domingo, 3 de abril de 2016

UN HORRIPILANTE REGALO PARA EL PAPA FRANCISCO: EL PASE DEL NIÑO




Sustine et abstine, la imagen habla más que mil palabras: el Santo Padre Francisco, por la Divina Providencia Papa I, recibe absorto -con extremada estupefacción- el regalo más horribilis et terribilis que en su ministerio petrino pudo recibir de manos del ex arzobispo de Cuenca Luis Gerardo Cabrera, OFM, en Roma, durante el pasado Sínodo de la Familia realizado in nostra Sancta Mater Ecclesia ad initium mensis octobris, Anno Domini MMXV.

El rostro del Sumo Pontífice muéstranos real espanto y horror. Su estupefacta faz llévanos a pensar que pareciese decir: «NON POSSUMUS/ NO PODEMOS...». Y no es para menos cuando trátase de un horripilante obsequio que ofende a su alto rango pontificio y al arte cuencano in Roma æterna et super flumina Tomebamba, pues hablamos de un libro vergonzoso que es como el «sancta sanctorum» de la grotesca fealdad y el mal gusto. La obra intitúlase: «El pase del niño» y supuestamente ha realizádose en homenaje al Niño Viajero, ícono emblemático de la  tradición navideña en Cuenca, la capital de la morlaquía.


Prima facie, el dibujo de la portada de la obra aterroriza a todos quienes contémplanlo -como nos lo demuestra el propio papa- puesto que es una pintura hecha en cuero de borrego, sin técnica, perspectiva ni composición, esenciales requisitos de cualquier obra plástica ab immemoriabili. Ergo, la imagen del Niño Viajero no es la vera effigies de su original modelo ya que refléjase deforme, tan desproporcionada como fea, y está representada con sucios colores que evidencian la falta de experticia para la pintura, en el autor de la misma, espeluznando a quienquiera que la observe, pues como retrato es deplorable. Así, el rostro del Niño Jesús es tan pequeño frente a su cuerpo como sus manos lo son respecto de su cara y como su cuerpecillo lo es en relación a la belleza innata y la summa perfectionis del cuerpo humano in natura nostra. Así, al especificar los detalles de esta monstruosidad, digamos con acrimonia que el Niño Dios tiene una cabeza desproporcionada frente a sus manos excesivamente diminutas y este horrendo aspecto complícase cuando el tronco y las extremidades son desmedidamente mayores al confrontárselas con la santa cabecilla que el autor de esta atrocidad no pudo dibujar ni pintar correctamente. En conclusión, el Niño Dios está tan mal dibujado y monstruoso, que aparece incluso –sub specie instantis- con una mirada torva, tal como un virolo infante sin que parézcase a su real modelo, preciso detalle que demuestra ipso facto que esta barbarie es pésima y su autor revélase acaso como un calamitoso retratista in conchensis urbe. La obra aléjase entonces de las normas canónicas que debíanse guardar ex professo para constituir una auténtica pieza artística digna de la historia. Y es esto lo que espanta al papa Francisco hasta los límites supremos de lo terrorífico.



Pero, rebus sic stantibus/ estando así las cosas, este infame retrato del Niño Viajero -que fue obsequiado al dulce Cristo en la Tierra- será una obra que habrá de registrarse in aeternum en la «Antología del feísmo y la estulticia», en la capital de la morlaquía, puesto que el dibujo infamante, las desproporciones, la falta de técnica y el mal gusto son el denominador común de las horribles figuras que hállanse pletóricas por todo el libro.


Hic et nunc, en este punto es preciso decir que, ars gratia artis, en el cánon del dibujo artístico, la cabeza de un bebé es del tamaño de una mano abierta y esta regla mantiénese en toda la vida del género humano y hasta en la madurez la mano extendida de una persona cubre su cara ex integro, al momento de retratarla de cuerpo entero, lo que no acontece con este espantoso dibujo del pequeño Jesusín, Dominus ac Redemptor, dibujado y pintado con defectos erráticos que han espantado ad nauseam a una persona culta como el primer papa jesuita de la Historia, quien -junto con los conocedores del arte- indígnanse ante este bárbaro y vergonzante regalo que el Sucesor de Pedro y Vicario de Cristo en la Tierra recibió apud Sancte Petrus, in Roma, bajo su condición de Servus servorum Dei.


Basta compararla con la original escultura del Niño Viajero para confirmar, in stricta veritas, que la portada de la obra es una ofensa al divino infante y un insulto a la inteligencia del papa Francisco y de los lectores de este libro cuando preténdesenos pasar gato por liebre con este esperpéntico dibujo que produce inter nos un insólito espasmo que inúndanos de estupor cuando lo contemplamos y lo parangoneamos con la realidad que pretendióse representar fallidamente.



Pero si esta barbarie aconteció con el Niño Viajero, verdadero leit motiv de este malhadado trabajo artístico, ad aperturam libri/a libro abierto, el lector encuentra en el interior de la obra algunos retratos que vuélvense verdaderas infamias para las personas que los representan y confírmannos, cum clara lux, que su autor es un pésimo y nada habilidoso dibujante y pintor. Ad exemplum, al escritor Eliécer Cárdenas Espinosa retratóselo como «EL ABOMINABLE HOMBRE DE LAS NIEVES», ya que ese fantasmagórico retrato no puede ser nunca su real efigie. Consultado este dilecto amigo sobre el asunto ha quedádose patidifuso al mirar la fealdad de su retrato, reconociendo que no es el fidedigno espejo de su auténtico rostro, mientras que por su natural diplomacia oblígase a sonreír ante semejante atrocidad que oféndelo in corpore et in anima.



Et riddendo et solus riddendo/ Y riendo y solo riendo, guiados de la sonrisa de Eliécer, digamos que el ex arzobispo de Cuenca, monseñor Luis Gerardo Cabrera, OFM, también resultó ofendido con el retrato que en esta obra ha ejecutádoselo, ya que su mano es no solo deforme sino monstruosa, ruda y tosca, detalles que corroboran, al parecer, la inutilidad del autor en el medio plástico de la «Atenas del Ecuador», donde quizás es como un verdadero «chupa de dómine» para todos los auténticos artistas de la ciudad cargada de alma. En la historia del Arte apréndese que -para un verdadero artista- las manos son los elementos más difíciles de realizar, siendo a través de ellas que los críticos de arte pueden inferir si están frente a un pintor de talento o delante de un desastroso individuo que ilusamente créese artista sin serlo a capite ad calcem, como los lectores podrían acaso comprobarlo con este terribilis retrato del ex arzobispo de Cuenca, donde los defectos compositivos y técnicos son múltiples.


Con Rigoberto Cordero y León pasó algo peor y en su efigie compruébase la incompetencia para el dibujo retratístico y el mal manejo del óleo en el cuero de borrego. Cabe aquí decir, secundum artem, que el pergamino es uno de los mejores soportes para el dibujo y la pintura al óleo. El cuero y el óleo son como dos enamorados que complémentanse de profundis en una obra artística y cuando un artista es malo no sabe cómo aprovechar esta ventaja. Y por eso, a contrario sensu, en este retrato vemos ex tota veritas que a su autor fáltanle dotes no solo para ser un buen dibujante sino para fungir de solvente pintor y retratista. Así entonces, a Rigoberto Cordero y León representóselo como un monstruoso personaje de patibulario aspecto ora por la rigidez de su rostro, ora por el desastroso dibujo que impídenos apreciar su característica bonhomía y distendido aspecto, ora por los colores sucios del óleo en el pergamino que muéstrannos que el fachoso artista carece de talento plástico a nativitate, mientras la malformación de las esenciales facciones del ilustre bardo de la morlaquía son más evidentes en su melena hirsuta, que de cabello no tiene nada pues parece cualquier cosa menos la rizada cabellera del eximio poeta, toda vez que sus anteojos, al no estar correctamente representados, vuelven fantasmagórico al conspicuo literato del parnaso cuencano a máxima ad minima.




Pero como abyssus abyssum invocat/ el abismo clama al abismo, una falta acarrea a otra y así quid pro quo, el retrato del propio alcalde de Cuenca –quien fue traicionado vilmente por el autor de la barbarie- deja mucho que desear ya que las líneas de su rostro son asimétricas y sus facciones deviénense falsas en el contexto pictórico de la obra. El rostro del burgomaestre cuencano es sinceramente horribilis, de trazos imperfectos y discordantes que malforman y deforman la vera effigies de Marcelo Cabrera hasta los límites de la ordinariez ad futuram rei memoriam. Es como si un deformado Marlon Brando habríase retratado en el rostro del alcalde. Pero yendo más allá en este análisis –dentro de la crítica de arte- la cabeza del burgomaestre hállase exageradamente desproporcionada frente a su cuerpo pues el autor del infame retrato parece desconocer los cánones del dibujo de la figura humana, por los que colúmbrase que el cuerpo de una persona cualquiera debería verse ancho frente a su cabeza para que las proporciones con el tronco guarden simetría, tal como si –imaginariamente- debajo de la cabeza existieren dos similares testas a izquierda y derecha, en medio de las cuales erígese aquella del retratado para vérsela correctamente representada in veritas semper fidelis, en tanto que la cromática es atroz, ora por los colores sucios en el encarne, ora porque no existe fluidez en la pintura, por lo que la limitación cromática del retrato no prodígale la apropiada fuerza expresiva que deberíase notar en los trazos de la efigie.




Y ni se diga el retrato de Mireya Vélez de Cabrera, esposa del burgomaestre, quien provoca espanto y furor a causa del mal gusto junto a dos devotas del Niño Viajero que integran un conjunto en donde los aspectos compositivos del dibujo representan una temeridad y no guardan euritmia en el contexto pictórico de la obra.



Todas las imágenes contenidas en la publicación son una desgracia y en opinión de destacados artistas de la localidad son dignas de vergüenza pues ni siquiera como bocetos de los peores dibujantes y pintores puédense aceptar in honorem artis. Verbi gratia, la chola que ilustra este parágrafo, extraída del capítulo intitulado «Los tonos del niño», es el ejemplo paradigmático de cómo no debe pintarse la figura humana ya por la rigidez, ya por la deformidad de las piernas, ya por la desproporción de las partes corporales, ya por la pigmentación de los colores en donde los efectos cromáticos, los colores sucios, el deficiente manejo de la luz y el mal planteamiento de la perspectiva producen, ab irato, un rechazo innato a la imagen, mientras las manos -terriblemente representadas- y el drapeado en los pliegues del vestuario de este personaje muéstrannos la falta de conocimientos académicos para lograr una fundamental bidimensionalidad en la pintura por parte del autor de esta desastrosa imagen que espanta y horroriza ad nauseam a quien la contemple ab ovo usque ad mala, con interés artístico.

Planteadas así las cosas, ese pésimo drapeado impidióle -al autor de esta terribilis imagen- manejar correctamente los contrastes de luz y de sombra, el llamado claroscuro -que es fundamentalmente importante en una obra artística- mientras, al parecer, el mal gusto para combinar los colores, en este inútil pintor de pacotilla, hizo que el pobre no tenga per se un buen manejo cromático ni una estética apropiada para concebir la belleza en las obras horrorosas de este libro que aterrorizó al papa Francisco I.



Pero, ex admirationem, donde el horror llega a las fronteras más inalcanzables de lo paroxístico es en este retrato de un infante del Pase del Niño Viajero que provoca terror y pavor, tal como si fuese un monstruo mefistofélico, un íncubo o un engendro de una bestia apocalíptica. En el cuerpo tanto como en el rostro de la mongólica criatura puédese aprender cómo no débese dibujar y pintar la figura humana, ora por la deformidad, ora por la ausencia de armonía en el trazo, ora por el pésimo planteamiento compositivo y la nula perspectiva, amén de que los colores sucios y el mal gusto cromático, las monstruosas manecillas del diabólico monstrito, más pequeñas que su rostro, la asimetría de las facciones de la cara y el pésimo dibujo de los elementos que exornan el vestuario convierten a la obra en horrenda y estrafalaria a punto de espantar ipso facto no solo al Santo Padre Francisco I sino a todos los lectores de este tremebundo libro. Tanto más cuanto que es en esta obra donde confírmase la falta de talento del autor de la barbarie, pues –guiados de los cánones académicos- las comisuras de los labios debíanse ubicar debajo de la mitad de la nariz y desde este punto los labios del niño debían graficarse equidistantes, mientras los ojos –para la academia- si no hállanse en la mitad de la cara del retratado hacen del mismo una estertórea imagen como esta, donde corrobórase, ex tota claritas, que su autor es posiblemente uno de los más incapaces artífices del arte pictórico en Cuenca del Ecuador.







Y así por el orden puédese decir lo mismo de la precedente secuencia de imágenes de monstruosas criaturas en donde obsérvanse la ausencia de estética y la falta de talento para el dibujo y la pintura en el autor de la obra que ha espantado al Romano Pontífice Franciscus, per Divinam Providentiam Papam I.


Esta mujer, exempli gratia, parece el fidedigno retrato de Marianita del Santísimo Rosario, la esposa del autor de la barbarie, quien aparentemente funge como doña Rosa Pulla Palomeque, la primigenia dueña del Niño Viajero, habiendo resultado una ofensa para el Divino Infante pues la fealdad del personaje aquí representado, las terroríficas manos con que sostiene al Niño Dios, la suciedad de su rostro y la rigidez de la pintura conspiran para que en ella no exista belleza, composición ni perspectiva siendo una de las imágenes más espeluznantes que el lector enfrenta, tal como si en la vida real, vade retro Satana, nos encontráramos con una bruja maldita, traicionera y traicionada, de la cual huir ante Satanás cual monja en un convento contemplativo. Hic et nunc, aquí, en esta imagen no resuélvense las luces y las sombras ni tampoco existe el primer plano, ni menos el segundo, por lo que la proyección es nula al no existir sombras en el retrato. Este detalle confirma inter nos que el autor de la barbarie desconoce que la perspectiva –en una obra de arte- se da por el dibujo y el color bien manejados secundum artem.


Igual cosa aconteció con estas terroríficas imágenes que parecen extraídas del mundo de las mujeres que dedícanse a la magia negra. Aquí, las cabezas de los personajes resultan excesivamente sobredimensionadas en relación al cuerpo mientras los ojos que deberían hallarse en la mitad de la cara –norma canónica que es fundamental para que exista euritmia en el retrato- fueron ubicados demasiado arriba denotando la falta de conocimientos académicos para el dibujo y la pintura de la figura humana, en el autor de la barbarie, amén de que en esta figura nótanse las condiciones de pésimo dibujante, lo cual es la causa para que todo lo que realiza este inútil pintor sea digno de espanto ad infinitum.


Ex ungue leonem, hay algunos detalles que pruébannos superlativamente la incapacidad del autor de estas barbaridades para pintar la figura humana. Ad effectum videndi, uno de ellos es que no sabe usar los grises en el encarne de las personas a las que quiso pintar. Cuando desconócese la utilización del negro en el retrato ensúciase la sombra natural que debe tener la vera effigies de quienquiera que fuese. Esto revélase en todas las imágenes de esta obra monstruosa que espeluznó a nuestro amado papa Francisco. Exempli gratia, en el horroroso retrato de Rosa Pulla, la extinta fundadora del Pase del Niño, mírase la incapacidad para realizar un buen encarne y -al no manejar la luz y la sombra dentro de la pintura- procedióse a delinear los dientes de la retratada con esfero, o quizás con marcador o estilógrafo, de esos que el autor utiliza para sus tristes trabajos de caligrafía, haciendo notar –desde la crítica de arte- que el inhábil retratista tiene incapacidad para resolver las sombras naturales que solo un talentoso y experto pintor puede hacerlo cuando enfréntase vis a vis para pintar la figura humana in veritatis splendor. Igual cosa nótase en los escorzos que nunca son bien resueltos en este espantoso libro que ofende al arte in aeternum.



Tanto es así, que los entendidos en arte pueden afirmar que esta es una de las aristas por las cuales puédese deducir que el malhadado autor de estas bárbaras obras no solo es un pésimo pintor sino además alguien que hace presumir, a los artífices de la plástica local, que quizás calca las fotografías que le sirven como modelo de sus espantosos retratos y luego piérdese en los fondos de las pinturas por no conocer cómo resolver el claroscuro y por la torpeza para lograr una buena cromática y consecuentemente una apropiada perspectiva y dominio de los aspectos compositivos de las cosas que arriésgase audazmente a pintar.


Los ojos de los retratados son también otros aspectos en los que revélase la inutilidad para el dibujo y la pintura, pues estos nunca tienen cromática, ni luz ni profundidad, elementos que prodigan vida a los retratos en los buenos artistas, a punto tal que ni siquiera puédeselos dibujar correctamente, cum diligentia, ora porque aparecen virolos, ora porque simulan estrabismo en los personajes, ora por desproporcionados, deformes y torcidos, por lo que débese inferir un corolario que subsume la clave para tener éxito en la retratística, in universa terra, regla que la copiamos ad litteram: «Si los ojos están pésimamente pintados la obra húndese en el abismo del estrepitoso fracaso».



Y en cuanto a la técnica habremos de decir que el autor de esta obra infame no conoce cómo aprovechar la versatilidad y la pastosidad del óleo, como material idóneo para trabajar sobre el cuero de borrego, diluyéndolo demasiado y provocando un espantoso efecto que sorprende «a ojos vista» cuando mírase cómo el óleo es desperdiciado en sus más esenciales atributos en todas las obras que integran este libro que espantó al papa santo in Roma aeternam.



Y si la capacidad para manejar la figura humana es nula ni qué decir tiene de la inhabilidad para graficar objetos icónicos de la urbe como esta iglesia del Santo Cenáculo realizada con un dibujo pletórico de errores compositivos y falto de perspectiva, resultando un gráfico desproporcionado y asimétrico ad infinitum, de líneas discordantes y desfiguradas, horrible a más no poder, más allá de que el ángel de la estrella es causa de vergüenza ajena lo que denota en conjunto una falta de dotes para las artes plásticas que confírmanos la sabiduría del milenario apotegma latino: «Quod natura non dat Salamanca non prestat/ Lo que natura no da Salamanca no lo presta».


Quid pro quo, la farragosa forma de redactar algunos de los artículos del libro que analizamos, junto a las frases irracionales, abstrusas e hilarantes que hállanse dentro de él hácennos reír dentibus albis, como en el siguiente caso que lo copiamos ex integro: «…luego, con una sonrisa generosa llenó mis manos de este paraíso de dulce inocencia» (pág. 10), más allá de la serie de cosas mal concebidas como la siguiente, en donde no púdose discriminar un evento del mundo cristiano confundiéndolo con un hito de la humanidad entera. Lo copiamos ad peddem litterae: «La Natividad de Nuestro Señor Jesucristo es un acontecimiento de profunda fe religiosa para toda la humanidad…». Ni qué decir tiene de los errores ortográficos que encuéntranse en toda la obra, la falta de una adecuada sintaxis, la ausencia de precisión semántica, las confusiones para el uso de las mayúsculas, las horrorosas redundancias y los constantes traspiés en la escritura de muchas palabras caligrafiadas, algunas con borrones que nótanse al quedar espacios o huecos entre las letras de determinadas palabras, errores todos que no habremos de considerarlos como peccata minuta, pues son abundantes y deshonran a nuestra maravillosa lengua de Castilla, mientras en la página de créditos de esta terrorífica publicación escribieron: Artes y caligrafiado, cuando lo correcto era decir: Artes y caligrafía, pues caligrafiado no es un sustantivo para nombrar a la penosa labor que ha realizado la familia Machado en esta oprobiosa obra bibliográfica que ultraja a Cuenca y al arte in mundum universum.



Pero en esta tremebunda publicación invitóse como pluma prestada, como si Cuenca no tuviese historiadores para escribir del Pase del Niño, a César Alarcón Costa, quien –al parecer- con irresponsabilidad y falta de acuciosidad investigativa escribe ad verecundiam algunos inaceptables dislates y absurdas falsedades como las siguientes, que transcribímoslas in honorem veritatis: «En 1931 se instituyó el Pase del Niño Rey, que iba desde el templo del Cenáculo hasta la iglesia de San Blas y contaba con gran afluencia de niños vestidos con trajes de ángeles, mayorales y otros personajes. Según se sabe la escultura la trajo un soldado desconocido y la entregó a una vendedora de comida; ésta a su vez la regaló a la señora Jesús Palacios y por último esta señora la donó al templo del Cenáculo, en donde actualmente se venera».


Esto no es verdad, con todo el respeto que se merece Alarcón Costa, pues el llamado «Niño Rey» nada tiene que ver con la tal señora Jesús Palacios ni es verdad que esta imagen la haya donado al templo del Santo Cenáculo en donde jamás ha venerádosela. El Niño Jesús que existe en esta iglesia es una réplica del Niño de Praga, el cual jamás ha sido objeto de pases ni procesiones in urbe nostra, mientras que tampoco es verdad que el pase del Niño Rey recorra desde el Santo Cenáculo hasta San Blas, pues el recorrido es al revés: comienza en San Blas y concluye en el Cenáculo, cada 5 de enero, in vesperas Sancta Epiphania. Pero ahí no queda la cosa con Alarcón Costa, pues el pase del Niño Rey relaciónase in historia nostra con la familia Lupercio, que es la mantenedora de esta tradición y la dueña de la imagen que jamás ha sido venerada en el Santo Cenáculo hasta los actuales días ad initium tertio millenio.




Mas Alarcón Costa incurre, ad absurdum, en otra contradicción cuando dice en el siguiente parágrafo de la página 50, de verbo ad verbum: «Doña América Moreno se distinguió como prioste principal del Niño Rey. Según la crónica de Adolfo Parra Moreno, por más de medio siglo ella ha mantenido su dedicación al tradicional pase, que lo inició cuando muy jovencita cambió al niño por apenas cinco sucres y luego de hacerla bendecir, le pasó una misita y brindó un café a quienes acompañaron».


Ex admirationem, esto es digno de oprobio, puesto que no puédese entender ¿cómo es que el Niño Rey, por una parte, apareció de manos de un soldado desconocido que regálalo a una vendedora de comida que, a su vez, traspásalo a Jesús Palacios y, post factum, ésta dónalo al Santo Cenáculo, mientras, ex contradictionem, por otro lado, América Moreno compra al Niño Rey por cinco sucres y conviértese en la principal prioste del pase por más de 50 años? La falta de rigor académico en la investigación de César Alarcón Costa, quien funge de historiador patrio, manda su prestigio al abismo de las huestes infernales y así hemos de ratificar lo dicho ut supra: El Niño Rey es propiedad de la familia Lupercio ab aeterno y jamás ha pasado a otras manos hasta los actuales días, siendo su pase, cada 5 de enero, uno de los más importantes en la capital de la morlaquía desde San Blas hasta el Santo Cenáculo, por lo que las cosas que escribieron en este terrible libro constituyen, desde el mundo de las letras, un atropello en contra de la historia.


Gerardo Abelardo Machado

Y así, consummatum est, esta obra constituye un trabajo de dudosa credibilidad por haber pedido prestada una pluma foránea nada competente para historiar el Pase del Niño, mientras los dibujos y pinturas que mancillan al arte, ultrajan a Cuenca y espantaron al papa son de autoría de Gerardo Abelardo Machado. Por su parte, la patoja caligrafía plagada de borrones es de José Luis Espinosa Toral, yerno de Abelardo, y con esta barbarie los cuencanos tenemos una nueva burla a nuestra inteligencia en la capital de la morlaquía, super flumina Tomebamba in honorem invencibilis stultitia.




Ergo, por eso, ante semejante adefesio, ni los nietos del autor salváronse de ser pintados correctamente, pues en esta imagen nótanse los errores crasos por los que este libro es una infamia cuando tanto las manos como los ojos son terribles y representan la punta del ovillo para deshilvanar todos los detalles por los que las obras de Abelardo son una tragedia in conchensis urbe. Deberíamos recordar, entonces, una vez más, el sabio dicho popular de nuestra maravillosa lengua de Castilla que dice: «Son más tontos que el maestro de Siruela, que no sabía leer y puso escuela». Mas este libro es verdaderamente HORRIBILIS y supremamente TERRIBILIS, pues representa una insólita infamia que véndese como un combo, con un disco incluido de villancicos cantados con voces destempladas por María Paz Machado, hija de Abelardo, pues es tal como si todo quedárase en familia. Por el atentado a la cultura que esta publicación representa es pertinente elevar una voz de protesta, desde este espacio de crítica y opinión cultural, in honorem Conchae et adversas ignorantia et stultitia in communitate nostra.



Eliana viuda de Arce

Es sorprendente que una obra que no es para nada un aporte a la cultura haya sido apoyada por la I. Municipalidad de Cuenca, en cuya Dirección Municipal de Cultura, manejada por la señora doña Eliana viuda de Arce, al parecer no se tuvo la sensatez para discriminar que un libro de este calibre que espantó al papa Francisco es per se una vergüenza urbi et orbi y un atentado al arte y la cultura ad futuram rei memoriam, mientras las empresas privadas que han puesto también su parte como financistas de la barbarie resultaron sorprendidas con esta infamia disfrazada de arte y cultura adversas intelligentia et sensus comunis.


Si por esta crítica que reivindica a Cuenca, urbe semper amata et intemerata, volviese yo a ser objeto de amenazas por parte del autor de la barbarie, la Fiscalía deberá tomar acciones para sancionar estos comportamientos vulgares, ramplones y palurdos, pues la experiencia nos confirma que sólo los pelafustanes o canallas creen que la ignorancia ocúltasela con la fuerza bruta y el argumentum baculinum adversas intelligentia et sapientia.

Declaro que esta protesta pública solo tiene la intención de defender a Cuenca, «Patrimonio Cultural de la Humanidad», y ha sido realizada con «animus corrigendi», en defensa de nuestra hermosa lengua de Castilla, de la historia, del arte y el prestigio cultural de la capital de la morlaquía, pues es menester manifestar, cum bona diagnosis, altivo rechazo a publicaciones mal hechas y realizadas in communitate nostra.

Diego Demetrio Orellana

Datum Concha, super flumina Tomebamba, mensis aprilis, die III, reparata salute Anno Dominicae Incarnationis MMXVI, Dominica in albis, Anno Misericordiae.

OPINIONES CIUDADANAS

3 comentarios:

  1. Diego Demetrio. Me recuerda a un "angelito", de aquellas imágenes del culto a los niños muertos que supuestamente se van al cielo pero antes de su salida de este mundo son objeto de un culto especial donde sus familiares procuran para su velorio vestirlos con brillos y llenar de adornos el lugar del velorio, compiten en hacer más ostentoso el escenario según el estatus de la familia, pero nada de ello les devuelve la vida, siguen tan muertos como la imagen de ese feo niño dios que nos presentas al comienzo. Abrazo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. MI ESTIMADO AMIGO Y ARTISTA Rafael Ruales: QUIÉN COMO TÚ, CON TU CONOCIMIENTO ARTÍSTICO PARA CALIFICAR DE «FEO NIÑO DIOS» A ESTE HORRIBILIS ET TERRIBILIS REGALO QUE ESPANTÓ AL PAPA FRANCISCO Y QUE ES UNA VERGÜENZA PARA EL ARTE Y UNA INFAMIA PARA LA CULTURA EN LA QUERIDA CUENCA, LA ATENAS DEL ECUADOR, URBIS SEMPER AMATA EX TOTO CORDE. MUCHAS GRACIAS POR TU OPINIÓN, ESTIMADO AMIGO Rafael Ruales. LO MEJOR DEL MUNDO PARA TU EXPOSICIÓN PICTÓRICA EN LA Alianza Francesa de Quito ESTE MIÉRCOLES. SI EL SEÑOR LO DISPONE TE ACOMPAÑARÉ IN CORPORE PRESENTE.

      SALUTEM ET GRATA RECORDATIONEM;

      DIEGO DEMETRIO
      IN DOMINICA IN ALBIS, AD MMXVI

      Eliminar
  2. Quién no sabe que Gerardo Machado es un pésimo artista, una calamidad de pintor. Pobre papa Francisco y qué vergüenza para Cuenca con ese regalo vergonzante en manos del Santo Padre.

    ResponderEliminar