martes, 12 de abril de 2011

OSMARA DE LEÓN: UNA SINGULAR DAMA DE LA MORLAQUÍA



OSMARA DE LEÓN: UNA SINGULAR DAMA DE LA MORLAQUÍA
Por: Diego Demetrio Orellana

Todos los habitantes de la morlaquía la conocen y la consideran como una cuencana de alma, vida y corazón. Es Osmara de León, la bailarina de los pies desnudos, como alguien la llamó alguna vez. Acaba de partir a la Casa del Padre en la madrugada del 9 de abril, en vísperas del V Domingo de Cuaresma del año del Señor de 2011. Su sentida muerte deja en luto eterno a Santa Ana de los Ríos de Cuenca, urbe adoptiva de esta excepcional mujer de larga y rubia cabellera, de piel blanca y labios siempre coloreados de rojo intenso, a la cual es justo y necesario rendirle un homenaje de admiración, respeto y gratitud por su gran labor cultural para la «Atenas del Ecuador», pues su existencia ha sido un apostolado a favor de la danza, área en la que tiene el privilegio y el mérito de ser pionera e iniciadora de la actividad en la capital de la morlaquía, constantemente amada por ella, in honorem artis.

Santa Ana de los Ríos de Cuenca - Ecuador

Su figura era inconfundible desde todo punto de vista, pues sus características esenciales la hacían dueña de una sorprendente personalidad, ya que era de aquellos personajes de porte distinguido que brillan con luz propia e irradian respeto desde toda perspectiva, mucho más cuando era un privilegio contar con su amistad, pues Osmara rendía tributo a la lealtad y apreciaba a las personas reconociendo sus valores y cualidades, ante omnia, por sobre todas las cosas.

Lo que más llamaba la atención, para quien tenía la oportunidad de escucharla, era su sonrisa siempre inherente a su persona, junto a su voz meliflua y melodiosa, con fuerte y acendrado acento español, mientras irradiaba bondad y sencillez e incitaba una delicada ternura debido a su extremada sensibilidad, que le permitía captar, in extremis, las cosas más profundas de la vida. Despierta y vivaz, de conversación agradable, ocurrida y chispeante, sus coloquios eran capaces de terminar en risas, destacándose una hermosa manera de reírse de todo lo que era capaz de producir hilaridad.

Capilla ardiente in memoriam Osmara de León, Cuenca - Ecuador

Eterna caminante por las calles de la urbe, su ruta diaria era el trayecto que iba desde su casa, en la calle Luis Cordero, entre Gaspar Sangurima y Vega Muñoz, hasta el Conservatorio de Música «José María Rodríguez», centro de su actividad cultural, luego a la estación radial de Ondas Azuayas, sitio en donde desarrollaba una importante labor comunicacional. Y así, diem per diem, era común encontrarla en su cotidiano recorrido y compartir unos instantes con su amable compañía. También, una ruta común que la seguía con particular devoción era su peregrinación a la iglesia de María Auxiliadora, templo a donde acudía con frecuencia para escuchar la Santa Misa, pues sus sentimientos religiosos eran fuertes como ciudadana católica, apostólica y romana.

Su verdadero nombre era Carmen Estrella Villamana Bretos y nació en La Habana (Cuba), el 16 de julio de 1928. Era hija de una pareja de españoles cuyos nombres de pila tenían como patrono a San Antonio de Padua, pues habían sido bautizados como Antonio Villamana y Antonia Bretos. Dicen que la madre era una cantante con voz de ópera, aunque nunca se dedicó al arte; mas el destino -que tiene siempre insondables misterios- habría de hacer que la hija de este matrimonio descollara como una destacada bailarina de danza clásica y ballet, la cual tenía para sí múltiples talentos, entre los que sobresalían, exceptis excipiendis, sus grandes capacidades para la ejecución del piano, su sensibilidad para coger la pluma y sus innatas condiciones para el teatro, cualidades que complementaban la principal actividad a la que dedicó su vida: la danza.

Siendo niña, se radicó con sus padres en Zaragoza y Barcelona y, a fortiori, su cultura hispana la tenía profundamente marcada de maxima ad minima. Mas los inicios de su carrera artística hubieron de partir en México, lugar en donde acuñó el nombre artístico de Osmara. Se dice que un periodista italiano le dijo alguna vez que su nombre de pila daba la idea de castañuelas y gitanas y que no iba con su baile exótico. Por ello, buscó un nombre artístico que se convertiría, post factum, en su carta de presentación para toda la vida. Uno de sus ídolos en la danza era la bailarina estadounidense, Isadora Duncan (1877 – 1927), cuyo estilo de baile lo adoptó, pues estaba inspirado en la Grecia clásica y dejaba adivinar el cuerpo, entreviendo las piernas desnudas y los pies descalzos, vistiendo el tutú en el ballet clásico.

Isadora Duncan (1877 - 1927)

Así brilló en varios escenarios de México, Cuba, España, Venezuela, Argentina y Estados Unidos. Al Ecuador llegó en el Carnaval del año del Señor de 1951, en una gira como solista de danza. Sin embargo, jamás imaginó que en estos lares habría de quedarse, in æternum, debido a que se enamoró del afamado pintor cuencano Ricardo León Argudo, hoy en la eternidad, quien asistió a su primer espectáculo en Guayaquil. Se casaron en Quito y Osmara interrumpió su gira que debía de terminar en Venezuela y México.

Llegó a Cuenca, urbe en donde vivía Ricardo, la cual le embelesó hasta los límites del paroxismo y se convirtió, mutatis mutandis, en su patria adoptiva, aprendiendo a amarla con un admirable espíritu cívico, virtud que la hace una valiosa ciudadana y sensible mujer. Quizás por ello, Osmara solía decir siempre, en sus entrevistas: «Me enamoré de Cuenca y de mi esposo, de este valle privilegiado diferente a toda América».

Obra paradigmática de Ricardo León Argudo

Su presencia en la urbe no fue fácil si se ha de considerar la serie de penalidades que tuvo que sufrir a causa de su actividad: la danza. Parecía que la ciudad no estaba preparada para aceptar a una mujer extranjera enseñando danza clásica a las niñas y señoritas de la morlaquía, debido a la fuerte preponderancia de los prejuicios religiosos de una sociedad en la que todavía, a cuestas, la Iglesia Católica Romana ejercía una todopoderosa influencia como para no aceptar, in libertas et ratio, una labor de esa naturaleza.

La primera academia de danza de Osmara se llamaba «Semblanzas Morlacas» y su esposo le pintaba los escenarios para las presentaciones de fin de curso. Con 25 alumnos, entre los que estaban cinco músicos y 20 bailarinas, ganó un concurso nacional que la catapultó al Congreso Hotelero en Miami. Esa fue la primera aparición de Osmara representando al Ecuador y ganando el tercer lugar en el año de 1952.

A pesar de ello, los comentarios que circulaban en Cuenca frente a la pionera labor de Osmara son dignos de constar en el Libro de los Guiness. Ad exemplum, se decía que ella había venido a traer un adelanto que iba a producir una desmoralización en la juventud y que el ejercicio del ballet era peligroso, pues afectaba incluso a la virginidad de las muchachas.

Iglesia del Santo Cenáculo, centro de la actividad pastoral del P. Aurelio Aulestia, S.J.

Uno de los más adversos opositores a Osmara fue el reverendo padre Aurelio Aulestia, S.J., de la Compañía de Jesús, quien era párroco de la iglesia del Santo Cenáculo y editaba hojas volantes en contra de la bailarina. El fanático religioso jesuita iba por las casas cuencanas llevando a la imagen de la Dolorosa del Colegio «San Gabriel» y, ab irato, se presentaba diciendo: «Vengo a hablar en nombre de la Dolorosa, su hija está en la escuela de danza de Osmara; por favor, sáquela de allí…».

Aunque parezca un asunto de Rippley, muchas niñas fueron retiradas de la escuela de danza. Osmara contaba siempre que «la Iglesia iba a excomulgarla por considerar que su baile era inmoral, que atentaba contra la integridad y la salud de las niñas». Así, 41 estudiantes fueron retiradas de su academia pero su pasión por la danza no fue amilanada en grado sumo. Su esposo, el pintor Ricardo León Argudo, la animó a seguir con la tarea y ergo, subvencionaba de su bolsillo el funcionamiento de la actividad. Él ha sido la razón de su vida y la causa por la que se quedó para siempre en esta ciudad. Y mientras vivió, el amado esposo representó el gran soporte para la labor cultural que ha desarrollado desde hace más de cinco décadas.

Contra viento y marea, la enseñanza de la danza y el ballet continuó, de vehementi, y anualmente presentaba un precioso espectáculo de las danzas de su escuela. La bailarina estaba siempre convencida «que lo nuevo siempre causa resistencia» y así, con mente amplia y tenacidad, siguió adelante con su pionera labor, a pesar de haberse quedado con apenas nueve niñas, entre las cuales estaban esmeradas alumnas que no dieron su brazo a torcer y permanecieron firmes en la escuela. Entre ellas, cabe mencionar a Lía y Gladys Arias, hijas de Esther de Arias; Ruth Galarza Gómez, hija de Rosario Gómez, una de las personas que más la apoyó, de manera incondicional, incluso acompañándola adonde el obispo de la Diócesis, quien se había unido a la campaña en contra de ella.

Era pues, Obispo de Cuenca, in illo tempore, Daniel Hermida Ortega y, lleno de fanatismo y pasión enfermiza, había enviado una carta pastoral a las iglesias cuencanas para advertir que la danza era pecaminosa, pues en su calidad de nonagenario no podía comprender esta labor cultural y creía que las niñas que, en los espectáculos de Osmara, se vestían con telas transparentes, mostrando las piernas, no debían matricularse en la escuela de danza creada por ella, mientras había lanzado anatemas en contra de Osmara para excomulgarla de la Iglesia.

El hecho es singular, pues Osmara contaba que, a fin de aclarar el asunto, fue a la Curia para hablar con el obispo, ad efectum viddendi, portando un certificado médico de un connotado galeno de la urbe, en el que se manifestaba que la danza y el ballet no eran peligrosos para la virginidad de las niñas.

Ingresó a la casa episcopal en compañía de las dos amigas solidarias nombradas arriba y, cuando ingresaban al despacho de Hermida, Osmara decidió prudentemente no presentarse ante el purpurado para que no se asustase, no así sus amigas, una de las cuales llevaba una blusa de manga corta.

Cuando una de las damas le manifestó que venían a hablar sobre Osmara de León, el anciano obispo –al escuchar tal nombre- levantó su bastón y la expulsó de su despacho episcopal manifestando que «para venir a hablar con un representante del Señor se viene mucho más discreta y modestamente vestida».

Los prejuicios eran de tal magnitud que en las escuelas y colegios se ponían letreros que manifestaban que «la señorita o niña que esté matriculada en la escuela de danza de Osmara no tiene cabida aquí y no tiene matrícula».

La anécdota no sería completa sin precisar que, previo al incidente con el obispo Hermida, Osmara habló con Miguel Cordero Crespo, Vicario de la Diócesis, el cual tuvo un trato más cordial, pero en cuanto a los prejuicios era similar al purpurado, llegando a sugerirle que si Osmara llegara a volver a enseñar la danza, que no volviera a hacer eso de mostrar las piernas de las niñas. Sugirió además que las alumnas deben utilizar túnicas largas y nada transparentes y que no debían alzar las piernas.

Obviamente, Osmara no podía seguir esas sugerencias y manifestó al Vicario, in veritas semper fidelis, que no podía ofrecerle cambiar las técnicas de la danza en algo ridículo y su actividad continuó hacia adelante, pues la destacada bailarina solía decir convencida que «si uno sabe que va por el camino recto y que los demás no lo saben, hay que enseñarles a que conozcan y esa fue mi meta y mi lema».

Cuenca - Ecuador, S.A.

Pero lo que no pudieron los prejuicios de la morlaquía casi lo logra el fallecimiento de su madre, en el año del Señor de 1959, hecho que la dejó triste y la alejó de la danza y el ballet por algún tiempo. Para motivarla, el entonces rector de la Universidad de Cuenca, Carlos Cueva Tamariz, le pidió que abriera una escuela de danza en 1962 y así, pro mundi beneficio, fue la gestora de la creación de la Escuela de Danza del Conservatorio de Música «José María Rodríguez», lugar en donde fue por décadas maestra de ballet clásico y en los últimos cinco años solo en teoría.

Otra de las facetas de Osmara fue la comunicación, la cual la ejerció desde que llegó a Cuenca. Empezó con cuñas publicitarias en emisoras como La Voz del Tomebamba, Radio Popular Independiente y Radio Hermig. Después, hizo radionovelas y radioteatro. La obra que recordaba con especial predilección era «El fantasma» porque hicieron capítulos en vivo, in situ, con efectos y público en la emisora Ondas Azuayas. Después, se involucró como presentadora de noticias y programas culturales en la misma estación radial, en donde tenía una radiorevista que la mantenía con una admirable devoción hasta octubre del año del Señor de 2010. Asimismo, desplegó una importante actividad en la televisión, en donde fue también pionera como destacada presentadora de programas televisivos.

Entre los reconocimientos recibidos a lo largo de su vida están: las preseas Vicente Rocafuerte y Fray Vicente Solano, al mérito educacional, laboral y artístico. El 12 de abril del año 2011 estaba por recibir la presea «Santa Ana de los Ríos de Cuenca», pero la muerte se la adelantó tres días antes del homenaje.

Por todo ello, la ciudad le debe a ella el desarrollo de la danza clásica, así como del ballet y hoy, ad initium tertio millenio, Osmara de León es un personaje respetado de la urbe, a la cual ha entregado sus mejores energías y desvelos. Requiescat in pacem.

Diego Demetrio Orellana

In Concha, apud flumina Tomebamba, ad initium mensis aprilis, die X, reparate salute Anno Dominicae Incarnationis bismillesimus decimus ac primus, in vesperas V Dominica Quadragesima.

REINA HERMOSA DE FUENTES Y FLORES

Por: Osmara de León

Artículo escrito por la egregia bailarina, para la revista «Tres de Noviembre», edición No. 169, noviembre de 2007. Número extraordinario por los 450 años del natalicio hispano de la capital azuaya, en el Año Jubilar de la Fundación Castellana de Santa Ana de los Ríos de Cuenca.

Qué bellas palabras y qué definición tan exacta del poeta… Hablar de Cuenca es hablar de historia, belleza, paisaje, cultura, fe, amor y armonía…

Cuando conocí esta bendita tierra, hace más de cincuenta años, era una ciudad tímida, recoleta, aislada, guardando un tesoro colonial en sus perfiles y derrochando hermoso paisaje…

Cuenca era una ciudad de proverbial cultura y bellas tradiciones, celosamente guardadas por sus moradores, gente de elevado espíritu y exquisita educación…

Llegué accidentalmente, por mandato del destino, pero me quedé para siempre… Cuando la vi por primera vez, me pareció como si hubiera retrocedido en el tiempo…

Sus templos, sus palacios coloniales, sus jardines, sus cristalinos ríos que cantaban en un paradisíaco valle perfumado de eucaliptos, retamas y rosas… Bosques alfombrados de fresco verdor… y un cielo azul, tan azul que parecía tachonado de turquesas…

Después de haber recorrido América fue como un descubrimiento… El impacto fue emocionante… Había derroche de poesía, literatura, música… Lo único que faltaba era la danza y esa fue la tarea que Dios me encomendó, aunque hubieran las dificultades que siempre acompañan a lo desconocido…

Aquí encontré también el amor y mi matrimonio con el consagrado artista pintor Ricardo León Argudo. Fue la culminación de una gira artística que debía terminar en Venezuela y México. En aquel entonces, tuve la oportunidad de conocer dignísimas damas de Cuenca, de singular belleza y estirpe, que me favorecieron con su cálida amistad… También, distinguidas personalidades del mundo del arte y la cultura cuencanas: Remigio Romero y Cordero, Eduardo Muñoz Whiley, el gran miniaturista al que debo un bello trabajo de mis danzas, a César Andrade y Cordero, que me honró con su bella poesía «Estirpe de la danza», a Rigoberto Cordero y León, entusiasta colaborador, en la literatura, de las presentaciones de danza… Al Dr. Víctor Gerardo Aguilar, Rector del colegio «Manuel J. Calle», que me encargó mi primer trabajo en el sector educativo de la ciudad, a Francisco X. Salazar, con cuyo apoyo se conformó un grupo folklórico de niños que ganó en Quito el premio en el concurso «El niño de las Américas», organizado por la esposa del Dr. José María Velasco Ibarra…

Detalle del frontis de la llamada casa Jerves - Calero

*

Al Dr. Carlos Cueva Tamariz, con cuyo nombramiento fundé la escuela de danza del Conservatorio de Música «José María Rodríguez». En esa época, el grupo folklórico «Semblanzas morlacas» representó al Ecuador en Miami y ganamos distinguido premio internacional…

Conocí también al Dr. Rafael Sojos Jaramillo, Rector del Conservatorio, genial compositor que nos dedicó una obra del ballet sobre una leyenda jíbara escrita por Mary Corilé, la inmensa poetisa… Carlos Ortiz Cobos y Francisco Torres Oramas… cuya música ilustró bellas danzas autóctonas… y tantos y tantos destacados caballeros, escritores, músicos, poetas, literatos de alcurnia que dieron a Cuenca el nombre de «Atenas del Ecuador»…

La Cuenca de aquel entonces cultivaba el clan familiar primordialmente y era emocionante y tierno expectar el desfile, en Semana Santa, de numerosos grupos familiares, acompañados de sirvientes y empleados, para dirigirse a rezar las siete iglesias inundando las calles de devoción y fe...

Basílica de la Morenica del Rosario

Las familias que contaban con 10, 12 o 15 hijos eran cuna de nobleza, cultura, religiosidad y respeto… Cuenca ejemplar… Cuenca admirable…

Cuántas noches recorrí las orillas del río Tomebamba, embelesada con el poético murmullo del río donde rielaba una luna de plata… Esas noches en comunión con la naturaleza, llenas de misterio, de hadas, de elfos, de brisa acariciante...

Esas noches en las que parecían emerger de las torres de los templos, ángeles y santos que bendecían la ciudad mientras las altas cúpulas erguidas y eternas la defienden como sagrados centinelas...

Cuenca permanecerá incólume al paso de los siglos porque es una ciudad protegida por Dios… Su atracción y misterioso encanto prevalecerán por siempre…

Reina hermosa de fuentes y flores…

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