Ad maiorem Dei gloriam/ A la mayor gloria de Dios cuatro primorosos óleos coloniales originarios de la antigua iglesia de la Compañía de Jesús, en Cuenca del Ecuador, han recolocádose adecuadamente en la nave principal de la iglesia de San Francisco de la capital azuaya, en donde desde el siglo XIX han permanecido como ilustres huéspedes, reflejando cada uno, per se, una plena identidad jesuitica que evoca el antiguo resplandor de la Compañía de Jesús in urbe nostra dilectissima.
Cuenta la historia que el 7 de abril de 1638 los jesuitas estableciéronse en Cuenca fundando su colonial colegio y la iglesia de la Compañía de Jesús, en la manzana en la que hoy emplázase la catedral de la Inmaculada y el antiguo seminario San Luis. Allí permanecieron 129 años hasta el 25 de agosto de 1767 cuando fueron expulsados de Cuenca, en cumplimiento de la Pragmática Sanción del rey Carlos III de España, por la cual los padres de la Compañía de Jesús exiliáronse de todas las colonias españolas, en uno de los actos más inhumanos y anticristianos de la historia in America meridionalis.
La colonial iglesia de la Compañía de Jesús era la mejor de todas cuantas habíanse levantado en el casco histórico de la capital de la morlaquía. Un cáustico testimonio de Francisco José de Caldas, que cópiase, ex integro, así nos lo confirma en 1804, -luego de 37 años de la expulsión de los jesuitas-, cuando este sabio pasó por Cuenca: «Los templos no representan cosa que pueda llamar la atención de un viajero: todos pobres, todos pequeños, todos miserablemente adornados, no merecen una descripción. No parece que haya asistido aquí un hombre que sepa la destinación de la arquitectura. La casa de jesuitas es lo mejor, no obstante está bien distante de ser obra de un inteligente…». La no muy grata descripción de la Cuenca colonial, por parte de Caldas, denota su acritud frente a nuestra urbe, mas no por ello deja de resaltar que la iglesia de los jesuitas era el mejor templo cuencano de la Colonia in historia nostra.
Post factum, en 1872, en el obispado de Remigio Estévez de Toral, los agustinos son extrañados de Cuenca a causa de un rescripto que el purpurado trajo de Roma, en el Concilio Vaticano I, y la antigua iglesia de San Agustín, que hoy es el templo de San Alfonso, llegó a contar con algunos bienes de los jesuitas cuando en 1885, la colonial iglesia de la Compañía de Jesús derríbase para construir la catedral de la Inmaculada, por iniciativa de monseñor Miguel León y Garrido, quien ordenó que los tesoros de los jesuitas trasladáranse a varios templos cuencanos.
Entre los tesoros coloniales que llegaron a San Agustín hallábase el via crucis de la Compañía de Jesús, el cual, -a su vez-, fue enviado a la iglesia matriz de Azogues, en donde hoy consérvase incompleto en la catedral de la capital cañarense puesto que, de las 14 estaciones han perdídose 4. Así, el impredecible destino hizo que los bienes jesuiticos exiliáranse a la capital del Cañar, donde nunca hubo jesuitas y, desde donde, con el pasar de los años el tesoro ha sido atropellado con la desaparición de algunos de los cuadros de esta maravillosa colección in nomine Christi. Por tan fortuita circunstancia, Azogues posee valiosas riquezas jesuiticas super flumina Burgay.
Otro de los templos que recibió tesoros
jesuitas fue, exempli gratia, la Catedral Vieja, donde aún es posible contemplar
algunas esculturas como aquella de san Francisco Javier, tanto como la campana
de san Ignacio, de 1711, que es el broncíneo tesoro del campanario de la Compañía.
Finalmente, la cuarta iglesia que recibió los bienes patrimoniales de la antigua iglesia jesuita, en la diócesis de Cuenca, fue San Francisco. En el coro de este histórico templo, ad exemplum, instalóse el órgano de tubos de la Compañía de Jesús, elemento que aún hoy puédeselo contemplar como muestra de su antigua magnificencia.
Pero también, en las naves laterales del templo, colocáronse cuatro óleos coloniales de los mejores cuadros pictóricos que los jesuitas habían mandado a hacer, en la Colonia, para exornar a su mayestática iglesia colonial. El más sublime de todos es la colonial Virgen de los Afligidos, la cual es una Mater Dolorosa de primorosa factura en cuyo pecho, a la manera de un collage, lleva un puñal repujado en plata como excelso distintivo de la creatividad con la que elaboróse la sacra imagen.
El segundo óleo es un precioso retrato de san Luis Gonzaga, el juvenil santo de los jesuitas. Su pueril rostro sublimiza el alma, mientras su filial amor a Nuestro Señor Jesucristo, Dominus ac Redemptor, que hízolo un apóstol de la misericordia -in Roma semper aeterna- explicítase en el crucifijo que porta en sus santas y venerables manos. El cuadro de san Luis Gonzaga es, in stricta iustitia, uno de los mejores retratos coloniales que existen sobre este personaje en todo el Ecuador, con la peculiaridad de llevar dentro de él a un ángel que porta una azucena en señal inequívoca de la pureza del santo, quien señala con sus manos una rara inscripción in lingua latina semper excelsa, que dice: «COARCTOR DISSOLVI ET ESSE CUM CHRISTO», que en nuestra perínclita lengua de Castilla podríase traducir así: «ME SIENTO URGIDO DE IRME PARA ESTAR CON CRISTO».
Ad concludendo, el cuarto óleo es un tradicional cuadro con la catequética visión de la escatológica contemplación del cielo, el purgatorio y el infierno en las tenebrosas imágenes coloniales con las cuales la Santa Madre Iglesia adoctrinaba a los fieles sobre los tormentos a los que avocábanse al transgredir los mandatos de la doctrina cristiana. Este óleo es fenomenal tanto por la conjunción de personajes cuanto por la significación de la obra, pudiendo ver en ella a históricos santos que han marcado la vida religiosa de los cuencanos. Ad exemplum: santa Teresa de Jesús, santo Domingo de Guzmán, san Francisco de Asís, san Vicente Ferrer, san Martín de Porres y santa Rosa de Lima.
Hay un detalle que debémoslo destacar, sub specie instantis, en el análisis de esta obra, y es el hecho de que en ella denótase una atmósfera cuya dominancia dominicana es innegable, por lo que es menester inferir, desde nuestra visión historiadora, que este antiguo cuadro del infierno perteneció a la iglesia de la Compañía de Jesús luego de la expulsión de los jesuitas, acaecida en el año 1767, y es como un tesoro de la vetusta iglesia jesuita de Cuenca que pasó al templo de San Francisco cuando monseñor Miguel León y Garrido hizo derribar el colonial templo de los jesuitas en el año del Señor de 1885. Mas hoy, reluce nuevamente, in via lucis, en la nave central de la iglesia franciscana de Cuenca.
La recolocación de los 4 óleos coloniales de los jesuitas es obra del padre Jorge Moreno Delgado, que con buen gusto estético ha mandado a decorar las naves del templo con una interesante pintura mural para reponer los tesoros coloniales jesuiticos retirados de la iglesia antes de la pandemia, en el año 2019. Cuenca ha extrañado por 5 años estos tesoros de la desaparecida iglesia de los jesuitas en la nave central de san Francisco y hoy nuevamente puédenselos contemplar ad maiorem Dei gloriam in communitate nostra.
Esperemos pues que, Jofree Astudillo, quien viene trasladado de Gualaceo a Cuenca, precautele y cuide estos tesoros jesuiticos pues a ello hállase impelido, de vita et moribus, ya que Cuenca no puede perder los valiosos legados patrimoniales de sus históricas iglesias, que dan cuenta de su condición de ciudad «Patrimonio Cultural de la Humanidad» in artis via et in culturalis aspectibus in America meridionalis et in historiae via ad omnes gentes in mundum universum.
Diego Demetrio Orellana
Datum Conchae, mensis Ianuarii,
die decimus, reparata salute Anno Dominicae Incarnationis MMXXIV, octava solemnitate
Epiphaniae Domini
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