Consensus omnium et in honorem veritatis/ Por consenso de todos y en honor a la verdad, Julio Mosquera es uno de los más excelsos dibujantes de la capital de la morlaquía. Con el correr de los tiempos, su presencia es fundamental en el horizonte artístico de Santa Ana de los Ríos de Cuenca, pues trátase de un acucioso y auténtico artista, dueño de un personalísimo lenguaje plástico con el que defínese per se como un hábil comunicador o interlocutor con su público. Así pues, cum admirabilis intelligentia, su obra permítenos encontrar un universo pletórico de detalles a través de los cuales y de manera lúdica despliégase el mundo en su prístina y diáfana belleza, in spiritus et veritas/ en espíritu y verdad.
Ciertamente, para llegar a este nivel expresivo, la obra artística de
este genial maestro lleva a cuestas un perseverante proceso de experimentación
que ha recorrido infinitas posibilidades artísticas hasta lograr que sus
dibujos revélense vivos y fuertes para cualquier espectador que enfréntase, vis a
vis, con un trabajo en donde lo barroco trasunta las vigorosas ideas de
un sui generis e imaginativo creador. De esta manera, a lo largo de su
trayectoria, este eminente artífice de las artes plásticas cuencanas ha logrado
que sus dibujos representen preciosos adornos que devienen en símbolos que
explicitan las cosas en su real preciosismo mientras vuélvense a la vez, quid
pro quo, en auxiliares didácticos de un mensaje que codifica, ex
admirationem, una exquisita
verdad que interpela, confronta y exalta nuestro ánimo. Por estas
características, puédese afirmar que el puntillismo de Mosquera para graficar
sus creaciones artísticas ha vuéltolo compulsivo para encontrar la belleza, en
todas sus formas, y a base del detalle lograr un trabajo que capta completamente
todas las posibilidades expresivas de la realidad que nos circunda ex
tota claritas.
Curioso por naturaleza, este eminente dibujante cuencano encuentra diem
per diem sorpresivas propuestas que no solo encantan ad
summum sino confrontan y admiran, sugiriendo al observador que para
mirar el mundo existen diversas perspectivas y todas son válidas. El aporte más
exquisito y original del artista es enseñarnos que confrontando la realidad
concíbesela mejor y mírasela sin complejas problemáticas. En esta ocasión, el
proyecto plástico del maestro recrea una interesante visión artística de los
códices medievales, los libros de horas y las biblias de antaño - desde una
visión contemporánea- para reinterpretarlos desde el dibujo artístico en
delicados y sutiles pergaminos que yuxtapónense como elementos singulares de un
arte inmemorial que pervive inter nos ad perpetuam rei memoriam.
Las antiguas biblias medievales, tanto como los libros de horas y los
famosos beatos son hoy piezas invalorables de los principales museos del
planeta in historia mundi. Para realizarlos fue menester la
participación de brillantes ilustradores que más allá de su innata habilidad
artística hallábanse muchas veces bajo la poderosa influencia de la cultura
cristiana pero también de la musulmana. Por ello es que muchos códices
medievales guardan preciosos elementos árabes que denotan la unificación
cultural entre el occidente cristiano y el mundo oriental que lo musulmán
representaba. El hecho atípico producía que adviértase en estos códices un
dualismo de veras decidor del intercambio cultural entre Oriente y Occidente
pues algunos de estos códices llevaban implícitos, por decirlo así, el
racionalismo occidental de raigambre latina ilustrado con unas exquisitas
alegorías de los ilusionismos orientales. Una especie de «Unitas in diversitas» o «Unidad
en la diversidad» que ha logrado, post factum, que hoy en día cada una
de estas lindezas sean prototipos de rara belleza en la historia universal del
Arte. En la época en que estas preciosuras tuvieron su apogeo, la Edad Media,
el mundo enfrentábase a las teorías milenaristas por las que creíase que vivíanse
los postrimeros días de la vida terrena y acercábase la era del Juicio Final.
Tiempos aquellos de textos apocalípticos y profetismo bíblico que crearon la
plataforma para que los ilustradores dibujaran ardientes criaturas que trasuntan
dichos códices. Diríase que el ejercicio estilístico del arte de la miniatura encontraba
su mejor reflejo en estas creaciones artísticas que habrían de perdurar in
perpetuum.
Y en este contexto histórico, los códices medievales ya trátese de beatos,
ya de las biblias de la época, ya de los libros de horas llegaron a
constituirse en verdaderas obras de arte. Los beatos eran códices miniados que
recogían los comentarios al Apocalipsis que hizo el Beato de Liebana, ad
exemplum, en una época en la que todo inficionábase de esta atmósfera
macabra en la que veíase el Armagedón como un hecho inminente de la humanidad
entera y su irreversible final con el juzgamiento de Dios sobre la Tierra usque
ad consummationem saeculi. Llegaron a existir centenares de versiones
de beatos, algunas de las cuales actualmente son objetos espectaculares del
arte gráfico medieval in omnia Terra.
Hoy, al justipreciar el valor artístico de estas obras cuenta mucho la genialidad
artística de los ilustradores que las hicieron, los estilos de cada época, el
tratamiento de los mismos temas que mantiénese con inexorable rigidez y
sorprendente homogeneidad. Conceptualmente, los códices revélannos las visiones
de Dios y de Cristo, con sus correspondientes conceptos del cielo, del infierno
y de las benditas almas del Purgatorio, mientras las visiones del Anticristo y
sus aúlicos colaboradores, las descripciones de mefistofélicas atmósferas o
satánicas escenas no eran ajenas al contexto histórico de la época que
debatíase entre el Juicio universal y la última venida de Cristo como rey
vengador, junto a la resurrección de los muertos y el reinado de mil años de
los justos. Las creencias en el cordero con siete cuernos, los cuatro jinetes del
Apocalipsis, la lucha de Miguel con el dragón en los postrimeros días eran
fuente de inspiración para los ilustradores mientras que, in nostra Sancta Mater Ecclesia,
San Ireneo, San Clemente de Alejandría, San Atanasio, San Agustín de Hipona o
San Ambrosio de Milán eran los referentes patrísticos para sustentar todo el
fenómeno milenarista que atemorizaba a la gente con la creencia de que había
llegado la fatalis hora del final de los tiempos.
Y, ars gratia artis, desde la esfera artística lo fundamental de
estas miniaturas es el dibujo que, al plasmarlo, dejaba interesantes elementos
iconográficos en donde el simbolismo cumplía un papel esencial de estas manifestaciones
artísticas en las que no puédense concebir ni claroscuros ni perspectivas
espaciales, pues todas las formas son planas y superficiales, propiciando
grotescas representaciones de feroces escenas con una coruscante impresión de
llamas, con ígneos colores vivos que precipítanse ante el espectador. Y es que,
la verdad sea dicha, como el Apocalipsis era uno de los libros de más difícil
comprensión necesitaba de mayor grado de explicación, por lo que los beatos
fueron muy populares in illo tempore y sus destinatarios
debían leerlos como una especie de «opus devotionis» y no como un simple
«opus
eruditionis». Así pues, los comentarios al Apocalipsis habrían
constituido un buen instrumento para mejor disponer los espíritus para ese
final de los tiempos.
Por su parte, el libro de horas, que llamábase también «horarium»,
es un tipo de manuscrito iluminado típico de la Edad Media. Cada libro de horas
estaba hecho para específicas personas y contenía oraciones, salmos y copiosas
imágenes alusivas a la fe cristiana. Algunos libros de horas fueron famosísimos
in
mundum universum como aquel del Duque de Berry, mas varios ejemplares
adquirieron prestancia y hoy representan exquisitas piezas de museos y
colecciones públicas y privadas.
Tomando como fondo las páginas de las antiguas biblias, los libros de
horas o los códices medievales, el artista Julio Mosquera muéstranos en
pergamino, a la manera de un collage, a personajes que parecen extraídos del
mundo onírico y revélanse como monstruos apocalípticos que contextualízanse en
las teorías milenaristas que eran propias del medioevo, cuando la gente creía
que el mundo acabaríase por la llegada del Armagedón, en un período histórico donde
el oscurantismo era proclive para que múltiples historias de trasfondo
apocalíptico invadiesen la vida de los individuos in diebus illis/ en aquellos días.
Pero sobre estos apocalípticos seres Mosquera yuxtapone elementos del mundo
actual con los que juega, desde una visión contemporánea, para mostrarnos a
personajes extraídos de los cómics, entre los que hállanse, ad
exemplum, la pantera rosa, los personajes de Bugs Bunny, Tom y Jerry, Popeye, entre otros íconos de
la contemporaneidad, haciendo que cada una de las creaciones del artista confronten
la sacralidad de las hermosas ilustraciones medievales con los íconos post
modernos con los que los ciudadanos de los presentes tiempos vivimos ad
initium tertio millenio.
El ícono interpuesto, ad omnes gentes, como un símbolo que
define a la sociedad en su conjunto deviene en un elemento que interpela la
significación real que lleva implícito, pues ora en el mundo de la religión, ora
en el mundo laical, ora en el mundo cibernético o en cualquiera de las esferas
por donde el género humano desarróllase el ícono, cualquiera que fuere, revélase
como elemento de necesaria convivencia in vita communitatis.
La propuesta no debe mirarse entonces como un proyecto iconoclástico,
tampoco como una irreverencia al sentido sacral de las antiguas creaciones
artísticas inmersas en las biblias medievales o los propios beatos y los libros
de horas, pues cada uno de los cómics que confróntanse con ellas solo
interpélannos para parangonear inter nos et de profundis el
implícito sentido que guarda un ícono cualquiera, tanto antaño como hogaño,
como símbolos culturales con los que los individuos que integran la gran
familia humana que peregrina en la tierra crecen y desarrollánse in
historia mundi.
No es extraño entonces, encontrar dentro de este proyecto artístico,
exempli gratia, al pájaro loco incrustado como un elemento icónico
postmoderno, desde el mundo de los cómics, inmerso dentro de una preciosa ilustración
del calvario en una antigua biblia medieval, donde los ángeles adoradores
representan per se símbolos que exaltan el sumo sacrificio del Divino
Redentor, mientras el cómic confronta lúdicamente la sacralidad que trasúntase
en la cristológica escena in commemoratione de passione Domini.
Similar circunstancia la habremos de encontrar en un Cristo medieval
que aparece como «Regem Universorum» o «Rey del Universo», con el compás
sobre un ígnico mundo, mientras los ángeles adoradores que circundan ut
supra al Divino Maestro confróntanse ad infra con Tom y Jerry,
que desde la Tierra, vuélvense íconos contemporáneos que recrean nuestra vívida
realidad haciendo de la escena una lúdica manera de recrear cuánto aféctannos,
hoy como ayer, los icónicos personajes que en el mundo han sido
hodie et nunc et semper/ hoy, ahora y siempre.
Por todo lo dicho, la obra de este artista es verídica y corre veloz hacia el público, pues la coincidencia
entre el lenguaje artístico y la realidad definida convierten a cada uno de sus
dibujos en un medio de expresión que basta por sí solo para enseñar y mostrar
cualquier aspecto de la vida. Podrá decirse en consecuencia que los dibujos de
este genial artista son juntos una especie de «veritatis alimonia o alimento de
la verdad» para quien acércase a contemplar las cosas esenciales de
nuestra realidad.
Así vemos entonces, una nueva obra de Mosquera en esta exhibición
artística. Son trabajos desconocidos para muchos, pues así lo ha querido el
artista, al crear paulatinamente originales dibujos de cómics en pergaminos que
luego integráronse como elementos lúdicos de los antiguos códices medievales,
toda vez que cada obra lleva implícita la polifacética inspiración del artista
que posee además un rico mundo interior.
Trátase de un trabajo renovado, rejuvenecido, vibrante, sencillo y
confrontativo, como han sido siempre las geniales propuestas de nuestro
artista, gran dibujante que, pulso a pulso, ha recorrido por un permanente
proceso de experimentación plástica para llegar a la madurez con solidez y
autenticidad sintetizando magistralmente sus ideas en un universo expresivo que
consolídase por lo lúdico y confrontacional, cum amabilis veritas, en
una unidad expresiva que vuélvese fuerte mientras más confrontativa es la obra
inspirada en los viejos códices medievales. Ya trátese de un monstruo
apocalíptico, ya de un cómic contemporáneo, ya de una figura onírica los
pergaminos del maestro fusiónanse
entonces en una especie de amalgama que defínese por la hilarante confrontación
o risueña interpelación con las que oblígase a los espectadores para buscar el sensus
vero o verdadero sentido de las cosas representadas en estas
exquisitas y elegantes creaciones.
Estamos entonces ante un magnífico y singular dibujante, dueño de un
propio y peculiar lenguaje artístico, que deja su sino y signo en cada trazo o
adorno de sus obras, para hacerlas inconfundibles; un maestro de quien muy bien
puede enorgullecerse la capital de la morlaquía, pues Julio Mosquera es un
artista que, sencillo y humilde, tiene mucho que decir en un mundo en donde,
como decían los filósofos de la Roma Imperial: «Veritas odium parit/ La verdad
engendra odio», y para decirla no sólo hay que ser humilde y sencillo
sino además valiente, a fin de confrontar la realidad cueste a quien le cueste
y aunque desplómense los cielos, como muy bien lo hace Mosquera en un admirable
ejercicio de coherencia entre lo que dícese y hácese o lo que dibújase y represéntase semper cum amoris veritatem et ex
tota anima suam.
DIEGO DEMETRIO ORELLANA
Datum Concha, apud
flumina Tomebamba, mensis octobris, die sextus supra vicesimum, reparate salute
Anno Dominicae Incarnationis MMXVI, octava XXX Dominica per annum.
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