In via libertatis/ En el camino de la libertad, la histórica hazaña libertaria del 3 de Noviembre de 1820 representó -en el horizonte de nuestra historia- una esplendente luz al final del telúrico túnel colonial en el que Cuenca gestó su integérrima condición de pueblo libre y su independencia política refulge luminiscente como una inmarcesible e iridiscente flama de la libertad.
en el monumento a Abdón Calderón de Cuenca
EL PRELUDIO DE LA
INDEPENDENCIA
Este acontecimiento tiene un antecedente de 25 años y es de obligada referencia en este espacio a la hora de escribir sobre el proceso emancipador en el bicentenario de la independencia de la «ciudad cargada de alma». Ergo, digamos entonces que desde los finiseculares tiempos del siglo XVIII ya comenzaron a aflorar claras muestras de inconformidad con la corona española in urbe nostra. Precisamente, en el año del Señor de 1795 hubo en Cuenca una curiosa manifestación pública que preanunciaba la búsqueda de la libertad política. In illo tempore/ En aquel tiempo, el 25 de marzo concretamente, in solemnitate Anuntiationis Mariae/ en la solemnidad de la Anunciación de María, circularon subrepticiamente por toda la urbe unos manuscritos que contenían ideas libertarias. Los patriotas cuencanos explicitaron sus sentimientos de apoyo a la independencia en unos letreros que decían in scriptis: «A morir o vivir sin el Rey prevengamos, valeroso vecindario. Libertad queremos y no tantos pechos y opresiones». «Noble auditorio, prevenid vuestras armas para la libertad de nuestros hijos y de nosotros, pues no queremos tirano rey». Por aquel tiempo acontecía lo propio en Quito, capital de la Real Audiencia, con el precursor Eugenio de Santa Cruz y Espejo. Las autoridades reales de Cuenca estremeciéronse ante los libertarios mensajes levantando un expediente para legitimar una verdadera cacería de brujas a fin de dar con los autores y cómplices de los libelos fijados en las paredes de ciertas edificaciones citadinas.
Sibi tamen/ Sin embargo, querer romper las cadenas del león ibérico fue demasiada osadía e insolencia para el entonces gobernador de Cuenca, don Antonio Vallejo y Tacón, quien organizó una pesquisa para descubrir a los autores de semejantes «pasquines subversivos» o «pasquines sediciosos», mas no tuvo éxito y jamás púdose encontrar a culpable alguno de este acto de rebeldía en contra de la monarquía española. Desconócese el destino de los juicios instaurados, como han anotádolo acuciosos investigadores y hubo un expediente de Vallejo, mas puédese presumir-según los estudios de los grandes historiadores cuencanos como Octavio Cordero Palacios y Alfonso María Borrero, que los autores de la fijación de dichas leyendas fueron: Paulino Ordóñez, Fernando Salazar y Piedra y Joaquín Tobar. Es posible que en el Archivo de las Indias de Sevilla pudiéranse encontrar vestigios de tales disparatados enjuiciamientos, pero hasta hoy, in tertio millenio adveniente, nada ha sabídose de un emprendimiento investigativo que llevare a buscar precisa documentación de tales procesos.
In stricta veritas, este es el verdadero preludio de lo que habría de ser la independencia cuencana un cuarto de siglo después. Post factum, vendría inicialmente el PRIMER GRITO DE LA INDEPENDENCIA, el 10 de Agosto de 1809, en el que muchos patriotas cuencanos volvieron a tomar parte activa pero Cuenca, durante la segunda década del siglo XIX, fue eminentemente realista pues sus autoridades, divorciadas siempre con el sentir popular, rindiéronse en oprobiosa lealtad a la corona española perdiendo el aura popularis pues el pueblo y ciertos próceres mantuvieron intacto el deseo libertario de vengarse del infamante yugo español.
POST TENEBRAS LUX
Pero como dícese en nuestra amada lingua latina: «Post tenebras lux/ Después de las tinieblas la luz» un rutilante acontecimiento porteño in guayaquilensis urbe hubo de ser la catapulta para que Cuenca alcance su libertad política frente a la monarquía española. Efectivamente, el 9 de Octubre de 1820 Guayaquil logró su independencia del yugo hispano y cuando la noticia llegó a Cuenca los patriotas morlacos sintiéronse alborozados y animados para emular la gesta guayaquileña cuya iridiscencia era tan fulgurante en el ánimo libertario de los habitantes de la morlaquía concibiendo entonces un plan para reunir un cabildo abierto y jurar en él, la independencia de Cuenca.
PRIMERAS INICIATIVAS
In via libertatis, el adecuado orden de prelación de los acontecimientos fue el siguiente: las primeras iniciativas para liberar a Cuenca tomáronse por parte de Tomás Ordóñez, teniente de Infantería. En su casa, junto a personajes como Ambrosio Prieto, Joaquín Salazar y Lozano, Zenón de San Martín, León de la Piedra, José N. Hidalgo de Cisneros, Pedro y Felipe Serrano, Vicente Toledo, Joaquín Astudillo y otros más reuniéronse varias veces, desde mediados de octubre, para planificar la gesta libertaria. Margarita Torres, la madre de Tomás Ordóñez y Torres, fue una de las mujeres que intervinieron en la lucha ora como anfitriona de los conciliábulos tenidos en su residencia, ora como madre del principal héroe de la independencia, ora como ciudadana patriota creyente y prosélita de la causa libertaria. Aunque, la verdad sea dicha, a esta mujer inténtasela mostrar hoy como una heroína de la libertad, en la praxis, solo era la madre de Tomás Ordóñez y esposa de Paulino Ordóñez y como dueña de la casa simplemente fue testigo de las reuniones libertarias que su hijo planificaba pues no existe crónica alguna ni referencia escrita e incontrastable que demuestre que de veras ella fue una especie de libertatis mulier o mujer de la libertad en el proceso independentista de nuestra amada urbe. Y la causa de esta contempóranea visión hémosla de encontrar, de manera casuística, en la obsesión desaforada de Juan Cordero Íñiguez, actual cronista vitalicio de la urbe, para quedar bien con el feminismo loco y desaforado que anda hambriento de lideresas en el proceso independentista de Cuenca, super flumina Tomebamba.
In historia civitatis/ En la historia de la ciudad dígase que aunque muchas féminas de la morlaquía han sido invisibilizadas en el movimiento emancipador no puédese negar que las esposas de los próceres, sus empleadas y muchas otras mujeres ora de la aristocracia, ora de la plebe apoyaron tangencialmente, de todos modos, a la causa libertaria ex tota fortitudine/ con toda la fuerza, pues la gesta que armábase in libertatis honorem era un asunto de «res publica» o «cosa pública» in communitate nostra y no debió de representar cosa de varones solamente in veritatis honorem.
FALLIDA INTENTONA
Así, el primer intento planificado por Tomás Ordóñez y los próceres resultó fallido porque la estratagema fue descubierta por los españoles. Los patriotas habían conversado directamente con la principal autoridad de la ciudad, el Gobernador de la provincia de Cuenca y Jefe Político también, Antonio Díaz Cruzado, manifestándole de vehementi que como Guayaquil había obtenido ya la independencia, la de Cuenca sería un hecho en los días próximos, a lo cual el gobernador accedió apoyando a los próceres pues Díaz Cruzado creía en la necesidad de consolidar la emancipación y era otro de los libertarios personajes del proceso emancipador. Díaz Cruzado había accedido a entregar el mando a los patriotas el primer día de noviembre de 1820, in solemnitate omnium sanctorum/ en la solemnidad de todos los santos, pero este plan fracasó cuando apenas gestábaselo, a mediados de octubre, debido a una traidora delación, sin que sépase quién pudo haber filtrado el artilugio que preparaban los patriotas. De pronto, las autoridades realistas descubrieron el pacto y percibieron que la fuerza de la causa patriótica iba in crescendo y -en un desaforado intento por detenerla- el coronel Antonio García Tréllez, jefe militar de la plaza, dispuso el apresamiento del gobernador Antonio Díaz Cruzado acusándolo de sus vínculos con los rebeldes.
Guiados de las investigaciones de Jorge Salvador Lara, Alfonso María Borrero, Remigio Romero y León, Alberto Muñoz Vernaza y Octavio Cordero Palacios dígase que las cosas sucediéronse de la siguiente manera in via claritatis: Los preparativos de la independencia comenzaron desde mediados de octubre, como hémoslo dicho ut supra en líneas precedentes, cuando los próceres, una vez informados de la independencia de Guayaquil, reunierónse varias veces en casa de Tomás Ordóñez para planificar la emancipación de Cuenca inspirados en la gesta guayaquileña. Mas como las autoridades españolas fueron alertadas de la traición de Díaz Cruzado lo aprisionaron. Según Octavio Cordero Palacios la prisión de Díaz Cruzado ocurrió antes del 20 de octubre.
En lugar de Díaz Cruzado fue nombrado un nuevo gobernador en la persona de José María Vázquez de Noboa, quien era, además, alcalde de segundo voto. Pero sobre todo era otro de los patriotas que buscaba la independencia de la urbe y para lograrlo, siendo como era el alcalde de segundo voto y gobernador de la provincia de Cuenca, tuvo que usar el sigilo para actuar ad cautelam in via libertatis. Vásquez de Noboa unióse secretamente a los planes de la revuelta y, atendiendo a una petición popular, convocó a un cabildo ampliado para el 1° de noviembre, con vecinos del barrio de Todos Santos, pues en aquel día, in solemnitate Omnium Sanctorum/ en la solemnidad de Todos los Santos, habíase realizado una missa solemnis por la festividad católica. Dícese que habíaseles sugerido que marcharan a la Plaza Mayor para atacar a las autoridades reales pero la gente no comprometióse a la revoltosa admonición. Así pues, algunos historiadores, entre ellos Alfonso María Borrero, señalan que justamente desde la iglesia de Todos los Santos salieron los patriotas para intentar la rebelión hacia la Plaza de Armas de Cuenca. La falta de apoyo de los circunstantes, timoratos de rebelarse aviesamente con la Corona española, frustró la intentona y como no es extraño entre el género humano infiérese que la cobardía de las masas informes es el denominador común de la gente cuando espérase un levantisco acto de rebelión ante la opresión que subyuga a las sociedades en todos los tiempos. La verdad histórica señala que ante la traición de Díaz Cruzado, descubierta por las autoridades regalistas, los españoles actuaron con previsión para aplacar cualquier movimiento libertario in illo tempore/ por aquél tiempo.
Según el historiador cuencano, Octavio Cordero Palacios, los propulsores o autores intelectuales de la revuelta independista fueron: Tomás Ordóñez, Joaquín Salazar y Lozano, Francisco Chica, Vicente Toledo, Joaquín Crespo, Zenón de San Martín, el cura Juan María Ormaza y José María Vázquez de Noboa, entre otros.
Jorge Salvador Lara, uno de los más grandes y lúcidos historiadores de la patria, es una clave lumínica para entender los entretelones de la lucha independentista en Cuenca. En su breve historia da cuenta, in honorem veritatis, que los próceres concibieron un ingenioso y detallado plan para sorprender a las autoridades militares. El gobernador Vázquez de Noboa debía promulgar mediante bando algunas ordenanzas el día 3 de noviembre, para cuyo efecto, conforme el uso de la época, el escribano Zenón de San Martín y Landívar, acompañado de una dotación militar debía leer los respectivos documentos en los lugares públicos. Ese debía ser el momento propicio para que los revolucionarios sometan a los soldados y apoderándose de sus armas destituyan a las autoridades coloniales y tomen el control del gobierno. Efectivamente, tal como cuéntalo Salvador Lara, Vázquez de Noboa mandó a pregonar bandos reales en la Plaza Mayor de Cuenca, lo que fue aprovechado por los rebeldes para sorprender a la escolta y desarmarla. La estratagema habíase planificado con el secreto apoyo de Vázquez de Noboa, quien vino a facilitar sobremanera la causa, ya que él era a su vez jefe de los patriotas.
El artilugio era perfecto para burlar a García Trelles pero las autoridades militares por él comandadas andaban suspicaces del movimiento libertario hasta las impredecibles fronteras de la paranoia desconfiando de todo cuanto acontecía en la ciudad con la gente. Este militar redujo a 9 el número de la tropa que acompañó al escribano. Mientras leíanse las ordenanzas en una esquina de la Plaza Mayor 9 patriotas del complot echáronse sobre la escolta y desarmáronla a la fuerza. Ergo, los patriotas liderados por el teniente Tomás Ordóñez, Vicente Toledo, Ambrosio Prieto y otros no pudieron apoderarse sino de muy pocas armas.
UNA CRUENTA LUCHA ENTRE LA
PLAZA MAYOR Y SAN SEBASTIÁN
La intrépida acción trajo consigo una refriega, en la que resultó herido en el brazo el propio Ordóñez. El conato de la lucha armada comenzó pues en la Plaza Mayor pero no fue efectivo y, de cuando en cuando, en este sitio armábanse escaramuzas con el pueblo cuencano que apoyaba la rebelión gratis et amore, por lo que los patriotas, provistos de escaso armamento, apertrecháronse en la plaza de San Sebastián. Desde allí pretendíase preparar el ataque al cuartel rigurosamente guarnecido por l09 soldados realistas a los que mandaba Antonio García Tréllez. El prócer Tomás Ordóñez fue el verdadero héroe de la jornada y cuando hallábase trabado en una lucha con un soldado un golpe de bayoneta le atravesó la pierna.
Dícese que el propio Tomás Ordóñez y sus compañeros incitaban a los cuencanos de los diferentes barrios a salir a las calles y unirse a la batalla, lo que de veras fue acogido pues el movimiento libertario tuvo una gran participación popular aunque en el barrio de Todos los Santos, el día primero de noviembre, sus vecinos no habían mostrádose fervorosos para marchar hacia la Plaza Mayor. Para tener una idea clara de la población de Cuenca dígase in via veritatis que la población de la urbe calculábase en aproximadamente 19.000 habitantes en el año del Señor de 1820, siendo una pequeña ciudad pacata, mojigata y pueblerina.
Admirabilis et singularis, en la plaza de San Sebastián, el cura Juan José María Ormaza arengó al pueblo convocándolo a luchar por la independencia y seguir el ejemplo de Guayaquil. El presbítero era de una florida elocuencia para enfervorizar a los rebeldes, mientras desde la torre de la colonial iglesia el párroco José Peñafiel disparaba con sus cañones a las autoridades militares que resistíanse a entregar el poder real. Estos dos aguerridos curas eran como los cabecillas libertarios de la revuelta. Justamente, el coronel García Trelles sacó sus cuatro cañones a la plaza y dispuso a la tropa en pequeños grupos para enfrentar al pueblo que por repetidas ocasiones intentó llegar hasta el centro del poder. Pero la perseverancia y convicción en la lucha era el quid divinum de los cuencanos en la gesta libertaria.
Por eso, la refriega no fue fácil de someter para las autoridades reales y allí, en San Sebastián, con un numeroso grupo de ciudadanos cuencanos proclamóse la libertad e independencia de Cuenca, al caer de la tarde del día 3 de Noviembre de 1820. Libertas, Iustitia, Veritas/ Libertad, Justicia, Verdad eran los supremos valores que inspiraban la lucha emancipadora en aquella bélica jornada y el regocijo popular fue indescriptible hasta los supremos límites del alborozo. Tomás Ordóñez, a pesar de la herida de bayoneta sufrida en una de sus piernas, recorría por la ciudad sobre una acémila sin ensillar alentando los ánimos de todo el mundo e invitando a sumarse al movimiento libertario, mientras la elocuencia del cura Ormaza fue determinante para animar a la plebe incitando con su verbo flamígero de bien cuidada oratoria sagrada a justipreciar los sacrificios que todos debían hacer por la libertad e independencia de la patria.
Dícese, in perpetuum, que la independencia era como la consumación del juramento que muchos hicieron en tal circunstancia para vengar la sangre que derramóse despiadadamente en la masacre del 2 de Agosto de 1810, la cual fue una nefanda y nefaria hecatombe que cimentó la fecunda savia para conseguir la libertad el 9 de Octubre de 1820 en Guayaquil y el 3 de Noviembre de 1820 en Cuenca.
UN NUEVO ESCENARIO: EL BARRIO
DE EL VECINO
Pero la victoria no estaba asegurada ya que las fuerzas eran desiguales. Caía ya la hora crepuscular y entonces, por seguridad, los patriotas prefirieron trasladarse al barrio de El Vecino, en la terraza septentrional de la urbe, desde donde podíase dominar a la ciudad a la vez que conseguiríanse refuerzos de gente que venía por los caminos del norte. Esa era la esperanza, in stricta veritas, pues habíasele enviado un recado con tal objeto al cura de Chuquipata, Javier Loyola, providencial cooperador de nuestra causa emancipadora. Esta situación, grave de suyo, fue peculiar para Cuenca en tanto era la primera vez que oíase el estrépito de un sangriento combate de lenta agonía y de difícil victoria. Las horas prolongábanse in aeternum sin esperanza alguna de solución. Prácticamente desde la tarde del día 3, luego del asalto al cuartel, y por la noche del mismo día, los trepidantes momentos vividos en la urbe hacían necesario que contárase con un refuerzo para vencer finalmente a las autoridades reales, las cuales no conseguían recuperar el poder casi perdido en la gloriosa jornada del día 3 pero su capacidad de resistencia hacía prever que mientras más dure la contienda saldrían victoriosos del combate y restablecerían la autoridad de la corona española. Nerviosismo, expectación y frustración sentíase en los cuencanos ante la imposibilidad de ganar completamente la batalla. Trepidantes instantes que ponían en riesgo la cívica jornada pro patria et Deo.
En el barrio de El Vecino los rebeldes soportaban el constante acoso de los soldados españoles. Así entonces, la noche del día 3 fue tensa, pero los patriotas estaban dispuestos a luchar por la libertad de la urbe usque ad sanguinis effusionem/ hasta el derramamiento de sangre.
ES LLAMADO EL CURA JAVIER
LOYOLA
Como ya dijímoslo ut supra, el mismo día viernes 3 de noviembre de 1820 los patriotas enviaron un mensaje para el cura Javier Loyola, párroco de Chuquipata y partidario de la independencia, a que ayudase enviando un refuerzo de gente y armas. Contactarle a este personaje no fue casual ni fortuito para los próceres que sabían de antemano que Loyola era un presbítero completamente entregado a la causa de nuestra libertad, puesto que ya desde una década atrás habíase revelado como un ferviente creyente de la gesta emancipadora. Los próceres, al parecer, sabíanlo y teníanlo como un adalid y cómplice de la lucha independendista.
In diebus illis/ en aquellos días, el obispo de Cuenca Andrés Quintián Ponte y Andrade, el más regalista de las autoridades que gobernaban a la capital de la morlaquía, había estigmatizado al cura Loyola como un «adicto a la criminal causa de la independencia». La frase denota y connota la férrea lealtad del purpurado al poder monárquico. Desde este andarivel, Ponte y Andrade es un curioso personaje al que no ha estudiádosele desde su fundamentalismo extremo que devino en feroz fanatismo para someterse a la corona ibérica cual infamante vasallo o indigno esclavo que actúa como fachoso ventrílocuo al servicio del déspota monarca que inficiona de estupor y expavece el alma de profundis hasta el punto de la reivindicación plena in honorem dignitatis.
In via claritatis/ En el camino de la claridad, es en este contexto donde débese entender la animadversión del purpurado hacia el cura Loyola mirado siempre de soslayo y con suprema reluctancia por su condición de sacerdote libérrimo, intrépido y valiente convencido como estaba del gran valor de la libertad como atributo humano al que todos debemos aspirar in excelsis. Más aún, la cosa es auténtica viviendo como vivía una praxis donde su ministerio pastoral era ejercido con la debida sindéresis de hacer del evangelio un testimonio de lucha por la verdad, pues como decía el Divino Redentor: «Veritas liberavit nos/ La verdad nos hará libres».
Así entonces, dejando esta pertinente digresión y volviendo a nuestro relato histórico dígase que el cura Loyola recibió el recado de los patriotas congregados en El Vecino y pidió ayuda al Dr. Miguel Gil Malo -propietario de una hacienda en la parroquia Chuquipata- para que buscárase formar un grupo de gente que apoyara la rebelión de Cuenca. Encaminóse él mismo hacia Azogues para persuadir a su cura párroco, Juan Orosco Guerrero, a que «levantara a la gente para que acompañe a Cuenca» como lo hiciera en Chuquipata don Miguel Malo. Envió también mensajeros a Biblián para que contactaran al cura Manuel Cazorla, a Cañar con el cura Francisco Cueto Bustamante y a Déleg, donde el presbítero José Orellana ayudó también con el pedido para que la gente marchara hasta El Vecino. El mismo cura Loyola, in corpore et in anima, luego de proclamada la independencia de Azogues, el 4 de noviembre, fue también a Biblián para contactar a Pedro López Argudo, otro de los prosélitos por la causa independentista. Pasó a Déleg con la misma intención y una vez conformado un beligerante grupo de blancos e indios armados preparó su viaje a Cuenca para llegar al barrio de El Vecino.
Ad interim, la Plaza Mayor de Cuenca -hoy Parque Abdón Calderón Garaicoa- era tal como díjose ut supra el escenario de repetidas escaramuzas, con la reacción del pueblo en favor de la independencia. Todos a uno habíanse volcado a las calles in via libertatis. La participación popular fue mayestática y dícese que una arenga libertaria era proclamada con altisonantes gritos en el furor que el patriotismo reclama: «¡Que viva la libertad, abajo los chapetones, abajo la terquedad!». Semejante consigna era gritada constantemente por la gente que ansiosa negábase a fracasar con el exterminio del dominio extranjero que ya mucho había subyugado a los cuencanos en las oscuras centurias de la Colonia. Pero era menester hacerse de la paciencia para resistir la lucha estoicamente y esperar la gloria triunfal ad futuram rei memoriam.
Fiat lux/ Hágase la luz, cuando amaneció el 4 de noviembre, las tropas del coronel García Tréllez realizaron, sin éxito, varios intentos de asalto a las barricadas levantadas por el pueblo cuencano. Conforme avanzaban las horas creció el número de bajas pero la decisión mayoritaria del pueblo fue determinante pues cada vez sumábase más gente, con armas primitivas con las que no alcanzaban la fuerza para lograr el triunfo final pero acrecentaban fehacientemente la esperanza para conseguirlo in extremis.
El historiador Octavio Cordero Palacios, gran investigador de aquella gesta libertaria, cuenta una anécdota que copiámosla ex integro: «Al parecer, los patriotas pensaban ya en una retirada definitiva y se dice inclusive que la habían comenzado por los dos caminos de ‘El Rollo’, cuando asomó allí, este último día, el célebre cura de Chuquipata, el maestro Javier de Loyola, con numerosos refuerzos de gente blanca y de indígenas armados».
EL TROPEL DEL CURA JAVIER LOYOLA
Efectivamente, Deo gratias, hacia la tarde y en medio del cansancio y el tedio que casi hacen patrinquear a los cuencanos, un imponente tropel de gente acercóse al escenario de la lucha. El grupo armado pasó previamente por Milchichig, lugar donde descansaron un poco para dar de comer y beber a las acémilas, y venía comandado por el cura de Chuquipata, Javier Loyola,conformándose de blancos e indios armados de picas, palos, cuchillos y piedras con los que integráronse a la lucha. Este fue el providencial refuerzo que los patriotas y el pueblo cuencano requerían para finiquitar la batalla de la independencia, la cual no claudicó gracias a los nobles ideales de libertad in honorem dignitatis/ en honor de la dignidad, con los cuales el pueblo perseveró inspirado por el sueño de crear una república libre y soberana.
LA INDEPENDENCIA CONSÚMASE IN
HONOREM LIBERTATIS
Quid pro quo, el cura Loyola sumóse a la lista de héroes de la jornada mientras el pueblo católico de Cuenca aclamábalo con estrépito aumentando su nombre a la libertaria arenga que convirtióse en una nueva consigna del 3 de Noviembre de 1820: «¡Que viva el cura Loyola, que viva la libertad. Abajo los chapetones, que muera la terquedad!». Una copla que resonaba altiva y amplificábase in crescendo como las trompetas de Jericó, urbi et orbi, por toda la ciudad. Con ella, los triunfantes patriotas abrieron camino desde El Vecino hacia la Plaza Mayor en medio de vítores, gritos y aclamaciones de libertad. Ad bene placitum, encamináronse por la Calle Real del Vecino, hoy Rafael María Arízaga, para ingresar por la antigua calle Juan Jaramillo que hoy es la Antonio Borrero y que -durante la centuria decimonónica y luego de la independencia- a causa de esta circunstancia llamábase, a mucha honra, calle de La Victoria.
Según el historiador Octavio Cordero Palacios el triunfo definitivo dióse en hora crepuscular, al caer de la tarde y en las primeras horas de la noche, pues los movimientos del 4 de noviembre fueron realizados en toda la jornada de aquel glorioso día desde Chuquipata hasta Cuenca.
Los jefes realistas al mando de García Trelles vieron entonces un oscuro panorama en sus leoninos intentos de no soltar el poder y rindiéronse sintiéndose impotentes ante el patriótico poderío de los cuencanos reflejado en un imponente mar humano que revestíase de euforia y que con una piadosa devoción avanzaba decidido y galopante hacia la Plaza Mayor. Así, pro Patria et Deo/ por Dios y por la Patria, el pueblo cuencano proclamó de manera definitiva la independencia de Cuenca que venía a ser ya una urbe libre y soberana. En pocos días más eligiéronse democráticamente a sus representantes que reunidos en cabildo proclamaron la República de Cuenca. El 8 de noviembre convocóse el Consejo de la Sanción para elaborar el Plan de Gobierno o Ley Fundamental de la República de Cuenca, aprobada por los diputados el 15 de noviembre de 1820.
LOS HÉROES DEL 3 DE NOVIEMBRE
DE 1820
El historiador cuencano Octavio Cordero Palacios en su documentado estudio sobre «La Emancipación de Cuenca» consigna los nombres de los actores del 3 y 4 de Noviembre de 1820 y, de manera especial, destaca a sus principales protagonistas: doctor José María Vázquez de Noboa, don Joaquín Salazar y Lozano, teniente Tomás Ordóñez, cura de Chuquipata Javier Loyola, Ambrosio Prieto, León de la Piedra, José N. Hidalgo de Cisneros, Pedro y Felipe Serrano, Vicente Toledo, Joaquín Astudillo, Zenón de San Martín, Gerónimo Illescas, Fernando Coronel, José Moscoso y muchos otros.
Estos nombres jamás débense olvidar pues las heroicas acciones que estos patriotas cumplieron deben inspirarnos para cultivar en nuestras almas y mentes los principios de la libertad y la virtud de la dignidad pues «libertas rei sociales est/ la libertad es una cosa social» sicut erat in principio et nunc et semper et in saecula saeculorum/ como era en el principio, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Hoy más que nunca, en el bicentenario de la independencia, tenemos los cuencanos otro frente de batalla ante el cual debemos buscar una nueva emancipación: la independencia de la corrupción, mefistofélico monstruo que avasállanos con estropicios sin cuento, en forma nefasta y quizás más nefanda que lo que en su tiempo hizo la monarquía española.
José María Vázquez de Noboa fue nombrado Jefe civil y militar de la República de Cuenca, quien comunicó la hazaña libertaria al Vicepresidente de Colombia, general Santander, en los siguientes términos: «Los días 3 y 4 del presente fueron los de la mayor ignominia para los agentes del despotismo: en ellos vieron que al valor nada se resiste y convencidos de la impotencia de sus armas y de que la sangre de los patriotas derramada por ellos infructuosamente solo servía para electrizar a los que se habían decidido por la noble empresa de recobrar los derechos usurpados a sus mayores, se decidieron mal de su agrado a la entrega del cuartel, y a que reinase el orden, la unión y alegría que forma el carácter de los patriotas».
Et lux in tenebris lucet/ Y la luz brilló entre las tinieblas cuando Cuenca obtuvo su libertad política frente a la corona española.
Así pues, la proclamación de la independencia en la pequeña urbe de hace 200
años fue un acontecimiento antecedido, como dijímoslo en los parágrafos
precedentes, por similar acción patriótica el 9 de Octubre de 1820 in
guayaquilensis urbe y seguido en forma rocambolesca por multiplicadores
efectos en otras ciudades del actual Ecuador pues la libertad es el patrimonio
de todos los pueblos civilizados del mundo como decíalo Cicerón, in
Roma aeterna, con tanta propiedad: «¡O,
dulce nomen libertatis; O, ius eximium nostrae civilitatis! / ¡Oh, dulce nombre
de la libertad, Oh ,derecho eximio de nuestra civilidad!».
Diego Demetrio Orellana
Datum Conchae, mensis novembris, die III, reparata salute Anno Dominicae Incarnationis MMXX, in honorem libertatis super flumina Tomebamba.
PARA: DIEGO DEMETRIO ORELLANA
FECHA:
Me gustó mucho. Lindo descubrir este blog. Felicitaciones a Demetrio. Me gustó la forma tan elegante, tan fuerte y tan apasionada de contarnos cómo mismo fue la independencia.
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