Santa Ana de los Ríos de Cuenca, julio 11 del año del Señor de 2011
XV Dominica per annum
Dr. Mario Jaramillo Paredes
Rector de la Universidad del Azuay
Ciudad.
De mi consideración:
«Hac littera visuri, salutem»
En la última edición de la revista «COLOQUIO», No. 48, publicación trimestral de la Universidad del Azuay, correspondiente a los meses de abril – junio del presente año y editada por la ciudadana Janeth Molina Coronel, se publica un artículo del señor Diego Arteaga Matute, el cual es objeto de ludibrio y vergüenza pública por las temeridades que el mencionado investigador asevera mancillando a la historia de la capital de la morlaquía.
ARTÍCULO DE LOS ULTRAJES A CUENCA. Págs. 2 -5
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El trabajo en cuestión se intitula «María de Santo Domingo: una beata cuencana del siglo XVII» y la primera cosa absurda con la que se enfrentan los lectores es que la ilustración del artículo corresponde a una imagen de Santa Mariana de Jesús Paredes y Flores, la Azucena de Quito, mientras otras dos imágenes de la investigación representan a dos monjas de Órdenes religiosas católicas, las cuales pretenden ser mostradas como beatas sin conseguirlo, como se puede colegir de la intencionalidad del autor de la investigación.
DIEGO ARTEAGA MATUTE
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Pero eso que podría ser un aspecto formal del artículo de marras no es lo más oprobioso del tema investigado, como sí lo son, ad contrario sensu, las gravísimas faltas gramaticales y ortográficas que se traslucen en una catastrófica redacción atiborrada de errores de precisión semántica y sintáctica, que en ocasiones vuelven más abstrusas las cosas absurdas que Diego Arteaga manifiesta y que, con el fin de que usted, Señor Rector, se digne sancionarlo o llamarle la atención, me permito detallar a continuación in honorem urbis semper fidelis:
Sor Juana Inés de la Cruz
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Arteaga escribe una horrorosa imprecisión histórica cuando, ab initio, asevera la siguiente monstruosidad, al hablar de las mujeres que se relacionaban con la Santa Madre Iglesia en la época colonial: «…En algunos casos sus pensamientos, sus experiencias místicas, sus escritos han sido motivo de publicación, incluso durante sus vidas, como en el caso de la mexicana del siglo XVI Sor Juana Inés de la Cruz…».
Esta afirmación refleja la nula capacidad investigativa de Arteaga, quien, prima facie, demuestra desconocer que Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana, conocida como Sor Juana Inés de la Cruz, no es del siglo XVI, como dice este despistado historiador, sino del siglo XVII, pues nació en 1651 y murió en 1695, por lo que resulta sorprendente que este autor se desubique en cien años sólo por no consultar una buena enciclopedia.
Un poco después, Arteaga escribe otra cosa falsa que desdice de la seriedad de su calidad de historiador y que la transcribo ad literam: «A partir de 1532, en tierras de la futura Cuenca la religión católica va haciéndose presente, incluso en la década de los 40 existe la intentona de fray Jodoco Ricke por construir un monasterio…».
Anima mea meminisse horret/ Mi alma se horroriza al recordarlo, habré de decir ante esta atrevida y vil mentira en un contexto de fechas imprecisas, ya que por el año de 1532 no habían aún españoles en las tierras de la antigua Guapdondelig, Tumipamba o Paucarbamba.
En ese año de 1532, en el que supuestamente Arteaga dice que la religión católica se va haciendo presente en Cuenca, los españoles todavía no descubrían la provincia de los cañaris, ya que en aquel año, ciertamente, el conquistador Francisco Pizarro recién bajaba desde Colombia, recorriendo lo que es hoy la costa ecuatoriana, para conquistar el Perú. En 1532 justamente pasaba por Túmbes y en agosto del mismo año fundaba la villa de San Miguel de Piura, considerada, in aeternum, como la primera ciudad española erigida en el Tahuantinsuyo ¿Cómo entonces se puede afirmar, con tanta irresponsabilidad, que en 1532 la religión católica ya estaba estableciéndose en la futura Cuenca?
In diebus illis/ en aquellos días, o en ese mismo año del Señor de 1532, en que Arteaga dice que ya habían españoles en lo que habría de ser Cuenca, Atahualpa, que fue el último inca del Tahuantinsuyo, aún se peleaba con su hermano Huáscar por ocupar el trono inca y para ese tiempo los españoles todavía no lo asesinaban, en Cajamarca, pues vale decir que la inicial meta de los conquistadores hispanos era eliminar al inca para comenzar la colonización española del Tahuantinsuyo.
FRANCISCO PIZARRO
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Efectivamente, el 15 de noviembre de 1532 la expedición de Pizarro recién entraba a Cajamarca, donde se encontraba Atahualpa, que había apresado a su hermano Huáscar. Para 1533 habría de acontecer la muerte de este último, por orden secreta del inca Atahualpa, así como la prisión de éste, quien para conseguir su libertad ofreció -a Francisco Pizarro- llenar de oro la habitación en la que se encontraba y de plata otras dos estancias, hasta que el 18 de junio de 1533, Pizarro y sus secuaces se repartieron el botín, mientras el inca era condenado a muerte y ejecutado hacia finales de julio del año del Señor de 1533 ¿Cómo entonces podían haber españoles en Cuenca, según Arteaga, en aquel tiempo, cuando los ibéricos no descubrían aún las tierras de Tomebamba?
Sebastián de Benalcázar
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Se conoce, verbi gratia, como hecho probado por los cronistas de Indias, que Sebastián de Benalcázar pasó por las antiguas posesiones cañaris de la provincia de Tomebamba, en abril de 1534, estableciendo un asentamiento español junto al río Gualaxiu, al que los españoles bautizaron como Santa Bárbara y que hoy se reconoce como el primer asiento hispano y minero de la actual provincia del Azuay, pero el valle de Guapdondelig o Paucarbamba, que es el sitio en donde se fundó la ciudad de Cuenca, jamás fue poblado por los ibéricos en la década de 1530. Esa es la razón por la cual se ha probado hasta el hastío que el poblado hispano de las minas de Santa Bárbara, en Gualaceo, fue más antiguo que Cuenca.
También se sabe, de manera fidedigna, que Rodrigo Núñez de Bonilla fue nombrado como encomendero de los cañaris por su amigo Francisco Pizarro, de quien era hombre de confianza, y se dice que éste es el primer español avecindado en lo que habría de ser Cuenca, pero los historiadores más serios de la morlaquía cuentan que su establecimiento en estos lares se dio alrededor de 1542, diez años después del dato equívoco que asevera Arteaga.
Lumen de luminem, lo que es cierto a todas luces es la presunción histórica de que alrededor de los años 1542 y 1545, Rodrigo Núñez de Bonilla tenía ya consolidado un asiento de españoles en el valle de Paucarbamba y algunos historiadores de la morlaquía, entre ellos Ricardo Márquez Tapia, han llegado a decir que dicho poblado fue llamado como la villa de Santa Ana de los Ríos, pero antes de la década de 1540 es imposible que español alguno hubiese habitado en Cuenca.
Fray Jodoco Ricke, OFM
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Por ello, lo que el advenedizo historiador profiere, adversas veritas, en el sentido de que Fray Jodoco Ricke habría tenido la intención de construir un monasterio en Cuenca, en la década de 1540, sigue siendo la cosa más falaz que algún historiador pudiere aseverar, primero porque inclusive en 1540, ya bajo la encomienda de Rodrigo Núñez de Bonilla, el famoso franciscano Fray Jodoco Ricke, que trajo el trigo a América y que vivía en Quito, jamás tuvo ni en sueños una intención de llegar a Paucarbamba con la Tercera Orden de Frailes Menores, pues su labor pastoral estaba circunscrita a establecer el convento de San Francisco en Quito, ciudad ya fundada el 6 de Diciembre de 1534, mientras por otro lado, las Órdenes religiosas solían establecerse, en la época colonial, solo en las villas o las urbes ya constituidas con todas las formalidades de las Leyes de Indias y nunca en los asentamientos españoles como el que tuvo Rodrigo Núñez de Bonilla en la antigua Paucarbamba.
Convento franciscano fundado por Fr. Jodoco Ricke, OFM, en Popayán
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Por todos estos hechos, las afirmaciones de Arteaga afrentan a la historia de la capital azuaya y es triste que se afirme tales expresiones, provocando la difusión de datos equívocos que se habrán de constituir, ipso facto, para los incautos, en fuentes de dudosa credibilidad en desmedro de la verdad histórica.
Más abajo, al hablar de las beatas que eran elegidas como ‘mayordomas’ de las cofradías, el autor de este artículo afirma otro dislate que me permito transcribir de verbo ad verbum: «…Se encargan de realizar procesiones por el santo patrono o santa patrona, o por el elemento que sirve de protector como la cinta de San Agustín, el cordón de San Francisco…».
Ab irato, esto es de veras un absurdo y una ridiculez, ya que en la Santa Madre Iglesia Católica, Apostólica y Romana está prohibida la veneración a los ídolos o fetiches como podría ser el hecho de que alguien haga procesiones por el cordón de San Francisco o la cinta de San Agustín; más allá de esto, conviene decir que el llamado «cordón de San Francisco» ha sido usual en la Iglesia Católica, mas no la «cinta de San Agustín», lo que parece un audaz y temerario invento de vuestro investigador.
San Francisco de Asís
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La Iglesia permite el culto de dulía o de veneración a los santos y hasta hoy es normal que se organicen procesiones por San Agustín o San Francisco de Asís, pero no por su cordón, elemento que mas bien ha sido utilizado como símbolo en la vestimenta de los fieles terciarios franciscanos, para que sea evidente su consagración al seráfico San Francisco, exempli gratia, por lo que las expresiones de Arteaga resultan apócrifas y contravienen a la verdad de los hechos, haciendo de la historia de la ciudad una fantasía nada propia del rigor científico que la Historia reclama in puris naturalibus.
Sacristanes niños escoltan la Cruz alta
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Casi enseguida, en la pág. 3 de la revista «Coloquio», vuestro investigador agrega un nuevo despropósito que revela un patético caso de ignorancia invencible: «…Con menos frecuencia se tiene la intervención de la mujer como sacristana…».
Esta afirmación es contraria a la verdad desde todo punto de vista, ya que en la Iglesia Católica Romana jamás se ha permitido la participación de las mujeres en los oficios religiosos, por lo que la función del sacristán ha sido masculina por antonomasia, in aeternum.
Inclusive, la Real Academia de la Lengua Castellana registra a la palabra «sacristán» como un sustantivo masculino que define al «hombre que en las iglesias tiene a su cargo ayudar al sacerdote en el servicio del altar y cuidar de los ornamentos y de la limpieza y aseo de la iglesia y sacristía», mientras que sacristana, ad interim, para la Academia, ha sido siempre la «mujer del sacristán o la religiosa destinada en su convento a cuidar de las cosas de la sacristía y dar lo necesario para el servicio de la iglesia», pero esta función es propia de los conventos femeninos de clausura y Arteaga, en su infundado artículo, no señala esta actividad para las religiosas contemplativas, pues no habla de aquellas sino de las beatas, por lo que, al tratarse de éstas, las sacristanas solo podrían ser las mujeres del sacristán y no las féminas que ayudan en los oficios religiosos al sacerdote, pues como he dicho ut supra, esa función nunca se ha encomendado a las personas del sexo femenino.
Lo que afirmo no admite prueba en contrario, debido a que en la historia de la Santa Madre Iglesia existen los llamados «sacristanes mayores», quienes, sensu stricto, son los principales entre los sacristanes, que mandan a todos los dependientes de una sacristía. Así entonces, las expresiones de Arteaga vuélvense pueriles y fabulosas con la desfachatez inherente del historiador y escritor irresponsable que no alcanza a escribir apropiadamente los términos y palabras correctas de la lengua de Castilla.
Antiguo plano de Santa Ana de los Ríos de Cuenca
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Más abajo, Arteaga confunde nuevamente datos importantísimos de la historia local cuando afirma artificiosamente, adversas sensus comunis, una atrocidad tan grande como el infinito: «Luego de la fundación de Cuenca, se procede a realizar su trazado en cuadriculado con calles señaladas en ángulo recto… Su diseño está limitado en un cuadrado por edificios eclesiásticos: San Francisco, las Conceptas, el edificio destinado al Hospital con su capilla –localizado en el lugar en donde está la actual iglesia de San Alfonso- y, finalmente, el de los dominicos…».
Antigua Escuela Central «La Inmaculada», calles Benigno Malo y Gran Colombia, Cuenca - Ecuador
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Nada más falso que esto, ya que dicho cuadrado imaginario entre las iglesias de San Francisco, las Conceptas, el antiguo Hospital y Santo Domingo es el absurdo más absurdo que se pudiere imaginar y dicha cuadrícula no existió jamás, ni al momento de la fundación castellana de Santa Ana de los Ríos de Cuenca ni después, ya que en 1557, cuando se realizó el trazado de la naciente urbe, no se destinó ningún solar para el monasterio de las madres Conceptas, las cuales llegaron a Cuenca en 1599, 42 años después de fundada la ciudad castiza, mientras que el hospital colonial nunca estuvo localizado en donde es hoy la iglesia de San Alfonso, sino en las actuales calles Gran Colombia y Benigno Malo, en donde se encuentra el viejo edificio de la Escuela Central «La Inmaculada», en estos días en restauración.
Alere flamam veritatis/ Alentando la llama de la verdad, en el actual convento y basílica de San Alfonso estuvo localizada la iglesia de San Agustín y el convento de los frailes agustinos, quienes llegaron a Cuenca en el año del Señor de 1583, pero jamás estuvo allí el hospital de la naciente urbe y menos este sitio pudo ser vértice del tremebundo cuadrado inventado, ad arbitrium, por Arteaga, supuestamente en 1557, después de la fundación de Cuenca.
Es de veras sorprendente la capacidad imaginativa de Arteaga para inventarse un cuadrado imaginario que nunca ha existido o interpretar per fas et per nefas, a la maldita sea, documentos históricos como el primer plano de la urbe, con tal de proferir teorías o hipótesis históricas que devienen en engañifas de poca monta, reflejando la ligereza con la que se fantasea con la Historia desacreditándola como ciencia e irrespetándola ab absurdo.
Iglesia y convento de Santo Domingo, Cuenca - Ecuador
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En la página 3, al hablar de los padres dominicos de Cuenca, el autor de esta malhadada investigación dice otra falacia, que la transcribo ad pedem litterae: «La importancia del convento se la conoce años más tarde, cuando los desfiles de las cofradías religiosas deben realizarse con estandartes, pero partiendo desde su local. El convento años más tarde acoge a algunos eclesiásticos que son integrantes del Santo Oficio de la Inquisición».
VERITAS/ VERDAD: escudo de armas de la Orden de Predicadores
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La expresión «años más tarde» redunda en este texto en el entramado de una redacción farragosa, toda vez que lo aseverado es una falsedad inadmisible, pues nunca han existido en Cuenca frailes dominicos que hayan sido parte de la Inquisición o el Santo Oficio y Arteaga debería probarlo con documentos y no decirlo como un sofisma que oculta, al parecer, su impreparación en asuntos históricos, mientras hay una verdad de Perogrullo al hablar de los desfiles de las cofradías, ya que es lógico que las procesiones de la cofradía de la Morenica del Rosario parten siempre desde su iglesia de Santo Domingo hasta los actuales días.
Ex admirationem, el personaje motivo del artículo está lleno de contradicciones debido a la falta de claridad intelectual en la investigación. Efectivamente, Diego Arteaga dice que hubo una beata cuencana llamada María de Santo Domingo, de quien afirma que se trata de «una beata de la Orden de Santo Domingo», mientras expresa que «se desconoce su verdadero nombre» y no obstante declara que «es hija legítima de Martín Hernández Lozano y María Sánchez de la Garza».
Como dicen que más pronto cae el mentiroso que el ladrón, fiat lux, en estas afirmaciones podemos confirmar, al parecer, la capacidad del articulista para fraguar deducciones con datos descontextualizados de la historia, a fin de elaborar sofismas de difícil comprobación que permanecen en vanas elucubraciones esfumadas tan pronto se racionalizan los terribles yerros del historiador Arteaga.
Santo Domingo de Guzmán
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Por eso, es sorprendente comprobar que no es verdad que hayan existido beatas de la Orden de Santo Domingo, primero porque no existe la Orden de Santo Domingo propiamente dicha sino la Orden de Predicadores, fundada en el año del Señor de 1214 por Santo Domingo de Guzmán, para que sus miembros, los frailes dominicos, lucharan en contra de las herejías a través de la predicación, la enseñanza y un modo de vida caracterizado por la austeridad in persona Christi.
Santa Catalina de Siena
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En segundo lugar, esta Orden de Predicadores tiene una rama masculina, como acabamos de ver, y una rama femenina que son las monjas dominicas o «madres catalinas», llamadas así debido a que fueron fundadas por Santa Catalina de Siena, siguiendo la filosofía de Santo Domingo en la Orden de Predicadores, sin que jamás haya existido una rama de beatas como para que el historiador Arteaga pretenda hacernos creer que esta mujer cuencana era «una beata de la Orden de Santo Domingo». Esto no es más que una burda mentira con la que ha pretendido burlarse, con osadía, de la inteligencia de los cuencanos, mas esta tomadura de pelo no se la vamos a permitir in honorem urbis et cum reverentia pro Historia.
Retablo de la iglesia de Santo Domingo en Cuenca - Ecuador, con la imagen de la Morenica del Sacratísimo Rosario
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En tercer lugar, ad arbitrium, el llamarla como «María de Santo Domingo» es una audaz atribución de Arteaga, quien describe en todo este trabajo un testamento de alguna mujer cuencana que era piadosa, de la que no sabe su nombre verdadero y al explicarse ciertos pormenores del documento, entra en oprobiosas contradicciones como aquella de afirmar que esta supuesta «beata de Santo Domingo» pertenecía a la Orden dominicana, mientras en la página 4 concluye su fantasía y deja descubrir su falaz invento, al establecer una deducción del testamento que se convierte en la pista para confirmar que sus teorías no representan más que escalofriantes invenciones: «Llama la atención que no se mencione la posesión de alguna obra de ‘Nuestra Señora del Rosario’, tampoco sabemos si pertenece a la cofradía homónima. En todo caso, parece que la beta está dentro del culto generalizado al ‘Santísimo Sacramento’ y a ‘Nuestra Señora del Rosario’, ambiente en donde esta última promueve el culto mariano y el rezo del rosario. No hay que perder de vista que estas dos advocaciones son las de mayor difusión por esta época en algunos países de Europa y América».
Santísima Virgen del Rosario de Pompeya, óleo de Sor Magdalena de la Cruz Cabrera Arízaga, OP
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Si la beata no tenía una imagen de la Morenica del Rosario y se desconoce que pudo pertenecer a su cofradía, ¿no resulta evidente la discordancia para bautizarla como María de Santo Domingo, cuando lo lógico es que las piadosas y beatas mujeres de esta iglesia se caracterizaban mayoritariamente por integrar esta agrupación religiosa?
Esta es la conclusión racional que habremos de hacer a fin de verificar la estrepitosa contradicción y el fácil gracejo de Arteaga para escribir disparates y afirmar hipótesis que se vuelven deleznables debido a su fuerte capacidad para fantasear y hacer de la Historia una ciencia especulativa en contra del respeto a la verdad de los hechos, olvidando que en asuntos históricos la exacta precisión es la característica esencial que se erige como el fons et culmen de toda investigación que intenta registrar los hechos con la fuerza expresiva que prodiga la veracidad y la fidelidad de cualquier acontecimiento que marca la vida de nuestras comunidades.
Otra cosa que contraría a la verdad es la audacia de Arteaga para enlistar una serie de objetos ridículos que dice existir en los hogares cuencanos, en los siglos XVI y XVII, entre los que resalta «escritorios de Alemania», tafetanes, porcelanas chinas y sedas, junto a libros como los Diurnos, Semanarios y el «Itinerario para párrocos de Indios» del eclesiástico quiteño Alonso de la Peña Montenegro.
No obstante, es admirable que se escriban cosas artificiosas como las descritas, con tal de ilustrar la vida colonial cuencana sin documentos fehacientes que la prueben, de facto, al tiempo de resultar imperdonable que el articulista, siendo todo un historiador, desconozca que Monseñor Alonso de la Peña y Montenegro no fue quiteño sino español, ya que nació en Galicia, el 29 de abril de 1596, en el pueblo llamado Villa del Padrón, siendo hijo de Domingo de la Peña y Mayor Fabeiro.
El Rey español Felipe IV, de la familia de los Habsburgo, lo presentó para que fuera electo Obispo de Quito, nombramiento que le fue conferido, ex lege, el 10 de enero de 1653 y confirmado con las bulas del Sumo Pontífice Inocencio X, de fecha 18 de agosto del año del Señor de 1653.
Retrato ecuestre del Rey Felipe IV
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Cabe indicar que durante la época colonial todos los obispos que venían a América, así como los virreyes y los presidentes de las Reales Audiencias y Capitanías Generales de la Corona ibérica eran siempre españoles y jamás criollos. Esto lo conoce cualquier historiador serio y responsable que vive convencido que «Magistra vitae historia est/ La Historia es la maestra de la vida», por lo que las aseveraciones del señor Arteaga reflejan una inaceptable impreparación intelectual en asuntos históricos.
Así entonces, como acabamos de ver, el Ilustrísimo y Excelentísimo Monseñor Alonso de la Peña y Montenegro llegó a ser uno de los más importantes obispos españoles de la Real Audiencia de Quito y murió ejerciendo esta dignidad el 12 de mayo del año del Señor de 1687.
Estos datos biográficos del ilustre obispo español nos permiten descubrir una nueva mentira de Diego Arteaga, pues la obra «Itinerario para párrocos de Indios» debió ser escrita por el Ilustrísimo Peña y Montenegro entre el año 1653 cuando es nombrado Obispo de Quito y el de 1687 cuando fallece. Este hecho es importantísimo para detectar una horrorosa contradicción de Arteaga cuando dice ad litteram: «…Los datos que sirven para realizar esta parte del trabajo provienen del poder que ella (María de Santo Domingo) otorga el 6 de agosto de 1629 a su sobrino Juan de Rojas así como del inventario de sus bienes que se realiza el 22 de octubre del mismo año, cuando ella ya ha fallecido».
La pregunta cardinal que debemos hacernos es la siguiente: ¿Si la supuesta beata muere en 1629 y el libro intitulado «Itinerario para párrocos de Indios» se publica después de 1653 cuando el preclaro obispo ibérico estaba en Quito, es muy fácil columbrar que la obra jamás pudo ser por ella conocida, pues fue escrita por lo menos con 24 años después de su muerte?
Ad interim, este dato prueba que la mencionada publicación tampoco era común en los hogares de los cuencanos del siglo XVI como dice Arteaga, pues en esa centuria ni siquiera se la escribía todavía, ya que su autor, el Ilustrísimo Obispo de la Peña y Montenegro, nació en 1596 cuando el siglo XVI concluía y, en calidad de neonato, era imposible de que escribiese esa obra como para que Arteaga diga que los hogares cuencanos ya la tenían in illo tempore.
Dr. Mario Jaramillo Paredes: ¿No estamos, in extremis, ante un caso gravísimo de negligencia e irresponsabilidad para escribir hechos históricos con seriedad y ética profesional? ¿No queda más claro que la luz del día el desconocimiento del articulista sobre este esclarecido personaje?
Este artículo histórico de la revista «Coloquio» desprestigia a la Universidad del Azuay, extra muros, por lo que creo conveniente, de su parte, que deberá llamar la atención al articulista, pues contribuciones de esta naturaleza no representan aportes bibliográficos para la capital azuaya, puesto que ofenden y alteran a la historia de la «Atenas del Ecuador» y desinforman a la ciudadanía a la que debemos servirla con honestidad intelectual desde la pluma.
Presbiterio de la antigua iglesia matriz de Cuenca, Ecuador
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Casi enseguida se escribió una expresión inentendible y poco convincente cuando el articulista dice sponte sua: «…sabemos que una mujer conocida como la beata Loçana está sepultada cerca del Evangelio de la iglesia Matriz, junto a las tumbas de Pedro de León y Pedro de Santana, uno de los fundadores de Cuenca y el segundo medidor de tierras de la urbe, respectivamente».
Res ipsa loquitur, sed ¿quid in infernos dicet?/ La cosa habla por sí mismo, pero ¿qué infiernos dice? ¿Qué pretendió decir Arteaga con su aseveración Evangelio de la iglesia Matriz, toda vez que el adjetivo matriz no puede llevar mayúsculas por no constituir un nombre propio? ¿A qué parte de la iglesia se habrá querido referir este despistado colaborador de la revista «COLOQUIO»? ¿Con qué elemento del templo se confundió hasta volver enigmática dicha expresión? ¿De dónde obtuvo esta imprecisión como para admitir que fuese cierta la existencia de dichas sepulturas? ¿De veras existen como con tanta seguridad se afirma?
Altar de una de las capillas laterales de la antigua iglesia matriz de Cuenca - Ecuador
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Se sabe que las personas enterradas en la antigua iglesia matriz de Cuenca o Catedral Vieja se encontraban en la cripta de ese templo y no en la iglesia propiamente, por lo que resultan más evanescentes aún las expresiones de vuestro investigador, siendo entonces conveniente preguntarnos in honorem intelligentia: ¿qué elemento de una cripta podría ser llamado como Evangelio en la inefable mente de Arteaga?
Antigua misa latina celebrada «ad orientem» por el Santo Padre Benedicto, por la Divina Providencia Papa XVI en la Capilla Sixtina, el 13 de enero del año del Señor de 2011, in sollemnitate Baptismus Domini
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Dos nuevas falacias esgrime este mendaz historiador cuando escribe ad pedem litterae: «Los libros que posee son de carácter religioso… hasta mediados del siglo XVII, los fieles, por diferentes razones, no tienen acceso a lo que ocurre en el altar. Con el paso del tiempo, estas obras irán siendo menos frecuentes en las iglesias ya que el nuevo propósito institucional es el de fomentar mayores contactos entre el sacerdote y sus feligreses durante la misa. A partir de la segunda mitad del siglo XVII en Francia se escriben algunos libros que defienden, precisamente, esta nueva propuesta…».
Ex ungue leonem, cabe indicar que hasta la segunda mitad de la vigésima centuria, cuando tuvo lugar el ecuménico Concilio Vaticano II, realizado entre 1962 y 1965, los feligreses no participaban activamente en los oficios religiosos y, por lo tanto, los devocionarios y libros de acompañamiento a las misas eran frecuentes en los fieles católicos. Por esta razón, decir que «hasta mediados del siglo XVII los fieles, por diferentes razones, no tienen acceso a lo que ocurre en el altar» constituye una imprecisión que altera a la verdad histórica, mientras el hecho de que en Francia, en la segunda mitad del siglo XVII, se hayan escrito libros que defienden nuevas propuestas para la participación de los fieles en los oficios religiosos, sin que se señale cuáles son esas obras, parece un argumento que trata de justificar una falacia que contraviene a la verdad de los acontecimientos.
Representación de beatas en el cine
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Al final de esta investigación Arteaga aún nos tiene preparadas otras invenciones y elucubraciones inverosímiles e hilarantes cuando afirma ex abrupto: «Desde los inicios de Cuenca, la Iglesia o Cabildo Civil no estuvieron interesados en la construcción de edificios para albergar a beatas, como sí ocurrió en otras urbes coloniales como Quito, Lima, México, lo cual nos muestra a una urbe con pocos personajes de esta condición. Estas mujeres tampoco asoman en los censos cuencanos, sea en los efectuados por instituciones civiles o por comunidades eclesiásticas. De la urbe apenas sabemos de un beaterio pero en el siglo XIX, así como de limosnas que se dejan por estas épocas en algunos testamentos locales, destinadas para la canonización de Mariana de Jesús, quizás con ello aspirando la Iglesia a realizar un proyecto nacional similar al que dio origen Santa Rosa de Lima en Perú».
Las beatas jamás podrían aparecer en ningún censo de cualquier lugar del mundo, pues su condición no ha sido ni es una profesión como para registrarla en una medición de esta naturaleza, por lo que estas deducciones del historiador vuélvense dignas de carcajadas, ya que la beatitud es una actitud ante la vida religiosa, mientras advertimos el atrevimiento para fraguar un insólito invento al decir que Cuenca tuvo un beaterio en el siglo XIX. Si esto lo hubiésemos de creer, Arteaga debería probar en dónde estuvo localizado y que pasó con él, pues jamás historiador alguno de la morlaquía ha hablado de ningún beaterio cuencano en la centuria decimonónica, mientras los planos existentes de la época jamás lo han hecho constar como para confirmar que su existencia fue verdaderamente real en nuestra historia.
Por otra parte, pro Patria et Deo, la Iglesia Católica, Apostólica y Romana nunca ha pretendido que la canonización de Mariana de Jesús Paredes, Flores y Granobles, la Azucena de Quito, sea un proyecto nacional similar al que, según Arteaga, supuestamente hubo en el Perú para Santa Rosa de Lima cuando el Santo Padre Clemente, por la Divina Providencia Papa X, la elevó a los altares en el año de 1671. In illo tempore, en aquel año, el Perú era una colonia de la monarquía española al constituir el Virreinato de Lima y esto prueba que es falso que hubiere habido un proyecto nacional peruano para canonizar a Rosa de Lima, como afirma con tanta contumelia este desvergonzado historiador cuencano.
Mariana de Jesús, la Azucena de Quito, ha sido un ícono de la historia ecuatoriana desde el siglo XVII, pero su beatificación en el año del Señor de 1853, por el Beato Sumo Pontífice Pío IX, así como su canonización en 1950, por el Santo Padre Pío, por la Divina Providencia Papa XII, han sido la culminación simple y llana de los respectivos procesos canónicos instaurados en la Santa Madre Iglesia para la comprobación de la heroicidad de sus virtudes y su ensalzamiento a los altares ad maiorem Dei gloriam, para mayor gloria de Dios y con esto bástenos saber la vil mentira que este irresponsable historiador intenta hacernos creer como quien nos pasa gato por liebre.
Vista de Cartagena de Indias, Colombia
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Finalmente, ad concludendi, las inventivas aterrizan en la estupidez más abyecta y abominable que uno puede presenciar cuando la insolencia para coger la pluma y hacer tabla rasa de la Historia llega a los límites del absurdo, ya que Arteaga, padre putativo de María de Santo Domingo, dice desconocer qué lecturas habrán influido en su «beata» y se permite citar una expresión de la historiadora Lux Martelo para parangonear a una monja de la ciudad de Cartagena con la supuesta beata cuencana, a quien Arteaga desea presentar como si se tratara de una religiosa digna de quedarse registrada en los anales de la historia de la morlaquía.
Pero leamos una vez más a vuestro badulaque investigador con la cita de Martelo, a fin de confirmar la falta de coherencia entre lo que esta historiadora dice, lo que Arteaga pretende contextualizar de la beata y la vida real de ésta: «María de Santo Domingo hace su vida entre la iglesia y su hogar… De la lectura de sus libros no sabemos a ciencia cierta qué influencias habría ejercido en ella. En este sentido, según la historiadora Lux Martelo, se sabe que en el siglo XVI una monja de Cartagena de las Indias únicamente el tiempo que le restaba de sus múltiples actividades eclesiásticas ‘lo gastava en leçión de Fray Luis de Granada y otros libros santos de santa y provechosa dotrina’».
Pars prima, en primer lugar, la supuesta beata cuencana no era una monja, por lo que sus hábitos y actividades cotidianas no eran similares a una religiosa de monasterio o convento; por lo tanto, el parangón entre la María de Santo Domingo del investigador Arteaga y la monja cartagenera de la historiadora Martelo es absurdo por el fondo y forma, pues nada tienen que ver con nuestro contexto cultural, social e histórico.
Altera pars, en segundo lugar, el ejemplo viene de un contexto histórico y geográfico diverso, ajeno a la idiosincrasia cuencana, nada comparable con la realidad local y menos con nuestro modus actuandi, resultando una cosa traída de los cabellos el hecho de referirse a las costumbres de una religiosa de Cartagena de Indias para tratar de decir que su mismo modo de vida habrá sido el que tenía la supuesta beata cuencana, a la que motu proprio, vuestro irresponsable investigador ha bautizado con el ridículo nombre de «María de Santo Domingo».
Cabe indicar, Dr. Mario Jaramillo Paredes, que la Historia es una ciencia y la especulación le hace mucho daño cuando el rigor metodológico y científico no sustenta el modus operandi de un historiador responsable y, desde esta perspectiva, me parece que el investigador Arteaga desprestigia a la Universidad del Azuay, entidad que patrocina la edición de la revista «COLOQUIO», en cuyos errores mucho tiene que ver también su editora, la ciudadana Janeth Molina Coronel, quien demuestra una vez más no representar el adecuado filtro para garantizar que las ediciones de COLOQUIO sean verdaderos aportes bibliográficos para engrandecer el prestigio de la institución de educación superior que usted preside.
Estas barbaridades, Señor Rector de la Universidad del Azuay, son propias de escritores y editores insolventes o impreparados que no han accedido al conocimiento profundo de las cosas, los mismos que cuando cogen la pluma parecen confundirla con el escalpelo que destroza a mansalva la carne que devora y por eso, todo cuanto escriben son terroríficos atentados a la Historia, la cultura y la lengua de Castilla.
Así, quod erat demonstrandum, las precisiones que me he permitido demostrar a usted están realizadas por el espíritu cívico y gran respeto que tengo por mi ciudad, la «Atenas del Ecuador» e intentan reivindicarla de una nueva ignominia en su contra publicada en la revista «COLOQUIO».
Sería bueno decirles, tanto al señor Diego Arteaga Matute cuanto a la ciudadana Janeth Molina Coronel, los responsables directos de estas infamias y desaciertos en contra de la urbe, la célebre cita de los antiguos libros didácticos: «Indocti discant et ament meminisse periti/ Aprendan los ignorantes y gusten recordar los doctos».
Mas, en particular, resultaría del todo apropiado que los modernos historiadores de la morlaquía que, como Arteaga, injurian a la capital azuaya con sus investigaciones, recordaran la inmortal máxima del célebre historiador Flavio Magno Aurelio Casiodoro (c. 490-c. 585), quien decía estas sabias expresiones con el convencimiento de que la Historia es una ciencia no especulativa: «Nemo potest præsentia recte disponere nemo providere futuris. Nisi, qui de præteritis multa cognoverit. Instructus enim redditur animus. In futuris, quando præteritorum commonetur exemplis/ Nadie puede disponer acertadamente del presente; nadie puede prever el futuro, excepto el que tiene un profundo conocimiento del pasado. El ánimo se vuelve instruido respecto al futuro, cuando es advertido por ejemplos del pasado».
Agradeciéndole por su atención, reciba un cordial saludo in Iesu, Pontifex Dei et animarum zelo succense,
DIEGO DEMETRIO ORELLANA
Datum Concha, apud flumina Tomebamba, mensis Iulii, die X, reparata salute Anno Dominicae Incarnationis MMXI, in XV Dominica per annum.
OPINIONES CIUDADANAS
De: Jorge Suarez jorgesuar1@yahoo.com
Asunto: Re: INFAMIAS EN CONTRA DE CUENCA EN «COLOQUIO»
Para: "DIEGO DEMETRIO ORELLANA" fidehazuay@yahoo.es
Fecha: martes, 12 de julio, 2011 05:15
Diego...
¡Una perfecta lección de historia! La guardo. Admiro el dominio que tiene sobre nuestro idioma, y el latín.
Saludos, Jorge
Excelente lección de historia, cátedra para Arteaga Matute.El Rector de la UDA sabrá dar contestación a esta luego creo Yo de solicitar explicaciones al autor del reportaje publicado en la UDA.
ResponderEliminarPara complementar la presente investigación, el año de publicación del libro Itinerario para Párrocos de Indios es en 1668 cuya edición es de Madrid, es preciso mencionar que fue publicado por segunda ocasión en 1771 también de Madrid.
ResponderEliminarDICU