In via historiae/ En el camino de la historia, el hallazgo de curiosos documentos históricos conviértese en una grata serendipia, a través de la cual encuéntranse graves denuncias que trasuntan curiosos intríngulis en los que percíbese que la exacerbada egolatría y la fatua vanidad son causas para que telúricos personajes perennícense en el poder de las instituciones culturales haciendo de las suyas en contra del decoro y al socaire de la decencia in vita communitatis/ en la vida de la comunidad.
Hace exactamente una década, Marco Robles López desafilióse de la Casa de la Cultura Ecuatoriana «Benjamín Carrión», Núcleo del Cañar, con una virulenta carta en la cual denunciaba una serie de desproporcionadas atrocidades y monstruosidades cometidas dentro de la institución. In illo tempore, era el presidente institucional el ciudadano bautizado como Eduardo Crespo Román.
El documento es histórico a merced de los graves desvaríos que Robles denuncia dentro de la Casa de la Cultura de Cañar y parécese, a similis, a la carta de DESAFILIACIÓN IRREVOCABLE que Diego Demetrio Orellana hiciera el pasado 28 de marzo del presente año del Señor de 2021 ante el intento de apropiación de su libro: «AZOGUES, HISTORIA, ARTE Y PATRIMONIO», por parte del directorio presidido por el fementido ex director institucional, Édgar Palomeque Cantos, de non grata memoria in vita nostra. Ante el anuncio, en un pasquín, de que habría una masiva desafiliación de miembros convocada, al parecer, por ex convictos de un infamante latrocinio con el mandato 4 de Octubre, dígase que en la Casa de la Cultura del Cañar han habido tan sólo dos desafiliaciones históricas con Marco Robles López y Diego Demetrio Orellana. Es justamente ante las inicuas acciones de quienes detentan el poder de las instituciones corporativas que quienes intégranlas como miembros deciden a veces desafiliarse, por la falta de sindéresis que existe cuando en las casas de la Cultura reina la INCULTURA adversum dignitatis (Cfr. HISTÓRICA DESAFILIACIÓN).
In via curiositatis, las similitudes en la forma de gobernar a la institución parecerían análogas entre Palomeque y Crespo, a diez años de diferencia, haciéndonos pensar que las instituciones culturales son acaso como parcelas donde ejercen el mando fachosos individuos que actúan cual si fuesen atrabiliarios capataces de hacienda que ejecutan, ad arbitrium, todo cuanto sus caprichos ordenan. A veces sin derecho y avasallando a todo derecho.
Mientras tanto, el escándalo de la Santa Biblia de Azogues, así llamada irónicamente
a la publicación intitulada «Azogues Bicentenario», de la municipalidad de la capital
cañarense, hermana a Robles y Crespo, antagonistas hasta el hastío en el pasado, como dos de
los autores de las más graves infamias que háyanse cometido en contra de la
historia azogueña super flumina Burgay.
Ad interim, ante una flamígera crítica a los errores del libro bicentenario, algunos de los personajes causantes de las ignominias en la Santa Biblia de Azogues son los protagonistas de un espeluznante zafarrancho, de frente a los gazapos históricos por ellos cometidos, demostrando su condición de «vacas sagradas non plus ultra» de la azogueñidad al haber salido como búfalos heridos para embestir con un inicuo comportamiento que atenta contra la decencia y hasta con los buenos modales, mientras la empalagosa contumelia engolosínanlos cual moscas que desaforadas buscan la edulcorada miel hasta el hastío. No ha importádoles descender al fango de la ramplonería y la vulgaridad haciendo de la vileza su bandera de defensa y de la difamación su espada de combate a fin de atacar a quienes hicieran una responsable crítica a las equivocaciones cometidas. Ciertos autores de las infamias han llegado a la censurable riundad con abominables bribonadas e ignominiosos libelos y pasquines difamatorios en las redes sociales, mientras viles amenazas de agresiones físicas en pleno centro citadino han fraguádose y burdos mensajes de placería lanzáronse in ciberspatium cual si fuesen tajos y mandobles por considerar una «osadía» el haber salido en defensa de la historia de Azogues a fin de señalar, con ataraxia y firmeza, todos los yerros publicados, mientras la urbe envuélvese en las turbias memorias de un latrocinio infamante acaecido en los finiseculares tiempos de la vigésima centuria con el mandato 4 de Octubre, cuyos ex convictos de aspecto patibulario y comportamiento de mindalas de mercado resucitan con osadía y virulencia como heraldos de una prensa que patrinquea AD VERECUNDIAM. Que la Fiscalía sea dura para quienes parece que desean volver a darse un paseo en el panóptico, pues como dícese in historia mundi: DURA LEX SED LEX SUPER FLUMINA BURGAY. Del bochornoso escándalo llévase a cabo una indagación penal en la Fiscalía del Cañar (Cfr. UNA GRAVE DENUNCIA PENAL EN AZOGUES)
Pero, dejando al lado esta ineludible digresión, volvamos a la histórica carta de Marco Robles López en contra de Eduardo Crespo Román, misiva que -según denúnciase en medios culturales- fue causa y razón suficiente para que hace una década Crespo perdiera las elecciones de la Casa de la Cultura nacional frente a Raúl Pérez Torres, con internamiento hospitalario de por medio que casi hácelo rendir cuentas ante Deum, Providentissimus Deus, conforme puédese consultar en los medios de comunicación de la época. Leamos pues la histórica misiva con degustación suprema in honorem dignitatis in culturalis res:
Cuenca, 18 de noviembre del año 2011
Doctor
Eduardo Crespo Román
PRESIDENTE DEL NÚCLEO DEL CAÑAR DE LA CASA DE LA
CULTURA ECUATORIANA «BENJAMÍN CARRIÓN».
Peleusí de Azogues, Casa de la Cultura.
Señor presidente del Núcleo:
Luego de un detenido análisis de la situación en torno a la principal institución cultural del Cañar, de una vana esperanza en los últimos tiempos de que se enmienden procedimientos, he decidido presentar mi renuncia -con el carácter de irrevocable- de mi condición de miembro de dicha institución que usted viene presidiendo en el Cañar por más de una década, de manera ininterrumpida.
Expongo mis razones para ello: un poder que se ejerce por tiempo prolongado en la práctica se convierte en crónica anomalía y constituye un atentado a la democracia que debe primar en cualquier institución para que funcione correctamente, ni se diga en una organización cultural.
¿Qué sucede además? Se forman las conocidas argollas, los importantes asuntos se resuelven merced a conciliábulos, el adocenamiento sustituye a la genuina política cultural y en fin de cuentas sufre grave menoscabo la institución. Por supuesto que esto no es totalmente nuevo (por ejemplo, la incorporación como miembros de la institución y los puestos en la administración a favor de determinados parientes o amigos de quienes han venido manejando la casa ha sido una vieja costumbre), pero ciertas prácticas reprochables se han agudizado en los últimos tiempos.
Para perennizarse en el poder, se ha recurrido a estratagemas al margen del decoro y de la sana lógica, como ha sido la insólita incorporación masiva de 30 o 40 nuevos miembros, cada vez que un proceso eleccionario se encuentra a las puertas, sin una verdadera selección de los aspirantes, sin considerar los auténticos méritos, y esos flamantes miembros, que desde luego no son responsables del desaguisado, más por agradecimiento que por otra consideración, deben consignar su voto a favor de quien les permitió la incorporación a la institución. Así se cumple lo que dice la letra de un popular tango: «los favores recibidos creo habértelos pagado». Mientras tanto, la vieja guardia ha sido olvidada cual trasto inútil y a los nuevos valores intelectuales, que sí existen y que vienen aportando culturalmente con apreciables libros, trabajos artísticos o investigaciones en diversas disciplinas, asimismo se les ha cerrado las puertas por un absurdo egoísmo o por el temor de que puedan desplazar del «trono» a quien se ha enseñoreado en la institución.
En estas condiciones, la autoridad convertida en vitalicia y todopoderosa, a la manera de los califas musulmanes, decide por su cuenta o con el concurso de su íntimo círculo, los asuntos más importantes, qué debe publicarse, qué rechazarse, qué proyecto cultural apoyar; inclusive se llega a la arrogancia de someter a dilatorias y en fin de cuentas a negar, como si se tratara de un feudo, la autorización para la presentación de una obra en el local del teatro de la institución.
Las publicaciones, una cuestión fundamental para todo ente cultural, lamentablemente no cuentan con un consejo editorial, las secciones de literatura, artes, historia, filosofía, geografía, medicina, etc. en la práctica no han funcionado los últimos años y todo esto ha contribuido a una innegable crisis y al imperio de la improvisación y la intrascendencia. En estas condiciones, ¿a quién heredar el puesto, si el «jardinero» de las letras, en lugar de podar lo superfluo ha podado todos los posibles buenos aspirantes? ¿quizá se encargará la importante representación a un dócil y gris personaje para volver otra vez a la añorada función, cuando haya amainado el temporal?
Concluyo manifestando que esta decisión mía de separarme de la institución y estos puntuales reparos que hago no responden a ningún interés personal, menos a un afán de figuración; mis conciudadanos conocen que jamás me ha tentado ningún puesto burocrático, absolutamente ninguno, pues mi vida se ha desenvuelto casi exclusivamente en lo que ha sido mi primordial dedicación: la cátedra universitaria (actualmente me encuentro satisfecho de mi condición de jubilado, porque dispongo de mayor tiempo para hacer aquello que mayores satisfacciones espirituales me brinda), la investigación en el campo de las ciencias sociales y un periodismo vocacional, contestatario, por cuanto aunque con 70 años a cuestas, afortunadamente todavía no se me ha mojado la pólvora. Simplemente, en mi condición de miembro de la institución, no he podido continuar silenciando con relación a lo que sucede en el núcleo del Cañar de la CCE, de la que usted es el máximo representante todos estos años; creo que no es correcta la forma cómo se hacen las cosas, deben enmendarse urgentemente ciertos procedimientos. Eso es todo.
Por último, considerando que para contribuir a la cultura -en mi caso, modestamente por cierto-, no se requiere pertenecer a ningún «cenáculo», a ninguna «cofradía», he decidido dicha separación definitiva.
Deseo vivamente que la entrañable institución con la que he estado vinculado por algunos años se reencuentre con el camino de las buenas realizaciones culturales, supere ese estancamiento y ese sistema comando-burocrático, para que cumpla con una labor digna del legado del ilustre maestro Benjamín Carrión.
Atentamente,
Marco Robles López
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