Ad vitam aeternam, sin mayores estrépitos, estertores o bullanguerías un amigo de inconfundible presencia ha partido al más allá dejándonos una luminiscente estela de eternales destellos a todos quienes tuvimos el agrado de conocerlo, puesto que la calidad humana de Javier Izco no puede dejársela de percibir, ora como un ser humano de raras cualidades y virtudes, ora como un fraternal amigo de gratos compartimentos y vivencias en este rudo transitar de la existencia.
Y es por ello que el alma contrístase, aterida de la gélida ausencia de quien era «casa llena» en cada momento en que túvose la dicha de deleitarnos con su compañía. Y es eso lo que la memoria evoca con su fúlgido recuerdo en las obras de misericordia que era capaz de hacerlas silenciosamente para favorecer al desvalido, in via caritatis, dando de comer al hambriento o vistiendo al desnudo, dando de beber al sediento o consolando al triste con palabras de vida con las que encandilaba a las almas más tibias que, gracias a su fuerte espiritualidad, proyectábanse luego al mundo para resurgir cual ave fénix y recuperar el amor propio, motor indispensable de la vida.
Y el quererse y saberse seguro de su misión humanista era lo que más admirábamos en esta egregia figura de amigo sincero, para quien la lealtad era el principal atributo de su nobleza de alma y a quien disgustábanle ad summum las diarias o cotidianas hipocresías y felonías que encuéntranse, a cada paso, en este truculento escenario social donde toda sinceridad tiene cara de cinismo. Por eso, la doblez jamás estaba presente en su vigorosa personalidad y sus ojos, dulces y apacibles, así lo confirmaban cuando conversaba cual sabio anciano que tenía mucho para compartir como apóstol del servicio que lleva en sus palabras la miel que edulcora la hiel de la existencia a fin de encontrar su «sensus vero» o «sentido verdadero».
Y ante la orfandad que siéntese en estos momentos en que Javier Izco ha
partido a la Casa del Padre su imagen de abuelo bonachón y fortachón reaparece
rediviva rememorando -con apodíctica
certeza- que la risa era el infalible remedio para las humanas dolencias
que experimentamos en el sinuoso trajín del peregrinaje humano, pues a mucha
honra, en medio de tantas incertidumbres, Javier era un ser con un finísimo
sentido del humor a través de su bonhomía. No de otro modo era siempre
jacarandoso, chistoso, a veces zahiriente y cáustico, con la exquisita ironía
de quien aprendió que el humor es como una especie de «via laetitiae» o «camino de la alegría» para vivir intensamente todos los
instantes que enfrentamos «in
hac lacrimarum valle» o «en este valle de lágrimas».
Hasta el dolor más profundo que acongoja, la herida más dolorosa, la tragicomedia
más espantosa o la traición más horrorosa eran paliadas con el infalible
recurso de la humorística risa con la
que este cálido amigo endulzaba los momentos con él compartidos en un jolgorio
de complicidades insólitas «in
via fraternitatis» o «en el camino de la fraternidad» y así cualquier personaje que, ríspido y
huraño, no estuviere dispuesto a sonreír terminaba seducido por las grandes
habilidades de Javier para reír y gozar encontrando sentido a la existencia, a
fin de saborear con entereza el plato fuerte de la más trepidante tragedia in
vita nostra.
Chispeante y ocurrido, saleroso y distendido, chusco y chancero hemos de recordar in perpetuum a nuestro amigo Javier, quien ahora que ha partido a la Casa del Padre aún tendrá seguramente la donosa y festiva simpatía en el paraíso donde el Señor de la Verdad habrá llevádolo como un «ángelus lucis» o «ángel de luz» en el eterno reino de la alegría desde donde su resplandor irrádiase relampagueante a fin de sentirlo presente cual alma noble que acompáñanos en el tráfago de la existencia con sus ocurrencias, picardías, gracejos y sutilezas que evócannos a su vivificante memoria.
Ad concludendi, dígase
en consecuencia que su silueta risueña y halagüeña, así como su misericordioso modus
actuandi habrán de rememorarse eternamente in vita communitatis como
un «exemplum vitae» o «ejemplo
de vida» ad
gloriam aeternam in amicitia semper amabilis inter nos.
Diego Demetrio Orellana
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