viernes, 14 de febrero de 2020

«DE VERA AMICITIA» «SOBRE LA AMISTAD VERDADERA»



 

In Diem Mundialem Amicitiae/ En el Día Mundial de la Amistad conviene reflexionar sobre el carisma jesuitico en el que trasúntase el amor cristiano oblativo in Exercitia Spiritualia, pues según las enseñanzas de San Ignacio de Loyola aprendemos siempre que «EN TODO AMAR Y SERVIR» y «SER MÁS PARA SERVIR MEJOR» son las consignas en las que subyace el verdadero sentido del «MAGIS» ignaciano, para vivir la vida con un especial fin de servicio y no de competencia inter nos in nostra Sancta Mater Ecclesia. «Pedir conocimiento interno de tanto bien recibido para que yo, enteramente reconociendo, pueda en todo amar y servir» dice San Ignacio en los Ejercicios Espirituales para que estemos siempre listos a ayudar al prójimo dando lo mejor de sí, a la vez que  diem per diem predisponémonos más para servir mejor a nuestros prójimos, a quienes procuramos ganar por el amor con el que hacemos las cosas, despertando en uno mismo y en los demás grandes deseos para ellos y para el Señor, Providentissimus Deus, el amigo que nunca falla.



Mas no podemos imaginarnos al género humano sin amistad; hacerlo constituiría conceptualizar algo que resulta contra natura para la especie humana, pues el hombre es, a nativitate, un ser social y está siempre en permanente necesidad de experimentar la amistad verdadera. Y es que, en todo ser humano, el instinto de sociabilidad que es inherente a su condición natural exige la relación estrecha con algunas personas a las que llámaselas «amigos».
 
Por eso, cuando la alegría habita en nuestro corazón un impulso imperioso surge para compartirla copiosamente, a fin de que multiplíquese urbi et orbi, mientras que si la tristeza hácenos presa fácil es sólo una buena amistad aquella que es capaz de dividir a nuestra alma tristis et afflictis.

 
Son múltiples las definiciones de la AMISTAD que han dádose a lo largo de la historia del género humano. Sin embargo, de todos los conceptos que eminentes hombres y mujeres han escrito cum admirabilis sensus et purissima veritas, ninguno es absoluto, pues la amistad es inefable y quizás es de aquellas cosas que no puédense explicar con las palabras.
 
En consecuencia, nadie puede desconocer que este sentimiento humano víveselo a plenitud, in corpore et in anima, y al no existir expresiones para definirlo con exactitud, es menester que  descubrámoslo en nuestras acciones y lo sintamos en nuestras vidas con especial y particular cuidado.



Por eso, hay un inmortal apotegma de los filósofos romanos que cobra sentido ante la amistad: «FACTA ET NON VERBA/ HECHOS Y  NO PALABRAS» pues un amigo mantiénese, semper fidelis, cerca de nuestro corazón y nos lo demuestra haciéndose presente en cualquier tiempo, ora con un mensaje, ora con un presente, ora con su sonrisa. El amigo verdadero es aquel que llega cuando todos se van y se queda cuando los demás han marchádose y es también aquel que enciéndese, sicut lumen in caelum/ como la luz en el cielo, cuando todo apágase. Así es el amigo verdadero in aeternum perfecte.

Seguramente por esto, el filósofo y matemático griego Pitágoras, dueño de un incomparable pensamiento lógico, fundó en la ciudad helena de Crotona una escuela de Filosofía donde enseñaba la inmortalidad y la transmigración de las almas. In illo tempore, un buen día escribió que «Son nuestros amigos los que nos señalan nuestras faltas, no los que nos adulan». Ese amigo, si es que lo tenemos, acéptanos tal como somos amándonos por lo que representamos y haciendo una diferencia en nuestras vidas; nunca nos juzga y mas bien ofrécenos su apoyo, ayúdanos a levantarnos si nos ve caídos, impúlsanos a calmar nuestros temores y a elevar nuestro espíritu in excelsis.
 
Estas cualidades son usuales y esenciales en esas personas en las que vemos a los verdaderos amigos, aquellos que nunca están interesados por nada, que son serviciales y solidarios, que se dan sin esperar nada a cambio y que, como dice la Biblia, «son amigos fieles y constituyen una protección segura, por lo que quien encuéntralos halla un tesoro».



 Jacinto Benavente, dramaturgo español que inició su actividad teatral con la comedia y que tenía a su haber un agradable sentido del humor y agilidad de pensamiento, solía decir: «El amigo que sabe llegar al fondo de nuestro corazón; ése, como tú, ni aconseja ni recrimina; ama y calla».

Así, ergo, los verdaderos amigos son como la sangre, acuden a la herida sin que se los llame, adivinan siempre cuándo es que tiénese necesidad de ellos. Están junto a nosotros, a veces sin cruzar palabras y sólo con su silencio y su presencia reconfórtannos y demuéstrannos que viven en nuestros corazones y saben de nuestra manera de pensar y sentir. Son a la vez personas que, como las estrellas, no siempre vémoslas pero sabemos que están allí. Hácennos así dichosos y felices y anímannos a creer en el ser humano.


Los amigos verdaderos nos dicen cosas lindas acerca de nosotros y todo el tiempo dirígense con la verdad cuando necesitamos aceptarla. Jamás nos mienten ni nos ocultan nada, sea lo que fuere, pues, veritas ante omnia, siempre háblannos cum sapientiae et in honorem veritatis splendor, y si tienen que decirnos cosas duras o difíciles de aceptar dícennoslas con esa necesaria firmeza y franqueza que les atribuye calidad moral ante nosotros.
 
«La verdadera amistad es correr la aventura de explorar el corazón del amigo y, descalzo, entrar en él» dice un sabio pensamiento de autor anónimo que grafícanos, in via claritatis, de manera clara y precisa, que una de las características de la amistad verdadera es el conocimiento mutuo de las personas que abren las puertas de su corazón sin reserva alguna, en un excepcional ejercicio de solidaridad in communio caritatis et via fraternitatis


Diego Demetrio Orellana
In Concha, apud flumina Tomebamba, octava  Dominica in Septuagesima, in Anno Salutis Nostrae MMXX.

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