«Quod scripsi, scripsi/ Lo escrito, escrito está» parécenos decir un impasible ángel rosáceo de mármol
travertino, que erígese parapetado sobre el dintel de la puerta del
frontispicio del templo del Santo Cenáculo, el citadino santuario que emérgese
mayestático para la adoración del Santísimo Sacramento en la «CIUDAD EUCARÍSTICA Y MARIANA». La indefinida mirada del ángel, ad
orientem, evoca lo etéreo y eterno ad gloriam Domini, mientras exhibe en
sus manos una filacteria con el nombre de «CUENCA» en latín: «CONCHA», recordando a los circunstantes y paseantes que transitan por la plazoleta
donde este emblemático templo emplázase, que Cuenca tiene un nombre latino grabado
en mármol para las eternas memorias de las presentes y futuras generaciones en
la capital de la morlaquía super flumina Tomebamba.
Efectivamente, Cuenca es una castellana palabra cuyo origen etimológico proviene de la sempiterna lingua latina, donde dícese: «CONCHA» y según una de las acepciones del Diccionario de la Real Academia de la Lengua (DRAE) la locución significa «el territorio cuyas aguas afluyen todas a un mismo río». Al cumplirse el deseo del marqués de Cañete, Andrés Hurtado de Mendoza, de fundar en la América hispana una ciudad homónima de su nativa Cuenca de España, la castiza urbe de Cuenca de América heredó un nombre de latino abolengo en la antigua Tomebamba, la epónima urbe de incaica estirpe donde nació Huayna Cápac, o la ancestral Guapdondelig, de inmortal solera cañari in perpetuum. Así pues, con su ilustre prosapia prehispánica, la naciente urbe castellana de Cuenca configuraría una trilogía de identidad con lo cañari, lo incaico y lo castizo, pues no de otra forma este trinitario conjunto constituye la plataforma en la cual el mestizaje, concebido como un verdadero hecho cultural, hizo de Cuenca una urbe sui generis inter nos, con una personalidad propia en los actuales tiempos en que refulge como «PATRIMONIO CULTURAL DE LA HUMANIDAD».
De Cuenca provino el gentilicio «conquense», como el nominativo término para los naturales
de Cuenca de España, del que derívase, a similis, nuestro gentilicio «cuencano», en Cuenca
del Ecuador, adquiriendo una
auténtica significación de original matiz para nominar a los habitantes de la
morlaquía in patria aequatorianae.
Mas Cuenca del Ecuador no puede desconocer sus prehispánicos orígenes ni renegar de su castiza ascendencia, en donde lo latino es parte de su esencia al pervivir en su nombre propio las huellas de la latinidad in honorem linguae latinae, siendo el estoico ángel marmóreo del Santo Cenáculo quien recuérdanoslo, diemper diem, ad perpetuam rei memoriam. Por eso, vuélvese absurda la creciente latinofobia de insensatos cuencanos que rebélanse sin sentido ante las huellas latinas de nuestra amada urbe despotricando en contra de la lingua latina, mater lingua in hispánica lingua, tal como los hijos que afrentan a su propia madre in iniquitatis mysterium.
Mas el
nombre latino de Cuenca, en la filacteria que sostiene el impertérrito ángel marmóreo,
es parte de un conceptuoso texto concebido como una loa de la CIUDAD
EUCARÍSTICA a Su Divina Majestad, en el frontispicio de la iglesia del
Santo Cenáculo, la cual erigióse como un santuario para rendir culto al Santísimo
Sacramento, al cual los habitantes de la morlaquía profesaban una centenaria
devoción desde el instante mismo en que la Colonia principiaba, en el siglo XVI,
cuando Cuenca fúndase el 12 de Abril de 1557. Así, cuando el Santo Cenáculo inaugurábase,
al principiar la vigésima centuria, el padre Julio María Matovelle, quien fue
el gestor de la construcción religiosa, mandó a colocar sobre el dintel de la
puerta del eucarístico templo este inconmovible ángel marmóreo en cuyas manos
sostiene una filacteria con una leyenda en la que evócase la sempiterna devoción
de Cuenca a su Divina Majestad, recogiendo esta vigorosa historia latina quizás
sin habérselo propuesto stricto sensu. Así, la inscripción
completa dice: «SANTISSIMO
SACRAMENTO CONCHA PŒNITENS ET
DEVOTA/ AL SANTÍSIMO SACRAMENTO CUENCA PENITENTE Y DEVOTA».
Y con esta epigráfica inscripción Cuenca grabó su nombre in
lingua latina semper aeterna, en reminiscencia de la latinidad que
trasunta su epónimo nombre en una urbe donde al latín encuéntraselo en múltiples
sitios, como vémoslo también, ad exemplum, en la iglesia de La
Merced, con la inscripción que evoca la condición mariana de Cuenca: «AVE MARIA, REDEMPTRIX CAPTIVORUM/ SALVE MARÍA,
REDENTORA DE LOS CAUTIVOS», leyendas que demuestran que el latín es un identitario referente que no débeselo
desconocer en absurdo suicidio ante nuestro origen castizo, de donde heredamos
la condición de urbe de cultura grecolatina in patria aequatorianae, sicut
originalis et singularis populo in America meridionalis et in mundum universum.
Diego Demetrio Orellana
Datum Conchae, mensis maii, die sextus supra vigesimus, reparata salute Anno Dominicae Incarnationis MMXXIV, in solemnitate Sancta Trinitas Unus Deus
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