La palabra es castellana pero su etimología viene de la inmortal lengua latina, ya que los habitantes de la antigua Roma le llamaban «Aprilis» en dicho idioma, padre nutricio de nuestra hermosa lengua de Castilla.
En Santa Ana de los Ríos de Cuenca, así como en todo el Ecuador, abril es un mes considerado como lluvioso en grado superlativo. Por eso, los dichos populares asociados con este mes son profusos en relación a la lluvia.
El más famoso de todos es, quizás, aquel que dice: «En abril, las aguas mil». Sin embargo, debido a la versatilidad de la lengua castellana, la sabiduría popular ha dado a este dicho una serie de variantes, entre las que cabe citar algunas expresiones: «Abril, para ser abril, ha de tener aguas mil», o también: «En abril, lluvias mil». Inclusive, hasta en la Madre Patria España se acostumbra decir: «En Abril, aguas mil», lo que pone en evidencia la riqueza semántica de la lengua de Castilla para definir a las cosas y traspasar las fronteras, allende los mares, a fin de comunicar esencialmente los asuntos más profundos de la cultura popular.
Los antiguos habitantes de la morlaquía tenían curiosas costumbres en el mes de abril. Ad exemplum, como las lluvias eran exuberantes y las tormentas, en ocasiones, se volvían tremebundas y preocupantes en sumo grado, nuestros abuelos, creyentes como eran, creían que las mismas podían ser aplacadas quemando ramos benditos en los momentos en los que los pertinaces aguaceros hacían de las suyas por estos lares.
Para ello, mientras se quemaban los ramos, una jaculatoria muy conocida por los cuencanos de todas las épocas se rezaba con devoción: «Una voz oí en el cielo/ de su Divina Majestad/ válgame la cruz del cielo/ y la Santísima Trinidad/ Jesucristo aplaca tu ira/ tu justicia y tu rigor/ y por tu preciosísima sangre/ misericordia Señor, de este miserable pecador».
La fe de los habitantes de Cuenca era de tal magnitud que se creía que este ceremonial era de veras efectivo contra las tormentas, no sólo de abril sino de todo el año; de allí, la centenaria costumbre de bendecir los ramos en Semana Santa para guardarlos en cada una de las casas cuencanas para ser utilizados en el mal tiempo, costumbre que aún se conserva en muchos hogares de la «Atenas del Ecuador» y que reivindica, per se, señas indelebles de identidad para la morlaquía, considerada, in aeternum, como un hecho singular de la cultura ecuatoriana.
Asimismo, para todos los ecuatorianos, abril es el mes de la Dolorosa del Colegio «San Gabriel», pues el 20 de abril de 1906, siendo las 20:15, la epónima efigie mariana del colegio jesuita de la capital de la república, de cincuenta y dos centímetros de largo por cuarenta de ancho, movió los párpados, a la hora de la cena.
El proceso canónico instaurado para validar el prodigio da cuenta de que, en ese instante, en el comedor del internado de la Compañía de Jesús de Quito, en la mesa más cercana al cuadro de la Mater Dolorosa, colgado en la pared a 180 centímetros del suelo, se encontraban tres niños de los que habían hecho recientemente la Primera Comunión: Jaime Chávez Ramírez, Carlos Herrmann y Pedro Donoso Lasso. El P. Roesch, S.J., Prefecto del Internado, llamó a Donoso a una mesa contigua. Entonces, Jaime Chávez Ramírez, de 11 años de edad, dirigió su mirada a la Santísima Virgen y lleno de espanto vio, sin poder dudar, que la Dolorosa movía los párpados, los abría y los cerraba de manera intermitente. Creyó el muchacho que era una impresión suya y, asustado, se cubrió los ojos con las manos. Luego, dominado aún por el temor, dijo a Carlos Herrmann, de once años y medio: «Ve a la Virgen». El amigo la miró y vio el mismo prodigio. Ambos niños se arrodillaron entre la mesa y la banca y rezaron… La noticia corrió entre los internos del colegio «San Gabriel», que eran 36 en total, quienes reaccionaban con curiosidad y devoción. Los muchachos estaban entre 10 y 17 años… y, post factum, el milagro se hizo famoso urbi et orbi.
Pero abril, no obstante, es también un mes que ha provocado múltiples dichos populares en la Madre Patria España, en donde los habitantes de Castilla utilizaban una serie de expresiones populares para referirse a este mes. Muchos de esos dichos han pasado a nuestro continente sin mayores problemas y han sido utilizados como ejemplos de la riqueza semántica del Castellano para definir el tiempo y expresar las características esenciales del mes de abril.
«Marzo y abril la vieja al veril»
«Abril que sale lloviendo, a mayo llega riendo»
«Abril no se llama abril, sino ¡Ah, vil!»
«Llueva abril y mayo aunque no llueva todo el año»
«En abril la helada, sigue la granizada»
«Harás quesos mil en el mes de abril»
«Injerta en abril y a los tres años cogerás uvas mil»
«La abeja y la oveja, en abril dejan la pelleja»
«Para Santa Catalina, el gallo con la gallina» (29 de abril)
«A fines de abril, en flor la vid»
«En abril, la flor empieza a lucir»
«Abril no es padre que es compadre»
«Si por San Jorge hiela, no cogerás muchas peras» (23 de abril)
«En abril pone la perdiz»
«Abriles y yernos pocos hay buenos»
«Tu perejil siémbralo en abril»
«Abril saca la espiga a relucir»
«Las mañanitas de abril son buenas para dormir»
«En abril grande o chica la espiga ha de salir»
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