In natura nostra, super
flumina Tomebamba, un rarísimo rincón citadino formado
por la verde fronda de un molle constituye un mágico recoveco casi inadvertido para
todos quienes caminan en el sector de «El
Barranco», en el tramo comprendido entre la pasarela de la Universidad de
Cuenca y el puente de El Centenario. Solo un acucioso observador in naturalis ordinis puédese sorprender ipso facto, en grado superlativo,
cuando complacido descúbrelo para su grata admiración y deleite.
Ex admirationem, lo primero que llámanos la atención en este referencial punto de
escape es la escalinata de cemento que enhiéstase desde el paseo «3 de Noviembre» hacia algunas de las casas
colgantes de «El Barranco». Sobre
este elemento, ni bien asciéndese contémplase un negro y grueso tronco de un
molle que erígese como un natural puente que yérguese ad arbitrium, a sus anchas, sobre las encementadas gradas de la
mentada escalinata.
Mirando en perspectiva percíbese entonces el inusual crecimiento
de un espécimen arbóreo de la flora tomebambina. Trátase de un árbol de la
especie «Schinus molle» que en las
últimas tres décadas hizo de este especial lugar tomebambino un acogedor sitio donde
su presencia déjanos atónitos o nefelibatos a todos los viandantes y
circunstantes que caminamos debajo de su fronda.
Quid pro quo, el insólito rincón encuéntrase como una serendipia de
insospechado descubrimiento cuando camínase por la encementada escalerilla en
cuyo centro despliégase a sus anchas el tronco del molle. Al parecer, la
especie vegetal negóse a crecer ordenadamente y su tronco bifurcóse desde la
base en el instante mismo en que, siendo pequeño, adaptábase al sitio donde emplazóse
como si hubiérase encaprichado lúdicamente cual indisciplinado infante que
inveteradamente adquiere un defecto que niégase a enmendar in via libertatis.
Así pues, el tronco extendióse horizontalmente in extenso para formar un puente natural
de curiosa facha que por su estrafalaria composición es como si fuese de veras
una rara avis in terra. El sui generis arco vegetal produce una
refrescante sombra sobre el paseo «3 de
Noviembre» y configura un inaudito paisaje que encandila el alma de quien
es capaz de observarlo, ex admirationem,
con ánimo contemplativo.
Cuando el paseante acércase al puente natural formado por el
tronco del molle percibe a plenitud tanto la umbrosa presencia del árbol como
el espectacular arco que contornea la escalinata y el adyacente sendero que
cruza en el paseo «Tres de Noviembre»
apud flumina Tomebamba/ sobre el río
Tomebamba.
Ut supra, desde la parte superior de la escalinata el espectáculo no deja
de ser sorprendente pues el colorido verde agua de las rutilantes hojas del
molle, que copiosas sobreabundan en sus ramas, vuélvese placentero para
contemplarlo junto a la verde fronda de un sauce de la especie Salix albis, con el cuál piérdese en
amigable simbiosis o en fraternal compañía produciendo una boscosa atmósfera
que enmárcase en cualquier imagen como un tupido entramado de verde esperanza
haciéndonos proferir poéticamente las ideas de García Lorca cuando creó los versos
de su inmortal obra intitulada «Yerma»:
«Verde que te quiero verde/ verde viento
verdes ramas…».
Mas si la mirada del espectador dirígese hacia su diestra, desde
el mismo punto superior de la escalinata, el frondoso follaje del molle
confúndese también con la fronda verde azulada de un álamo blanco, de la
especie Populus alba, el verde oscuro
de un nogal americano, de la especie Juglans
neotropica, y el verde claro de los sauces blancos, de la especie Salix humboldtiana, denotando la vida
plena que evoca el natural espacio tomebambino para la contemplación de
sensibles espíritus que caminan por la zona in
honorem libertatis. Así, el juego de verdes conjuga un cromático espectro donde
la armonía del color resalta refulgente -a ojos vista- en un lúdico juego que
refocílanos de profundis in anima nostra.
La vista del puente natural creado por el indisciplinado árbol es,
desde toda perspectiva, motivo de singular encanto al descender por la
escalinata, ora por el intenso color de la natura, ora por la vivificante
espesura del follaje arbóreo que en cendales se derrama, donde descúbrese el
hogar pasajero y el preciso mirador de cantarinas aves como el mirlo, el
jilguero, el gorrión americano o las palomas mensajeras que han descubiértolo
también como un agradable sitio para descansar en sus agitados y trepidantes
vuelos. Y si acércase la hora del crepúsculo o amanecemos con el alba escúchase
también en este curioso rincón cuencano un concierto de pájaros cantores que
hacen de la Cuenca de los Andes una cantarina urbe ad gloriam Domini.
Ad concludendi, huelga decir que el ambiente global del peculiar rincón natural
que ha sido objeto de este análisis confronta en el verdoso espacio, a la
distancia, a varios ejemplares de sauces reales o sauces blancos que obsérvanse
en lontananza, en la ribera contrapuesta del Tomebamba, enmarcándonos un
paisaje por el que adviértese el sino y signo paradisíaco de Cuenca, «la ciudad cargada de alma», pulcherrima in patria aequatorianae, amata semper
inter nos sed intemerata ómnibus nobis in grata memoria et affectio originalis.
Diego
Demetrio Orellana
Datum Conchae,
super flumina Tomebamba, currentis Anno Domini MMXIX, mensis novembris, die
III, XXXI Dominica per annum.
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COMENTARIOS CIUDADANOS
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COMENTARIOS CIUDADANOS
3 nov. a las 20:03
Poético.
Digno de guardarse.
Saludos y un ¡Viva Cuenca!
Jorge
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