jueves, 29 de abril de 2021

VIDA COLEGIAL

POR: BOLÍVAR SÁNCHEZ ORELLANA


Conocido es que la etapa de vida adolescente y juvenil por causas biológicas y de otra índole es la edad más difícil en cuanto a disciplina, estudio y obediencia. Es el caso de este joven en aquellos años tempranos cuando ingresó al colegio jesuita Rafael Borja.

Colegio Rafael Borja en el seminario San Luis desde 1939 a 1956

El colegio  era nombrado en la ciudad por su disciplina extrema; no había cómo retrasarse en el ingreso porque la asistencia, según los educadores, debía ser puntual y no segundos después. Una vez cerrado el portón no se abría sino terminada la jornada; también el colegio era conocido por su rigor en la enseñanza y conducta en el interior del plantel, que en ese entonces funcionaba en la calle Bolívar y Benigno Malo, en el viejo edificio del seminario San Luis.

La inquietud le era connatural a este joven que no se contentaba casi con nada y su curiosidad y deseo de ser integrante de las travesuras propias de la edad con los amigos le hacían que esté en diferentes lugares en el mismo día causando molestias y aprehensiones en los padres y demás familiares por no llegar a sus obligaciones en el horario requerido.

 

Comunidad de jesuitas en los primeros años del colegio Borja

El plantel docente lo integraban algunos sacerdotes jesuitas españoles, en menor número que al establecerse en la ciudad, nueve años antes de mi ingreso, entre los cuales menciono al padre Antonio Pagán, SJ; el padre Jesús Aliaga, SJ., el padre Cristóbal Sánchez, SJ. y al P. De Clippelier, SJ De los nacionales recuerdo a Alfonso Villalba, SJ; Efraín Rivadeneira, Alberto Carrasco, Flor, Oswaldo Romero, Alfonso López, Benigno Chiriboga, y como hermanos coadjutores a Egidio Fierro, SJ, hermano Arias, todos profesores del joven, ejerciendo el rectorado el padre Benigno Chiriboga, SJ.

De los nombrados ejercieron la prefectura los padres Jesús Aliaga y Alfonso López, quienes estaban a cargo de la disciplina y conducta de los alumnos, ejerciéndolo con mucha severidad, exagerando tal vez su obligación. 

Hago hincapié en esto porque es fácil deducir que el adolescente sufría amonestaciones casi todos los días y una que otra penitencia que las cumplía luego de la jornada vespertina, las que consistían en permanecer de pie media hora o una hora, en absoluto silencio, con frente a la pared, sanción que se iniciaba a las 5 p.m, hora de salida. También, en esto recuerdo la rigidez del P. Efraín Rivadeneira, SJ.

En esta memoria quiero referirme, de manera especial, al padre Jesús Aliaga, que entiendo dialogó con mi padre al matricularme anticipándole que era una persona díscola y rebelde, lo que motivó ser requerido en la prefectura por tres ocasiones en presencia de mi progenitor; el propósito era recordar que estaban pendientes de mi comportamiento, actos que consideraba yo era una disciplina estilo germana que motivó en mi mente la idea de viajar a otra ciudad para liberarme de estas normas que eran verdaderas ataduras.

Cursaba el segundo año de colegio y faltando días para los exámenes finales que se realizaban en el mes de julio fui llamado a presencia del prefecto. Una vez ante él, el P. Jesús Aliaga me dijo que estaba suspendido en dos materias por conducta: Literatura Universal y Química y que debía rendir los exámenes, como los demás suspendidos y aplazados, por no haber acumulado los puntos reglamentarios en los tres trimestres sumados por aprovechamiento, en los primeros días de octubre. Pretendí reclamar pero fue imposible. No sé si me equivoque pero creo que fui el único alumno en toda su historia que sufrió la postergación del examen final, sanción -que me disculpen los padres- muy exagerada como medida disciplinaria.

Bolívar Sánchez Orellana, ad infra, en el centro

Llegó el siguiente año y ya en tercer curso el joven siguió con su conducta de siempre; pasado algunos meses de iniciado el nuevo año, en presencia de todos los compañeros de curso, el padre Aliaga le dijo: «te estás ganando nuevamente la suspensión de materias como el año pasado. Parece que no te desagrada»; ante esta advertencia, el adolescente tuvo que hacer esfuerzos para comportarse debidamente. Finalizó el curso y no fue cumplida la amonestación mencionada.

Acta de grado de Bolívar Sánchez Orellana 
en el colegio Rafael Borja


Qué difícil fue para el alumno contenerse en su modo de ser y llegar a graduarse de bachiller. Los instantes duros que le hicieron pasar al joven exigiéndole ser responsable en sus estudios y puntual en su asistencia, conducta y disciplina le sirvieron de mucho en la vida universitaria y profesional, por lo cual da gracias a los hijos de San Ignacio de Loyola y de manera especial al P. Jesús Aliaga.

 P.D. Ya radicado en Portoviejo, Manabí, llegó a mi estudio jurídico un hermano coadjutor de los jesuitas manifestándome que en el colegio Cristo Rey, regentado por la orden de Ignacio de Loyola, se encontraba el padre Jesús Aliaga, SJ y que si deseaba verlo le indicara el día y la hora para su visita. Quedamos en que iría al día siguiente, a las 11:00.

 Nunca imaginé que pasadas cerca de cuatro décadas volvería a encontrar a mi maestro y disciplinador, padre Jesús Aliaga, Sj pasando sus últimos días a cuidado de sus compañeros jesuitas en el colegio Cristo Rey de Portoviejo. Me acerqué a él, que estaba postrado pero siempre con la misma mirada viva y enérgica de la década de los años 40. Me recordó preguntándome: «Tú eres hermano de Luis y de Enrique» asintiendo que sí. Replicándome: «Sí, sí te recuerdo». Luego de esta visita, de regreso a mi estudio, vino a mi memoria Ignacio de Loyola, el fundador de la Compañía de Jesús, y surgió la comparación para mis adentros de que el padre Aliaga, como hijo de la Compañía, en su estrictez no hacía sino cumplir los mandatos de quien en su juventud fue un militar y que fue llamado por vocación a ser sacerdote fundador de la orden jesuita.

 Como los progenitores, el reverendo Jesús Aliaga proyectó su destino con su estrictez. Son muchos los educandos del padre Aliaga que en el futuro de su vida fueron excelentes profesionales en la cátedra, en el ejercicio profesional como en otras actividades de relevante responsabilidad.

1 comentario:

  1. Conocí al padre Aliaguita en 1986 en el colegio Cristo Rey. Un hombre extraordinario. Diría un santo en vida. Me quedan muy gratos recuerdos de el. En esa época tenía ideas de ser jesuita y tuve el honor de cuidarlo y asistirlo unos meses. Un santo varón. Que goce de la gloria de Dios por siempre, por todo el bien que hizo. Gracias por la publicación.

    ResponderEliminar