jueves, 23 de abril de 2020

EL ARTE DE ESCRIBIR EN EL DÍA MUNDIAL DEL LIBRO



In libris libertas et vera sapientia/ En los libros libertad y verdadera sabiduría dícese en todo el universo frente a la lectura de buenas obras bibliográficas puesto que ellas acopian verdadero conocimiento para los lectores que búscanlas con la avidez que la curiosidad reclama y el interés por descubrir el «gaudium de veritate» o «gozo de buscar la verdad».



Mas la realidad confírmanos, in tertio millenio adveniente, que en un mundo donde ha perdídose la erudición ya no es común que los actuales libros sean siempre fuente de sabiduría pues muchos de quienes cogen la pluma escriben con ligereza o liviandad para pergeñar sus ideas sin ningún rigor científico y metodológico atropellando al conocimiento per fas et per nefas. En otros casos, hay quienes con negligencia producen deplorables obras con las que desinformánnos malformando la verdad, creando falsos históricos y difundiendo mendaces aseveraciones y falaces investigaciones que en nada aportan para el verdadero conocimiento por la ausencia de veracidad, mientras otros fementidos pseudoescritores, con audacia, piden prestado el tintero y vuélvense plagiadores y falsarios ad verecundiam et contra veritatis. Ante la barbarie que el asunto implica son múltiples los manuales o tratados que encuéntranse en las librerías o en portales de Internet, in ciberspatium, con supuestos métodos para escribir y redactar correctamente como si este oficio tuviese secretos para la buena escritura a base de guías prácticas con las cuales ofrécese que cualquiera puede convertirse en un escritor de fuste, solvente y creativo para el arte del bien decir.


Lo curioso del asunto, para quienes vivimos de la pluma, es que estos consejos o reglas para escribir son solamente engañifas y zalagardas que cual anzuelos cautivan solamente a los incautos y los cándidos puesto que la experiencia nos revela que nadie ha convertídose en un buen escritor con el aprendizaje de estos manuales que, en adecuado parangón, son obras que parécense a los libros superacionales que representan per se literatura de pésima calidad in vita communitatis.


La verdad sea dicha, escribir es una actividad intelectual para la que requiérese vocación innata y constante experticia en la lectura y el estudio ya que, como bien dice el dicho latino: «Quod natura non dat Salamanca non prestat/ Lo que natura no da Salamanca no lo presta», es el talento para la pluma lo que hace auténtico a un escritor cualquiera más allá de que el oficio de escribir es un fenómeno psicológico por el cual una mente logra que ciertas ideas acontezcan en otras mentes. Y para que esto de verdad suceda es menester que exista otra cualidad en el hombre de pluma: la empatía con quienes leen sus obras, condición sine qua non para que las palabras sean el vehículo comunicacional del escritor que encandila con ellas, como emisor de un mensaje, a todos sus lectores convertidos en los receptores de las ideas que transmítense a través de un escrito. Ergo, no quienquiera maneja mentalmente el preciso vocabulario con el cual créanse y recréanse los pensamientos con que atráese al público lector pues solo un auténtico hombre de letras puede hacerlo con la suprema habilidad comunicacional que imbrícase de profundis en su abnegada labor de escritura.


El fenómeno de escribir engólfanos a un interesante periplo para introyectarse en las mentes de los lectores en una especie de psicotecnología propia de ciertos seres privilegiados que en el mundo de las letras son como la «lux veritatis» o «luz de la verdad». Esto ha sido tan certero in historia mundi que los verdaderos hombres de pluma representan una minúscula élite ya que el dicho popular castizo advierte con apodíctica certidumbre que «de músico, poeta y loco todos tenemos un poco» y así cualquiera escribe cuanto quiere y como sea mientras que solo una privilegiada élite hácelo con ingenio y creatividad. Esta es la razón por la cual no encuéntrase un Premio Nobel a la vuelta de la esquina y muchos escritores de fuste experimentan una dolorosa soledad lejos de las vanidades del mundo, mirados como seres extraños y estrambóticos o estrafalarios que viven sumidos en profundos pensamientos que devélanse en la escritura de sus textos como catalizadores de la realidad que nos circunda. Así entonces, el ejercicio de escribir deviene, ad experimentum, en una interesante aventura por la que lo que hacemos cada día es: «contemplare et contemplata aliis tradere/ contemplar y dar a otros lo contemplado». Y es esto ciertamente lo que hace que un escritor sea exitoso en su labor más alla de que cuando cogemos la pluma no podemos controlar las reacciones de los lectores ni sus expresiones faciales o sus gustos o disgustos ante lo que escribimos, tanto como sus rabietas y pataletas ante una verdad proferida con acrimonia o una crítica lanzada con ataraxia y firmeza.


Frente a los escritores no todos pueden calibrar si encuéntranse ante una persona que domina el tema pues los sorprendedores pululan en el aire como los viruses que dejan a la gente aterida de pavor. Por eso, para detectar a un falsario es menester la posesión de una gran erudición frente al tema que enfréntase in via veritatis. Es triste que no todos los lectores suelen tener capacidad para ello. Ergo, escribir es un potente mecanismo por el que prodúcese un fenómeno mental en el lector, a distancia, a la manera de un control remoto, pues las ideas que trasuntan un texto dícense con palabras que tienen poder y débense consignar diciendo lo que se siente y sintiendo lo que se dice, que no es otra cosa que la sindéresis entre la verdad y las palabras con las cuales déjasela de manifiesto acriter et fideliter/ con valentía y fidelidad. También es la posibilidad de transmitir ideas latentes que actívanse en las mentes de los lectores a través de un sistema intercomunicacional por el que opera en muchos casos una especie de continuum por el que géstase una crisálida transpersonal.


Pero también el ejercicio de escribir es la manifestación expresa de un comportamiento común a todo el género humano pues cada persona escribe diem per diem/ diariamente para comunicarse. La diferencia estriba en quienes hácenlo con la experticia y la vocación del literato que exorna con sus textos el mundo de las letras frente al ciudadano común que solamente expresa sus ideas en coloquial lenguaje cuando consígnalas in scriptis. Así pues, escribir es también llamar la atención de los lectores para hacer visible las ideas que escribiéronse en un texto. En la escritura el hombre de pluma revolotea con las palabras, juega con ellas, decodifícalas si es menester para crear belleza al describir algo que encuéntrase en el camino, ora un paisaje, ora un animal, ora una iglesia, ora una sensación determinada para decirlo llamando la atención a fin de provocar la misma mirada con la que inspiróse al momento de transmitir sus ideas. Es entonces el arte de cómo llamar la atención para incidir en que las miradas de los lectores sean las mismas frente al hecho descriptivo. 


El momento que escribimos los hombres de pluma solo pretendemos, cum accurata diligentia, ver algo interesante y capturar la atención del lector hacia esa cosa. Y aunque lo precedentemente dicho parece algo lógico es en la sencillez y la autenticidad con las que dícense las cosas donde radica la empatía del escritor con el lector. No hay que complicar el lenguaje ni enrevesarlo pues «la sencillez es el signo de la verdad» como decía Einstein. Y no por la simpleza carecemos de profundidad y en tanto no lo carecemos la elemental empatía entre lector y escritor está asegurada. Los malos escritores no enfocan este principio y aléjanse de la correcta mirada hacia este asunto de preeminente valía, mientras los académicos desenfócanse muchas veces cuando en sus textos presumen de su saber.

Ad exemplum, en el mundo periodístico es donde más puédese mirar la empatía del escritor y el lector por la simpleza con la que escríbense las cosas para informar o dar a conocer una noticia puesto que mientras más sencilla es aquella más comunica con efectividad provocando a los lectores. Trátase entonces de lograr una «atención fusionada» por la que el texto que escríbese vuélvese transparente a maxima ad minima y mientras más transparencia exhiba lógrase la efectividad al reflejar lo que quiérese: un compendio de palabras a través de las cuales puédese contemplar una realidad cualquiera in via claritatis/ en el camino de la claridad pues lo único que hacemos es volver perceptible a alguien cercano a nosotros una realidad o circunstancia en su prístina significación. Digámoslo a similis, en términos del diseño gráfico, que es como si tanto el escritor y el lector, juntos, escanearan un paisaje para mostrar su «vera effigies».


Cuando el escritor contempla una cosa que impacta su atención y descríbela mediante un juego de palabras crea un lenguaje literario en el que trasunta belleza y ese mundo perceptible hácelo visible para el receptor; ergo, los términos deben sintonizarse con la mente de los lectores y es aquí donde la precisión semántica que débese buscar en un escrito juega un rol predominante para conseguir lo que queremos que el lector sea capaz de ver. Por lo tanto, el ejercio de escribir no solamente es transparentar una realidad con las palabras sino hacer visible las cosas a través de la semántica.

Por eso es que la afinidad entre el escritor y sus lectores no queda garantizada si el texto carece de precisión semántica que no es otra cosa que la coincidencia esencial entre las palabras con que defínense o profiérense las cosas y la realidad que trasparéntase al momento de hacerla visible en un escrito. En la narrativa, exempli gratia, esa afinidad es más notoria cuando el novelista logra que el lector identifíquese de profundis con el personaje objeto de su novela a punto tal de que los pensamientos del protagonista vuélvense nuestros y sus acciones, sin proponérselo, parecen ser nuestras también.

Por ello, huelga decir que la combinación entre la buena escritura con la atenta lectura prodiga una circunstancia sui generis donde nosotros entramos en una especie de trance por el que apréciase una simbiosis entre el estado mental de los lectores al leer con aquel del autor al momento de escribir. Hablaríase, stricto sensu, de una telepatía que lógrase cuando interactúase el tiempo y el espacio. Es por ello que en la ficción lógrase que el lector adquiera una sensación de autenticidad y de inmediatez por las que las circunstancias narradas parecieran ocurrir, ex abrupto, mientras las leemos sin que detéctese que fueran trabajadas y pulidas en un largo proceso de tiempo por un escritor que, sentado en su escritorio, cavila y cavila para lograr personajes y escenas convincentes tal como lógrase con la fotografía cuando captura in aeternum un instante fácilmente perceptible por todos los espectadores a lo largo de los siglos. Esa sintonía entre el lector y las circunstancias y personajes de un escrito es lo que hace magistral a una obra literaria o a un ensayo en donde las descripciones son de tal clarividencia que los lectores terminan compenetrándose en el texto para comprehenderlo y asumirlo en su prístina verdad. Y en el ensayo existe un plus que exórnalo de belleza literaria cuando en el escritor existe una irrenunciable consigna de vita et moribus: «veritas sit visibilis ante omnia et super omnia/ la verdad debe ser visible ante todo y sobre todo».


In historia mundi, el fenómeno de escribir, por otra parte, ha sido estudiado desde diversos àngulos y perspectivas considerando siempre la necesaria interacción que debe existir entre autores y lectores. Mark Turner y Francis Noël, dos reconocidos lingûistas de la època contemporánea, afirman que la escritura es una «atención fusionada» donde puédese distinguir una articulación de ideas en las que unifícanse dos perspectivas: aquella que es planteada por el escritor, quien pone sobre la mesa un tema y la percepción del lector que será tanto más efectiva cuanto más precisa sea la empatía de quien coge la pluma para emitir un concepto. A esto llámaselo, in stricta iustitia, una encrucijada sináptica que, a similis, funciona tal cual el cerebro coordina las sinapsis en la masa encefálica.

Ad concludendi, en el Día Mundial del Libro, dígase con clarividencia que el contacto telepático entre el autor y el lector es la clave para que un libro sea bueno, más allá del rigor científico y metodológico que débese guardar al momento de coger la pluma pues el arte de escribir no es más que un artificio a través del cual lógrase crear belleza en el mundo de las letras por lo que colúmbrase una sintonía entre los hechos fácticos y la verdad que en ellos descúbrese para hacer vivir momentos o ideas que acontecen, a priori, en la mente del escritor y que replícanse, a capite ad calcem/ de la cabeza a los pies, en las mentes de los lectores. Solo así el arte de escribir es un artefacto lingüístico por el que abrimos las puertas del conocimiento a los lectores haciendo que aquellos vean con sus propios ojos lo que los nuestros vieron para que las palabras sean veraces en la medida en que existe una fundamental coincidencia entre los hechos y los términos que los definen o describen in veritatis splendor.

Diego Demetrio Orellana
Datum Conchae, super flumina Tomebamba, mensis aprilis, die XXIII, reparata salute Anno Dominicae Incarnationis MMXX, in octava II Dominica Paschalis.


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