viernes, 15 de abril de 2022

JAIME SÁNCHEZ ORELLANA IN VIA VERITATIS

«Vita longa in urbe nostra/ Larga vida en nuestra urbe» afírmese frente a un nonagenario visitante de la biblioteca «Manuel Muñoz Cueva» de la Casa de la Cultura del Azuay, quien resúltanos un curioso personaje de la capital de la morlaquía, ora por su clarividente lucidez, ora por su chispeante ironía, ora por la cáustica manera con que profiere una ácida filípica o un sarcástico juicio ante las jocundas cosas que júzgalas con acritud y firmeza, en su avanzada edad de 92 años, la cual no esconde una férrea fortaleza física para seguir avante en el trepidante peregrinaje de la humana existencia in hac lacrymarum valle. Trátase del odontólogo Jaime Sánchez Orellana, cuencano de alma, vida y corazón, con quien dialogar es adentrarse en un plácido trajinar de insólitos recuerdos y vivíficas memorias de la Cuenca de antaño, con sus epónimos personajes en el mundo de las letras o las artes y sus insólitos señuelos o efluvios de cantarina poesía y artística lindeza super flumina Tomebamba.

Sorprende contemplar cómo la música trasunta su alma de profundis sublimándose hasta el éxtasis contemplativo al departir apasionadamente de tangos, boleros, pasillos, pasodobles y todo ritmo que cautívale en su longeva existencia, siendo la música clásica como el anima mundi de este singular personaje que recuerda complacido a su padre, el famoso fotógrafo y artista cuencano José Salvador Sánchez, de quien heredó los genes musicales que convirtiéronlo en un curioso melómano, pianista y menudo cantante de tangos, pasillos y boleros al extremo de tener algunos discos grabados con su altisonante y dramática voz, con la cual no solo interpreta exquisitas piezas musicales sino profiere con retumbantes acentos sus subversivas ideas al chacotear de sus anécdotas o inquietudes que terminan por despotricar o satirizar con frenesí de las cosas y personas que no agrádanle in vita communitatis.

Diríase pues que su voz es como el retumbante sonido de las trompetas de Jericó al momento de enfatizar las cosas por las que siente profundas certidumbres o al instante de hablar con alacridad y sarcástica diagnosis frente a los desengaños de la vida o las tribulaciones del mundo, mientras la convicción con la que vive hácelo luchar denodadamente por defender lo que piensa en tanto defínese per se como un libre pensador in partibus infidelium. Así pues, Jaime es un privilegiado ser que dice lo que siente y siente lo que dice en un constante ejercicio de coherencia entre lo que habla y piensa, lo que no es más que la asombrosa sindéresis en que descúbrese implícito el sabio apotegma latino del «facta et non verba» o «los hechos y no palabras» con los que procuramos ser empáticos entre nuestro modo de pensar y de obrar.

Su adusto rostro no es amigable ciertamente, mas no bien princípiase un diálogo descúbrese su distendido temperamento y su fino humor para reírse incluso de sí mismo. Quienquiera que mírelo, a capite ad calcem/ de la cabeza a los pies, desecha la inicial reticencia para acercárselo in via fraternitatis pues para nada trátase de un intratable ciudadano sino de un contestatario y díscolo personaje que cuestiónase por todo, sin temor a expresar enfado ante las cosas que considera insólitas mostrándose como un veedor ciudadano que vigila y sanciona todo cuanto contraviene a la razón, a la ética o al sensus comunis, que es el menos común de los sentidos in vita societatis. Ergo, para nada trátase de un neurasténico y quisquilloso anciano que incomódase por todo, cual si fuese un personaje cascarrabias que incóase por el mínimo elemento perturbador para su espíritu, pues con Jaime su avieso modo de expresarse, a veces altanero, a veces socarrón, a veces irreverente pero siempre levantisco termina por hacernos reír en amenos coloquios en los que abórdase de todo in via curiositatis.

Autodefínese como un agnóstico desde los 22 años, luego de una intensa formación jesuítica en el colegio Borja, del cual es uno de sus más longevos ex alumnos. Dejó de creer un día, dice con ahínco, porque primó la razón sobre la fe y desde entonces volvióse agnóstico y acerbo crítico de la religión, por él considerada como un atávico ropaje de la gente que obnubila sus conciencias envileciendo la capacidad analítica que permite racionalizar las cosas no cayendo en el facilismo con el que mírase a la existencia buscando mágicas respuestas a los acuciantes problemas de la vida.


José Salvador Sánchez

Es gratificante escuchar sus memorias de la iglesia de San Francisco, cuyo campanario ubicábase al frente de la casa paterna, siendo el repique de campanas la cotidiana llamada para que su padre peregrine con sus vástagos a la misa diaria, luego de la cual interpretaba el órgano de tubos que el templo poseía. Don Salvador amaba de profundis esta actividad siendo Jaime el encargado de mover el fuelle de tan singular órgano a que su padre tocara en él la exquisita música que era la desenfrenada pasión de su vida. -Me dejaba con la misión de activar el fuelle del órgano y olvidábase que yo existo mientras interpretaba la música terminando yo exangüe del cansancio para decir a mi padre que ya no podía más con la misión encomendada. -Así cuenta Jaime la preciosa vivencia infantil que incidió para que convirtiérase en un exquisito melómano, pianista y cantante de tangos, boleros y pasillos.

Hoy, a sus 92 años, vive una ancianidad en la que espera ansioso el paso del umbroso zaguán de la muerte. -Ya no quiero vivir  -dice de vehementi, sin que ello signifique claudicar ante la vida pues considera que ya vivió todo y es menester el descanso ad vitam aeternam. Esto sólo puede experienciarlo quien encuéntrase satisfecho con que nada débele a la vida. Por ello, con su típica mordacidad, agrega: -A veces me duele el pecho y yo me digo: quizás sea ya el infarto, pero sigo con vida mientras mis amigos ya murieron. -Y luego concluye con sorna: -Qué triste es sobrevivir a los amigos o ver cómo menguan sus sentidos básicos… Yo me encuentro con Alberto Delgado, compañero de promoción en el Borja, y me entristece su insoportable sordera. Prefiero la ceguera y no la sordera, que es el fin de todo… Y mientras cierra así sus ideas en el diálogo no pierde su típica actitud sarcástica ante la vida, en tanto refocílase relatando curiosas anécdotas de su gran amistad con Gonzalo H. Mata o Rigoberto Cordero y León, de quienes guarda celosamente ejemplares autografiados in camera caritatis.

Pero, ad interim, mientras espera a la muerte con actitud contemplativa sigue siendo vital, entusiasta, satírico y socarrón pues el deseo de la vida eterna, dicha sea la verdad, es en los nonagenarios una sutil esperanza por pasar a la lumínica esfera del mundo etéreo, a la manera de santa Teresa de Jesús, quien en plena transverberación, guiábase del fuego del amor divino para decir en mística ensoñación in nomine Christi: «Vivo sin vivir en mí/ Y en tal alta vida espero/ que muero porque no muero… /Acaba ya de dejarme,/ vida no seas molesta/ porque viviendo ¿qué resta?/ sino vivir y gozarme/ Ven muerte que ansí te requiero/ que muero porque no muero…».

Qué duda cabe que Jaime Sánchez Orellana, antiguo alumno de los jesuitas, es un ser especial con quien cualquier diálogo es edificante in communio caritatis et super omnia in via fraternitatis sicut antiqui Societatis Iesu alumni in conchense collegium Rafael Borja in patria aequatorianae.

 

Diego Demetrio Orellana

Datum Conchae, apud flumina Tomebamba, mensis aprilis, die XV, reparata salute Anno Dominicae Incarnationis MMXXII in sexta feria de Passione Domini.

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