompieron la placa marmórea que resalta la excelsa figura del canónigo Isaac de María Peña Jaramillo, rotura que hizo desaparecer in aeternum algunas letras de la epigráfica inscripción latina con la que Cuenca perpetúa, en el mármol, la memoria de tan benemérito párroco de San Francisco in historia ecclesiae.


In civitatis historia o en la historia de la ciudad cuando piérdense las inscripciones epigráficas de las edificaciones patrimoniales extravíanse las históricas huellas de la arquitectura cuencana. Así hubo de acaecer con la famosa inscripción epigráfica de la vieja casa de Daniel Toral Malo, en la plazoleta de Santo Domingo, cuando las iniciales del ilustre paisano y la fecha latina que coronaban el ápice de la majestuosa edificación desaparecieron ipso facto en una pésima restauración, para que en la posteridad no haya noción alguna de la historia de esta casona del afrancesamiento cuencano y el buen gusto estético de su primer propietario.

Actualmente, tras una centuria también, las iniciales de Daniel Toral Malo ya no existen, como puédese corroborar en la precedente fotografía. Desprendiéronse como hoy ha desprendídose la cifra «0» del frontispicio del convento de San Francisco. No obstante, in via veritatis, dígase que si no fuera gracias a la fotohistoria no podríase jamás testimoniar que la mayestática edificación de la esquina de Santo Domingo fue la casa de Daniel Toral Malo.

Ergo, he allí la importancia capital de preservar a nuestras inscripciones epigráficas que engalanan a los primorosos edificios patrimoniales que resaltan in extenso en el entremado urbano de la capital de la morlaquía como íconos identitarios de nuestra sui generis personalidad histórica ad perpetuam rei memoriam in grata recordationem semper viva in historia civitatis.

Diego Demetrio Orellana

Datum Conchae, mensis augusti, reparata salute Anno Dominicae Incarnationis MMXXIII, in octava solemnitate Transfigurationis Domini.

2 comentarios:

  1. Por fin alguien hablo de que esa arquitecta Lourdes Abad tiene malas restauraciones... Feazo que haya roto la placa de San Francisco y le dejen impune.

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  2. jajaja... Todo se descubre... jajaja... esa man parece un monstruo de Velazquez en las meninas.... Yaura... mala profesional para haber destruido a la iglesia de San Francisco...

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