In caritatis via o En el camino de la caridad dígase que una inopinada y monstruosa muerte en el mundo cultural de la morlaquía es motivo de cotilleos y murmuraciones, en estos días, sin que nadie atrévase a proferir un RÉQUIEM para Julio Delgado, paleógrafo que descifraba los infinitos arcanos del pasado en los archivos históricos de la urbe, quien -según afirman los denunciantes- ha autoeliminádose de espeluznante forma sin recibir ningún responso ni muestra alguna de afecto por parte de la sociedad cuencana, a la que sirvió desde una silenciosa labor desempolvando documentos antiguos, frecuentemente al servicio del Cronista Vitalicio de Cuenca, Juan Cordero Íñiguez, quien -según denunciaba el propio difunto- ni siquiera cancelaba con justicia sus honorarios, a fuer de la cicatería y la avaricia in culturalis aspectibus.
Es triste contemplar el drama humano de muchos sujetos que desengañados ante la vida patrinquean frente a ella llegando al autosacrificio, sumidos en un piélago de dolorosas espinas, «in haec lacrimarum valle» o «en este valle de lágrimas», puesto que así es como resultan sus azarosas y tormentosas existencias in communitatis historia. Son muertes de solitarios personajes que parecen vivir olvidados de Dios y de los hombres, en medio de la incuria de sociedades hipócritas que les cierran las puertas, segregándolos o marginándolos en un feroz ostracismo, polarizándolos al inicuo aislamiento en un cruel contexto de verse y sentirse censurados, sojuzgados o simplemente acribillados con las filudas lenguas de una sociedad que vive del maledicente cotilleo en medio de la injuria, el denuesto, el libelo difamador o simplemente el mortífero rumor con el que mátase a la gente ora con la malqueriente difamación o la calumnia, ora con el escarnio de acres filípicas o diatribas infames que lanzadas en ristre -como zahirientes invectivas- pueden ser tan flamígeras o mortíferas como el atroz escalpelo que adora la carne que devora.
Un solidario amigo de Julio Delgado, a quien mantendremos en el anonimato, ab imo pectore, ha dejádonos in scriptis un desgarrador testimonio del drama humano que vivía el paleógrafo, a quien Cuenca no ha sido capaz de reconocer ni con una condolencia en El Mercurio o en las redes sociales in ciberspatium, en homenaje de gratificación a su valioso aporte puesto que los paleógrafos no existen por cientos en la urbe y quienes dedícanse con devoción a estos menesteres no cuéntanse ni siquiera con los dedos de la mano in vita civitatis.
Hablábamos también de los amigos, de los que eran y ya no son, gentes distantes y prejuciosas y otras en cambio intactas y amables. Yo lo conocí hace muchos años atrás, él se juntaba con un grupo grande de jóvenes universitarios contemporáneos de su tiempo, que gustaban y hacían música; era un grupo inquieto y solidario pero siempre se rodeaban de alcohol y él tuvo un serio problema de alcoholismo; parecía irrecuperable; eso lo llevó al abandono y soledad propio de los alcohólicos.
Casi siempre lo veía solo por lo que me acercaba discretamente a saludarlo sorprendiéndome verle muy sobrio, guardando una cordialidad a mi persona. Esos gestos, por lo general, yo los dedico a muchos como él, los olvidados de la tierra. Las dos últimas veces que nos encontramos me contó que su salud estaba muy deteriorada, con un problema muscular y de agotamientos, fatigas. Hablábamos de las vacunas y él como yo teníamos muchas sospechas…
Vaya en estas líneas, IN MEMORIAM, una reflexión que aunque pudiérasela sentir acre y cuestionadora lleva per se el «sensus veritatis» o «sentido de la verdad» que la sociedad cuencana evita confrontar in dignitatis honorem. No es el primer caso de un ser al que la gente somete a la incuria con ingratitud malsana apud flumina Tomebamba. Ha habido en nuestra citadina historia otros ejemplos de valiosos personajes que fueron confinados a las tormentosas aguas del olvido, el desprecio y la marginación in iniquitatis via. Solo recordemos a Dolores Veintemilla de Galindo, a Luis Toro Moreno, a César Dávila Andrade o a Efendi Carpio Bermeo y habremos de consensuar, in veritatis honorem, que nuestra sociedad es cruel hasta las fronteras de la impiedad con inestimables seres que no son justipreciados en su real medida por sus valiosos y proficuos aportes a la cultura y a la historia in civitatis historia. Requiescat in pace ad vitam aeternam, dilecte Julius Delgado in amabilis amicitia semper vera et super omnia in via fraternitatis inter nos in culturalis aspectibus ab intra communitatis.
Abogado Diego Demetrio Orellana
Datum Conchae, mensis iunii, die octavo supra decimus, reparata salute Anno Dominicae Incarnationis MMXXV, in vesperas solemnitate Corpus Christi.