Santa Ana de los Ríos de Cuenca, Ecuador, diciembre 25 del año del Señor de 2011
In sollemnitate Nativitate Domini
Econ. Rafael Correa Delgado
PRESIDENTE CONSTITUCIONAL
DE LA REPÚBLICA DEL ECUADOR
Lcdo. Lenin Moreno Garcés
VICEPRESIDENTE CONSTITUCIONAL
DE LA REPÚBLICA DEL ECUADOR
Econ. Marx Carrasco Vicuña
DIRECTOR NACIONAL DEL SRI
Dr. Paúl Granda López
ALCALDE DE CUENCA
Econ. Oswaldo Larriva
GERENTE DE ETAPA EP
Ing. Juan Peralta
COMISIÓN DE GESTIÓN AMBIENTAL
Lcdo. Diego Carrasco Espinoza
FUNDACIÓN «BIENAL DE CUENCA»
Dr. Eduardo Sánchez
FYBECA
Ing. Rafael Simon
CARTOPEL
Ing. Frank Tosi
CURTIEMBRE RENACIENTE
Sr. Geovanny Hernández
GRÁFICAS HERNÁNDEZ
Ing. Jorge Barreno
I AM GOLD
Ciudad.
De mi consideración:
«Quod verum est, pro omnibus et semper verum esse debet»
«Lo que es verdad debe ser verdad para todos y siempre»
A un costo de 30 dólares y tal como si fuera una rara avis in terra, circula en Cuenca un libro intitulado «EL VUELO DEL COLIBRÍ», auspiciado por las instituciones y empresas a las que representáis. No obstante, ex admirationem, para vergüenza de todos, esta obra constituye un degradante ultraje en contra de la lengua castellana, la historia y la cultura de nuestra ciudad.
MACHADO Y AGUILAR,
AUTORES DE LA TRISTE PUBLICACIÓN QUE DESHONRA A CUENCA
En uso de mis derechos ciudadanos consagrados en el Art. 66 de la Constitución de la República, quiero demostraros, a cápite ad calcem, en defensa de la historia de Santa Ana de los Ríos de Cuenca, los espantosos yerros que causan grima y espeluznan a los lectores, no sin antes denunciar que estas equivocaciones son de responsabilidad del ciudadano calígrafo Gerardo Abelardo Machado Clavijo y del ciudadano Rodrigo Aguilar Orejuela, natural de la provincia de Esmeraldas, quienes, al parecer, con una notoria falta de conocimientos sobre la historia y la cultura de la capital azuaya, han creado una publicación en contra de la historia y, con absoluta incapacidad tanto como ingenio y creatividad, hacen proferir a un colibrí expresiones absurdas, abstrusas y equívocas en asuntos históricos, amén de que la presencia de este animalito dentro de la publicación vuélvese forzada, artificiosa y extraña a los lectores, a quienes los engarbulla cada vez que toma la palabra para narrar una falsa historia comarcana.
PARS I. Las equivocaciones comienzan en la página 11 del libro con la siguiente imprecisión: «Tomebamba, Pampa cubierta de cuchillos», lo cual es incorrecto, ya que Tomebamba significa «Valle del cuchillo» en la lengua quichua.
PARS II. Más abajo, mysterium iniquitatis, el colibrí calígrafo afirma otra tenebrosa falacia: «Dicen los historiadores que Cuenca se formó con el trazado grecolatino…».
Esto es una mentira y cabría preguntarse: ¿qué historiadores han dicho semejante cosa? Ningún escritor serio de la urbe ha manifestado tal ex abrupto, pues el trazado urbano de Cuenca es renacentista y en él se imbrican las concepciones urbanas de los burgos o ciudades que se iban definiendo en Europa desde la Edad Media, con la tradición de ciudad militar fortificada como núcleo ciudadano de un pueblo cualquiera. Es en este contexto que Gil Ramírez Dávalos, al fundar la urbe en 1557, hace la traza de la naciente Cuenca.
In illo tempore, pasaron 16 años y en el año del Señor de 1573 el rey Felipe II de España expidió las Leyes de Indias, en las que se consolidó la primera legislación urbana para las ciudades hispanas fundadas en América y ultramar, recogiendo las ideas renacentistas de la concepción de las urbes para aglutinarlas con las necesidades de organización de la Corona Española, a fin de determinar la forma como se debían confirmar, realizar o aprobar las trazas urbanas en la América hispana y los territorios de ultramar. (Cfr. «Breve Historia del Urbanismo», de Fernando Chueca Goitia. Editorial Alianza, Madrid, 1979, pág. 128).9
Ergo, hablar de «trazado grecolatino» es un despropósito que ningún historiador serio ha osado decirlo en las diversas épocas de la historia de la morlaquía.
Pág. 28/ El vuelo del colibrí
PARS III. En la página 28 se encuentra otra incongruencia sobre el origen de los cañaris cuando el colibrí Machado Aguilar dice: «También se cree que desde Chanchán llegaron colonias de chimús procedentes del norte peruano y se establecieron aquí con el nombre de Guaillacelas».
Rebus sic stantibus, esto es falso y la presunción es un disparate que por absurdo y difícil de probar no debería ni siquiera ser planteado si hemos de considerar que el Padre Julio María Matovelle, una de las fuentes más prestigiosas en asuntos de historia local, manifiesta en su libro «Cuenca del Tomebamba» que en los antiguos territorios del río Gualaxiu existió una tribu llamada de los Guayllacelas, nombre tomado del río Gualaxiu y que daría origen al pueblo de Gualaceo, lo cual se contrapone con esta absurda historieta de la avecilla calígrafa.
Piezas aborígenes de los cañaris
PARS IV. En la página 30, con suma estulticia, la fachosa avecilla redunda con el verbo «sucedió» y afirma una insólita patochada ad absurdum: «…Pero antes de su aparición (se refiere al pueblo cañari) nadie sabe qué sucedió durante cerca de tres milenios. Yo lo sé, los quindes lo sabemos desde entonces, pero fue tanto lo que sucedió y tan impactante para la historia de este pueblo que preferimos no revelarlo y dejar que los historiadores y los arqueólogos continúen investigando». Al parecer, estas palabras del colibrí calígrafo son psicológicamente reveladoras del verdadero ánimus de los autores de esta oprobiosa publicación, pues en la vida aprendemos a columbrar que, generalmente, cuando ciertos individuos desconocen algún tema sobre el que desean improvisar se inventan cualquier falacia tal como los audaces ignorantes ad verecundiam et adversas veritas et respectum pro Historia.
Seguramente por ello, ad interim, en la misma página 30 se afirma con desfachatez que «a los cañaris se los conocía por aquel entonces como matiuma o cabeza de calabaza, debido a que llevaban los cabellos muy largos, y le daban una vuelta sobre la cabeza, con una corona de palo, tanto hombres como mujeres». Aquí existe una nueva confusión mal expresada, pues «matiuma» o «cabeza de calabaza» no eran expresiones con las cuales se les llamaba a los cañaris por los habitantes de la época. Los Cronistas de las Indias, al comparar cómo eran las testas de los aborígenes, describieron que se parecían a una calabaza, a la que parangonearon diciéndola «matiuma», pero eso no quiere decir que así se les llamaba en aquel entonces, por lo que una vez más se puede colegir que las fuentes de donde han extraído estos despropósitos deben ser nada confiables.
PARS V. En la página 34, al hablar de un supuesto saqueo del oro de las piezas prehispánicas en el Sígsig se dice ad litteram: «A todo eso se llamó ‘el Tesoro de Cuenca’. Don Federico González Suárez, que además de polémico religioso fue también historiador…».
Esta expresión es inapropiada al indicar que dicho historiador es un religioso y, no obstante, se lo trata como un civil al decirle «Don Federico González Suárez», tratamiento antepuesto a los nombres masculinos de pila y jamás utilizado para los eclesiásticos, mucho menos con González Suárez, quien ingresó a la vida religiosa a los 18 años de edad y jamás fue un civil en su vida adulta, menos como historiador, como para llamarlo así, por lo que el error confirma un grave caso de ignorancia supina, mientras el cuento del «Tesoro de Cuenca» es un audaz invento atribuible a la «invencibilis ignorantia» representada en el colibrí calígrafo.
Pág. 35/ El vuelo del colibrí
PARS VI. En la página 35 se distorsiona la leyenda del origen de los cañaris cuando la avecilla calígrafa dice de verbo ad verbum: «Se cree que dos hermanos hallaron refugio en un cerro de la comarca conocido como Huacayñán, mientras duraba el diluvio y que durante ese tiempo fueron auxiliados y alimentados por dos huacamayas, con las que terminarían uniéndose para dar origen al pueblo cañari».
Esto es falso pues, veritas sit visibilis, la auténtica leyenda cuenta que, «ab origine, en el comienzo de la historia del género humano hubo un gran diluvio de 40 días y 40 noches, del cual lograron salvarse 2 hermanos: Antaorrupangui, el mayor, y Cusicayo, el menor. Cierto día, cuando las aguas habían descendido, tuvieron hambre y salieron, en busca de alimentos, a la cumbre del cerro llamado ‘Guacayñán’ o ‘Huacañán’, ‘Fasayñán’ o también llamado ‘Guaraynac’.
Sintiendo que desfallecían de hambre los dos hermanos volvieron a sus chozas improvisadas pero, sorpresivamente, encontraron unos panecillos de maíz y chicha, producto de esta misma planta. Asombrados del hallazgo quisieron descubrir quién había dejado estos alimentos y cierto día fingieron salir pero se escondieron a espiar. Escucharon entonces unos sonidos de aleteos. Se trataba de dos hermosas guacamayas que, por la Divina Providencia del dios Viracocha, se convirtieron en dos bellas jóvenes doncellas cañaris, con quienes dichos hermanos se casaron para así dar origen al pueblo cañari».
Por lo tanto, las afirmaciones del cantinflesco colibrí alteran a la verdad histórica, ya que los hermanos de la leyenda nunca fueron alimentados por las guacamayas mientras duraba el diluvio, toda vez que es evidente la incapacidad para escribir correctamente la palabra guacamaya, la que equívocamente lleva una «h» en vez de «g».
PARS VII. En la página 39 se escribió otro disparate cum terribilis contradictionem: «Dos fueron las desgracias de ese valeroso pueblo cañari… La primera fue la conquista de su territorio por parte de los incas a mediados del siglo XVI, como parte de un proceso de expansión que comenzó Túpac Yupanqui en su juventud».
Al respecto, cabe decir que a mediados del siglo XVI la Conquista española estaba ya consolidada, mientras que a mediados del siglo XV, si la equivocación fuere de 100 años, el pueblo cañari no era aún invadido por el incario, puesto que los historiadores y Cronistas de las Indias más serios afirman que alrededor del último tercio del siglo XIV Túpac Yupanqui llegó, en plan de conquista, hasta los territorios cañaris y meridionales de lo que hoy es el Ecuador, a los que los incas llamaron Chinchasuyo, por lo que es evidente la pésima investigación histórica del libro objeto de este análisis.
PARS VIII. En la página 45, ad nauseam, se lee una aseveración falsa cuando la avecilla calígrafa expresa: «Entre el medio centenar de testigos de la fundación y vecinos de Cuenca recuerdo que aquel lunes santo estaban…».
Aquí se distorsiona la cuantificación de los testigos de la fundación de Cuenca al decir que fue un medio centenar ¿Qué historiador ha precisado, ad rem, a dicha muchedumbre? Ni siquiera los Cronistas de Indias. Si nos guiamos por los documentos fundacionales de la urbe, que reposan en el Museo Municipal «Remigio Crespo Toral», no fueron más de 20 personas, incluidos los indígenas participantes, los testigos del nacimiento hispano de la capital de la morlaquía. Es más, Hernando Pablos y Antonio Bello Gayoso, Cronistas de las Indias, escriben en el año del Señor de 1582: «…avecindáronse al principio de la fundación hasta 15 ó 20 hombres y ha venido en tanto aumento que hay en el día de hoy 150 vecinos…», por lo que este testimonio histórico y documental es más fidedigno que las elucubraciones de Machado y Aguilar.
PARS IX. En la página 47 se escribió ex aequo: «Alrededor de 200 años le tomó a la ciudad de Cuenca llegar a ser, en el siglo XVIII, la segunda urbe más poblada de la Real Audiencia de Quito, con una población estimada entre los 18.919 habitantes, según el censo de 1778; 30.000 según Jorge Juan y Antonio de Ulloa hacia 1736…».
Obra de Jorge Juan y Antonio de Ulloa
Para comenzar, los años y datos son imprecisos, ya que dicho censo, según el libro documental intitulado «Historia de la Gobernación de Cuenca» -editado en 1993 por el alma mater cuencana y coordinado por Juan Chacón Zhapán- da cuenta que Cuenca tenía, en 1778, 18.660 habitantes, equivalente al 23% de la población regional, y no 18.919, como dice la avecilla calígrafa; mientras que fue en el año 1748 y no en 1736 como dice el colibrí Machado Aguilar, cuando Jorge Juan y Antonio de Ulloa, académicos de la Misión Geodésica Francesa, escribieron lo siguiente: «La ciudad de Cuenca está regulada de 25.000 a 30.000 almas; su jurisdicción se compone de nueve pueblos principales muy grandes, entre los cuales hay algunos que tienen 5 y aún 6 anejos; la casta de mestizos abunda en toda la jurisdicción».
Por tanto, las cifras constantes en el libro del colibrí son contradictorias e imprecisas y parecen no estar sustentadas en datos que irradian credibilidad ni redactadas en concordancia con la verdad histórica.
PARS X. Desde la página 48 y hasta la 55 se despliegan 8 imágenes gigantescas de iglesias cuencanas dibujadas con talento de última categoría, horrorosas a los límites del paroxismo, con serios errores de composición y perspectiva, en cuyos pies de foto hay tremebundas equivocaciones en los años de fundación de estas edificaciones.
Ad exemplum, se dice que San Sebastián se construyó entre los siglos XVI al XIX, cuando, la verdad sea dicha, el templo se concluyó en el siglo XX, cuando el P. Juan José Cordero, párroco de San Sebastián, levantó la cúpula en el año del Señor de 1948, en una época en que había en la ciudad una fiebre por replicar en nuestras iglesias las cúpulas de la Catedral de la Inmaculada Concepción que, in illo tempore, se terminaban de construir con superlativo asombro para propios y extraños.
Pág. 49/ El vuelo del colibrí
PARS XI. En la página 49 se encuentra un dibujo de la iglesia de las Conceptas, el cual se muestra torcido y desequilibrado, amén de su ausencia de perspectiva y composición, mientras a su lado se escribió: «Monasterio de Nuestra Señora de la Concepción», tratamiento que no tiene sentido para la Virgen María, ya que en la Iglesia Católica, Apostólica y Romana se le llama a María Santísima, solo cuando está con el Niño Jesús, como «Nuestra Señora», expresión inaplicable cuando se trata de la Inmaculada Concepción, que es la advocación virginal de María, Regina sine labe originalis concepta.
Por lo tanto, el nombre correcto de esa edificación patrimonial es Monasterio de la Inmaculada Concepción, aunque históricamente se la conoce como Monasterio de las Conceptas.
Pág. 52/ El vuelo del colibrí
PARS XII. A su vez, en la página 52 se escribió: Iglesia de Todos los Santos (1820 – 1924). Estos años son incorrectos, pues en 1820 no existía en ese lugar la iglesia de Todos los Santos sino la capilla colonial de San Marcos. En el año del Señor de 1884 el Obispo Miguel León aprobó la fundación de la Congregación de Oblatos y luego se entregó dicho complejo arquitectónico a la rama femenina de la nueva comunidad religiosa para que administrara dicha capilla de San Marcos, la que fue entonces demolida para erigir una nueva iglesia con el nombre de Todos los Santos, la cual es de finales del siglo XIX y no de 1820 como dicen erróneamente Machado y Aguilar, mientras vale decir que en 1924 se cumplían las Bodas de Oro de la Consagración del Ecuador al Sagrado Corazón de Jesús y con ese motivo se colocó, ab intra, en la urna de la torre, la escultura del Corazón de Cristo, haciendo constar el singular aniversario en letras grabadas en el frontis del templo.
Este hecho ha sido elucubrado por Machado Aguilar como si en ese año se hubiese concluido la iglesia, mas, quod erat demonstrandum, esa fecha señala los 50 años de la consagración del Ecuador al Corazón de Jesús, por la que, desde aquel año 1924, la sagrada imagen preside la torre de la iglesia, hecho que tiene como razón a la devoción de las oblatas a esta advocación de Nuestro Señor Jesucristo, ya que el nombre de dicha comunidad de monjas es Congregación de Oblatas de los Sagrados Corazones de Jesús y de María.
No se deben distorsionar las fechas históricas de los edificios patrimoniales de la urbe con invenciones que escudan una holgazanería para investigar correctamente hitos de trascendencia para la capital azuaya.
PARS XIII. Semper riddendo ante stultitia, en la página 54 existe un error imperdonable al colocar la inscripción 1884 – 1918 debajo de un pésimo y horripilante dibujo de la iglesia de la Merced. Este dato tiene una equivocación de 172 años, ya que la Merced no se edificó en 1884 sino en el año del Señor de 1712, en plena época colonial, cuando el 12 de mayo de dicho año llegaron a Cuenca los frailes de la Orden de la Merced para fundar su convento y templo.
Así consta en el libro «Los mercedarios en Cuenca», de Fr. Luis Octavio Proaño, OM., Cronista de la provincia mercedaria de Quito, miembro del Instituto de Estudios Históricos de la Orden de la Merced en Roma, de las Academias Nacionales de Historia del Ecuador y Colombia, publicado en 1990, en donde con lujo de detalles se cuenta que la iglesia de la Merced empezó a levantarse en 1712, gracias al entusiasmo de Fr. Pablo de Santo Tomás, OM, y con gran satisfacción para la Orden mercedaria en la Real Audiencia de Quito.
Sin embargo, hubo de transcurrir 175 años para que, en 1887, de Iure, los mercedarios se deshicieran de su iglesia y convento, debido a que el IX Obispo de Cuenca, Monseñor Miguel León y Garrido, a causa de un Rescripto del beato Sumo Pontífice Pío IX, suprimió el convento de la Merced de Cuenca y entregó dicha iglesia y casa conventual a la Congregación de Padres Oblatos, fundados por el P. Julio María Matovelle, a que lo administraran como una nueva parroquia eclesiástica de la urbe.
Por lo tanto, desde 1887 la iglesia pasó a manos de los oblatos, quienes la regentan hasta hoy y hace un siglo mandaron a realizar nuevas puertas, colocando en aquella del frontis la siguiente inscripción: «25 de diciembre de 1918», fecha que, al parecer, con suma estulticia, ha sido interpretada por Machado y Aguilar como si en ese día se hubiese concluido la edificación del templo, lo cual es digno de risa y confirma la negligencia con la que los autores de tan vergonzoso libro realizaron esta triste investigación histórica, mientras el calígrafo que dibujó a la iglesia, ni siquiera pudo copiar bien una frase del frontis del templo y que, correctamente, en la bella, culta y sempiterna lengua latina dice: «AVE MARIA REDEMPTRIX CAPTIVORUM».
PARS XIV. Pero para que el pecado sea mortal, en la página 55, la iglesia del Santo Cenáculo fue realizada con un dibujo pletórico de errores compositivos y falto de perspectiva, desproporcionado y asimétrico ad infinitum, de líneas discordantes y desfiguradas, horrible a más no poder, denotando una falta de talento para las artes plásticas y confirmando que «Quod natura non dat Salamanca non prestat», mientras el colibrí calígrafo escribió debajo la siguiente inscripción equívoca: «1894 - 1912».
Esto es, una vez más, un dato falso que contraviene a la verdad histórica, ya que el Santo Cenáculo fue concluido en 1899, pues fue inaugurado el 1 de enero de 1900, para iniciar el siglo XX honrando al Santísimo Sacramento del Altar, a cuya majestad divina la iglesia está dedicada, como era el deseo del Siervo de Dios, P. Julio María Matovelle, uno de los principales promotores de este templo eucarístico. El historiador Ricardo Márquez Tapia, en su libro «Cuenca, la ciudad eucarística», demuestra con lujo de detalles que esta iglesia estaba concluida el primer día del siglo XX. Así mismo, el propio P. Matovelle cuenta, en sus Obras Completas editadas por la Congregación de Oblatos, que el Santo Cenáculo estaba finalizado el 1 de enero del año 1900, por lo que decir que en 1912 concluyó la fábrica del Cenáculo es un desliz que refleja, al parecer, una vergonzosa falta de honestidad intelectual en el colibrí calígrafo.
Pág. 56/ El vuelo del colibrí
PARS XV. Pero, abyssus abyssum invocat, y así, a partir de la página 56 continúan bárbaras equivocaciones cuando el colibrí Machado Aguilar dice: «Tres serán los acontecimientos, entre varios hechos históricos relacionados que marcarían el paso de la ciudad de una época a otra… la permanencia de los miembros de la Misión Geodésica Francesa, 1736; la transformación del Corregimiento de Cuenca en Gobernación en 1771…».
Sin embargo, los miembros de la Misión Geodésica Francesa no llegaron a Cuenca en 1736, año en el que arrivaron a la Real Audiencia de Quito, sino en 1739, concretamente, en marzo, por lo que esta precisión es pertinente oponer ante el yerro de la avecilla calígrafa, mientras que la transformación del Corregimiento de Cuenca en Gobernación no ocurrió en 1771, como Machado y Aguilar afirman equívocamente en esta triste publicación, sino en 1776, cinco años después. En efecto, por Real Cédula del Rey Carlos III, expedida el 25 de abril de 1776 en Aranjuez, se inicia legalmente la Gobernación de Cuenca.
PARS XVI. Enseguida, en este vergonzoso libro se consignó otro craso error cuando se afirma ad verecundiam: «Don Joseph Antonio Vallejo, el primer gobernador de Cuenca, tomó posesión de su cargo en 1776…».
Esto no es cierto, pues José Antonio Vallejo tomó posesión del cargo el 13 de diciembre de 1777. Los datos no eran nada complicados de obtenerlos. Bastaba con revisar el libro Historia de la Gobernación de Cuenca, coordinado por Juan Chacón y publicado en 1993 por la Universidad de Cuenca, para confirmarlo, por lo que la negligencia investigativa de los autores de esta obra lleva a prostituir a la historia de la capital de la morlaquía.
PARS XVII. En la página 61 se alteran y confunden los hechos relacionados con la muerte de Juan Senierges, médico de la I Misión Geodésica Francesa, herido mortalmente en Cuenca el 29 de agosto de 1739, en la plaza de San Sebastián, durante una corrida de toros, y muerto el 2 de septiembre de dicho año, en un contexto de circunstancias pasionales entremezcladas con influencias políticas del Alcalde Sebastián Serrano de Mora, padre de la esposa de Diego León, quien había sido enamorado de Manuela Quesada, apodada la ‘cusinga’, por la cual el médico Senierges mostraba interés, mientras el fanatismo del Vicario eclesiástico de Cuenca, Juan Jiménez Crespo, incidió para que, a verbis ad verbera, una turba enfurecida acribillara al médico galo de infausta suerte.
Lo dicho es falso, pues la I Misión Geodésica Francesa fue un proyecto científico en el que la Corona española participó con los tenientes de navío, Jorge Juan y Antonio de Ulloa, para asistir a las observaciones científicas del meridiano terrestre, sin que podamos sino reír ad infinitum ante la capacidad fantasiosa de la avecilla calígrafa para afirmar que la misión de estos científicos ibéricos era dar cuenta al rey español de posibles intentos libertarios en la Real Audiencia de Quito.
PARS XVIII. Pero casi enseguida, en la página 62, los autores de este triste trabajo dicen algo más grave alterando a la verdad histórica: «Era el 29 de agosto de 1739. El médico y su amada (se refiere a Manuela Quesada, apodada la ‘Cusinga’) ocupaban un palco y eran el centro de las miradas de todos. En medio de las mascaradas en las que participaban el propio padre de Manuela, los priostes, las autoridades, el alcalde Serrano, el mismo Diego de León, irrumpe de pronto una muchedumbre de más de 300 personas contra el palco en el que se hallaban los amantes. Ante la provocación el cirujano decide enfrentar a la multitud, espada en mano, intento que no duraría mucho, hasta que el zapatero remendón y cabecilla de El Vado, Francisco Íñiguez Navisaca, con una reja, lo atraviesa secundado por Manuel Velasco, el allcurucu, curtidor de San Sebastián, mientras el carnicero de Todos Santos, el mataraca Manuel Mora, le asestaba un último garrotazo mortal».
Para demostrar ipso facto la alteración de los hechos por parte de Machado y Aguilar tomaremos como referencia el testimonio escrito de Carlos María de La Condamine, miembro de la Misión Geodésica Francesa, testigo presencial de los hechos, albacea testamentario de Juan de Senierges y encargado de llevar a cabo el juicio que se instauró para sancionar a los responsables de este asesinato.
Así, en primer lugar, La Condamine dice que Senierges, «después de pasear con todo espacio por la plaza donde se daba esa corrida… fue a aquel palco en el que se encontraba Manuela, con toda su familia». Luego, el padre de Manuela, con una larga espada desnuda y una capa escarlata se encontró en la plaza, vis a vis, con Nicolás Molina, su primo, y tuvieron entre los dos una escena cómica, cruzando las espadas. Manuela gritó que mataban a su padre y Senierges fue hasta el sitio, pero advertido por el padre de la muchacha de que se trataba de una broma regresó al palco.
Entonces, ex abrupto, Nicolás de Neira y Villamar, amigo de Senierges, apareció por una esquina en un caballo y fue a donde los Tenientes de Navío de la armada española quejándose en alta voz contra Senierges y acusándole de perturbador de la fiesta. Luego fue hasta el palco del médico para provocarlo. Mas La Condamine continúa: «Este sarcasmo encendió la bilis de Senierges… No pudo contenerse, insultó a Neira y quiso echársele encima. Éste, sobrecogido de miedo… volvió bridas en el acto y escapó a todo galope, entre los estallidos de risa de la enorme concurrencia».
Llegado hasta el sitio en donde se encontraba el humilladero de San Sebastián, Neira azuzaba al populacho en contra de Senierges, magna comitante caterva, y la turba enfurecida empezó a aglutinarse sine pecunia al grito de «Viva el Rey, abajo el mal gobierno, mueran los franceses». Pero La Condamine escribió con la suficiente entereza, sponte sua: «…Se atroparon en torno de Neira doscientos o trescientos hombres que algunos testigos hacen subir hasta quinientos, y, lo que es muy digno de llamar nuestra atención, se vieron todos en el acto con lanzas, espadas, hondas y hasta con armas de fuego, las que, ciertamente, no estarían destinadas para atacar a los toros. Púsose Neira a su cabeza, teniendo una pistola en una mano y en la otra un verdugillo, arma prohibida por las leyes, consecuencia de que sus heridas son por punto general incurables, y avanzó derecho hacia el palco de Senierges».
Mientras esto acontecía, in corpore presente, Jorge Juan y Luis Godin fueron hasta donde Senierges para preguntar por el motivo por el que se le tenía como perturbador de la fiesta y éste, muy tranquilamente, les dio cuenta de la mascarada del padre de Manuela y el combate burlesco que había tenido con uno de sus primos. Entonces, Godin y Jorge Juan se retiraron a la esquina opuesta escuchando una algazara que creyeron era causada porque algún toro entraba al ruedo.
Carlos María de La Condamine
Pero sigamos leyendo, ex admirationem, el testimonio de La Condamine: «…Mas no era un toro, era Neira con su cohorte, quien se había echado a la plaza y era el Alcalde Serrano que descendiendo del tablado del Vicario, so pretexto de apaciguar el tumulto, se había unido a Neira, y que como él, pistola y espada en mano, marchaba a la cabeza del populacho amotinado, dando voces de favor a la Justicia».
Rebus sic stantibus, en este estado de cosas, Don Matías de la Calle, General de la ciudad, corrió hacia los sediciosos, los enfrentó y reprendió a cintarazos, los contuvo durante unos momentos, mientras La Condamine dice entonces: «Neira no estaba seguido sino de la canalla, y no fue aprobado sino por el Vicario, que le había enviado el refuerzo del Alcalde, en tanto que el mismo Vicario y su protegido León eran, desde lejos, testigos mudos de la sangrienta escena de que fueron los principales promotores».
El populacho, conducido por Neira y el Alcalde Serrano, avanzó hasta el palco de Senierges, a quien dicho Alcalde ordenó tomar preso. El médico increpó a Serrano por el atrevimiento y abuso de autoridad, mientras los amotinados intentaban derribar el palco al suelo. Pero La Condamine continúa ex tota fortitudine: «…Saltó a tierra y dio un espectáculo más singular que el de los toros. Adosado contra dicho pilar, teniendo en la mano derecha un sable y en la izquierda una pistola de bolsillo, hizo frente a la multitud. Ninguno de los de ésta fue bastante osado a aproximársele; pero empujados los de adelante por los que sobrevenían de atrás, y a punto de verse rodeado por todos lados, Senierges retrocedió, siempre haciendo frente a sus acometedores, y esgrimiendo el sable y parando los golpes que se le dirigían, mas sin recibir ni causar herida alguna. Había llegado ya al ángulo de la plaza, cerca de la empalizada hecha para servir de barrera a los toros, en medio de una granizada de piedras, de cuyos tiros no podía proteger la cabeza más que a expensas de su brazo, cuando una de tales piedras le hizo caer las armas de la mano. Viéndose sin ellas no pensó más sino en la fuga. Entreabrió la puerta de la barrera, y ya tenía la cabeza y el medio cuerpo hacia la calle, cuando el Alcalde, que en esas circunstancias le podía hacer prender sin resistencia alguna, caso de que no hubiera pensado sino en tomarle preso, juzgó más a propósito acabar con él, y gritó a sus satélites: Que se lo mate, que se lo mate!... Fue demasiado bien obedecido, quedando Senierges al instante traspasado de muchas heridas, y habiendo recibido el golpe mortal, si hemos de creer a la voz pública, de manos de aquel mismo Neira que le llamaba su querido amigo».
En el proceso instaurado, no obstante, quedó demostrado que el golpe mortal le había dado un ciudadano bautizado con el nombre de Manuel Mora, de quien la avecilla calígrafa dice una mentira cerdosa cuando afirma que fue el mataraca, el carnicero de Todos Santos, cuando -dicha sea la verdad- en 1739, año del crimen, el barrio de Todos los Santos no existía todavía en Cuenca, por lo que, ipso facto, se demuestra la irresponsable forma como Machado y Aguilar alteran los hechos, mientras que ningún zapatero remendón ni cabecilla de El Vado, de nombre Francisco Íñiguez Navisaca, con una reja, haya atravesado a Senierges, y menos secundado por Manuel Velasco, el allcurucu, supuestamente curtidor de San Sebastián.
Tomar un hecho histórico con aires de leyenda y no basarse en testimonios fundamentales de la historia es una conducta impropia de un investigador serio y responsable. Por ello, deberíamos sugerir al colibrí Machado Aguilar que aprenda lo que, al respecto de Senierges, La Condamine escribió, in veritas semper fidelis, en su testimonio: «Ninguna cosa irá aquí que no esté en absoluta conformidad con las piezas del juicio que, como ejecutor testamentario de nuestro amigo, seguí contra sus asesinos, por más extrañeza que cause ver el derecho de gentes violado tanto en la persona de Senierges como en las de los Académicos enviados por el Rey…»
PARS XIX. En la página 63, en el mismo contexto de los acontecimientos que circundan el asesinato del médico Juan Senierges en 1739, se escribe una afirmación que denota un evidente desconocimiento de la historia de la urbe. Lo copiamos ex integro: «El castigo sería para la propia ciudad, cuyos habitantes azuzados por los líderes de los cuatro barrios de la ciudad, San Blas, El Vado, San Sebastián y Todos Santos…».
Aquí se confirma un audaz invento, puesto que el mismo testimonio de La Condamine, citado ad supra, señala que el crimen de Senierges no fue azuzado por los líderes barriales de Cuenca cuando afirma: «…Neira no estaba seguido sino de la canalla, y no fue aprobado sino por el Vicario, que le había enviado el refuerzo del Alcalde, en tanto que el mismo Vicario y su protegido León eran, desde lejos, testigos mudos de la sangrienta escena de que fueron los principales promotores».
Plano antiguo de Cuenca, siglo XVIII
Por otra parte, cuando los académicos franceses vivían en nuestra ciudad no habían 4 barrios en su perímetro, mientras que –como ya lo hemos dicho- el barrio de Todos los Santos no existía por aquel entonces. Conviene decir una vez más, in honorem veritas, que este barrio se formó a finales del siglo XIX en el sector que se llamaba San Marcos, en 1739, nombre que correspondía a la capilla colonial allí existente en honor del santo evangelista. Ya hemos indicado más arriba que la actual iglesia de Todos los Santos fue construida a fines del siglo XIX, por lo que es a partir de entonces cuando a este sector se lo empezó a llamar como Todos los Santos, prácticamente durante el siglo XX. Por los viejos planos de Cuenca y los libros de historia de la localidad así se puede constatar in stricta veritas, por lo que la afirmación del colibrí calígrafo es falsa y deja a los lectores con muchos elementos de duda respecto de la seriedad de la investigación que debió hacerse para realizar dicha obra. Por lo tanto, es evidente cómo se inventan las cosas en este libro y así es falso el levantamiento de los barrios de San Blas, San Sebastián, El Vado y Todos los Santos en contra de Senierges.
Además, cabe decir que los legendarios barrios de la colonial ciudad de Cuenca eran, en esa época, el barrio de las panaderías, junto con el de las Suelerías, el de las Ollerías, El Vado, El Chorro, Las Tres Tiendas, Las Secretas, mientras para entonces la urbe contaba con solo tres parroquias eclesiásticas: El Sagrario, San Blas y San Sebastián.
Vista de Cuenca, capital de la morlaquía
PARS XX. Una falsa elucubración sobre la palabra «morlaco» encuéntrase también en la página 63 cuando se dice ad captandum vulgos: «Será a partir de entonces, cuando la grandeza de Cuenca como ciudad en la que, gracias al trabajo de la Misión Geodésica Francesa, nació el metro, el Sistema Métrico Decimal, se vea empañada por las repercusiones negativas de aquel crimen, entre ellas el desprestigio y el uso generalizado fuera de Cuenca, para referirse a los cuencanos, del despectivo adjetivo de morlacos, apelativo que a la ciudad le tomará trastocar en elemento positivo y signo de identidad cultural, casi un gentilicio, más de doscientos años».
Lo dicho no tiene razón alguna, pues, en primer lugar, la palabra morlaco no es un adjetivo, como dice erróneamente el colibrí Machado Aguilar, sino un sustantivo con el cual los españoles, durante la Colonia, designaban a los cuencanos para indicar que eran ciudadanos poco cultos y educados, debido al hecho de que en la urbe, por aquel tiempo, no surgían destacadas lumbreras del pensamiento, las ciencias y la cultura.
Jamás ha sido la participación de la turbamulta en el crimen de Senierges el leit motiv para que nos empezasen a decir «morlacos» ni a la ciudad le tomó más de dos siglos para trastocar en elemento positivo a este despectivo sustantivo, no adjetivo, pues desde mediados del siglo XIX la urbe experimentó ese florecimiento cultural por el que la morlaquía se convirtió en un hecho singular de la cultura ecuatoriana y, para entonces, apenas había transcurrido un siglo del asesinato de Senierges, que nada tuvo que ver con la pervivencia del sustantivo morlaco y su connotación peyorativa para los habitantes de esta centenaria ciudad castiza.
Pág. 65/ El vuelo del colibrí
PARS XXI. Mas, sustine et abstine, en la página 65 se encuentra un nuevo atentado en contra de la historia cuando leemos: «El siglo XVIII dejó en Cuenca una impronta de progreso urbano, con claros matices de afrancesamiento, que se había iniciado con la célebre y a la vez trágica presencia de los miembros de la Misión Geodésica Francesa».
Esto es completamente falso, pues el llamado «afrancesamiento» de Cuenca no ocurrió jamás en el siglo XVIII sino en el XIX y parte del XX, mientras su causa no fue la presencia de la Misión Geodésica Francesa sino la llegada a Cuenca de las monjas de los Sagrados Corazones, en 1862; de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, en 1864, de los Padres Redentoristas, en 1873, para misionar a la gente y educar a los jóvenes, varones y mujeres de la capital azuaya, pues los religiosos y religiosas de estas comunidades católicas eran, por lo regular, de nacionalidad francesa o belga e incidieron para que la enseñanza de los cuencanos se afrancesara, mientras las exportaciones de los sombreros de paja toquilla y la cascarilla permitieron, a la nueva clase burguesa de la capital azuaya, importar numerosos elementos decorativos franceses, a la vez que copiaban mutatis mutandis, en lo urbano arquitectónico, modelos neoclásicos de la arquitectura francesa, los cuales cambiaron la faz del centro histórico colonial de Cuenca para convertirlo en una arquitectura de corte republicana que le ha dado personalidad propia, in aeternum, a Santa Ana de los Ríos de Cuenca.
A la avecilla calígrafa deberíamos enseñarle, in honorem veritatis splendor, el testimonio histórico que, sobre Cuenca, escribiera el sabio Francisco José de Caldas, a principios del siglo XIX, comprobando que en el siglo XVIII jamás existió afrancesamiento alguno en Cuenca: «Los templos no representan cosa que pueda llamar la atención de un viajero: todos pobres, todos pequeños, todos miserablemente adornados, no merecen una descripción. No parece que haya asistido aquí un hombre que sepa la destinación de la arquitectura. La casa de jesuitas es lo mejor, no obstante está bien distante de ser obra de un inteligente…».
Por tanto, este disparate de ubicar el afrancesamiento cuencano en el siglo XVIII y acusar a la Misión Geodésica Francesa como razón y justificación suprema para tal hecho no se le ha ocurrido a ningún historiador responsable de la capital azuaya sino solo a los ciudadanos Machado y Aguilar.
Pág. 68/ El vuelo del colibrí
PARS XXII. En las páginas 68 y 69 un nuevo desliz afecta a la verdad histórica cuando el colibrí Machado Aguilar afirma sine scrupulus: «Como iba diciendo, al comenzar el siglo XIX, en 1801 llegó a la ciudad, en calidad de Ministro Contador de las Reales Cajas, Don Francisco García Calderón, cubano, junto con su esposa, la guayaquileña Manuela Garaicoa y Olmedo. En ese hogar nacería, tres años después, Abdón Calderón, conocido para la posteridad como el ‘héroe niño’, un martes 30 de junio (1804). El niño contaba tan solo 5 años de edad cuando vería por última vez a su padre, apresado por haberse reunido, junto con otros conjurados para apoyar el movimiento emancipador que dio en Quito el Primer Grito de Independencia, el 10 de agosto de 1809».
Estos datos son equívocos a calvo ad calvum, ya que, en primer lugar, el verdadero nombre del padre de Abdón Calderón Garaicoa, el héroe niño del Pichincha, fue Francisco Calderón y no Francisco García Calderón.
En segundo lugar, su esposa no se llamaba Manuela Garaicoa y Olmedo sino Manuela Garaicoa y Llaguno, nacida en Guayaquil, el 8 de junio de 1784, según se puede confirmar de la genealogía del apellido guayaquileño Garaicoa, escrita por Alberto y Arturo García (Cfr. Diccionario Heráldico y Genealógico de apellidos españoles y americanos. Tomo LXXIII, Madrid, 1954. Páginas 205 a 210).
En tercer lugar, no se puede determinar con certeza el año exacto en el que Francisco Calderón llegó a Cuenca, debido a la falta de documentos que así lo prueben in scriptis, mas se tiene plena seguridad de su presencia en la urbe entre 1804 y 1806, porque en esos años nacieron dos de sus hijos: Abdón y Baltazara, de quienes existen las partidas bautismales en la parroquia El Sagrario.
En cuarto lugar, el nombre del cargo real con el que llegó a Cuenca no era de Ministro Contador de las Reales Cajas sino de «Oficial Real y Tesorero».
En quinto lugar, Abdón Calderón Garaicoa, conocido para la posteridad como el ‘héroe niño’ no nació un martes 30 de junio (1804), como dice el colibrí calígrafo, sino el 30 de julio de 1804. Al respecto, ex proffeso, el documento que lo prueba es la partida bautismal de Calderón, la cual afirma que el día 31 de julio del año del Señor de 1804, Mariano Crespo, cura Rector de El Sagrario, bautizó a Abdón Senén, hijo legítimo de Francisco Calderón y de Manuela Garaicoa, o sea un día después de su nacimiento, ya que en aquel entonces era obligación bautizar a los niños en el mismo instante en que nacían o a más tardar, al día siguiente.
En sexto lugar es falso que «el niño contaba con tan solo 5 años de edad cuando vería por última vez a su padre, apresado por haberse reunido, junto con otros conjurados para apoyar el movimiento emancipador que dio en Quito el Primer Grito de Independencia, el 10 de agosto de 1809», pues el coronel Francisco Calderón no fue apresado por los sucesos del 10 de agosto de 1809 ni su nombre ha constado entre los próceres de aquel levantamiento, muchos de los cuales murieron sangrientamente el 2 de agosto de 1810. Es verdad que apoyó el movimiento emancipador y tanto es así que en 1811 figuraba entre los jefes más distinguidos del ejército patriota, a las órdenes de la Junta de Gobierno Independiente organizada en Quito, después de la dimisión del Conde Ruiz de Castilla, pero el coronel Calderón no fue parte del movimiento del Primer Grito emancipador, como dicen Machado y Aguilar.
En este contexto de circunstancias, de facto, la sede de la Real Audiencia de Quito es trasladada a Cuenca en 1812, ocupada por Don Joaquín Molina, a quien reemplazó Don Toribio Montes como presidente de la Audiencia y el coronel Francisco Calderón intentó con los ejércitos patriotas tomarse la ciudad ad finem, pero una batalla en Verdeloma entre realistas y patriotas impidió que se avanzara hasta la capital azuaya. Entonces, iniciando su retirada hacia el norte aún combatió en Mocha con las tropas realistas que subían hasta tomarse a Quito el 8 de noviembre de 1812. Perdido el combate, el coronel Francisco Calderón subió hasta Ibarra y fue detenido por el Comandante General de las fuerzas realistas, el feroz Juan de Sámano, de funesta memoria por sus latrocinios y crueldades, quien lo cogió prisionero y lo fusiló el 1 de diciembre de 1812, cuando el pequeño Abdón tenía 8 años de edad.
Alfonso María Borrero, autor del libro «Cuenca en Pichincha» publicado en 1922, consigna con detalle estos sucesos que han permitido conocer algo más de Francisco Calderón, por lo que las imprecisiones del libro del colibrí calígrafo son atentatorias a la verdad histórica.
No se debe escribir cosas que alteran los verdaderos hechos históricos escudándose en un colibrí, pues la Historia es una ciencia que merece respeto y débese guardar la debida sindéresis entre los hechos ocurridos y los narrados, verificando datos y fuentes cum accurata diligentia.
PARS XXIII. Una nueva imprecisión en la que subyace negligencia investigativa se lee más abajo, en la página 69: «Privada de los bienes de su marido que las autoridades secuestraron y vendieron en subasta pública, doña Manuela debió criar a sus hijos con su propio esfuerzo. Del sacerdote argentino José de Landa y Ramírez aprenderá el pequeño Abdón sus primeras letras. El religioso gaucho llegaría a ser el Rector del Seminario Conciliar y presidente de la primera academia de abogados del Azuay».
Estos hechos son elucubrativos y deleznables al ciento por ciento, cuando se sabe documentadamente que Manuela Garaicoa de Calderón tuvo otro hijo llamado Francisco Calderón Garaicoa, nacido en Guayaquil el 4 de octubre de 1810, según se puede constatar en la genealogía del apellido Garaicoa citada ut supra, por lo que es evidente que para fines de 1810 ya no vivía en Cuenca con su esposo y sus hijos, así que el pequeño Abdón jamás pudo haber recibido sus primeras letras del canónigo que sería el Rector del Seminario Conciliar de Cuenca, José de Landa y Ramírez, pues doña Manuela vivió en Guayaquil desde antes que muriese su esposo, cuando Abdón frisaba los 5 años, y terminó sus días en la urbe huancavilca amparada por su familia paterna, puesto que jamás retornó a Cuenca después del asesinato de su esposo, mientras que nadie ha probado, in Concha et in mundi, que el presbítero Landa y Ramírez haya sido el presidente de la primera academia de abogados del Azuay, en una época en que no había Universidad en Cuenca ni los abogados eran numerosos como para agremiarse, por lo que dicha afirmación falaz cae por su propio peso.
Lo que menos se ha considerado en esta oprobiosa obra del colibrí es que la Historia es una ciencia y la especulación la hace mucho daño por la facilidad para distorsionar los hechos históricos, al no sujetarse a los documentos que la consolidan como una disciplina de respeto que deviene per se en una verdadera ciencia moral. Por este despiste nada peculiar de los serios investigadores el colibrí calígrafo termina alterando la verdad que, de profundis, debería sustentar el acontecimiento que trasciende para las futuras generaciones in veritas semper fidelis.
PARS XXIV. Pero, quid pro quo, este análisis termina en otro error cuando se escribió: «La inclinación mayoritaria de Cuenca, sin embargo, estaba a favor del Rey don Fernando VII, y en contra de los patriotas quiteños y de quienes, como Francisco García Calderón, Fernando Guerrero de Salazar y Piedra, Joaquín Tobar, José María Borrero y Baca y Francisco Paulino Ordóñez (padre de Tomás Ordóñez), osaban apoyar ese movimiento libertario, cuyo castigo, casi un año después, fue ejemplar e inmisericorde. Como reconocimiento de ese amor por la causa realista, entre 1812 y 1816, Cuenca fue la sede de la Real Audiencia». (Véase pág. 69).
Esto es falso, pues el Primer Grito de la Independencia no tuvo apoyo general en toda la población de la Real Audiencia de Quito, incluida la capital de la morlaquía. No se puede decir, en este contexto, que la inclinación mayoritaria de Cuenca fue a favor de la Corona Española y en contra de los patriotas quiteños in illo tempore. Tal afirmación es otro de los despropósitos del colibrí Machado Aguilar en este libro.
Lo que la historia ha probado es que en Cuenca, en los años del Grito de la Independencia, Monseñor Andrés Quintián Ponte y Andrade, el Obispo de la urbe, junto con el Gobernador Melchor de Aymerich eran los más fuertes prosélitos de la restauración monárquica en España y trataban de contar con la aquiescencia de los cuencanos para sus afanes, pero ese apoyo era oficial y no contaba con el aura popularis, mientras buscaba réditos personales hacia la Corona, los cuales fueron exiguos, ya que solo obtuvieron el tratamiento de Excelencia para el Cabildo y una condecoración para Aymerich, pero los esfuerzos crearon mas bien condiciones seguras para que la sede de la Real Audiencia sea trasladada a nuestra urbe, ex lege, en el año del Señor de 1812 y no por el «apoyo popular cuencano», que más era apático que comprometido en la defensa de la Corona, puesto que la mayoría de la población era analfabeta y no tenía la más elemental instrucción in scientia et artis.
De allí a decir que los cuencanos estaban en contra de personas como Francisco García Calderón, Fernando Guerrero de Salazar y Piedra, Joaquín Tobar, José María Borrero y Baca y Francisco Paulino Ordóñez (padre de Tomás Ordóñez) es una peligrosa elucubración afirmada escudándose en una avecilla calígrafa, mientras José María Borrero y Baca, Francisco Paulino Ordóñez nunca han figurado en la lista de cuencanos que apoyaron el grito emancipador ecuatoriano. Tampoco puede decirse que como premio al amor por la causa realista Cuenca haya sido sede de la Audiencia in diebus illis, sin pecar de irresponsabilidad para con la verdad histórica.
PARS XXV. Posteriormente llegamos a la página 70 y, luego de narrar algunos episodios de la Independencia de Cuenca, encontramos una nueva imprecisión cuando la avecilla calígrafa dice adversas Historia: «En medio de la gran celebración que siguió a este hecho, por aclamación general se proclama a José María Vázquez de Noboa como Jefe de la República de Cuenca, y al día siguiente, el domingo 5 de noviembre de 1820, legaliza con su firma la jura de la Independencia de Cuenca y la proclamación de la República».
Aquí existe un grave yerro histórico, pues la proclamación de la República de Cuenca no se dio jamás el 5 de noviembre de 1820. Fiat lux, lo que Machado y Aguilar descuidan es la consideración de que los patriotas que proclamaron la República de Cuenca convocaron primero, el 8 de noviembre de 1820, el Consejo de la Sanción, cuya función fue elaborar el Plan de Gobierno o Ley Fundamental de la República de Cuenca, aprobada y proclamada por los diputados el 15 de noviembre de 1820 y no el día 5 como se consigna en esta obra del colibrí.
Cuenta la Historia que la Junta Suprema de Gobierno quedó presidida por José María Vázquez de Noboa, «en señal de gratitud de haber sido el autor principal para plantear el sistema adoptado», quien duraría cinco años como jefe del Gobierno Político y a perpetuidad en lo militar. Las futuras nominaciones, por dos años, serían fruto de elección popular.
Sin embargo, homo proponit, sed Deus disponit, el entusiasmo de la libertad y de la independencia duró poco. Vázquez de Noboa, nativo de Chile, que añadió a sus nombres y apellidos los de López de Artiga y las dignidades de Presidente de la Junta Suprema de Gobierno, Senado de Justicia, Excelentísimo Cabildo y demás Corporaciones del Distrito, General del Ejército Libertador de las Cadenas, Jefe Político y Militar de la Provincia Libre de Cuenca, estuvo en el mando hasta el 20 de diciembre de 1820.
PARS XXVI. Pero continuando con el análisis de tan tristes equivocaciones, post factum, se escribe una cita imprecisa de Bolívar en referencia a su decreto del 16 de junio de 1822, relativo a la muerte de Abdón Calderón Garaicoa. En efecto, en la página 78 se escribió ad pedem litterae: «Cayó gloriosamente en Pichincha pero vive en nuestros corazones».
Es sorprendente que un ridículo calígrafo no pueda escribir correctamente lo que copia o que un investigador irresponsable trastoque las palabras que invoca, cuando la frase correcta de dicho decreto es: «Murió gloriosamente en el Pichincha, pero vive en nuestros corazones», frase que Simón Bolívar ordenó que se dijera, ab imo pectore, cada vez que se pronunciara el nombre de Calderón, al pasar revista en las filas del batallón Yaguachi al que perteneció, pues habíase dispuesto que el nombre del héroe no fuese borrado de los registros de dicha compañía militar.
PARS XXVII. A partir de la página 83 el lector encuentra varios datos sobre la vida del Mariscal José Domingo La Mar, nacido en Cuenca en el año del Señor de 1776, quien prestaba servicios para la Monarquía española, a quien Machado y Aguilar pretenden reivindicar en su bochornoso libro y lo ridiculizan mas bien con adefesios y falacias como las siguientes: «…Ante su negativa a prestar juramento de que no escaparía, se lo confinó en un castillo. Con la ayuda de una familia opositora al régimen francés, y se dice que posiblemente con la intervención de alguna jovencita logra escapar a Suiza y luego atraviesa Italia, hasta retornar a España e reincorporarse al Ejército español».
Esto no es verdad y parece mas bien un torpe invento, puesto que, sensu stricto, el Mariscal La Mar defendía a la Corona española en Valencia, del asedio de los franceses, con el fin de restituir a Fernando VII en el trono español, y después de verse compelido a rendirse ante el General Suchet, jefe del ejército francés, el 9 de enero de 1812, había sido confinado en un castillo de la ciudad de Dijon, Francia.
In medias res, para escapar del castillo La Mar no tuvo ninguna ayuda de una familia opositora al régimen francés ni una jovencita intervino para escapar a Suiza y luego a Italia y España como dicen erróneamente Machado y Aguilar. A fin de probar esta burda invención tomaremos, ex libris, el testimonio de Vicente Rocafuerte, quien escribió un texto intitulado «Varias noticias sobre la vida del gran Mariscal La Mar», en donde dice lo siguiente respecto a la huida del castillo: «…Las ventanas de su aposento estaban en frente de la casa de uno de los nobles legitimistas, que nunca habían transigido con los principios de la revolución, y que aborreciendo de muerte a Napoleón tenían simpatía por todos los que le habían hecho la guerra. Este empecinado realista tuvo ocasión de seguir los pasos de La Mar desde que entró en el castillo, de informarse de sus circunstancias y tomar interés por su persona. Al cabo de mucho tiempo se decidió a facilitarle la fuga, se puso en comunicación con él, le proporcionó cuanto necesitaba, y le llevó en persona hasta la Suiza. De allí, La Mar atravesó solo la Italia, llegó a Nápoles, en donde encontró al Príncipe de Castel Franco, con quien había tenido amistad en Madrid y quien le proporcionó su pasaje a Cádiz a bordo de un buque de S.M.B. Cuando llegó a la península, en junio de 1814, estaba ya terminada la guerra con los franceses, y Fernando VII restituido a su Corte…».
Este testimonio surgido de la pluma del gran Rocafuerte, contemporáneo de La Mar, echa al traste, erga omnes, las absurdas ficciones de Machado y Aguilar para incluir en esta etapa de la vida del gran Mariscal la presencia de la jovencita que le ayuda a huir y la familia opositora al régimen francés que, según la avecilla calígrafa, interviene a favor de La Mar en esta fuga, alterando la verdad histórica y volviendo más deleznable esta penosa investigación.
PARS XXVIII. Ábsit, más abajo escribieron otra infracción en contra de la verdad histórica: «En reconocimiento el rey Fernando VII lo nombró Gobernador Militar del Callao y Subinspector general del Virreinato del Perú. Su experiencia militar así como su lealtad fueron elementos considerandos más tarde por el Virrey La Serna, quien al entrevistarse con San Martín lo llevó en calidad de consejero…».
Nada más falso que lo dicho precedentemente, pues el Mariscal La Mar no fue nombrado Subinspector general sino Inspector General del Virreinato de Lima, mientras el Virrey La Serna nunca lo llevó en calidad de consejero y menos al entrevistarse con San Martín, por lo que la habilidad de Machado y Aguilar para enmarañar los acontecimientos históricos ad absurdum queda patente en este parágrafo en el que se entremezclan hechos nada vinculantes como la entrevista de José de San Martín y el Virrey La Serna, quien supuestamente termina llevándolo de consejero, lo cual es un contrasentido y un absurdo que raya en la estupidez más horrorosa.
Pág. 87/ El vuelo del colibrí
PARS XXIX. Pero la incapacidad del colibrí calígrafo para escribir correctamente lo que copia se evidencia más aún en la página 87, en donde, ad aperturam libri, se transcribe un fragmento del decreto de creación de la Universidad de Cuenca y Machado escribió: «Decreto legislativo que establece la ciudad de Cuenca», confundiendo «ciudad» por «Universidad», pues el decreto auténtico dice: «Decreto legislativo que establece la Universidad de Cuenca».
Ad concludendi, ¿no podríamos acaso inferir que confundir la palabra «ciudad» con «Universidad» es un desatino que no debe aceptarse en un calígrafo que se precie de excelencia en el ejercicio de su labor?
Página 88/ El vuelo del colibrí
PARS XXX. Pero como si esto fuese poco, quid pro quo, en la página 88, el inverecundo calígrafo copia mal otro fragmento del acta de instalación solemne de la Universidad de Cuenca y al final coloca la firma de Benigno Malo Valdivieso, primer rector del alma mater cuencana, con la indicación de que su rectorado ha sido entre enero de 1968 a julio de 1968, confundiendo el año que de veras está escrito en el acta original, que es 1868, y denotando que este libro del colibrí Machado Aguilar no solo adolece de esfuerzo investigativo sino de negligencia para copiar lo ajeno, a punto tal de confundir cifras y años en un contexto de ridiculez pocas veces visto en los anales de la estulticia comarcana.
PARS XXXI. No es un caso aislado, por otra parte, la farragosa forma de redactar, junto a la inutilidad para versificar cuando Machado y Aguilar ponen en boca de la avecilla calígrafa versos irracionales, abstrusos e hilarantes como el siguiente: «pienso que me alivio con tu alivio» (pág. 96), más allá de la serie de gazapos y errores ortográficos que se encuentran en toda la obra, la falta de una adecuada sintaxis, la ausencia de una correcta precisión semántica, las confusiones para el uso de las mayúsculas, ciertas inaceptables redundancias y los constantes traspiés en la escritura de muchas palabras, errores todos que no se han de considerar peccata minuta como gajes del oficio, pues son copiosos y deshonran a nuestra incomparable lengua de Castilla, ya que es inadmisible que, exempli gratia, a modo de ejemplo nada más, se hayan escrito desafueros como los que siguen: «inbocamos», «patriótas», «amazonia», rio Tomebamba», «incluída», «órden», «tranformación», «debia», mientras en la página de créditos de esta horrorosa publicación escribieron: Artes y caligrafiado, cuando lo correcto era decir: Artes y caligrafía, pues caligrafiado no es un sustantivo para nombrar a la penosa labor que realiza Machado en esta oprobiosa obra bibliográfica que ultraja a Cuenca.
PARS XXXII. Lo más paradójico y risible de este asunto es que en tan solo 99 páginas existe un exuberante compendio de errores que se contraponen, vis a vis, con una extensa lista de 130 referencias en la bibliografía, lo que nos exige a pensar que esa lista de fuentes bibliográficas es puro parapeto con el fin de sorprender a los incautos, pues, ex libris, algunas de las obras esenciales de la historia comarcana que, en nuestra opinión son claves para la historia local y han sido citadas en este análisis, ni siquiera fueron consultadas por Machado y Aguilar.
Por todo lo dicho, sic transit gloria mundi, es conveniente que sepáis que habéis auspiciado un libro elaborado con irresponsabilidad y falta de acuciosidad investigativa, por parte de los ciudadanos Gerardo Abelardo Machado Clavijo y Rodrigo Aguilar Orejuela, quienes, debido a su conocida incuria para el trabajo intelectual, han creado oprobio para Santa Ana de los Ríos de Cuenca, a cuya historia han deshonrado sin cuidar elementales aspectos que debería vigilar todo investigador que se vista de seriedad, mientras deslustran a la lengua castellana con sus constantes errores gramaticales, ortográficos y sintácticos.
¿Sentirse a gusto por el deber cumplido para ultrajar a la historia de la urbe?
Y así, consumatum est, la obra constituye un trabajo de dudosa credibilidad y para la avecilla calígrafa es el fruto de haber pedido prestada una pluma esmeraldeña nada ilustrada y competente, que mancilla a la urbe ultrajando a su historia, mientras se burla de la inteligencia de los habitantes de la morlaquía que aman a Cuenca, ex toto corde, ex tota anima et ex tota fortitudine, aunque Gerardo Abelardo Machado confiesa, a diario «La Tarde», «sentirse a gusto por el deber cumplido». ¿Deber cumplido para ultrajar a la historia de la urbe con este parto de los montes?
Por eso, al colibrí Machado Aguilar deberíamos recordarle el sabio dicho popular de nuestra maravillosa lengua de Castilla que dice: «Son más tontos que el maestro de Siruela, que no sabía leer y puso escuela», pues hay hombres que se tiran alocados a la necesidad de brillar sin luz propia y aunque creados para contemplar la luz de la verdad no elevan jamás hacia ella los ojos del alma. En el abismo de las tinieblas habitan felices como si una radiante luz los alumbrara ad bene placitum.
En el mundo de las letras es importante poseer un talento especial para hacerles hablar a los animales, a fin de lograr con éxito que las bestias representen a los hombres en las ficciones de la fábula, aunque los hombres representen a las bestias en las realidades de la vida. Pero este talento es genial e innato y sólo se ha encontrado en especiales seres como Fedro, Esopo, Iriarte o Samaniego, nuestros celebérrimos fabulistas desde el Griego, el Latín y el Castellano. Sibi tamen, sin embargo, cuando esto no acontece con la gente improvisada, pishquista y audaz en el mundo de las letras, el protagonismo de algún animalillo, como en este caso el colibrí, carece de gracia e ingenio y se vuelve chocarrero ad infinitum, como ha acontecido con este fachoso y cantinflesco colibrí Machado Aguilar.
El inmortal exordio que se anteponía a los libros didácticos del pasado deberíamos dedicarles a los autores de esta obra digna de baldón y vergüenza: «Indocti discant et ament meminisse periti/ Aprendan los ignorantes y gusten recordar los doctos». Se sabe que existe la intención de volver a reimprimir esta obra, pero semejante proyecto no debería acontecer sin que vosotros, auspiciantes de este libro, exijáis calidad intelectual y la respectiva fe de erratas que debería elaborarse con las ineludibles disculpas a los cuencanos y a todos los lectores, por estos crasos errores que empañan a la historia de la «Atenas del Ecuador», mientras Machado y Aguilar anuncian urbi et orbi que el presidente Rafael Correa les ha contratado para escribir la historia del país ¿Después de ultrajar a Cuenca de esta forma, aún tendremos que ver una ignominia para la patria con otro libro de la avecilla calígrafa?
Advierto que en el Ministerio Fiscal de Cuenca tengo presentada una denuncia e indagación en contra del ciudadano Rodrigo Aguilar Orejuela, por intento de agresión física a mi persona, y si por haberos escrito esta misiva –recalcando los graves errores de este libro del colibrí Machado Aguilar- volviese yo a ser objeto de una emboscada, la Fiscalía habrá de tomar acciones para sancionar estos comportamientos vulgares, ramplones y palurdos, pues la experiencia nos confirma que sólo los pelafustanes o canallas creen que la ignorancia se la oculta con la fuerza bruta y el argumentum baculinum adversas intelligentia et sapientia.
Declaro que esta protesta pública solo tiene la intención de defender a la historia de Cuenca, «Patrimonio Cultural de la Humanidad», y ha sido realizada con animus corrigendi, en defensa de nuestra maravillosa lengua de Castilla, de la historia y el prestigio cultural de la capital de la morlaquía, pues es menester manifestar, cum bona diagnosis, altivo rechazo a publicaciones mal hechas y realizadas in honorem invencibilis ignorantia, stultitia et adversas intelligentia et respectum pro Historia.
Recibid un cordial saludo in Iesu, Pontifex qui tradidisti temetipsum Deo oblationem et hostiam,
Diego Demetrio Orellana
Datum Concha, super flumina Tomebamba, mensis decembris, die XXV, reparata salute Anno Dominicae Incarnationis MMXI, in sollemnitate Nativitate Domini
Estimado Licenciado:
ResponderEliminarMe parece que el grado de intervención realizado al libro de un artista, es un tanto profundo y a mi criterio irrelevante, puesto que considerado como una obra netamente artística, se puede cometer muchos errores históricos, en los cuales usted es un perito en la materia.
Existen tantos y en demasía problemas en la ciudad de Cuenca, por no decir en el País, que requieren de una buena critica constructiva como solo usted lo puede investigar y denunciar.
Apelando a su sinceridad y buen juicio.
Saludos Cordiales