DIES MUNDIALIS LATINITATIS
El 15 de mayo, fiesta de San Isidro Labrador, es el DÍA MUNDIAL DE LA LATINIDAD y siendo nuestra cultura castellana heredera de la tradición latina, conviene reflexionar en su importancia para cada una de nuestras sociedades.
La latinidad ha producido en Occidente una fuerte tradición humanista, gracias a sus cultores, pues en la bella y sempiterna lengua latina escribieron sus prodigiosos pensamientos autores de la talla de Cicerón, Quintiliano, Séneca, Lucrecio, San Agustín, entre los más antiguos. De la misma manera, escritores destacados dentro de la tradición humanista, a lo largo de los tiempos, han sido, verbi gratia, John de Salisbury, Erasmo de Roterdam y Juan Luis Vives, además de otros intelectuales italianos del Trecento y del Quattrocento.
Giambattista Vico (1688-1744) consideraba a la retórica como la reina de las ciencias. Gracias a esta concepción, los humanistas ponen mucho énfasis al estudio de las artes del lenguaje, de la misma manera como se hacía en la antigüedad clásica y en el medioevo. Existe una razón esencial para fundamentar este principio: el lenguaje es, de veras, el vehículo del pensamiento y quien quiere expresarse bien debe de considerar que, prima facie, para pensar bien hay que aprender antes a hablar bien.
En tal virtud, para escribir correctamente debemos tener claras las ideas, las cuales deben ser expresadas con exactitud, a fin de que el lenguaje escrito sea preciso. En este proceso existe entonces una trilogía de fundamental importancia: pensar, hablar y escribir. Pensar para que las ideas sean taxativamente establecidas, hablar para expresarlas cum lux vera et claritas y escribir para que lo escrito sea puntual, exacto, cierto y determinado.
En el mundo contemporáneo podemos inferir que lo que más se ha perdido es, precisamente, la falta de un cultivo adecuado de las artes del lenguaje. Esto es una barbarie propia de la globalización, en un contexto en donde se fomenta más la enseñanza de las ciencias exactas, en el que las matemáticas y las ciencias son establecidas con preeminencia frente al lenguaje y las humanidades, olvidando que la instrucción científica es fundamental para el ciudadano contemporáneo, pero es importantísimo que, a la par de ella, debe tener igual validación la formación humanística.
Por eso, en el Día Mundial de la Latinidad, invocamos la inmortal expresión de Quintiliano: «vir bonus dicende peritus: el varón bueno, perito en las artes del lenguaje» o lo que es lo mismo decir: «varón bueno, que sabe hablar».
El conocimiento científico es un auxiliar indispensable para descubrir la naturaleza de las cosas; por eso, las ciencias nos ayudan para hacer instrumentos que contribuyan a que los seres humanos llevemos una vida digna. Pero antes de fabricar dichas cosas, que facilitan el ejercicio de nuestra vida en el planeta, es bueno que reparemos en los fines de nuestra existencia. Desde esta perspectiva, el debate entre lo que representa el objeto que fabricamos y la finalidad de las ciencias constituye una discusión filosófica y no científica, lo cual se hace con palabras y no con números. Y por ello, las palabras que definen conceptos deben ser precisas, a fin de comunicar efectivamente nuestras ideas.
Al hablar de la latinidad debemos reconocer que la lengua de Castilla, en tanto es hija de la culta y sempiterna lengua latina, es un vínculo con el pasado, con las raíces de nuestra cultura latina y se presenta para nosotros como una poderosa fuerza comunicacional del buen obrar para la exacta expresión de nuestros pensamientos. El reconocimiento de esta realidad lingüística permite que entendamos mejor a nuestro idioma maternal cuando nos introyectamos en la fuerza etimológica del Castellano enriquecido por la inmortal presencia de la lengua latina. Y quien dilucida con claro entendimiento esa imbricación de la lengua de Cicerón con el idioma cervantino puede descubrir la poderosa fuerza expresiva de nuestra hermosa lengua de Castilla cuando la escribimos con precisión y certidumbre de lo que hablamos diem per diem et cum granu salis.
NACIMIENTO Y DESARROLLO DEL LATÍN
La lengua latina nació en la península itálica, en la región del Lacio, próxima a la desembocadura del río Tíber y en una pequeña aldea llamada Roma consiguió un amplio desarrollo hasta imponer su dominio al resto de los pueblos itálicos. Cuando el poder político de Roma iba creciendo el Latín se depura y perfecciona. Roma conquista Grecia y trata de imponer su lengua a las comunidades helenas. Entonces, era menester que las victorias romanas pervivan en la inmortalidad literaria y la cultura griega, que fue absorbida por Roma, marcará los cánones.
Con un imperio militarista e imponente, la lengua latina se impone con fuerza, a la vez que se consolida como un bello instrumento para la expresión literaria. Así, nacen bellas obras que han dado lustre al preclaro idioma, mientras se inicia un proceso de distanciamiento entre este latín literario y culto y la lengua hablada por el pueblo, la cual llegó a ser conocida como el latín vulgar.
El Latín culto no plantea problemas, ya que se posee documentos escritos. En cambio, son exiguos los testimonios escritos que se conservan en Latín vulgar. Este Latín vulgar era hablado por los soldados romanos y es el que se expandió por todos los lugares que Roma conquistaba. El Latín vulgar entonces se mantuvo muy homogéneo durante la época de la Roma imperial, pero, post factum, con las invasiones bárbaras (siglo V d. C.), se diversificaron las diferencias hasta nacer las lenguas romances como el Castellano, el Francés, el Italiano, el Portugués o el Romanche.
ETAPAS DEL LATÍN CULTO
En la historia de la inmortal lengua latina se pueden establecer 8 estadios importantes del desarrollo de esta lengua: el período arcaico, el período clásico, el período post-clásico, el Latín tardío, el Latín medieval, el Latín renacentista, el Latín científico y el Latín eclesiástico.
Período arcaico (siglos III-II a. C.)
Es la etapa de formación del latín literario, cuando Roma intentaba establecerse como un imperio trascendente. Autores destacados de este período son Apio Claudio el Ciego, Livio Andrónico, Nevio, Ennio, Plauto y Terencio.
Período clásico (siglos I a. C.-I d. C.)
Es la Edad de Oro de las letras latinas, cuyos autores más destacados son Cicerón, César, Tito Livio, Virgilio, Horacio, Catulo, Ovidio.
Período postclásico (siglo II d. C.)
La literatura latina decae, la lengua se vuelve más barroca, retórica y artificiosa. Son autores de esta época Séneca, Marcial, Juvenal y Tácito.
Latín tardío (siglos III-IV d. C.)
Los padres de la Iglesia empiezan a preocuparse por escribir un latín más puro y literario, abandonando el latín vulgar de los primeros cristianos. A este período pertenecen Tertuliano, San Jerónimo y San Agustín.
Latín medieval.
El latín literario se refugia en la Iglesia, en la Corte y en la escuela. Mientras, el latín vulgar continúa su evolución a ritmo acelerado. El latín se convirtió en vehículo de comunicación universal de los intelectuales medievales.
Latín renacentista.
En el Renacimiento la mirada de los humanistas se vuelve hacia la Antigüedad clásica, y el uso del latín cobró nueva fuerza. Petrarca, Erasmo de Rotterdam, Luis Vives, Antonio de Nebrija y muchos otros escriben sus obras en latín, además de en su propia lengua.
Latín científico.
La lengua latina sobrevive en escritores científicos hasta bien entrado el siglo XVIII. Descartes, Newton, Spinoza, Leibniz escribieron algunas de sus obras en latín.
Latín eclesiástico.
El latín sigue siendo hoy la lengua oficial de la Santa Madre Iglesia Católica, Apostólica y Romana y continúa siendo una lengua culta, invocada permanentemente por investigadores y estudiosos de la lingüística, quienes nos demuestran, diem per diem, el rico acervo de la latinidad en nuestras vidas. Desconocer este hecho desde nuestra cultura hispana es actuar como quien rechaza a su madre y eso constituye una conducta contra natura
DIEGO DEMETRIO ORELLANA
In Concha, apud flumina Tomebamba, mensis maii, die XV, reparate salute Anno Dominicae Incarnationis bismillesimus decimus ac primus, in sollemnitate Latinitatis Diem Universalis.
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