CUENCA DESDE EL AIRE IN VERITATIS SPLENDOR
Diego
Demetrio Orellana
In
excelsis Concha semper admirabilis est/ Cuenca es siempre admirable en las
alturas, tanto hogaño como antaño, y sus preciosas
vistas aéreas muéstrannos su real esplendor y sempiterna hermosura, puesto que
-sorprendente y majestuosa- la urbe levántase sobre una planicie en la que
extiéndese
ad infinitum y revístese de galas en un armonioso paisaje
donde naturaleza y arquitectura son perfectamente complementarias para el deleite
de todos quienes obsérvanla in saecula saeculorum.
Y es que desde cualquier ángulo la urbe es excelsa y su hermosura asómbranos en todo rincón por donde contémplase mayestática, solemne y preciosa ad perpetuam rei memoriam. Ad exemplum, este ángulo captado con exquisito gusto dice mucho de la rara belleza comarcana y la superlativa admiración que prodúcenos la urbe in universa terra.
Ad
effectum viddendi, tal inmortal
belleza pruébannoslo las sorpresivas imágenes que ilustran este ensayo, las
cuales permítennos apreciar ex integro la proverbial lindura del amplio como inmenso espacio
geográfico en donde erígese in crescendo una de las capitales andinas que defínese per se tan majestuosa y soberana, cuanto como exquisita y
donosa en su auténtica belleza, pues «la ciudad cargada de alma» revélase seductora desde el aire, a capite ad
calcem, en el cuarto centenario quincuagésimo
noveno aniversario de su castizo natalicio in patria
aequatorianae.
Siendo como es un inmenso valle surcado
por cuatro ríos, el privilegiado espacio que la naturaleza obsequió -a la
antiquísima Guapdondélig- es como un precinto de infinitos límites que piérdese
ad
orientem -en el natural horizonte de la también vieja
Paucarbamba- sublimando el alma de todos cuantos pueden apreciarla ad
contemplationem nostra in veritatis splendor.
Post
factum, esa bellísima y prístina atmósfera del
valle prehispánico configuróse en la imperial urbe de Tomebamba para erigirse, a
nativitate, en la castiza Cuenca nacida como ciudad gemela
de la Cuenca hispana, urbe homónima par excellence, por expreso deseo e imperativo mandato de Andrés Hurtado de
Mendoza, virrey del Perú, quien hizo que la andina Cuenca fuese la única urbe
que no naciese como villa, el 12 de abril de 1557, sino como «Muy Noble y Muy Leal» ciudad
castellana en los extensos dominios que habrían de conformar, in diebus
illis/ por aquellos días, a la
Real Audiencia de Quito creada justamente desde el año del Señor de 1563.
Sub
specie aeternitatis, las campiñas
cuencanas atrápannos la atención para proferir –con
apodíctica certeza- las más bellas
descripciones que inspíranos la mente, al momento de definir este dichoso suelo
pródigo de belleza y gracias, tal como hiciéronlo in aeternum eminentes pensadores y hombres de pluma que encantáronse
de Cuenca para escribir inmortales testimonios que brillan in
perpetuum para seguir amando a la capital azuaya ex tota
fortitudine.
Y es que, en todas las épocas de la
historia, quienes por estos lares han pernoctado termináronse enamorando de
Cuenca puesto que, ex admirationem,
contemplando desde la altura el providencial espacio geográfico de la urbe mil
veces amada embelesáronse de profundis con el paisaje cuencano para exclamar preciosas cosas ex tota
veritas…
Así, ad exemplum, el P. Juan de Velasco, S.J, decía con apodíctica
certidumbre ad
litteram: «Si hubiera de
estar a los relatos fabulosos de algunos escritores que quisieran poner el Edén
en algunas pintorescas regiones de América, me tentaría a colocar el paraíso
terrestre en la provincia de Cuenca...».
In
illo tempore/ En aquel tiempo, estábamos
ya en el siglo XVIII cuando el egregio y benemérito jesuita, P. Velasco,
escribía la historia del Reino de Quito. Era el siglo de las luces y nuestra
urbe descollábase ya como una destacada ciudad de la Real Audiencia, mientras su
peculiar hermosura era, tanto como hoy, el atributo esencial de su vera effigies.
Una centuria atrás de este suceso, in honorem
veritatis, uno de los cronistas de las Indias, el
Padre Bernabé Cobo, opinaba -por su parte- parecidas cosas que dejólas
consignando in
scriptis como testimonio de su admiración por el
valle cuencano. Exactamente, die constituta, en 1635 escribió: «...la ciudad de
Cuenca, tierra tan apacible, que es la templanza del cielo, fertilidad y
hermosura, ninguna le hace ventaja en todo este reino».
In
via veritatis, hasta el sabio Francisco José de Caldas,
quien no fue precisamente halagüeño en las palabras que dedicárale a la urbe
cuencana, escribió -a inicios del siglo XIX- ad perpetuam rei
memoriam: «La ciudad
presenta a mis ojos el espectáculo más grande y una naturaleza, la más risueña». Lo dicho significa –in puris naturalibus/ en puro estado
natural- que la «ciudad
cargada de alma» fue desde siempre un paraíso de
exquisita belleza, atributo esencial de su identidad andina in patria
nostra.
Y como Cuenca posee un peculiar encanto
que aflora urbi
et orbi para imaginar ipso facto el aire primaveral que invítanos a la contemplación
y el deleite, el excelso historiador de la república y futuro Arzobispo de
Quito, Monseñor Federico González Suárez, cuando radicóse en Cuenca, entre 1872
y 1883, hubo de escribir uno de los más bellos elogios que han dejádose in honorem
Conchae et in hispánica lingua: «...Gil Ramírez Dávalos no podía haber escogido mejor sitio para fundar
la ciudad, que entonces solían llamar nueva Cuenca del Perú... Campos de
primavera son, por cierto, aquellos en los que está edificada Cuenca... Y en
este hermoso valle vive un pueblo que cree en Dios con fervor, ama la paz como
otro ninguno, gusta del trabajo y se complace en ser hospitalario...».
Quod
scripsi, scripsi, las sensibles descripciones
que copiámoslas aquí muéstrannos a Cuenca como una urbe en cuyo rostro descúbrese
una desbordante naturaleza que impacta a todos, ora a los naturales de la
mayestática urbe, ora a los circunstantes que la visitan, ora a los viandantes
que recórrenla super
flumina Tomebamba, mientras su historia remóntase a varios
siglos que parecen petrificarse ab aeterno en sus iglesias, museos y edificaciones patrimoniales que,
mirados desde lo alto, refléjanse inter nos como arquetípicos elementos que representan mudos testigos
de la historia comarcana.
Y es que la sui generis hermosura de Cuenca inúndanos de amor y afecto hasta
las máximas fronteras de lo inefable llevándonos a proferir lo que el corazón
impone, cuando rebosante de espíritu cívico exclama verdad y amor excelso a
todas luces,
pues como dice la Biblia: «Ex
abundantia cordis os loquitur/ De la abundancia del corazón habla la boca».
Super
Concha in patria nostra, desde el aire,
una de las vistas más espectaculares de Santa Ana de los Ríos de Cuenca es,
ciertamente, aquella en que contemplámosla verde y luminosa junto al río
Tomebamba, en el sector más espectacular de El Barranco, ícono paradigmático de
la ciudad amada. Es como para hacer una reminiscencia del inmortal García Lorca
con sus famosos versos en nuestra encantadora lengua de Castilla: «verde que
te quiero verde/ verde viento, verdes ramas…» en un prodigioso espacio natural que, desde antaño,
inspiró a los bardos de la morlaquía para crear exquisita poesía en el parnaso
cuencano. No de otra forma ha de entenderse cómo pudo definir un día, al
emblemático río Tomebamba, el gran poeta Manuel María Palacios Bravo, diciendo ex tota
claritas: «Fugaz y eterno
pasa noche y día/ y su pasar cada momento empieza/ fugaz y eterno quién jamás
diría/ que es un río en su trivial llaneza./ Ansiedad que no sabe lo que ansía/
al mismo tiempo que maldice reza/ ya es himno retumbante de alegría/ ya gemido
insistente de tristeza…».
Y ciertamente, desde las alturas, los
ríos cuencanos son como cinturones verdes que llaman la atención para
contemplar exultantes de gozo a la ciudad amada, urbe que encuentra su
identidad natural justamente en sus afluentes y en el agua de la que
copiosamente ha servídose in saecula saeculorum. No por otra cosa llámase ab aeterno: Santa Ana de los Ríos de Cuenca.
Y por todo lo dicho débese decir in nostra
amata lingua latina: «In facie
Conchae lucet sapientia/ En el rostro de Cuenca brilla la sabiduría» ¿Cómo no descubrir así, verbi gratia, el alma cuencana de esta bella imagen aérea en la
perínclita urbe que desbórdase de hermosura para sugerirnos los más lindos
sentimientos de civismo por este amado suelo natalicio al que nos debemos para
engradecerlo con sabiduría desde cada uno de nuestros particulares andariveles
por los que caminamos diem per diem in vita nostra?
¿O cómo no sentir ex admirationem los más lindos pensamientos ante estas imágenes de la epónima catedral de la Inmaculada Concepción, el templo paradigmático que ad futuram rei memoriam define per se a Cuenca, urbe semper amata et nunquam intemerata? La verdad sea dicha: no puede existir personaje alguno in universa terra que no extasíese o deslúmbrese ante el epónimo templo catedralicio de la Atenas del Ecuador in patria nostra.
In splendore magno, las miradas que proyecta el centro histórico de Cuenca, desde el aire, son espectacularmente singulares, ora por los rojizos y cobrizos techos de teja, ora por las bien delimitadas manzanas trazadas en damero, ora por la simetría con la que la vieja Cuenca exhibe urbi et orbi su añeja historia y belleza ad perpetuam rei memoriam.
In splendore magno, las miradas que proyecta el centro histórico de Cuenca, desde el aire, son espectacularmente singulares, ora por los rojizos y cobrizos techos de teja, ora por las bien delimitadas manzanas trazadas en damero, ora por la simetría con la que la vieja Cuenca exhibe urbi et orbi su añeja historia y belleza ad perpetuam rei memoriam.
In naturalis ordinis, es el verdeante corazón del parque «Abdón Calderón» de Cuenca el singular espacio que exulta de gozo en la «Ciudad cargada de alma», desde el sitio mismo en el que Cuenca nació a la vida hispana el 12 de Abril de 1557. Allí, in splendore magno, ocho centenarios árboles de Araucaria excelsa ascienden, in excelsis, en una ortogonal jardinera desde donde despliéganse las camineras del paradigmático rincón citadino para el deleite de una interesante flora que da cuenta de la sempiterna condición de jardín florido que la urbe ha exhibido in historia mundi.
Esta imagen, exempli gratia, evoca un aire peculiar que muestra -desde lo alto de la basílica de la Morenica del Rosario o iglesia de Santo Domingo- a la arquitectura republicana y afrancesada de Cuenca que junto a las edificaciones de acendrado acento castellano conforman todas juntas ese espíritu de la morlaquía que encandila a todos in Concha et in mundum universum.
Sicut
lux veritatis, esta otra imagen de Cuenca
sorprende y encanta, bajando a la tierra sub specie instantis para mirar la profusión de especies vegetales en los parques morlacos, emplazados en un campo fértil para la siembra de hermosos
árboles y plantas, pues –dicha sea la verdad- hasta los especímenes más raros
han adaptádose y desarrolládose en nuestras campiñas a lo largo de los siglos.
Ab
urbe condita, Concha est semper admirabilis pro omnia humani generis/ Desde la
fundación de la ciudad, Cuenca es siempre admirable para todo el género humano.
Y por eso, la ciudad fue llamada un día «Paucarbamba/
Pampa cubierta de flores», nombre que indica junto a «Guapdondelig/ Llano
grande como el cielo», que el valle en
el que fue fundada la ciudad de «Tumipampa» o «Valle del cuchillo» caracterízase sensu stricto por sus verdes y floridas praderas. Sábese, por la
Historia, que antes de la conquista española habían en la zona bellos jardines
con especies autóctonas que eran el encanto de la ciudad incaica. Lo prueban
los arqueólogos y cronistas de Indias, por ejemplo, cuando hablan de los
jardines del Inca del complejo imperial de Pumapungo.
Ab
origine, es el clima primaveral de la ciudad el
que favoreció para que, una vez instalados los españoles, llegaran del Viejo
Mundo nuevos tipos de flores, plantas y árboles que recordaban los jardines
ibéricos. Algunas de estas especies aclimátaronse muy bien provocando que
Cuenca adquiriese, con el correr del tiempo, una biodiversidad impresionante de
árboles y arbustos que hasta hoy es posible apreciarlos ad súmmum.
Et
in excelsis semper, hay imágenes
morlacas que exúltannos de gozo superlativo como ésta, en donde la iglesia de
Las Conceptas confróntase desde lo alto in spiritus et veritas para mostrarnos su mayestática presencia, al
constituir el único templo que –en la morlaquía- posee espadaña, elemento
singular por el que la urbe cuencana, Santa de los Ríos de Cuenca, aseméjase –a símilis- con su homónima urbe conquense, la castellana
Cuenca de España, allende los mares.
Y ni qué decir tiene de esta imagen que
muéstranos la superlativa belleza del espíritu urbano de la morlaquía con la
propia iglesia de Las Conceptas y su convento contemplativo, a decir verdad, el
primero de los monasterios de clausura fundados en Cuenca ad maiorem Dei
gloriam, en el año del Señor de 1599.
Ad
interim, mientras tanto, esta peculiarísima foto
de la urbe cuencana, enfoca otro ángulo del sector de Las Conceptas, con el
llamado Parque de las Monjas, en donde el punto focal es el álamo allí
existente, de la especie Populus nigra, que es uno de los árboles simbólicos de Santa Ana de los
Ríos de Cuenca, pues sus hojas son –en la Heráldica- las panelas de plata que
hállanse en el escudo de armas de la capital de la morlaquía. Una tímida
Moreira exulta de verdor a todas luces, no obstante, para complementar el bello
paisaje en tan peculiar vista urbana de Cuenca, urbe semper amata
usque ad consummationem saeculi.
Admirabilis
semper, en esta otra imagen vemos al barrio de
Santo Domingo, erigido ya desde el instante mismo de la fundación castellana de
Cuenca como uno de los espacios citadinos que, post factum, convertiríase en un punto fundamental de la
historia cuencana con el templo que posee las torres más altas de la urbe y
guarda la cuatricentenaria imagen de la Morenica del Rosario, histórica virgen
a la que los cuencanos amaron y aman toda la vida y a la que otro gran bardo de
la morlaquía, el polifacético Honorato Vázquez Ochoa, conocedor del Castellano
antiguo en el siglo XIX, le dedicó -desde el exilio- sus inmortales versos in antiqua
hispánica lingua: «Morenica mi vecina/ Morenica del
Rosario/ que habedes vuesa morada/ cabe la del desterrado/ desde el Rimac os
envío/ recordacoes e planto».
Igual cosa acontece con esta imagen en
donde apréciase aún el antiguo local en donde funcionó nuestra querida e
inolvidable escuela jesuita de la urbe, el Pensionado «San Francisco de Borja»,
junto a la centenaria iglesia del Santo Cenáculo erigida como símbolo de la
condición de Cuenca como «Ciudad Eucarística», en cuyo frontispicio escribióse una de las más
representativas y bonitas placas de la urbe con el nombre de Cuenca in lingua
latina, la madre nutricia de nuestra
incomparable lengua de Castilla: «SS. Sacramento: Concha poenitens et devota/
Santísimo Sacramento: Cuenca penitente y devota».
Mas el centro histórico de Cuenca es como
una caja de sorpresas por donde quiera que se lo mire in veritatis
splendor. Así, estas imágenes muéstrannos al tradicional parque Miguel León, el cual míraselo como un conjunto de belleza y esplendor, tanto como al Museo
Municipal de Arte Moderno «Luis Crespo Ordóñez» en toda su magnificencia en el
tradicional barrio de San Sebastián, sui generis vértice de la vieja urbe en la barriada que hallábase extra muros
in conchensis urbe.
In
nostra communitate, la histórica
zona que mírase singularis ad summum tanto desde las alturas del aire cuanto
desde lo alto de la historia, a lo largo de los tiempos, hubo de constituirse
en un icónico sitio que remítenos a la Colonia cuando éste era el barrio
occidental de indios, a Seniergues y su tremebundo asesinato en la Cuenca
colonial, a la antigua Plaza de Toros y el fanatismo ibérico que ella provocaba,
o a las guerras de la Independencia cuando la torre de San Sebastián
convirtióse en una especie de fortaleza desde la cual los patriotas lanzaban sus
disparos bajo la comandancia del cura Manuel Ormaza secundum histórica
veritas.
Las vistas aéreas del centro histórico de
Cuenca, «Patrimonio Cultural de la Humanidad», son de veras esplendorosas in veritas
et fidelitas. Cuando las observamos ex aequo podemos inferir el «ánima conchensis» o «alma
cuencana» que descúbrese en una ciudad de vieja solera donde huelga decir: «Magistra
vitae historia est/ La historia es maestra de la vida», pues si Cuenca no guardase ex integro su vigorosa historia no habría de ostentar urbi et
orbi su condición patrimonial pro mundi
beneficio/ para beneficio del mundo.
Y en este viaje aéreo por Santa Ana de los Ríos de Cuenca, la ciudad desbórdase de esplendente belleza incluso por las noches, con su paradigmático ícono arquitectónico que, par excellence, representa la catedral de la Inmaculada Concepción, cuyas cúpulas relucen albicelestes en un brillo de espectacular facha que seduce y encanta de profundis in cordibus nostris.
Y en este viaje aéreo por Santa Ana de los Ríos de Cuenca, la ciudad desbórdase de esplendente belleza incluso por las noches, con su paradigmático ícono arquitectónico que, par excellence, representa la catedral de la Inmaculada Concepción, cuyas cúpulas relucen albicelestes en un brillo de espectacular facha que seduce y encanta de profundis in cordibus nostris.
Pero en este paseo aéreo por Santa Ana de
los Ríos de Cuenca, desde el mundo de las letras, no débese fijar la mirada tan
solo en el casco histórico de la urbe patrimonial. Y así es menester que
miremos a la capital de la morlaquía desde sus ángulos contemporáneos en donde
observámosla esplendente con las nuevas edificaciones que hácenla distinguida in patria
aequatorianae, ora por su cuencanísima arquitectura, ora
por el buen gusto arquitectónico, ora por la admirable conjunción de combinar y
entrelazar paisaje y vivienda en una original belleza ad contemplationem
nostra.
El Hospital José Carrasco Arteaga,
exempli gratia, parece un juguete en donde los autos de su parqueadero
prodìganlo un curioso aspecto propio del mundo lúdico en el cotidiano juego de
los niños e infantes que nos circundan diem per diem in conchensis urbe et
super omnia inter familias.
¿Qué decir, por ejemplo, del barrio del
coliseo mayor de deportes «Ciudad de Cuenca» en donde el deportivo edificio es
como un domo que atrae las miradas ipso facto para contemplar los modernos
barrios occidentales de la Cuenca contemporánea ad initium tertio
millenio?
Y pecado mayor habría de ser, tal vez, si calláramos que la antigua plaza de toros de Cuenca es vista, desde el aire, tal si fuese un juguete especialísimo in urbe nostra, una rueda que simula un teatro o coliseo que pareciera provenir de la Grecia y la Roma inmortales in conchensis urbe, pulcherrima in excelsis ad gloriam aeternam.
¿Y qué no decir, a contrario sensu, de la zona de El Ejido, donde el estadio municipal
«Alejandro Serrano Aguilar» es como el punto de llegada y de partida para que
nuestra mirada extasíese de la belleza cuencana a máxima ad minima en un sector que otrora representaba un verdadero
jardín morlaco pletórico de quintas y haciendas de excelso verdor y naturaleza ad gloriam
Domini?
Iguales bellezas descúbrense en Cuenca
por todos los infinitos recovecos de su modernos espacios que, mirados desde el
aire, sorpréndenos de profundis in cordibus nostris ya por la belleza de la arquitectura moderna, ya por el
colorido de los techos de tejas, ya por la naturaleza siempre vivificante que
exorna todo espacio citadino de la urbe admirabilis et amabilis pro omnia
humani generis.
Ni se diga cuando miramos desde el aire, sustine et
abstine, a las nuevas edificaciones de vivienda
horizontal que convierténse en los íconos de novísimas barriadas residenciales
en donde no sólo viven, inter nos, los propios y naturales habitantes de la capital de la
morlaquía sino también decrépitos extranjeros que vienen del país del norte, en
la edad provecta, queriendo convertir a Cuenca en un gigantesco asilo de
ancianos de norteamericanos que viajan por el mundo sin Dios y sin patria y que
creyendo que viven sin ley búrlanse de nuestra inteligencia riddendo
semper sine sensus vitae et cum terribilis modus actuandi adversas nostra
communitate.
Pero, exceptis
excipiendis, exceptuando lo que haya que exceptuar,
digamos mas bien que las nuevas barriadas de nuestra amada Cuenca hállanse pletóricas
de hermosura, de atracción y de encanto para todos cuantos las observamos con
espíritu contemplativo que llévanos a redescubrir in urbe nostra esa proverbial
belleza por la que esto es un verdadero paraíso en la mitad del mundo et ante
omnia apud flumina Tomebamba.
Y tomando ciertamente como referencia al
río Tomebamba podemos seguir su cauce, en este trepidante viaje aéreo, desde
las alturas, para encontrarnos con muchas más sorpresas en la mágica urbe que
ha sido el leit
motiv de estas reflexiones. Así, ad exemplum, desde el puente de El Centenario el río muéstrase
-aguas arriba y aguas abajo- en ocasiones rebosante de alegría, pues el agua es
bulliciosa y exuberante en la época invernal y escasa o exigua en el estío, sin
que por ello pierda su característica belleza que encandila a todos in corpore
et in anima.
En el trayecto del Tomebamba contémplanse
desde el aire especialísimos sitios que desbórdanse de encanto cuando
enfrentámoslos vis
a vis en sus originales emplazamientos. Ad exemplum, las escalinatas del puente Juana de Oro junto a los
edificios de El Barranco entre los que distínguese la parte posterior del Hotel
Crespo que comparte el espacio con viejas y tradicionales edificaciones que
lamentablemente son irrespetadas ad verecundiam por los aires modernizantes que arrasan per fas et
per nefas en contra del patrimonio cultural de la
urbe.
Y el río en su maravillosa belleza aporta
con múltiples espacios verdes que vuélvense dignos de ser descritos a maxima ad
minima. Uno de ellos es, ciertamente, el Parque
Arqueológico «Pumapungo», de aproximadamente 7 hectáreas, cuyo verdor hace de
la zona un punto singular de Cuenca ad gentes bonae voluntatis.
Et
semper in excelsis super flumina Tomebamba/ Y siempre desde las alturas sobre
el río Tomebamba, en el centro de este especialísimo
lugar de la historia de Cuenca, que guarda los vestigios del palacio de
Tumipamba en el incario, obsérvase también el viejo edificio de nuestro amado
colegio «Rafael Borja», pues este predio fue propiedad de los beneméritos
padres jesuitas, nuestros preceptores de grata memoria in vita nostra, mientras un aire de reminiscencia
ignaciana inunda aún el inolvidable espacio jesuitico que, a similis, parece un claustro junto a las modernas
edificaciones del Museo Pumapungo y los predios en donde míranse los vestigios
incaicos de Pumapungo ab immemoriabili.
Y más allá, entre ríos, traspasando el Tomebamba hacia el Yanuncay fulgurante brilla con iridiscencia la Casa de Chaguarchimbana, como un patrimonial recodo de la Cuenca de los Andes o un sui generis rincón de vieja solera y esplendencia, inter flumina Yanuncay, cual si fuese un relicario de arquitectura, arte y naturaleza ad omnes gentes in mundum universum.
Pero un viaje aéreo por la capital azuaya
no puede excluir a su periferia, donde
las vistas son igualmente asombrosas ex tota fortitudine como pruébanoslo esta foto de la parroquia Baños, uno
de los sitios más turísticos de la morlaquía in aeternum.
La iglesia erígese desde lo alto en un asombroso
paisaje natural que evoca a la paradisíaca Cuenca, mientras la edificación
religiosa, per se, es
como una réplica de la catedral de la Inmaculada Concepción y fue justamente
construida en la década de 1950 cuando, secundum histórica veritas, existió una fiebre azuaya por levantar templos con
cúpulas, elementos arquitectónicos que ciertamente no fueron característicos de
la capital de la morlaquía hasta cuando las tres cúpulas de su magna catedral
levantáronse por completo en la década de 1940 ad Deum qui
laetificat vita nostra.
O estas peculiares imágenes que todavía
permítennos imaginar in stricta veritas que el valle de Cuenca es tan enorme como verde, tan paradisíaco
como espectacular, tan auténtico como hermoso ad consummationem
saeculi. Son, ciertamente, los campos de
primavera de los que hablaba Federico González Suárez, el excelso historiador
de la patria, in
illo tempore habitante de la capital azuaya gratias Deo. Y son también las encantadoras campiñas que
atrajeron ipso facto a los cañaris, a los incas y a los conquistadores hispanos
cuando llegaron, cada cual por su parte, ora para fundar Guapdondelig, ora para
fundar Paucarbamba o Tumipamaba, ora para establecer el asentamiento castellano
de Santa Ana de los Ríos ora para fundar la castellana ciudad de Santa Ana de
los Ríos de Cuenca el lunes santo 12 de abril de 1557 ad gloriam Dei.
Por todo lo manifestado in honorem
Conchae, es menester que digamos pues que todos los
habitantes de la capital de la morlaquía y la gente foránea que la habita o la
visita debemos preciarnos del maravilloso espacio natural y arquitectónico de
la urbe para salvaguardarle, ante omnia, por sobre todas las cosas, con la conciencia cívica de
conservación de una urbe que parece destinada a ser un paraíso para el bienestar
colectivo de las presentes y futuras generaciones ad maiorem Dei
gloriam et solus in nomine Christi.
Esta
es una ocasión especialísima para celebrar los cuatrocientos cincuenta y nueve años
de la fundación castellana de Santa Ana de los Ríos de Cuenca, puesto que, in
stricta iustitia et veritas, el conocimiento y la valoración del
patrimonio natural y cultural de la Atenas del Ecuador contribuye al desarrollo
de valores cívicos en una comunidad que vive siempre ávida de saber y de
cultura. Nadie puede negar que el paisaje urbano de Cuenca es paradisiaco par
excellence y representa el valioso legado de nuestros antepasados.
Hagamos
pues un acto de fe y un compromiso cívico para que esta herencia la entreguemos
intacta a las futuras generaciones. Sólo así podremos entonces decir ab
aeterno: Gustate et vidite quoniam admirabilis est Concha sicut erat in
principio et nunc et semper et in saecula saeculorum / Gustad y ved cuán
admirable es Cuenca como era en el principio, ahora y siempre y por los siglos
de los siglos.
DIEGO DEMETRIO
IN CONCHA, ANNO MISERICORDIAE, MENSIS APRILIS, DIE XII, REPARATA SALUTE ANNO DOMINICAE INCARNATIONIS MMXVI, OCTAVA TERTIA DOMINICA PASCHALIS.
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OPINIONES CIUDADANAS
IN CONCHA, ANNO MISERICORDIAE, MENSIS APRILIS, DIE XII, REPARATA SALUTE ANNO DOMINICAE INCARNATIONIS MMXVI, OCTAVA TERTIA DOMINICA PASCHALIS.
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OPINIONES CIUDADANAS
Diego Demetrio Desde el aire le veo más linda
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