LA MASCARILLA: UN SUCIO SÍMBOLO ANTE EL CORONAVIRUS
Sicut mysterium iniquitatis in vita communitatis/ Como un misterio
de la iniquidad en la vida de la comunidad, un
implemento que parecía connatural de un quirófano, de un laboratorio químico o
de cualquier servicio sanitario volvióse un incómodo elemento para nuestra vida
a causa de la pandemia del coronavirus in mundum universum. Trátase de la
mascarilla, que por leyes inconstitucionales debémosla llevar, y ante la cual asumíase, prima
facie, cierta reverencia o respeto. Hoy, luego de un rocambolesco
efecto, es causa de reluctancia por el indiscriminado uso que hácese de aquella
a fin de protegerse supuestamente del contagio de la llamada «fiebre
de Wuhan». Pero para muchos la «mascarilla» es causa de repugnancia
debido a la falta de higiene con la que nuestra gente utilízala, a la infernal asfixia que cáusanos hasta tragarnos nuestro propio CO2 y a la vulgarización
del «tapaboca» o «cubreboca» en nuestra comunidad.
In via claritatis/ En el camino de la claridad, el desaseo en el uso de este implemento compruébase inter nos cuando
constatamos que su vida útil es de 8 horas y el vulgo úsala hasta por una
semana o quizás más tiempo convirtiéndose en un elemento contaminante más que
en un objeto de protección sanitaria para evitar el contagio del virus mientras
contraviénense así las recomendaciones médicas para el uso de la mascarilla, ante
omnia et super omnia/ ante todo y sobre todo.
In honorem veritatis, la «mascarilla» ha terminado en la más
abyecta vulgaridad y esto incide también en su rechazo pues en el mercado ofértasela
sin la seriedad que tuvo como implemento científico, a punto de encontrársela de
venta en cualquier esquina barriobajera mientras el «cubreboca» o «tapaboca»
fabrícase estampando figuras tales como hocicos de monos, tigres, leones, perros
o picos de patos tanto como calaveras o fauces de cuanto animal insólito o terrorífica
fiera existan sobre la faz de la tierra y en cuanto a los materiales con los
que elabórase hay para todas las apetencias, mientras respecto a los colores un
verdadero «chagrillo» es el que
ofrécese a una comunidad antiestética que en su cotidiano deambular circula con
estos implementos con ramplonería y mal gusto a flor de piel, a fuer del
desaseo y a merced de la ordinariez, por lo que huelga decir que la MASCARILLA devaluó su imagen y su natural significación in crescendo hasta lograr
gran indisposición colectiva contra ella. Ya desde los abigarrados tonos que espantan a los seres sensibles hasta el leucofeo color quirúrgico de este incómodo implemento los habitantes del mundo tienen, frente a sus ojos, un amplio espectro de mascarillas para adicionarlas como una nueva prenda de sus vestimentas.
Alegoría del rechazo a la mascarilla in omnia terra
Con diáfana perspicuidad dígase que existe una creciente displicencia para no usarlas, pues, para
colmo, producen una incómoda asfixia al caminar. El «CUBREBOCA», cuando vuélvese asfixiante, termina haciendo que el
usuario respire su propio aliento contaminado de CO2, lo cual engólfanos para
que seamos causantes de la proliferación de bacterias y viruses en nuestras
propias narices. La falta de aire durante el uso prolongado de la mascarilla es
la constante queja de la gente a través de las redes sociales. Algunos expresan
que luego de andar con ella desencadénanse dolores de garganta y hasta
alergias y pruritos en la cara. Así las cosas, conviene preguntarse: ¿hasta qué punto es saludable
usar una mascarilla? ¿Será certero el criterio de que el «tapaboca» evita el
contagio del COVID si por un elemental concepto de salud hemos de presumir que
el milimétrico virus -al entrar en
contacto con la misma mascarilla- convierte a ésta en su directa portadora hacia
nuestro propio cuerpo? Si bien sábese que el virus no transmítese por el aire
sino por microgotitas de agua o de saliva de más de 5 micras el criterio de
usar la mascarilla para protegerse de la gente -que debería estar hasta a dos
metros de distancia- fue desgraciadamente el leitmotiv para consolidar su uso.
Pero, ad absurdum, lo que la mascarilla ha producido es un proceso de idiotización colectiva por el que casi todos úsanla in universa terra cual si fuese una nueva forma de esclavitud o encadenamiento in tertio millenio adveniente. El rictus de pánico de esta mujer así nos lo confirma, in via claritatis/ en el camino de la claridad, cuando percíbese en la imagen el cerrojo con el que sujétanse las cadenas de la esclavitud a la «mascarilla», «cubreboca» o «barbijo» mientras la paranoica faz de la fémina denota el paroxístico temor al coronavirus y el persecutorio delirio por el que subyúgase cual oveja que sumisa camina al matadero hipotecando su libertad y perdiendo la dignidad cual febricitante esclava que exige a gritos su manumisión in honorem libertatis.
La
coacción existente para utilizar las mascarillas debido a la aprobación de inconstitucionales ordenanzas que atropellan a las libertades públicas compele a nuestra gente para encaramarse en una loca histeria ante el
Coronavirus Covid-19 y entonces, quid pro quo, véndense las mascarillas a la
velocidad de la luz debido al pánico generalizado por el contagio y el miedo a las disparatadas sanciones con la que impusiéronnoslas.
Sin embargo, ¿hasta qué punto pueden las mascarillas evitar el contagio? ¿son necesarias in stricta veritas? ¿son eficaces in stricta iustitia? ¿cuáles deberían utilizarse? son las preguntas que hácense en el mundo sin mayor capacidad de crítica. No obstante, dígase la verdad sin aspavientos: las mascarillas quirúrgicas NO PROTEGEN de manera absoluta contra los virus por dos motivos principales: «el tamaño de los virus es tan microscópico que pueden pasar sin problemas a través de los pequeños agujeros que tienen las mascarillas. Además, al no ser herméticas, por los laterales se cuela el aire del exterior o viceversa, especialmente si no están bien puestas o el portador tiene barba. Las mascarillas quirúrgicas no protegen la mucosa de los ojos, también canal de contagio vírico: Es decir, si una persona estornuda frente a tu cara y caen partículas en la mucosa de los ojos puedes contagiarte porque son una vía de acceso al organismo». El precedente texto entrecomillado es la opinión oficial del instituto médico LISA que, en su página web, sintetiza ex integro las razones por las que las mascarillas no son eficientes al 100%.
Ergo, siendo las mascarillas quirúrgicas las más usadas por un pueblo mayoritariamente pobre concluyamos que el «tapaboca» no parecería resultar UNA SEGURA PROTECCIÓN según confírmase por la experiencia en más de dos meses de confinamiento.
Sin embargo, ¿hasta qué punto pueden las mascarillas evitar el contagio? ¿son necesarias in stricta veritas? ¿son eficaces in stricta iustitia? ¿cuáles deberían utilizarse? son las preguntas que hácense en el mundo sin mayor capacidad de crítica. No obstante, dígase la verdad sin aspavientos: las mascarillas quirúrgicas NO PROTEGEN de manera absoluta contra los virus por dos motivos principales: «el tamaño de los virus es tan microscópico que pueden pasar sin problemas a través de los pequeños agujeros que tienen las mascarillas. Además, al no ser herméticas, por los laterales se cuela el aire del exterior o viceversa, especialmente si no están bien puestas o el portador tiene barba. Las mascarillas quirúrgicas no protegen la mucosa de los ojos, también canal de contagio vírico: Es decir, si una persona estornuda frente a tu cara y caen partículas en la mucosa de los ojos puedes contagiarte porque son una vía de acceso al organismo». El precedente texto entrecomillado es la opinión oficial del instituto médico LISA que, en su página web, sintetiza ex integro las razones por las que las mascarillas no son eficientes al 100%.
Ergo, siendo las mascarillas quirúrgicas las más usadas por un pueblo mayoritariamente pobre concluyamos que el «tapaboca» no parecería resultar UNA SEGURA PROTECCIÓN según confírmase por la experiencia en más de dos meses de confinamiento.
En Medicina nada es absoluto al no tratarse de una ciencia exacta y en cuanto a las mascarillas no ha díchose la última palabra en el ambiguo panorama en donde estos elementos juegan un nuevo rol en la vida de los ciudadanos.
Y por ello, con el correr de los meses, ahora véndense mascarillas aún más
asfixiantes, de doble filtro y de material antifluidos, que producen en el
usuario una severa hipoxemia al caminar complicando más la frágil condición de
los cardíacos o las personas que adolecen de problemas respiratorios, amén de
que la OMS ha vístose, dadas las circunstancias, obligada a precisar que es
mejor no utilizar mascarillas al practicar deportes al aire libre para evitar
ahogamientos en la misma forma en que ha dispuéstose que los menores de 6 años,
los asmáticos y quienes adolecen de demencia senil o de problemas aéreos en el organismo
no deben usarlas pues estarían contraindicadas para ellos. Tampoco recomiéndase
a quienes hállense inconscientes, incapacitados o no puedan retirarse la
mascarilla sin ayuda.
Pero justamente son las excepciones las que confirman la regla y
por eso, sensu stricto, desde este punto de vista, el uso de las
mascarillas esencialmente podría no ser recomendable pues más allá de las
contraindicaciones señaladas ut supra facilita que viruses y
bacterias reprodúzcanse ad infinitum alrededor de nuestra
propia boca, puesto que respirar el aire que exhalamos que comprímese en las
mascarillas es dañino para la salud.
Ab initio pensábase que las mascarillas no parecerían necesarias, en teoría, «dado que se solicitaba una distancia de seguridad entre pacientes asintomáticos suficiente para evitar el contagio». Pero la experiencia clínica ha optado por insistir, ad experimentum, que el «tapaboca» es, de todas formas, una medida de prevención para el contagio en los centros de salud, las residencias y los hospitales o simplemente en los lugares de aglutinamiento de personas, sin que exista contundente certeza de que la mascarilla evita que inficionémonos del virus de manera determinante pues la Medicina no es solo una ciencia sino un arte y al no tratarse de una ciencia exacta sus descubrimientos nunca pueden ser apodícticos y absolutos, como ya hémoslo señalado ut supra en el precedente parágrafo y en LETRAS MAYÚSCULAS. Así pues, en este proceso de experimentación al que el virus nos ha sometido a todos los mortales in universa terra las mascarillas tendrían más efecto preventivo si la gente usáralas con higiene pues aunque coadyuvan a disminuir el riesgo de contagio es el desaseo en el uso de estos implementos lo que contraviene el principio de protección sanitaria que este objeto tan vulgarizado busca per se in vita mundi/ en la vida del mundo.
Ab initio pensábase que las mascarillas no parecerían necesarias, en teoría, «dado que se solicitaba una distancia de seguridad entre pacientes asintomáticos suficiente para evitar el contagio». Pero la experiencia clínica ha optado por insistir, ad experimentum, que el «tapaboca» es, de todas formas, una medida de prevención para el contagio en los centros de salud, las residencias y los hospitales o simplemente en los lugares de aglutinamiento de personas, sin que exista contundente certeza de que la mascarilla evita que inficionémonos del virus de manera determinante pues la Medicina no es solo una ciencia sino un arte y al no tratarse de una ciencia exacta sus descubrimientos nunca pueden ser apodícticos y absolutos, como ya hémoslo señalado ut supra en el precedente parágrafo y en LETRAS MAYÚSCULAS. Así pues, en este proceso de experimentación al que el virus nos ha sometido a todos los mortales in universa terra las mascarillas tendrían más efecto preventivo si la gente usáralas con higiene pues aunque coadyuvan a disminuir el riesgo de contagio es el desaseo en el uso de estos implementos lo que contraviene el principio de protección sanitaria que este objeto tan vulgarizado busca per se in vita mundi/ en la vida del mundo.
Rebus sic stantibus/ Estando así las cosas, en la emergencia sanitaria del coronavirus, en vez de incentivar
a las personas para mejorar su sistema inmunológico, paso previo para evitar el
contagio de cualquier virus -incluido el COVID19-, incitóse para que los
habitantes del mundo adquieran miedo ante el mefistofélico virus y en
proporcional efecto al espanto que cáusannos los 400.000 muertos por la
pandemia, super orbis terrarum, del miedo saltamos al pavor, al pánico y
a la histeria creándose una paranoia colectiva que está produciendo
horripilantes problemas sicológicos en las gentes frente al coronavirus y que
manifiéstanse de manera aviesa en las calles de la urbe puesto que la
neurastenia de locos viandantes, agresivos circunstantes y neuróticas féminas
por los espacios públicos de la capital de la morlaquía hace que crezca una
beligerancia entre quienes usan y no usan el «tapaboca» o «cubreboca»,
pues muchos ciudadanos paranoicos y ateridos de pavor, a pie juntillas, utilizan la mascarilla a la fuerza, no tanto por el
espanto que sienten ante el virus cuanto porque no usarla está penado con
exorbitantes y absurdas multas y cuando salen a la calle insultan, agreden, agravian o
recriminan a quienes no llevan tapabocas en una intolerante actitud que raya en la
violencia patológica denotando cuánto les afectó el espasmo creado frente al
virus.
Estas medidas han desencadenado hacia la pandemia una masiva histeria
de niveles paroxísticos nunca vistos in historia mundi. Una ola de pánico
creada a nivel planetario y que simula un verdadero mare magnum con algunas
personas enmascarilladas que circulan por las calles cual si fuesen desaforados
gendarmes o abusivos vigías llamando la atención a quienes, ad
libitum, no utilizan el «cubreboca»
cuando nadie tiene patente de corso para obligar a usar la máscara a quien no
quiere ya que nada hay en el mundo como la libertad de hacer, ad
arbitrium, cuanto queremos y como queramos in via libertatis. No
obstante, in respectum et reverentia inter nos, solo por consideración al
resto la mascarilla debe usarse solo en lugares públicos donde la gente anda loca,
histérica y paranoica por el uso del «tapaboca»
pues es en estos sitios en donde las sanciones por no usarlo podrían aplicarse
con más rigurosidad que en la vía pública, donde al fin y al cabo, sin usarla -siempre
que cuidemos una buena alcalinización de nuestro cuerpo- gozamos de la
libertad de respirar aire puro evitando el resuello contaminante de CO2 que
aprisiónase en el «cubreboca» en
perjuicio de nuestra propia salud.
En la parte superior las mascarillas N95
Ad infra, la mascarilla quirúrgica común.
Ad infra, la mascarilla quirúrgica común.
En teoría, todo tapaboca protegeríanos contra el virus, pero en la
praxis las mascarillas N95 son las más efectivas. Su costo unitario es de 4
dólares y su vida útil es de 8 horas. Deberíamos usarla diariamente requiriendo
un presupuesto mensual de 120 dólares para dizqué andar bien protegidos contra
el turbulento virus. En un país pobre como el nuestro donde millones de famélicos seres ni
siquiera disponen de tal monto para sobrevivir dignamente ¿cómo pretender que
la gente protéjase de la pandemia con este tipo de mascarillas? Y si como
alternativa utilizáranse, diem per diem/ día a día, las
mascarillas estándares que véndense en cualquier esquina barriobajera a un
costo unitario de 50 centavos de dólar, cada uno requeriría un presupuesto de
15 dólares mensuales para vivir protegido del virus, mas también este gasto no
es alcanzable para centenares de miles de personas que malviven en su nivel de
supervivencia in patria nostra, por lo que las mascarillas han provocado un
severo galimatías económico en nuestros prójimos, muchos de los cuales
encontrarán también en este aspecto sus razones para no usar el vergonzante «tapaboca» o «cubreboca».
Un ejemplo de mascarilla quirúrgica estándar
El obligatorio uso de estos implementos in universa terra
parécenos ocultar mas bien un negociado de las casas farmacéuticas que
ofrécenlas en el mercado por lo que habremos de columbrar que si el planeta
tiene 6.000 millones de habitantes y cada mascarilla estándar cuesta 50
centavos de dólar cotidianamente venderíanse 3.000 millones de dólares para
estas trogloditas empresas farmacéuticas que hacen de las suyas per fas
et per nefas con las ganancias obtenidas con estos implementos en
similar forma a lo que lógrase con la venta de las pruebas para detectar el
Covid 19, los guantes quirúrgicos, el alcohol antiséptico, el gel antibacterial
y los mismos medicamentos que fabrícanse para vencer al apocalíptico virus que
ha trastocado nuestras vidas provocando una fachosa locura en las masas
informes donde desaprensivos individuos actúan como inicuas bestias
inficionadas de rabia, de espanto y de pavor.
In honorem claritatis digamos
que apenas la pandemia volvióse un estrepitoso galimatías en China, en noviembre
del año 2019, la OMS adoptó medidas que han implementádose como imposiciones forzadas
para el planeta como el uso de las mascarillas, el gel antibacterial, el
alcohol antiséptico y la venta de medicinas tales como el paracetamol, más allá
de la realización de las pruebas para la detección del COVID, las cuales fabrícanse
por estas empresas transnacionales con una dilecta preferencia para ROCHE, el
laboratorio suizo que expéndelas urbi et orbi.
Sara Cunial, diputada italiana
que denunció la farsa de la pandemia
Ad interim, ante nuestro
cuestionamiento, conviene tomar atención a las declaraciones de la diputada Sara
Cunial, en el parlamento italiano, las cuales copiámoslas ex integro: «…Todo se ha movido por un conflicto de
intereses del capitalismo financiero mundial representado por la OMS, entidad
financiada principalmente por el famoso filántropo y salvador del mundo Bill
Gates, quien ha estado trabajando durante décadas en planes de despoblación y
control dictatorial sobre la política global solo con el objetivo de obtener la
primacía en agricultura, tecnología y energía. En sus propias palabras -tomadas
en su declaración- él textualmente dice: “si
hacemos un buen trabajo en nuevas vacunas y la salud reproductiva podemos reducir la poblacion
mundial en un 10 o 15 %. Solo un genocidio puede salvar al mundo…”».
El cuestionado Bill Gates
en el ojo del huracán ante la pandemia
La denuncia es escalofriante a
máxima ad minima y pone sobre la mesa del debate una rabulesca
manipulación para los ciudadanos del mundo, tanto más cuanto que Bill Gates ya
profetizaba en el año 2018 una pandemia que habría de simularse en octubre del
año 2019 con el poderoso grupo de los 7 en Davos, Suiza. Según la valiente
diputada Cunial, cuyas denuncias seguimos reproduciéndolas ad pedem litterae: «Gates, gracias a sus vacunas, ha logrado
esterilizar a millones de mujeres en África, ha provocado una epidemia de
poliomelitis que ha paralizado a 500.000 niños en la India y aún hoy con su vacuna
DTP (Difteria, Tétanos y Tosferina) causa más muertes que la enfermedad mismo. También
hace lo mismo con sus esterilizantes OGM (Organismo Genéticamente Modificado),
diseñados por Monsanto y donados generosamente a las poblaciones más
necesitadas. Y todo esto mientras ya está pensando distribuir el tatuaje
cuántico para el reconocimiento de vacunas con ARN como herramienta para
reprogramar el sistema inmune y otros negocios con diversas multinacionales que
poseen infraestructuras 5G en Estados Unidos…».
Sara Cunial enfrenta a Bill Gates
dejándolo sin palabras ante la farsa de la pandemia
Pero para que el escenario sea aún más escalofriante tomemos en cuenta
las denuncias de Cunial, quien concluye su histórica intervención denunciando in
honorem veritatis que «la
contribucion italiana a la alianza internacional contra el coronavirus será de
140 millones de euros, de los cuales 120 millones van a GAVI ALLIANCE, sin
fines de lucro, creado por la Fundación Gates. Esto es solo una parte de los 7.4
millones recuperados por la Unión Europea para encontrar una vacuna contra el
coronavirus que servirán, como ya lo he descrito, obviamente, sin inversión
para la recuperación de los terribles efectos colaterales, sin mencionar una prevención real que tiene que ver con nuestra
alimentación, nuestro estilo de vida y nuestra relación con el medio ambiente.
El verdadero objetivo es el control total, el dominio absoluto sobre los seres
humanos reducidos a cables y esclavos violando la soberanía y el libre
albedrío. Todo esto gracias a sus engaños disfrazados de compromisos
políticos…».
Sine respectum, en este perverso
y diabólico escenario de manipulación de masas la mascarilla enmárcase como un perfectísimo
elemento que provoca grandes ganancias a las casas farmacéuticas en tanto todos
los habitantes del planeta hállanse obligados ex lege a usarlas
inexorablemente. Y como la idea que ocúltase detrás de la pandemia es el uso
masivo del tapaboca calcúlase que la fabricación de mascarillas ha subido en
estos meses el 8.000 %. Quid pro quo, de allí solo toca
multiplicar para dimensionar las inauditas ganancias de quienes embaucáronnos en el uso del «cubreboca» como la
solución para el Armagedón del coronavirus.
Y el aditamento para que todos
hayan caído en el malévolo artilugio es el pánico que ha creádose ante la
pandemia. Ergo, «la mascarilla» no es que está protegiendo contra el virus sino provocando
un espeluznante fenómeno que expavécenos de profundis inter nos al contemplar
en nuestra vida diaria que el problema no es tan solo llevar puestos una
máscara -cual si fuese un bozal para un
furibundo can- sino que aquellos que han llevádose sinceramente durante
toda la existencia cuando hoy encuéntranse vis a vis por los espacios públicos
apenas salúdanse enmascarillados a causa del distanciamiento social impuesto,
mientras ahora es imposible hacer visitas a los amigos puesto que todas las
gentes andan pensando que uno va llevando el virus por todo sitio donde circula
y la desconfianza acelérase in crescendo hasta las fronteras
máximas de una conducta hipocondríaca, mientras el estrechón de manos, los
besos en la mejilla, los abrazos fraternales, las palabras al oído, los besos en la boca y las
caricias entre amantes han desaparecido en un insano modus actuandi por el que
todos pareciesen tener mas bien un delirio persecutorio que idiotízalos con
vergonzantes mascarillas en sus semblantes ad absurdum et contra dignitatis.
Y todo por el tormentoso «tapaboca»
que, dicha sea la verdad, tampoco es que evita el crecimiento del brote de
contagios in omnia Terra/ en toda la Tierra, pues a la gente levantisca que ha rebeládose contra el
uso de la mascarilla y no úsala, al parecer, nada le pasa si cuida la debida alcalinización
de su cuerpo y toma distancia de la gente.
Así, es triste confirmar que familias enteras enmascáranse extra
muros y vuélvense feroces bestias intra muros y en los dos meses y
medio de confinamiento el balance consolidado de la cuarentena déjanos
patidifusos y estupefactos al enterarnos que, salvo excepciones, para nada el
encierro propendió a la armonía familiar pues las conflagraciones inter
familias dejan un altísimo saldo de esposos que ya no se soportan de
tanto verse unidos a la fuerza, mujeres golpeadas, hijos maltratados o malheridos,
hermanos en gresca, amantes en discordia toda vez que 26 feminicidios
cometiéronse durante la emergencia en el Ecuador y según diario «El Comercio»,
del 30 de mayo del año 2020, «las
víctimas han sido asfixiadas, baleadas, acuchilladas, mutiladas o incineradas».
Todo por la paranoia y la locura colectiva que la pandemia provoca y que
refléjase en el uso de las mascarillas que la gente utilízalas creyendo que el
virus está ya próximo por llegar para cegar sus vidas.
Así pues, la obligación para usar la mascarilla, in
via veritatis, no es ni más ni menos que una oprobiosa imposición que termina por controlar
nuestras relaciones y sentimientos tanto como certificar nuestros afectos desde
estos grupos de poder geopolítico de alcance planetario que mírannos ad
experimentum como infamantes esclavos sin dignidad, sin respeto y sin
derechos. Todas estas cosas representan verdades ocultas que mas bien son las
que escóndense detrás de las mascarillas, el alcohol antiséptico, los guantes
quirúrgicos y demás adminículos con los que los poderes fácticos
transnacionales anestesian nuestras mentes con inverecundas zalagardas con las
que preténdese acaso que seamos –ipso facto- «conejillos de Indias» para sus protervos fines. Y como léese in
Sacra Scriptura secundum Lucam: «Nada
hay oculto, que no haya de ser manifestado: ni escondido, que no haya de ser
conocido y de salir a la luz» (Lucas 8:17). Por eso es que debemos
denunciarlo con ataraxia y firmeza en cumplimiento de un deber de conciencia y
en defensa de nuestras libertades vulneradas infamemente, ad verecundiam et adversum
dignitatis, con este tipo de engañifas.
Paul Flynn,
parlamentario socialista británico.
Mas la voz de la diputada Cunial no es como la «vox
clamantis in deserto» o la «voz que clama en el desierto» pues también
el parlamentario socialista británico, Paul Flynn, concluye «que
la declaración de pandemia ha sido
irracional y ha hecho ganar miles de millones de euros a la industria
farmacéutica».
Para el virólogo argentino, Pablo Goldsmith, por su parte, «nuestro planeta es víctima de un nuevo fenómeno sociológico, el acoso científico mediático. El pánico que se está generando en torno a la cepa de coronavirus identificado en China como COVID-19 es tan injustificado como el que se creó en el año 2003 con el Síndrome Respiratorio Agudo Grave SARS o en el año 2009 con el virus de la gripe A».
Y por supuesto que la pandemia del coronavirus ha mediatizádose a través de los mass media in universa terra pues todas las disposiciones, las cifras, los análisis que la prensa difunde inficiónanse del prurito de escandalizar y crear pavor en los habitantes del orbe per fas et per nefas et contra veritatis.
Para el virólogo argentino, Pablo Goldsmith, por su parte, «nuestro planeta es víctima de un nuevo fenómeno sociológico, el acoso científico mediático. El pánico que se está generando en torno a la cepa de coronavirus identificado en China como COVID-19 es tan injustificado como el que se creó en el año 2003 con el Síndrome Respiratorio Agudo Grave SARS o en el año 2009 con el virus de la gripe A».
Y por supuesto que la pandemia del coronavirus ha mediatizádose a través de los mass media in universa terra pues todas las disposiciones, las cifras, los análisis que la prensa difunde inficiónanse del prurito de escandalizar y crear pavor en los habitantes del orbe per fas et per nefas et contra veritatis.
Manuel Elkin,
inmunólogo creador de la vacuna de la malaria.
En el mismo sentido, Manuel Elkin, inmunólogo creador de la vacuna
de la malaria, dícelo ex tota claritas/ con toda claridad:
«Estamos entrando en un juego mediático
sin sentido. Hay muchas voces de protesta que manifiestan que hay que tener
cuidado con el virus, no se puede
ignorar, pero no instalar un sistema de histeria colectiva como el que hay»,
mientras Vageesh Jain, profesor de Salud Pública en el University College de
Londres, plantéase muy seriamente la conveniencia de «un escenario de apocalipsis zombi que no ayuda en la coordinación
operativa de actividades complejas de salud pública».
Vagesh Jain,
profesor de Salud Pública en el University College de Londres
Y consternado agrega ab
irato: «A mí, personalmente, no
me deja de sorprender de qué manera nos hemos dejado quitar las libertades
básicas de un plumazo» cuando
muchos de esos derechos constitucionales nos han costado tanto establecerlos in
historia mundi.
«Y el pánico ha favorecido
que acéptense sin aspavientos las medidas que los Estados han tomado para
atropellar a nuestras libertades públicas» dice Vagesh Jain, profesor de
Salud Pública en el University College de Londres, para concluir in
via veritatis/ en el camino de la verdad: «el pánico hace que vivamos en alarma
constante para evitar la enfermedad cuando la alarma no hace que evitemos la
enfermedad sino que enfermemos todos, hasta de depresiones y problemas
sicológicos, haciendo que la verdadera
plaga sea el miedo y no el corona virus».
Y así como la OMS y las transnacionales farmacéuticas han creado el galimatías de la pandemia han opuéstose, per fas et per nefas, a que véndase el dióxido de cloro como uno de los medicamentos más efectivos para evitar el contagio del Covid 19 pues solo esta medicina -si fuese promocionada masivamente- arrasaría con las millonarias ventas de mascarillas, alcohol antiséptico, gel antibacterial, trajes antifluidos, cascos protectores y demás adminículos con las que las masas han sido manipuladas con estupefaciente temeridad ad verecundiam et contra dignitatis in universa terra.
Pero como abyssus abyssum invocat/ El abismo clama al
abismo, en un contexto donde el pavor es el denominador común frente a
la pandemia los ciudadanos del mundo que ateridos de miedo viven hoy sus vidas
con una espeluznante zozobra bajan sus defensas y vuélvense proclives para
terminar contagiados del virus.
Es obvio que quienes interactúan en un medio de contagio, como los
hospitales ad exemplum, vénse obligados a protegerse más y por ello los
galenos y las enfermeras llevan EPIS (equipos de protección individual) y atavíanse
con buzos, batas impermeables, delantales, mascarillas FFP2, mascarillas
quirúrgicas encima, gafas o pantalla de protección ocular, guantes de vinilo y
encima guantes de látex, calzas, gorro de quirófano y, quid pro quo, con todo
ese tormento y esta aparatosa armadura, acalorados in extremis atienden a
las víctimas del Coronavirus in Concha et super orbis terrarum/ en Cuenca
y sobre el orbe terrestre.
Cuando nunca habíase imaginado que el «cubreboca» sería un día un elemento más de nuestra vestimenta la
pandemia del COVID 19 trastocó esta realidad y el desenfrenado uso del «tapaboca», a nivel mundial, ha terminado por hacer que las personas
inclusive adquieran costosas y estrafalarias mascarillas, de gustos chic, para
combinarlas con magnílocuos trajes esnobistas con los que generalmente ostentan lo que no
tienen cuando banderéanse nuevamente por las calles en épocas de semáforo
amarillo ora con su andar sandunguero, ora con su superflua y fatua vanidad
pero siempre con su crisis neurótica con la que provocan grescas a los libertarios
seres que pululan en el espacio público -lejos de estos trepidantes traumas
causados por la apocalíptica pandemia- haciéndolos objeto de pública rechifla.
Es curioso e hilarante -hasta
los graciosos límites de la diversión- contemplar cómo la gente
enmascarillada circula paniqueada por las calles y públicos espacios frente a
la probabilidad de un contagio del coronavirus y cuando miran a un libérrimo
ciudadano sin mascarilla por las históricas vías de la «Atenas del Ecuador» míranlo cual si fuese satanás en un contemplativo monasterio o un contumaz delincuente que ha salido despavorido
del más inmundo panóptico, mientras que con despreciables miradas torvas mírannos
como si por no usar el «cubreboca»
tuviésemos aspectos patibularios que expavecen las almas de los histéricos
hasta dejarlos ateridos de espasmo cuando mas bien, sea dicha la verdad, el «tapaboca» o «cubreboca» junto con las «mascarillas»
hácennos parecer a todos que ahora usamos bozales para perros rabiosos que
arrojan espumarrajos por sus fauces.
La mascarilla o el tapaboca ha desenfrenado más
el teatro de la falsía in vita communitatis
Pero hay un aspecto singular que raya en la ridiculez hasta el hastío en una sociedad hipócrita y es el hecho de que las «mascarillas» y
los «cubrebocas» han permitido un más amplio desarrollo del teatro de la falsía in nostra
communitate, puesto que la gente hipócrita que suele evitar -en lo
posible- ser contemplada en su verdadera faz aprovecha del «tapaboca» para ocultarse más y no dar la
cara en la misma forma en que muchos falsarios y fementidos personajes gustan
de las oscuras gafas para invisibilizarse de la gente decente y no mostrar su vera
effigies. Los problemas de identificación que tenemos en las calles de
la macondiana urbe cuencana con esta casta de gente que incluso llega al sobalevismo terminan en el estrépito cuando
muchos que salúdannos en la vía pública vuélvense «inindentificables» con sus «cubrebocas»
tras de los cuales ocúltanse abominables seres que actúan como zascandiles
harpías, zainos espías o despreciables vigías que, ad verecundiam, disfrutan
del desconcierto que prodúcennos cuando no podemos saber quién nos va saludando
con sardónica risa tapiñada bajo el «cubreboca».
Y para que el pecado sea mortal hay quienes no solo han aprovechado de la
paranoia que produce el virus para esconderse bajo un «cubreboca» sino que incluso ocúltanse con las capuchas de las
casacas a las que adicionaron tétricas bufandas toda vez que otros, por su
parte, circulan por las calles forrados de pasamontañas felices y contentos por
vivir en su escalofriante «regnum tenebrarum» o «reino
de las tinieblas» que ha extendídose a sus anchas en tiempos del coronavirus.
Oh Sancta Simplicitas, a dónde
pudo llegar la locura o insania que aterriza en la vesania por el uso de la «mascarilla»
durante la emergencia sanitaria que el virus ha causado, allende los mares, que
incluso el microscópico enemigo ha provocado que háyanse aprobado
inconstitucionales ordenanzas para penalizar el no uso de la mascarilla con
exacerbadas multas y exageradas sanciones que llegan hasta penas de prisión, lo
cual constituye un agravio inconstitucional contra dignitatis y es
causa de rebeldía en el ánimo de libertarios seres que no aceptan que Estados,
municipios o instituciones intergubernamentales, como la OMS, la OPS y la ONU
pretendan obligar a colocarnos algo extraño y asfixiante en nuestro cuerpo como
si fuésemos ovejas manipulables que cándidas y crédulas van al matadero. El
aborregamiento está fuera del modus actuandi de una persona libre
que convencida dice: «NO A LA MASCARILLA IN HONOREM LIBERTATIS».
Y si el ciudadano que adopta esta consigna hácelo responsablemente por cuidar y
mantener ad súmmum su sistema
inmunológico, con mayor razón su modus actuandi contra el «cubreboca» no debe ser cuestionado ni
satanizado o anatemizado por los neuróticos e histéricos seres que inficionados
de neurosis obsesiva y galopante circulan in urbe nostra diem per diem in via dolorosa
sicut mater lacrimosa.
Si la gente adopta medidas de higiene básicas que siempre
han sido parte de los hábitos de las personas civilizadas, puesto que no es algo nuevo que
impónese ahora, y si manejamos un comportamiento responsable alcalinizando nuestro cuerpo
y alimentándonos correctamente, las posibilidades
de contraer cualquier virus son escasas. In Concha et in mundum universum/ En Cuenca
y en todo el universo la gente no hácese nunca responsable desde el
miedo porque el pavor coacciona a insospechados límites para que no háganse las cosas debidamente in via sanitatis.
In patria aequatorianae el coronavirus ha desnudado, coram populo, la existencia de otra pandemia más virulenta que el mismo pánico, cuyos portadores actúan como pirañas y tiburones in terribilis maremagnum et contra dignitatis socavando las propias estructuras de nuestra comunidad: «LA DESAFORADA CORRUPCIÓN» que ha causádonos -en forma estrepitosa- un execrable latrocinio con las compras de mascarillas e implementos para enfrentar la emergencia sanitaria durante el estado de excepción impuesto en la patria desde el 16 de marzo, lo que muéstranos con abominación que, además, inter nos, la mascarilla es de veras un sucio símbolo de inescrupulosos políticos que roban a mansalva los escuálidos recursos del erario público en la emergencia sanitaria donde nada ha importádoles, ya trátese del dolor de la gente, ya el perjuicio a la patria, con tal de buscar el enriquecimiento ilícito gracias al apetito feroz por el dinero mal habido en la hiperbólica pandemia del coronavirus.
Ad concludendi, dígase una
verdad con acrimonia: hay un principio médico que explica racionalmente que las
razones por las que un ser humano es contagiado de una bacteria o un virus son
tres: la causa externa, que en este caso es el virus COVID 19, el medio
ambiente y el componente genético de cada persona. Que coincidan los tres
factores en un altísimo porcentaje como el que ha sobredimensionádose con grandilocuencia en la
actual pandemia es imposible. Y por ello es que, ad exemplum, apenas 400.000 personas son las que han muerto por el coronavirus hasta el 6 de junio del presente año cuando, hace una centuria, la gripe española arrasó con 50 millones de personas en el mundo y con
solo escuchar esta cifra podemos concebir lo que realmente es una pandemia in
stricta iustitia frente al hiperbólico escándalo de la supuesta
pandemia del COVID.
La mascarilla ha impuéstose in mundum universum para dividirnos inter nos
La mascarilla es el sino y signo de un fatídico destino que
experimentamos estos días con un odioso y ominoso «tedium vitae» o «tedio de la vida» por el que ya ni las parejas pueden relacionarse como antes, pero
también es el más sucio ícono de un escandaloso y subrepticio negociado de las
casas farmacéuticas que la fabrican. Pero, ante omnia et super omnia/ ante todo y sobre
todo, la mascarilla es el contemporáneo símbolo de una nueva forma de
tortura para los habitantes del tercer milenio, por lo que este singular
implemento volvióse ipso facto como el más inicuo tormento que háyase implementado
para complicarnos la vida in nostra communitate.
Las políticas sanitarias que han implementádose en todo el
universo para el manejo de la pandemia del Coronavirus han sido erráticas
desde la coyuntura de no haber propendido a establecer mecanismos para que el
sistema inmunológico de la gente mejore que, dicho sea de paso, sería la
primera medida y quizás la más efectiva para prevenir el contagio de este
virus. Tampoco ha promovídose que la
gente no tenga miedo al virus soliviantando al pánico que acrecienta la paranoia
frente al microscópico intruso, bajando las defensas de las personas, amilanando
su sistema inmunológico y condicionando mas bien a todos al contagio. Ergo,
el no temer al virus y aprender a convivir con él es el más efectivo programa
de protección contra esta nueva enfermedad que vino al mundo para quedarse como
quedóse el cáncer, el SIDA o la Sífilis in historia mundi.
La verdadera plaga de la pandemia es el miedo que conviértese en
pánico y que inficiónanos de pavor ad infinitum llegando a la paranoia
que incóanos hasta el hartazgo con una secuela de histeria colectiva por la que
los poderes geopolíticos mundiales y los abominables genízaros que actúan tras
bastidores desde las ignominiosas transnacionales de casas farmacéuticas han
convertídonos en una horda de ilotas o un grupo de esclavos que ingenuamente
déjanse llevar al sumo sacrificio en similar forma a la que un fenómeno de
masas como el fútbol o las supuestas apariciones de la Santísima Virgen María
vuelven histéricas hasta el fanatismo feroz a todas las gentes ad
verecundiam et contra dignitatis in mysterium iniquitatis hodie et nunc et
semper et in saecula saeculorum.
Diego Demetrio Orellana
In conchense
urbe, mensis iunii, die V, reparata salute Anno Dominicae Incarnationis MMXX,
octava solemnitate Pentecoste.
OPINIONES CIUDADANAS
OPINIONES CIUDADANAS
Espectacular... Aprendí mucho... Muy lindo.
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Completamente de acuerdo mi estimado amigo; es cuestión de educación y consideración mutua pues solamente aquel que está con un proceso gripal, sea el coronavirus 1 o el coronavirus2, tiene que usar una mascarilla y de esa forma evitaría la contaminación masiva, pues la ciudadanía está bajando sus defensas al respirar su propio aire viciado.
Completamente de acuerdo mi estimado amigo; es cuestión de educación y consideración mutua pues solamente aquel que está con un proceso gripal, sea el coronavirus 1 o el coronavirus2, tiene que usar una mascarilla y de esa forma evitaría la contaminación masiva, pues la ciudadanía está bajando sus defensas al respirar su propio aire viciado.
Dr. Jorge Tola Barros
Junio 5 del año 2020.
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Interesantes justificativos, convincentes, bien documentado y tiene razón.
Ing. Efraín Villota Cardoso
Ing. Efraín Villota Cardoso
Junio 6 del año 2020.
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Sin comentarios... tengo mi opinión personal...y tú la conoces... Querido Dieguito...mucho respeto...un gran abrazo
ResponderEliminarExcelente artículo mi estimado Diego, lamentablemente la ignorancia es atrevida y conlleva a la sumisión "perpetua".
ResponderEliminarExtraordinario artículo, analizado y comentado a través de sus pros y co tras. Felicitaciones, estimado amigo.
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