OLIVO TRICENTENARIO DE CUENCA
FOTOGRAFÍA: Silvia Zavala Carrión
«Concha, trahe me: post te curremus in odorem
unguentorum/ Cuenca, atráeme en pos de ti y correré tras el olor de tus
aromas...». Parafraseando
al Cantar de los Cantares in
sacra scriptura en este día 22 de mayo, fecha en que celébrase el «DÍA NACIONAL DEL ÁRBOL», rindamos
homenaje a nuestros árboles a la sombra del esplendoroso olivo tricentenario de
Santa Ana de los Ríos de Cuenca, concienciando sobre la necesidad de proteger a
estos indispensables especímenes que día a día oxigenan el ambiente incidiendo
en el equilibrio ecológico para que la vida manténgase en el planeta en
beneficio del género humano.
Ufanarnos de nuestros árboles y protegerlos, in naturalis ordinis, es
imprescindible en una patria en cuyo suelo, siempre pródigo y fértil, crecen
variadas especies que permanecen, in
aeternum, como silenciosos testigos de la historia comarcana. Y
dentro del territorio nacional Cuenca es un inmenso vergel que alberga
preciosos ejemplares que derecho tienen de ser precautelados como vigías y
baluartes de la vida en el planeta.
Pinus radiata patrimonial brutalmente talado en la Universidad de Cuenca
Por ello, ab
irato, es triste contemplar que frecuentemente desaprensivos e
inescrupulosos ciudadanos derriban especies y atentan contra ellas por no
poseer conciencia cívica para proteger la vida vegetal que coadyuva
taxativamente para el sano equilibrio ecológico de una bendita tierra cuya
feracidad es un envidiable atributo que muchos pueblos del mundo no poseen.
Pero la brutalidad con la que derríbanse a nuestros árboles es de veras calamitosa in urbe nostra como aconteció con el álamo de la Merced: «O
quam tristis et afflicta Concha est in natura nostra/ O cuán triste y afligida
está Cuenca en nuestra naturaleza». Así digamos una vez más ante la tala de un maravilloso álamo, en la plazoleta de La Merced, pues los
ignorantes que han derribádolo seguramente desconocían que este especimen
vincúlase con el nacimiento castizo de Cuenca debido a que sus hojas
representan las panelas de plata del escudo de la urbe, siendo inadmisible que
háyaselo talado per fas et per nefas sin considerar que había una manera de
salvarlo. El precioso álamo de La
Merced era bellísimo, ora por su altura, ora por su magnificencia, ora por su
lindeza. Es un crimen que háyaselo talado siendo una especie arbórea y
arquetípica de la «ciudad cargada de alma», ya que sus hojas acorazonadas
sirvieron de inspiración al conquense fundador de nuestra ciudad, el Marqués de
Cañete y Tercer Virrey del Perú, Don Andrés Hurtado de Mendoza, para crear el
escudo de armas de la ciudad de Santa Ana de los Ríos de Cuenca.
Y como sólo podemos amar lo que bien conócese es pertinente
valorar a los árboles de esta urbe a fin de que terminen los arboricidios por
los que han perdídose valiosos ejemplares arbóreos que por su rareza,
longevidad y belleza han vuéltose patrimoniales super flumina Tomebamba. Los habitantes
de la morlaquía tenemos la obligación de apreciar a sus árboles en testimonio
permanente de cariño a la ciudad cargada de alma.
O quam bonum
habitare in Concha est/ O cuán bueno es habitar en Cuenca cuando no existe
rincón citadino donde las plantas no dejen de exornar de natural belleza a la capital del austro ecuatoriano
convertida desde siempre en un seductor paraíso que evoca, de momento ad momentum, al hermoso e
inmenso valle de Guapdondelig o «llano grande como el cielo» y Paucarbamba o «pampa cubierta de flores».
ADMIRABLES
DESCRIPCIONES
In historia nostra han díchose
–ex toto corde- maravillosos
pensamientos del suelo de Cuenca como espacio natural donde la naturaleza revístese
de hermosura por sus árboles y flores. Ad exemplum, uno de los cronistas de Indias, el Padre Bernabé
Cobo, opinaba en 1635: «...la ciudad de Cuenca, tierra tan apacible, que es la templanza del
cielo, fertilidad y hermosura, ninguna le hace ventaja en todo este reino».
Un siglo después, el Padre Juan de Velasco, S.J, benemérito
jesuita de inmortal memoria, decía convencido: «Si hubiera de estar a los relatos
fabulosos de algunos escritores que quisieran poner el Edén en algunas
pintorescas regiones de América, me tentaría a colocar el paraíso terrestre en
la provincia de Cuenca...». In
illo tempore/ En aquel tiempo, escribíase con el epónimo escritor
ignaciano la historia del Reino de Quito y la capital de la morlaquía era bien
conocida en la Real Audiencia de Quito por su natural belleza, atributo
esencial de su vera effigies.
Mas, a comienzos del siglo XIX, el sabio Francisco José de
Caldas, luego de visitar la urbe, diría también de Cuenca ad peddem litterae: «La ciudad presenta a mis
ojos el espectáculo más grande y una naturaleza, la más risueña». Como
vemos, los tres testimonios escritos en tres siglos diferentes reivindican el
paraíso que implica la urbe andina que aún hoy no deja de ser atractivo natural
de intenso encanto para viandantes y circunstantes que recórrenla extasiados de
su mayestática belleza vegetal.
Post factum, Federico
González Suárez, cuando vivía en Cuenca entre 1872 y 1883, escribió asimismo de
nuestra urbe: «...Gil
Ramírez Dávalos no podía haber escogido mejor sitio para fundar la ciudad, que
entonces solían llamar nueva Cuenca del Perú... Campos de primavera son, por
cierto, aquellos en los que está edificada Cuenca... Y en este hermoso valle
vive un pueblo que cree en Dios con fervor, ama la paz como otro ninguno, gusta
del trabajo y se complace en ser hospitalario...».
Bástenos tan singulares descripciones para confirmar, in via historiae, que la ciudad es
dueña de una belleza en la que subyace una esplendente naturaleza, con
arquetípicos y centenarios árboles que han pervivido como si fuesen mudos
testigos de la historia local enriqueciendo el patrimonio natural de la región.
REINA
HERMOSA DE FUENTES Y FLORES
OLIVO TRICENTENARIO DE CUENCA
FOTOGRAFÍA: Silvia Zavala Carrión
Por todo ello, en esta efeméride digamos que Cuenca es, in perpetuum, un campo fértil
para la siembra de hermosos árboles y plantas de raros especímenes que han
adaptádose en nuestras campiñas a lo largo de los siglos, entre los que
destácase con preeminencia el precioso olivo del Salón del Pueblo de la Casa de
la Cultura Ecuatoriana, Núcleo del Azuay, escogido en este espacio de crítica
cultural como árbol arquetípico de la ciudad cargada de alma en el Día Nacional
del Árbol in patria aequatorianae.
La historia, que es «magistra
vitae» o «maestra de la vida», enséñanos que ya antes
de la conquista española hubo en esta zona bellos jardines con especies
autóctonas como encanto de la ciudad incaica. Los cronistas de Indias así confírmanlo,
exempli gratia, cuando
háblannos de los jardines del inca en el complejo imperial de Pumapungo.
OLIVO TRICENTENARIO DE CUENCA
FOTOGRAFÍA: Silvia Zavala Carrión
Son muchos los árboles introducidos que vinieron del Viejo
Mundo y aclimatáronse con admirable adaptación, como el olivo patrimonial de Cuenca,
para que esta ciudad adquiriese, con el correr del tiempo, una biodiversidad
impresionante de árboles y arbustos que hasta hoy es posible apreciarlos ex admirationem.
Varios de estos árboles aún subsisten enclavados en ciertos
rincones de la morlaquía o en conventos, parques, calles y casas patrimoniales,
por lo que débense proteger y salvaguardar acreciendo la conciencia de defensa
de nuestros especímenes arbóreos. La desaparición de estos seres vivos es un
crimen que no puede seguir cometiéndose con negligencia e irresponsabilidad
como si la urbe estuviese condenada a ser menos verde... Y aunque éste sea el
caro costo del progreso jamás habráse de justificar que renunciemos a nuestros
prados y huertas pletóricos de árboles por la inconciencia ciudadana que los
deja morir al vaivén de la invincibilis
ignorantia in nostra communitate.
Pero mientras destrúyense per fas et per nefas a nuestros árboles patrimoniales, por otro lado hácense cantinflerías absurdas al declarar patrimoniales a especies que no lo son como aconteció con un árbol de capulí de la Unión Nacional de Periodistas, cuyos directivos no encontraron mejor forma que organizar este sainete para congraciarse con el nuevo alcalde cantinflesco, quien préstase no más para payasadas circenses que ofenden a nuestra inteligencia in urbe nostra.
En el «DÍA NACIONAL
DEL ÁRBOL» todos los
cuencanos debemos enorgullecernos de nuestros árboles patrimoniales para salvaguardarlos
por sobre todas las cosas incrementando in crescendo la conciencia ecológica de conservación y fomento de
los espacios verdes, tan imprescindibles para el bienestar colectivo de las
presentes y futuras generaciones.
Ergo, vuélvese
imperativo que cambiemos de actitud para salvar los excepcionales árboles y
plantas que hállanse en distintos puntos de la urbe aprendiendo a mirar a las
especies vegetales como elementos que bríndannos salud, belleza, bienestar y
diversidad. De esta forma evitaráse, ab aeterno, que la gente mírelos como obstáculos que elimínanse
con su tala contra natura et in
honorem invincibilis ignorantiae.
PAX VOBIS
Diego Demetrio Orellana
In Concha, apud flumina Tomebamba,
mensis maii, die XXII, currentis Anno Domini MMXIX, octava V Dominica Paschali.
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